—¡Ah! —grité. Solté el tenedor que tenía en la mano y cayó al suelo con gran estrépito.

Joey me dedicó una sonrisa burlona. El corazón me latía a toda velocidad.

Entonces, se sacó el tenedor tirando fuertemente de él, sin dejar de sonreír.

—¡Inténtalo tú! —me retó.

—Joey, ¡basta! —gritó Elvis desde el otro lado de la mesa.

—Sí. Déjanos un rato en paz —añadió Sam.

Miré asombrado el cuello de Joey. No tenía ni un solo corte. No había marcas del tenedor; ni sangre.

—¿C-cómo lo has hecho? —tartamudeé finalmente.

La sonrisa burlona de Joey ahora era aún más amplia.

—Sólo es un truco —contestó.

Miré a Alex, al final de la mesa. ¿Habría visto el «truco» de Joey?

Sí. Mi hermano estaba lívido. Se había quedado boquiabierto, muy asustado.

—Mira. Voy a enseñarte cómo se hace —se ofreció Joey.

Volvió a levantar el tenedor, pero al ver que tío Marv se asomaba por encima de su hombro, se detuvo.

—¿Qué ocurre, Joey? —le preguntó el hombre bruscamente.

Joey volvió a dejar el tenedor sobre la mesa.

—Sólo estábamos bromeando —contestó tratando de evitar la profunda mirada del director del campamento.

—Bien, cenemos, chicos —dijo tío Marv con firmeza—. No más bromas. —Presionó con fuerza los hombros de Joey con sus gruesos dedos.

—Ya sabéis que esta noche hay partido de fútbol. Chicos contra chicas.

Tío Marv soltó los hombros de Joey y se fue a la siguiente mesa. En ella estaban librando una batalla con la comida, el puré de patatas volaba por los aires.

Joey dijo algo entre dientes, pero no lo oí debido al alboroto reinante.

Me volví para comprobar cómo le iba a Alex al final de la mesa. Tenía el tenedor en la mano, pero no comía. Observaba atentamente a Joey, con una expresión seria en el rostro.

Yo sabía que él se estaba preguntando exactamente lo mismo que yo.

¿Qué estaba ocurriendo?

Joey había dicho que lo del tenedor sólo era un truco. Pero ¿cómo lo había hecho? ¿Por qué no se había hecho daño? ¿Por qué no le había salido sangre?

—¡Jugar al fútbol por la noche es genial! —saltó Eddie. Tenía la boca llena de pollo. La salsa cremosa le goteaba por la barbilla.

—Sobre todo cuando jugamos chicos contra chicas —añadió Sam—. ¡Acabaremos con ellas! Son penosas.

Eché un vistazo a la mesa de las chicas al otro lado de la sala. Charlaban animadamente, probablemente del partido de fútbol.

Vi a Lucy entre las sombras, cerca de la pared. Parecía no estar hablando con nadie. Su rostro tenía una expresión seria.

¿Me estaría mirando?

No sabría decirlo.

Me acabé la cena. Pero ya no tenía hambre.

—¿Cómo haces lo del tenedor? —le pregunté a Joey.

—Ya te lo he dicho. Sólo es un truco —contestó. Desvió la mirada y se puso a hablar con Sam.

El postre consistía en una especie de gelatina en forma de cuadrados rojos, amarillos y verdes. No estaba mal. Pero hubiera estado mejor con un poco de nata montada.

Mientras me acababa el postre, oí unos horribles gritos que procedían de la entrada de la gran sala. Me volví y vi un murciélago revoloteando arriba y abajo del comedor.

Algunos de los chavales más pequeños chillaban. Pero en mi mesa todos permanecían muy tranquilos. El murciélago aleteaba ruidosamente, se posaba, saltaba y se lanzaba de un lado al otro del comedor.

Tío Marv persiguió al murciélago con una escoba. Y en unos minutos consiguió apresarlo sujetándolo contra la pared con el extremo de paja de la escoba.

Luego lo apartó de la pared y lo cogió con una mano.

¡Era tan pequeñito! ¡No mayor que un ratón!

Lo llevó hasta la puerta y lo soltó.

Todos aplaudieron.

—Ocurre muy a menudo —me explicó Sam—. Es porque las puertas del comedor no tienen cristales.

—Y en el bosque hay muchos más —añadió Joey—. Son murciélagos asesinos, aterrizan en tu pelo y te chupan la sangre de la cabeza.

Sam rió.

