Traté de bajar de la cama sin hacer ruido, pero tenía las piernas liadas en la manta, y ¡por poco me voy de cabeza!

—Eh, ¿qué pasa? —oí susurrar a Alex desde la cama de abajo.

No le hice caso. Me di la vuelta y salté al suelo.

—¡Uau! —Caí con fuerza y me torcí el tobillo.

El dolor me subió rápidamente por toda la pierna, pero no hice caso y cojeé hasta la puerta. Recordaba que el interruptor de la luz estaba por allí.

Quería encender la luz.

Tenía que asegurarme de que estaba en lo cierto. De que Joey dormía flotando en el aire sobre su cama.

—Harry, ¿qué ocurre? —me preguntó Alex.

—¿Qué pasa? ¿Qué hora es? —Oí que preguntaba Elvis con voz quejumbrosa, medio dormido, desde la litera dispuesta en la otra pared.

Me arrimé al muro y lo recorrí a tientas con la mano hasta encontrar el interruptor y accionarlo.

La luz se encendió y la lámpara del techo bañó la pequeña cabaña de luz blanca.

Miré hacia la litera de Joey.

Él levantó la cabeza de la almohada y me miró con los ojos entrecerrados.

—Harry, ¿qué te ocurre? —preguntó. Estaba tumbado boca abajo, encima de la manta.

No estaba suspendido en el aire. No flotaba.

Tenía la cabeza apoyada en las manos y protestaba, mirándome fijamente.

—¡Apaga la luz! —dijo Sam con brusquedad—. Si tío Marv nos pilla con la luz encendida…

—P-pero… —tartamudeé.

—¡Apágala! —insistieron Elvis y Sam.

Apagué la luz.

—Lo siento —murmuré—. Creí haber visto algo.

Me sentí como un idiota. ¿Por qué había creído que Joey dormía suspendido en el aire?

«Debo de estar tan asustado como Alex —decidí—. ¡Ahora hasta veo cosas extrañas!».

Me reñí a mí mismo y traté de tranquilizarme.

«Estás nervioso porque es tu primer día en el campamento», decidí.

Crucé despacio la cabaña hasta mi cama. A mitad de camino, volví a pisar un charquito frío de esa sustancia pegajosa.

A la mañana siguiente Alex y yo encontramos unos uniformes blancos del campamento Spirit Moon, pantalón corto blanco y camiseta blanca, al pie de nuestras camas.

«Ahora ya no seremos distintos de los demás —pensé contento.

»Ahora formamos parte del campamento Spirit Moon».

Enseguida olvidé los temores que la noche anterior me habían quitado el sueño. Estaba ansioso por empezar un nuevo día en el campamento.

Aquella tarde, Alex se presentó a la prueba para participar en la función del campamento Spirit Moon.

Yo debía estar en el campo de fútbol. Se suponía que un grupo de chicos y yo teníamos que hacer prácticas montando tiendas de campaña. Nos estábamos preparando para una acampada nocturna en el bosque.

Pero me detuve frente al escenario al aire libre, a un lado del edificio, para escuchar cómo cantaba Alex.

Una monitora llamada Veronica, de larga cabellera cobriza que le cubría la espalda, era la encargada de hacer las pruebas de aptitud. Me apoyé en un árbol y observé.

Había muchos chicos en las pruebas. Vi dos guitarristas, un chico que tocaba la armónica, un bailarín de claqué y dos majorettes.

Veronica, que tocaba un piano vertical frente al escenario, llamó a Alex y le preguntó qué canción quería cantar.

Escogió una canción de los Beatles que le gusta mucho. Mi hermano no suele escuchar música moderna. Le gustan los Beatles y los Beach Boys, los grupos de los sesenta.

Es el único chico de once años que conozco que escucha emisoras de radio dedicadas a la música de antes. Siento cierta compasión por él. Es como si hubiera nacido en una época equivocada o algo por el estilo.

Veronica tocó unas notas al piano y Alex empezó a cantar.

