Me puse en pie de un salto.
—¡Tu mano! —grité.
Tenía la mano envuelta en llamas amarillas que inmediatamente se extendieron por el brazo.
Lucy me alcanzó el perrito caliente.
—Aquí tienes —dijo muy tranquila.
—Pero… ¡tu mano! —volví a gritar, boquiabierto y horrorizado.
Las llamas iban quemando lentamente su piel blanca.
Lucy bajó la mirada y se miró el brazo confundida. Como si no entendiera por qué estaba yo tan asustado.
—¡Eh! —gritó finalmente. Abrió los ojos—. ¡Uau! ¡Cómo quema! —exclamó.
Agitó la mano con vigor hasta que se apagaron las llamas.
Luego se echó a reír.
—Al menos he rescatado tu perrito caliente. ¡Espero que a ti también te guste muy hecho!
—Pero, pero… —balbuceé. Miré sorprendido su mano y su brazo. Las llamas se habían extendido por toda la piel. Pero no tenía ninguna quemadura, ninguna señal.
—Los bollos están ahí —dijo—. ¿Quieres patatas fritas?
Yo seguía mirándole la mano, sorprendido.
—¿Hay alguna enfermera por aquí? —pregunté.
Se frotó el brazo y la muñeca.
—No. Estoy bien. De verdad. —Movió los dedos—. ¿Ves?
—Pero el fuego…
—Vamos, Harry. —Me empujó hacia la mesa de la comida—. Las actividades alrededor de la hoguera están a punto de empezar.
En la mesa tropecé con Alex. Seguía con aquel chico rubio bajito.
—Ya tengo un amigo —anunció. Tenía la boca llena de patatas fritas—. Se llama Elvis. Increíble, ¿no? Elvis McGraw. Está en nuestra cabaña.
—Genial —murmuré. No podía olvidar la imagen de las llamas subiendo y bajando por el brazo de Lucy.
—Este campamento es estupendo —continuó—. Elvis y yo vamos a apuntarnos al festival de talentos y al musical.
—Genial —repetí.
Cogí un panecillo y me serví algunas patatas fritas en el plato. Luego busqué a Lucy. La vi hablando con un grupo de chicas cerca del fuego.
—¡Eeeh, Spirits! —saltó una voz. Era imposible no reconocer ese grito. Tenía que ser tío Marv.
—¡Poneos todos alrededor del fuego! —ordenó—. ¡Deprisa!
Con los platos y las latas de refresco en las manos, todos corrieron a formar un círculo alrededor del fuego.
Las chicas se sentaron a un lado y los chicos al otro. Supuse que a cada alojamiento le correspondía un lugar determinado.
Tío Marv nos llevó a Alex y a mí al centro del círculo.
—¡Eeeh, Spirits! —volvió a gritar, tan alto que el fuego tembló.
Todos repitieron el grito y saludaron.
—Empezaremos cantando el himno del campamento —anunció él.
Todos se pusieron en pie. Tío Marv empezó a cantar y enseguida todos se unieron a él.
Yo traté de cantar con ellos, pero evidentemente no me sabía la letra ni la música.
La canción repetía todo el rato la misma frase: «Tenemos espíritu y el espíritu nos tiene a nosotros».
Yo no acababa de entenderlo. Pero me pareció que no estaba mal.
Era una canción muy larga. Tenía muchas estrofas. Y siempre acababan con «Tenemos espíritu y el espíritu nos tiene a nosotros».
Alex cantaba a pleno pulmón. ¡Qué presumido! Él tampoco se sabía la letra. Pero se la inventaba. Y cantaba tan alto como podía.
Mi hermano está muy orgulloso de su bonita voz y de su tono perfecto. En cuanto tiene una oportunidad, hace una demostración.
Observé al chico que estaba a su lado. Su nuevo amigo, Elvis, tenía la cabeza inclinada hacia atrás y la boca muy abierta. Él también cantaba a pleno pulmón.
Creo que Alex y Elvis estaban haciendo una especie de competición. ¡A ver quién conseguía hacer caer las hojas de los árboles!
¿El problema? ¡Elvis era un pésimo cantante!
Tenía la voz aguda y estridente. Y desafinaba.
Como diría mi padre: «¡No podría entonar dos notas seguidas!».
Quise taparme los oídos. Pero yo también trataba de cantar con ellos.
No era fácil teniéndolos a los dos a mi lado. Alex cantaba en voz tan alta que tenía las venas del cuello hinchadas.
Elvis trataba de ahogar la voz de Alex con sus horribles y desafinados graznidos.
Me ardía la cara.
Al principio creí que era por el calor que desprendía la hoguera. Pero luego me di cuenta de que me estaba ruborizando.
Sentía vergüenza ajena por Alex. Mira que presumir de aquella manera en su primera noche en el campamento…
Tío Marv no estaba mirando. Se había ido hacia el lado de las chicas, cantando mientras andaba hacia allí.
Me volví sigilosamente y me aparté un poco de la hoguera.
Me sentía muy violento en aquel lugar. «En cuanto acabe la canción volveré a mi sitio», decidí.
No soportaba estar allá sentado viendo a mi hermano comportándose como un completo idiota haciendo el ridículo.
La canción del campamento continuó. Todos cantaban «Tenemos espíritu y el espíritu nos tiene a nosotros».
«¿Es que no se acaba nunca esta canción?», me pregunté. Me retiré un poco, hacia los árboles. En cuanto me aparté del fuego sentí frío.
Incluso desde allí atrás podía oír a Alex cantando con todas sus fuerzas.
«Tengo que hablar con él —me dije a mí mismo—. Tengo que decirle que no está bien presumir de esta manera».
—¡Oh! —exclamé al notar un golpecito en la espalda.
Alguien me agarró por detrás.
—¡Eh! —Me di la vuelta y me encaré hacia los árboles. Escudriñé entre la oscuridad.
—¡Lucy! ¿Qué estás haciendo aquí detrás? —le pregunté.
—Ayúdame, Harry —rogó en un susurro—. Tienes que ayudarme.