—Sí. Ya. —Me dedicó una sonrisa burlona—. Por eso Joey tiene un comportamiento tan extraño…

Me reí con ellos.

Pero también me pregunté si Sam estaba realmente bromeando o no.

Quiero decir que era cierto que Joey se comportaba de forma extraña.

—¡Todos al campo de fútbol! —gritó tío Marv desde la puerta del comedor—. Id con los monitores de deporte. Alissa y Mark organizarán los dos equipos.

Las sillas chirriaron sobre el suelo de piedra cuando todos se pusieron en pie.

Vi a Lucy que me saludaba con la mano. Pero Sam y Joey me empujaron.

La noche era fría y estaba nublado. La luna llena, escondida tras las nubes. La hierba, húmeda ya por el rocío.

Los monitores hicieron los equipos. A Alex y a mí nos tocó en el segundo equipo. Eso significaba que no íbamos a jugar en la primera parte. Teníamos que permanecer en el banquillo y animar a los chicos del primer equipo.

Dos focos situados en lo alto de dos postes derramaban sobre el campo anchos triángulos de luz blanca. No había suficiente luz. Sobre el suelo se dibujaban largas sombras.

Pero eso formaba parte de la diversión.

Cuando empezó el partido, Alex se quedó a mi lado. El equipo de las chicas metió un gol en menos de un minuto.

Las chicas del banquillo se volvieron locas de alegría.

Los jugadores del equipo de los chicos se quedaron por allí, rascándose la cabeza y murmurando tristemente.

—¡Han tenido un golpe de suerte! ¡Sólo eso! —gritó Mark, el larguirucho monitor de los chicos—. ¡A por ellas, muchachos!

El partido prosiguió.

La luz que desprendían los focos pareció atenuarse. Miré hacia el cielo y observé que estaba cayendo la niebla.

De nuevo, la bruma se arremolinaba.

Mark pasó despacio por delante de nosotros, como una gran cigüeña.

—Va a ser otra noche oscura —nos anunció—. Los partidos nocturnos son más divertidos así. —Luego gritó una serie de instrucciones al equipo de los chicos.

La espesa niebla nos invadió rápidamente, arrastrada por una ráfaga de viento.

Alex se acercó a mí. Me volví y vi una expresión de preocupación dibujada en su rostro.

—¿Has visto lo que ha hecho Joey durante la cena? —preguntó en voz baja.

Yo asentí con un movimiento de cabeza.

—Dijo que era un truco.

Alex se quedó pensativo por un momento.

—Harry —dijo finalmente, sin apartar la mirada del juego—, ¿no crees que algunos chicos son un poco raros?

—Sí. Un poco —contesté. Me acordé de la estaca que Sam se había clavado en el pie.

—Ocurrió una cosa en el lago —continuó Alex—. No puedo dejar de pensar en ello.

Yo estaba mirando el partido, intentando ver entre la niebla. Empezaba a resultar difícil reconocer a los jugadores.

Se oyó aplaudir a las chicas desde su banquillo. Supuse que habían marcado otro gol. En algunas zonas, la niebla parecía tan espesa como la nieve y entorpecía mi visión.

Me estremecí.

—¿Qué ha ocurrido? —le pregunté a mi hermano.

—Después de las pruebas para la función, nos permitieron nadar un rato por libre —explicó—. Estábamos los chicos de mi grupo y un par de grupitos de chicas. La mayoría más pequeñas.

—Es agradable el lago —comenté—. El agua es muy clara y limpia… Y no está muy fría.

—Sí. Está bien —concordó Alex. Frunció el entrecejo—. Pero ocurrió algo muy raro. Quiero decir que… creo que fue raro.

Respiró profundamente. Me di cuenta de que parecía muy preocupado.

—¡Vamos, chicos! ¡Venga, venga, venga! —gritó Mark al equipo.

La luz que los focos desprendían se abría paso por entre la niebla y dibujaba extrañas sombras sobre el terreno de juego. La niebla era ahora tan espesa que casi no podía distinguir a los jugadores de las sombras.

—Yo estaba flotando en la superficie del agua —prosiguió Alex rodeándose la cintura con los brazos—. Tranquilamente. Moviéndome muy despacio. Una brazada, otra brazada, muy lentamente.

»Era nuestro tiempo libre, así que podíamos hacer lo que quisiéramos. Algunos chicos estaban haciendo una carrera de espalda cerca de la orilla. Pero yo nadaba a mi aire.

