Me volví de golpe.

Apareció un rostro en la oscuridad.

—¡Alex! —grité. Con el alboroto del balón de fútbol y de la cabeza, me había olvidado de él por completo.

Se acercó tanto a mí, que hasta distinguí gotas de sudor que perlaban su labio superior.

—Yo también lo vi —susurró Alex.

—¿Qué? —pregunté. No sabía a qué se estaba refiriendo—. ¿Viste el qué?

—La cabeza de la chica —contestó Alex bruscamente. Se volvió en dirección al campo de fútbol. Para comprobar si alguien le seguía, supongo.

Luego se volvió de nuevo hacia mí y me tiró de la camiseta.

—Yo también vi cómo se le caía la cabeza y rebotaba contra el suelo.

Tragué saliva.

—¿Sí? ¿De verdad?

Él asintió con la cabeza.

—Creí que iba a vomitar. Fue… fue tan espeluznante…

—Pero ¡no se le cayó! —grité—. ¿No lo viste cuando corrí al campo? Recogí la pelota. No era una cabeza.

—Pero yo lo vi, Harry —insistió Alex—. Al principio creí que había sido por la niebla. Ya me entiendes. Que los ojos me estaban jugando una mala pasada. Pero…

—Tuvo que ser por culpa de la bruma —contesté tranquilo—. Esa chica… se encontraba perfectamente.

—Pero si los dos lo vimos… —empezó a decir Alex. Se detuvo y suspiró—. Este campamento es muy raro.

—Eso sí que es verdad —contesté.

Alex se metió las manos en los bolsillos de los pantalones cortos y meneó la cabeza con una expresión de disgusto en el rostro.

—Elvis dice que esas historias de fantasmas son reales —dijo.

Apoyé las manos sobre los hombros de mi hermano. Noté que estaba temblando.

—Nosotros no creemos en fantasmas, ¿recuerdas? —afirmé—. ¿De acuerdo?

Él asintió con un movimiento lento de cabeza.

El primer aullido que oímos nos sobresaltó a los dos.

Me volví hacia el bosque. Oímos otro misterioso aullido procedente del mismo lugar que el primero.

No era el aullido de un animal, ni siquiera parecido.

Era un alarido largo y triste… de persona.

—¡Auuu!

De nuevo, un sonoro grito me dejó boquiabierto.

Alex me cogió del brazo. Tenía la mano fría como el hielo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó asustado.

Abrí la boca con intención de contestarle, pero me interrumpió otro triste aullido.

—¡Auuu!

Oí a dos criaturas aullando. Quizá tres.

Quizá más.

Los misteriosos quejidos procedían de detrás de los árboles. Sonaban como si el bosque entero estuviera aullando.

Eran inhumanos, fantasmales.

—Estamos rodeados, Harry —susurró Alex, todavía cogido a mi brazo—. Sea lo que sea, nos tiene rodeados.