Lucy flotaba frente a mí. Me suplicaba con sus ojos negros.

—Por favor —susurraba.

—No. Lo siento. No puedo. —Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensarlas—. No puedo, Lucy.

Ella cerró los ojos, tensó los músculos de la mandíbula mientras le rechinaban los dientes.

—Lo siento —repetí y retrocedí un poco.

—Yo también lo siento —repuso con frialdad. Entrecerró los ojos y dibujó una extraña sonrisa en sus labios—. Lo siento mucho Harry. Pero no tienes elección. ¡Tienes que ayudarme!

—¡No! ¡De ninguna manera!

Me volví y traté de echar a correr.

Pero algo me retenía. La niebla me tenía cogido.

Era una bruma espesa, húmeda, asfixiante, que tiraba de mí, que me empujaba, y me retenía.

Intenté gritar pidiendo ayuda. Pero la niebla ahogó mi grito.

Lucy desapareció en la oscuridad.

Entonces noté algo frío sobre mi cabeza, seguido de un escozor en el pelo.

Me palpé con las dos manos, y sentí mucho frío, como si tuviera escarcha sobre el cabello.

—¡No! —grité—. ¡No, Lucy!

El frío descendió. Me escocía el cuero cabelludo. Sentía el rostro helado.

Me froté las mejillas, entumecidas y heladas.

—¡Lucy, por favor! —rogué.

Podía sentirla, muy ligera, muy fría, ocupando mi cuerpo, apoderándose de mi cerebro.

Podía sentirla. Y sentí cómo mi yo desaparecía.

Me invadía un profundo sueño.

El frío se apoderaba de mí, me descendía por el cuello, por el pecho…

—¡Nooo! —pronuncié un fuerte aullido de protesta.

Cerré los ojos con fuerza. Sabía que debía concentrarme. Tenía que pensar, mantenerme despierto. No podía dejarme llevar.

No debía permitir que me ocupara, que se apoderara de mi mente, y controlara mi cuerpo.

Apreté la mandíbula con fuerza. Mantuve cerrados los ojos y tensé cada uno de mis músculos.

«¡No! —pensé yo—. ¡No puedes hacerme esto, Lucy!

»¡No dejaré que ocupes mi mente!

»No conseguirás poseerme. ¡No voy a permitirlo!».

El frío se apoderó de todo mi cuerpo, me escocía la piel, me sentía entumecido.

Y tenía mucho sueño… estaba soñoliento…