»El agua estaba muy limpia. Metí la cabeza debajo del agua y miré hacia el fondo. Y… entonces vi algo allí abajo.

Tragó saliva.

—¿Qué era? ¿Qué viste? —pregunté.

—Una chica —contestó Alex con un estremecimiento—. Una del grupo de las pequeñas. No sé cómo se llama. Tiene el pelo corto, negro y rizado.

—¿Estaba debajo del agua? —le pregunté—. ¿Quieres decir buceando?

—No. —Alex agitó la cabeza—. No estaba nadando. No se movía. Estaba a mucha profundidad, en el fondo del lago.

—¿Se había ahogado? —pregunté.

Alex se encogió de hombros.

—¡Me asusté tanto! —exclamó Alex, tan alto que se oyó por encima de los gritos de los dos equipos—. No se movía. Creo que no respiraba. Parecía como si le flotaran los brazos, se movían arriba y abajo. Y tenía los ojos abiertos… con la mirada vacía.

—¿Se había ahogado? —grité.

—Eso es lo que yo pensé —dijo Alex—. Sentí pánico. No sabía qué hacer. No podía pensar en nada. Simplemente me hundí.

—¿Te hundiste hasta el fondo para cogerla? —pregunté.

—Sí. No sabía si sería demasiado tarde; o si tenía que avisar a un monitor o qué —explicó y volvió a estremecerse.

»Descendí buceando. La cogí por los brazos, luego la agarré por debajo de los hombros, y tiré de ella hacia arriba. Flotaba con facilidad, como si no pesara nada.

»La empujé hasta la superficie. Entonces empecé a arrastrarla hacia la orilla. Me faltaba el aire, supongo que de pánico. Parecía que el corazón iba a explotarme; estaba muy asustado.

»A continuación oí algunas risas. Se estaba riendo de mí. Yo todavía la tenía agarrada por debajo de los hombros. Ella se volvió y… ¡me escupió agua en la cara!

—¡Oh! ¡Uau! —grité—. Uau, Alex. ¿Quieres decir que estaba bien?

—Sí —contestó con un movimiento de cabeza—. Se encontraba perfectamente y se reía de mí. Lo encontraba muy gracioso.

»Yo la miré fijamente. No podía creerlo. Había estado allá abajo, en el fondo, mucho rato.

»Entonces la solté y ella se apartó de mí, riéndose aún.

»Yo le pregunté: “¿Cómo lo has hecho? ¿Cuánto tiempo puedes aguantar debajo del agua?”.

»Pero eso todavía le provocó más risa. “¿Cuánto tiempo?”, insistí.

»Y contestó: “Mucho, mucho tiempo”.

»Finalmente se fue nadando donde se encontraban las otras chicas.

—¿Y qué hiciste? —le pregunté a Alex.

—Tenía que salir del agua —contestó—. Me temblaba todo el cuerpo. No podía dejar de temblar. Creí…, creí que… —Su voz se desvaneció.

»Por lo menos se encontraba bien —murmuró al cabo de un rato—. Pero ¿no lo encuentras un poco raro, Harry? Y luego, durante la cena, Joey se clavó el tenedor en el cuello.

—Es extraño, Alex —contesté tranquilo—. Pero debe de tratarse de simples bromas.

—¿Bromas? —preguntó. Me miraba fijamente con sus ojos negros.

—Los chicos siempre gastan bromas a los campistas recién llegados —le expliqué—. Ya sabes que aquí existe la costumbre de aterrorizar a los novatos. Seguramente sólo son bromas, nada más.

Alex se mordió el labio superior mientras pensaba en todo esto. A pesar de que estaba muy cerca de mí, la oscura niebla que nos rodeaba hacía que pareciera muy lejano.

Volví a concentrarme en el partido. Los chicos corrían por el césped hacia la portería contraria. Se pasaban la pelota, chutándola de un jugador a otro. No parecían reales, entrando y saliendo de las sombras que los rodeaban.

«Son bromas —me dije—. Sólo eso».

Mientras escrutaba entre la niebla, vi algo que no podía tratarse de una broma.

Cuando un chico chutó la pelota contra la red, la portera del equipo de las chicas se movió para intentar parar la pelota.

Pero fue demasiado lenta. O puede que tropezara.

El caso es que la pelota le golpeó fuertemente en la frente.

Se produjo un ruido sordo.

La pelota botó en el suelo.

Y la cabeza cayó a su lado.