Parpadeé una y otra vez.
No sé qué me esperaba. ¿Acaso creía que volverían a aparecer todos?
Alex y yo miramos asombrados al otro lado del círculo en absoluto silencio.
Todos habían desaparecido en la niebla, los campistas, los monitores, tío Marv.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Tenía la piel húmeda y fría a causa de la espesa niebla.
—¿D-dónde…? —pronunció Alex.
Tragué saliva con fuerza.
Un tronco quemado se derrumbó sobre las rojas cenizas. El golpe sordo que produjo al caer me sobresaltó, y di un salto.
Luego me eché a reír ante la asombrada mirada de mi hermano.
—Harry…
—¿No te das cuenta? —le dije—. Es una broma.
Alex me examinó aún más concienzudamente.
—¿Qué?
—Es una broma de campamento —le expliqué—. Seguro que se la gastan a todos los nuevos.
Alex torció el gesto, sopesando esa posibilidad. Pero me parece que no me creyó.
—Se han escondido todos en el bosque —le aseguré—. Aprovechando la niebla, echaron a correr. Debieron de ponerse todos de acuerdo para gastarnos la broma. Apostaría algo a que se lo hacen a todos los recién llegados.
—Pero… ¿y la niebla? —preguntó Alex.
—¡Estoy seguro de que la provocaron ellos! —exclamé—. Puede que tengan una máquina que fabrica humo. Así sale mejor la broma.
Alex arrugó la barbilla, todavía con el miedo en los ojos.
—Seguramente lo hacen siempre —insistí—. Tío Marv cuenta la historia. Entonces alguien pone en marcha una máquina, llenan el círculo de humo oscuro y entonces… se van todos corriendo y se esconden.
Alex se volvió y miró hacia el bosque.
—Yo no veo a nadie escondido por allí —dijo con voz débil—. No veo que nadie nos vigile.
—Seguro que han vuelto a las cabañas —le aseguré—. Apostaría algo a que nos están esperando para ver la cara que ponemos.
—Nos estarán esperando para poder reírse de nosotros por haber caído en su estúpida broma —añadió mi hermano.
—¡Vamos! —grité. Le di una palmadita a Alex en la espalda y eché a correr entre la hierba mojada hacia las cabañas.
Alex corría a mi lado. La luna bañaba con su luz plateada el césped que se extendía frente a nosotros.
Como yo había imaginado, a medida que nos acercábamos a las cabañas, los campistas salieron todos corriendo. Se reían y silbaban, dándose palmadas mutuamente.
Les divertía ese engaño. Después nos contaron que gastaban la misma broma a todos los novatos.
Vi que Lucy se estaba riendo junto a un grupito de amigas.
Elvis cogió a Alex y lo derribó jugando.
Todos se rieron de nosotros y nos explicaron la cara tan asustada que habíamos puesto.
—No nos asustamos ni por un momento —mentí—. Alex y yo nos lo imaginamos antes de que la niebla desapareciera.
Este comentario hizo que todos volvieran a reírse y a mofarse de nuevo.
—¡Uuuh! —Uno de los chicos se tapó la boca con las manos y empezó a soltar alaridos de fantasma.
—¡Uuuh!
Esto provocó aún más risas y bromas.
No me importaba que se rieran de nosotros, en absoluto.
Me sentía muy aliviado… El corazón seguía latiéndome a toda prisa. Me flaqueaban las rodillas.
Pero estaba muy contento de que todo hubiera resultado ser una simple broma.
«En todos los campamentos de verano se hacen bromas —me dije a mí mismo—. Y hay que reconocer que ésta ha sido bastante buena».
Pero no consiguieron tomarme el pelo. Al menos, no por mucho tiempo.
—Quedan cinco minutos para apagar las luces. —La orden de tío Marv acabó con la broma—. ¡Apagad las luces, campistas!
Los muchachos volvieron a toda prisa a las cabañas.
Observé las casetas alineadas una junto a otra, y de pronto me sentí confundido. ¿Cuál era la nuestra?
—Por aquí, Harry —dijo Alex.
Me empujó hacia la tercera cabaña al final del camino. Para estas cosas mi hermano tiene mejor memoria que yo.
Cuando Alex y yo entramos en la cabaña, Elvis y otros dos chicos ya se encontraban en ella. Se estaban cambiando para ir a la cama. Se presentaron, eran Sam y Joey.
Me dirigí a mi litera y empecé a desvestirme.
—¡Uuuh! —Un alarido fantasmagórico me hizo dar un salto.
Me di la vuelta y vi a Joey burlándose de mí.
Todos se rieron, yo incluido.
«Me gustan las bromas de campamento —pensé—. Son un poco malvadas, pero tienen su gracia».
Noté algo suave y pegajoso en la planta de los pies, ya descalzos. ¡Ecs!
Miré hacia abajo y comprendí que acababa de pisar uno de aquellos fríos y repugnantes charquitos de baba azul.
Las luces de la cabaña se apagaron. Pero antes de que se apagaran observé las manchas azules, había charcos fríos y azules esparcidos por todo el suelo de la cabaña.
Tenía aquella cosa pegada en la planta del pie. Busqué a tientas por la oscura cabaña hasta que encontré una toalla para limpiarme el pie.
«¿Qué serán estos charquitos azules?», me pregunté mientras subía a la litera de arriba.
Eché una mirada a la litera de Joey y Sam pegada a la pared.
Me quedé boquiabierto.
¡Me estaban mirando fijamente, con los ojos brillantes como linternas!
«¿Qué está ocurriendo aquí? —me pregunté.
»¿Qué son estas manchas azules que hay por todas partes?
»¿Y por qué los ojos de Sam y Joey brillan de esa manera en la oscuridad?».
Me volví hacia la pared y traté de no pensar en nada.
Ya estaba a punto de dormirme cuando sentí una mano fría y viscosa que me descendía por mi brazo.