Me quedé boquiabierto al comprobar que la niebla se iba aproximando. A medida que se iba acercando hacia nosotros el suelo se oscurecía cada vez más, igual que los árboles y el cielo.

«Esto es una locura —me dije a mí mismo—. ¡Es imposible!».

Me senté al lado de Alex.

—Sólo es una coincidencia —le aseguré.

Tuve la impresión de que Alex no me oía. Se puso en pie de un salto. Le temblaba todo el cuerpo.

Me puse en pie a su lado.

—Sólo es niebla —añadí, tratando de parecer calmado—. Aquí en el bosque hay niebla muy a menudo.

—¿En serio? —preguntó Alex con un hilo de voz.

Estábamos envueltos en una bruma oscura y espesa.

—Claro —contesté—. ¡Eh! Nosotros no creemos en fantasmas, ¿recuerdas? No nos asustan esas historias.

—P-pero… —Alex tartamudeó—. ¿Por qué nos están mirando todos? —inquirió finalmente.

Me volví y escudriñé en la oscuridad.

Alex tenía razón. Todos los chicos del círculo tenían su mirada puesta sobre nosotros. Sus rostros se desvanecían tras la cortina de niebla oscura.

—Yo no… no sé por qué nos miran —le susurré a mi hermano.

Estábamos totalmente rodeados por la niebla. Empecé a temblar, tenía la piel helada.

—Harry, esto no me gusta —murmuró Alex.

La niebla se había espesado tanto que apenas distinguía a mi hermano, a pesar de que se encontraba muy cerca de mí.

—Ya sé que nosotros no creemos en fantasmas —dijo Alex—. Pero esto no me gusta. Es… es escalofriante.

Tío Marv rompió el silencio desde el otro lado del círculo.

—Hay una bonita niebla esta noche —comentó—. Pongámonos todos de pie y cantemos la canción del campamento Spirit Moon.

Alex y yo ya estábamos de pie. El resto de campistas y monitores obedecieron y se levantaron.

Sus rostros pálidos brillaban en la oscuridad.

Me froté las manos, frías y húmedas y me sequé la frente con la camiseta.

En cuanto tío Marv empezó a cantar, aquella bruma fue espesándose y oscureciéndose cada vez más. Todos le imitaron. Alex empezó a cantar a mi lado, esta vez con más suavidad.

La espesa niebla amortiguaba nuestras voces. Incluso la profunda voz de tío Marv se oía muy lejana y sofocada.

Yo también intenté cantar, pero no me sabía la letra. Mi propia voz sonaba quebrada y débil.

Mientras escrutaba entre la niebla, las voces se fueron apagando. Aunque todos cantaban, el sonido desaparecía en la niebla.

Finalmente, dejaron de oírse todas y cada una de las voces. Todas, menos la de Alex.

Se diría que era el único que seguía cantando, con su voz pura y suave, a mi lado, en la oscuridad.

Luego, también Alex cesó de cantar.

Entonces, la nube se desvaneció y el oscuro manto se elevó.

De nuevo la luna volvió a iluminarnos con su luz plateada.

Alex y yo miramos a nuestro alrededor sorprendidos.

No había nadie más.

Estábamos completamente solos. Éramos los únicos que permanecíamos ante la hoguera medio apagada.