—¡Auuu!
Los espantosos quejidos procedían de entre los árboles.
—¡Corre! —susurré a Alex—. Vayamos al edificio principal. Quizás encontremos allí a tío Marv. Quizás…
Echamos a correr entre la niebla hacia el edificio.
Pero los aullidos nos perseguían. Cada vez eran más fuertes.
Oí un ruido sordo, de pasos, detrás de nosotros, avanzando sobre el césped.
Me di cuenta de que no teníamos escapatoria.
Alex y yo nos volvimos a la vez.
Y vimos a Elvis, a Sam y a Joey que nos perseguían con una sonrisa burlona en el rostro.
Sam repitió el fantasmal aullido poniéndose las manos alrededor de la boca. Entre carcajadas, Elvis y Joey echaron las cabezas hacia atrás y también aullaron.
—¡Idiotas! —grité y les amenacé con el puño.
Noté que se me subía la sangre al rostro.
Yo estaba a punto de explotar. Quería pegar a aquellos payasos, patear, machacar sus rostros burlones.
—¡Os lo habéis creído! —gritó Elvis—. ¡Os lo habéis creído! —Se volvió hacia Sam y Joey—. ¡Miradles! ¡Están temblando! ¡Oh! ¡Uau! ¡Están temblando!
Sam y Joey se rieron divertidos.
—¿Creíais que había lobos en el bosque? —preguntó Sam.
—¿O fantasmas? ¿Creísteis que había fantasmas? —añadió Joey.
—Callaos —repliqué.
Alex no dijo nada, sólo bajó la mirada al suelo. Estaba tan avergonzado como yo.
—¡Auuu! —Elvis volvió a aullar con voz aguda. Puso los brazos alrededor de la cintura de mi hermano y lo lanzó al suelo.
—¡Déjame! ¡Déjame! —protestó Alex enfadado.
Los dos lucharon sobre el césped húmedo.
—¿Te he asustado? —le preguntó Elvis sin aliento—. Admítelo, Alex. Creíste que era un fantasma, ¿no? ¿A que sí?
Alex no quiso contestar, en lugar de ello se quejó y empujó a Elvis. Siguieron peleándose un poco más.
Sam y Joey dieron unos pasos hacia mí, riéndose, muy orgullosos de sí mismos.
—No tiene ninguna gracia, ¿sabéis chicos? —dije refunfuñando—. Sois unos críos. En serio.
Joey y Sam entrechocaron las manos.
—¿Unos críos? —gritó—. Entonces, ¿cómo es que habéis caído en la trampa?
Abrí la boca dispuesto a contestarles, pero no pude pronunciar una sola palabra.
«¿Por qué he caído en la trampa? —me pregunté a mí mismo—. ¿Por qué he permitido que me asustaran tres chicos escondidos detrás de los árboles imitando aullidos?
»Normalmente, me hubiera reído de una broma tan estúpida».
Mientras los cinco nos dirigíamos hacia la cabaña seguí pensando en ello. Me di cuenta de que los campistas y monitores habían tratado de asustarnos a Alex y a mí desde nuestra llegada. Incluso tío Marv había colaborado con sus horripilantes historias.
Decidí que en el campamento Moon Spirit debían de tener la costumbre de asustar a los nuevos.
Y funcionaba. Habían conseguido ponernos los pelos de punta a Alex y a mí. Nos habían puesto tan nerviosos que saltábamos de miedo al mínimo ruido.
Entramos en la cabaña y encendí la luz.
Elvis, Sam y Joey todavía estaban riendo, aún se divertían con la broma.
Decidí que Alex y yo teníamos que sobreponernos, teníamos que olvidarnos de todas aquellas tonterías sobre los fantasmas.
«Nosotros no creemos en fantasmas», me dije a mí mismo.
Me repetí esta frase una y otra vez. Como un cántico.
«Alex y yo no creemos en fantasmas y nunca lo hemos hecho. Jamás».
Sin embargo, la noche siguiente, después de un corto paseo por el bosque… ¡decidí que sí creía en fantasmas!