¡Qué voz!

Los otros chicos habían estado riendo, hablando y armando jaleo. Pero apenas unos segundos después de que Alex empezara a cantar, todos se calmaron. Se apiñaron alrededor del escenario y se pusieron a escuchar.

¡Realmente parecía un profesional! Quiero decir que probablemente podría cantar con un grupo y grabar un CD.

Incluso Veronica se quedó sorprendida. Estaba boquiabierta mientras tocaba el piano para Alex.

Cuando mi hermano acabó la canción, todos los chicos aplaudieron y le vitorearon. Elvis le dio una palmada en cuanto bajó de un salto del pequeño escenario.

El siguiente a quien llamó Veronica fue Elvis. Él le dijo que quería cantar una canción de Elvis Presley, ya que le habían puesto su nombre.

Se aclaró la garganta y empezó a cantar una canción llamada Heartbreak Hotel.

Bueno, la verdad es que te rompía el corazón, Elvis fue incapaz de cantar una sola nota sin desafinar.

Veronica trataba de seguirle con el piano. Pero me di cuenta de que tenía verdaderos problemas para conseguirlo. Probablemente hubiera preferido dejar de tocar el piano y taparse los oídos.

Elvis tenía una voz aguda y estridente, la melodía sonaba fatal, tan desafinada que todos hicimos una mueca de disgusto.

Los chicos que estaban alrededor del escenario empezaron a quejarse y comenzaron a desfilar.

Elvis tenía los ojos cerrados. Estaba tan concentrado en su canción que ni los vio.

«¿Acaso no se da cuenta de lo malo que es? —me pregunté—. ¿Por qué quiere participar en un concurso de talentos si su voz es como el aullido de un perro?».

Elvis volvió a repetir el estribillo. Decidí irme de allí antes de que me reventaran los tímpanos.

Le dediqué a Alex un gesto de aprobación y me fui corriendo al campo de fútbol.

Sam, Joey y otro grupo de chicos ya estaban desdoblando las tiendas, preparándose para empezar a montarlas. Chris, el monitor encargado de esta actividad, me saludó con la mano.

—Harry, desenrolla esa tienda de allá —me ordenó—. Veamos lo rápido que eres montándola.

Recogí la tienda del suelo. Estaba muy bien atada, no ocupaba más que una mochila. Le di la vuelta con las manos. Como nunca había montado una tienda, no estaba seguro de cómo había que desplegarla.

Chris se dio cuenta de que no sabía por dónde empezar y se acercó.

—Es fácil —aseguró.

Tiró de dos correas y la tienda de nailon empezó a desenrollarse.

—¿Ves? Aquí están los palos. Sólo tienes que tirar de ellos y apuntalarlos.

Volvió a darme el bulto.

—Sí. Muy fácil —repetí.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Joey apartando la mirada de la tienda que estaba montando.

Escuché atentamente.

—Es Elvis, que está cantando —contesté.

Los desafinados berridos procedentes del escenario se oían incluso desde el campo de fútbol.

Sam meneó la cabeza.

—Suena como un animal atrapado en una trampa —dijo.

Todos nos reímos.

Joey y Sam se quitaron las zapatillas y se quedaron descalzos. Yo hice lo mismo. Era agradable sentir el cálido césped bajo los pies desnudos.

Desmonté la tienda, la estiré sobre la hierba y amontoné los palos de la tienda a un lado.

Sentía el calor del sol sobre la nuca. Intenté matar un mosquito que tenía en el brazo.

Oí un grito, y al levantar los ojos vi a Sam y a Joey luchando. No se estaban peleando, sólo bromeaban.

Habían cogido unos palos y estaban batiéndose en duelo, como si lucharan violentamente con espadas. Se reían y se divertían.

Entonces, Sam dio un traspiés, tropezó, perdió el equilibrio y cayó sobre una tienda, dándose un fuerte golpe contra el suelo.

Al ver que uno de los palos le atravesaba el pie, grité horrorizado.