Alex tenía la bolsa abierta sobre la litera inferior y estaba sacando sus cosas.

—¿Qué te pasa Harry? —preguntó sin darse la vuelta.

—Es una especie de baba azul —contesté—. Mira. Hay charcos por todo el suelo.

—Ya ves —murmuró Alex. Se volvió y echó un vistazo al líquido azul pegado a mi zapatilla—. Debe de ser una tradición del campamento —bromeó.

—No tiene gracia. ¡Ecs! —exclamé. Me agaché y toqué con un dedo el charquito.

—¡Está helado!

La baba azul estaba muy fría.

Retiré la mano, sorprendido.

El frío se extendió por todo mi brazo. Agité la mano con fuerza y me la froté, tratando de que entrara en calor.

—Qué raro —murmuré.

Evidentemente, las cosas empeoraron… a toda velocidad.

—¡Es la hora del fuego de acampada!

El grito de tío Marv a través de la puerta de cristal sacudió nuestra cabaña.

Alex y yo nos dimos la vuelta para mirar hacia la puerta. Habíamos tardado mucho en sacar nuestras cosas de las bolsas. Me sorprendí al comprobar que el sol ya se había puesto. El cielo tenía el tono gris del atardecer.

—Todos os están esperando —anunció tío Marv. Una sonrisa alegre se dibujó en su rostro, escondiendo prácticamente sus diminutos ojos—. A todos nos encanta la fogata de bienvenida.

Alex y yo le seguimos al exterior. Respiré profundamente. El aire era fresco y olía a pino.

—¡Uau! —gritó Alex.

El fuego de campamento ya ardía. Las llamas naranjas y amarillas saltaban hacia el cielo gris.

Seguimos a tío Marv hasta la explanada circular donde habían encendido el fuego. Allí vimos por primera vez a todos los campistas y monitores.

Estaban sentados alrededor del fuego, frente a nosotros. Mirándonos.

—¡Todos van vestidos iguales! —exclamé.

—Es el uniforme del campamento —explicó tío Marv—. Después del fuego de campamento os daré vuestros uniformes.

A medida que Alex y yo íbamos acercándonos al círculo, los campistas y monitores iban poniéndose en pie. Un ensordecedor ¡EEEH, SPIRITS! provocó que los árboles se agitaran. Luego, un centenar de saludos de nariz con la mano izquierda nos dieron la bienvenida.

Nosotros devolvimos el saludo.

Chris, el monitor pelirrojo, apareció a nuestra espalda.

—Bienvenidos, muchachos —dijo—. Vamos a hacer perritos calientes en el fuego antes de empezar las actividades alrededor de la hoguera. Así que coged un pincho y un perrito caliente del centro de la mesa y uníos a nosotros.

El resto de los chicos ya estaban alineados frente a la larga mesa llena de comida. Había una fuente enorme de perritos calientes crudos justo en el centro.

Mientras me acercaba a toda prisa para ponerme en la fila, varios chicos me saludaron.

—Estás en mi cabaña —dijo un chico alto de cabellera rubia y rizada—. ¡Es la mejor!

—¡La cabaña número siete es la que manda! —añadió una chica gritando.

—Este campamento es estupendo —apuntó el chico que tenía enfrente—. Te lo pasarás en grande, Harry.

Parecían ser chicos muy agradables. Más adelante, un chico y una chica se estaban empujando medio en broma, tratando cada uno de apartar al otro de la fila. Algunos chicos empezaron a animarles.

El fuego crepitaba detrás de mí. La luz naranja que desprendían las llamas danzaba sobre las camisetas y pantalones cortos blancos que todos llevaban.

Me sentí un poco extraño al no ir vestido de blanco. Yo llevaba una camiseta verde oliva y unos pantalones vaqueros descoloridos. Me pregunté si Alex se sentía también raro.

Me volví y le busqué en la fila. Estaba detrás de mí, hablando animadamente con un chico rubio bajito. Me alegré de ver que había hecho un amigo tan pronto.

Dos de los monitores repartían los perritos calientes. De pronto me di cuenta de que estaba hambriento. Mamá nos había preparado unos bocadillos a Alex y a mí para que nos los comiéramos en el autobús, pero estábamos demasiado nerviosos y excitados para ello.

Cogí el perrito caliente y me volví hacia el crepitante fuego. Ya había algunos chicos apiñados alrededor de la hoguera, acercando los perritos calientes a las llamas con un pincho.

«¿Dónde estarán los pinchos?», me pregunté, y eché una ojeada a mi alrededor.

—Los pinchos están ahí —anunció una chica a mi espalda, como si hubiera leído mis pensamientos.

Al volverme vi a una muchacha aproximadamente de mi edad, vestida de blanco, por supuesto. Era muy guapa; tenía los ojos negros y una cabellera negra muy brillante recogida en una coleta que le caía sobre la espalda. Tenía la piel tan pálida que los ojos parecían brillarle.

Me sonrió.

—Los chicos nuevos nunca encuentran los pinchos —aseguró. Me condujo hasta un montón de pinchos colocados junto a un pino muy alto. Cogió dos y me alcanzó uno a mí.

—Tú eres Harry, ¿no? —preguntó. Para ser una chica, tenía una voz muy profunda y ronca. Como si todo el rato susurrara.

—Sí, Harry Altman —contesté.

De repente me sentí muy tímido. No sé por qué. Me aparté un poco y hundí el extremo del pincho en el perrito.

—Yo me llamo Lucy —se presentó, y echó a andar hacia los chicos que se apiñaban alrededor del fuego.

La seguí. Los rostros de los chicos aparecían iluminados en tonos naranjas y amarillos por el fuego. El aroma que desprendían los perritos calientes al asarse hizo que me sintiera aún más hambriento.

Había un grupito de cuatro chicas que se reían por algo. Vi a un chico comiéndose su perrito caliente directamente del pincho.

—¡Qué bruto! —exclamó Lucy poniendo cara de asco—. Vayámonos de aquí.

Me condujo hacia el otro lado de la hoguera. Algo estalló en el fuego. Sonó como si hubiera explotado un petardo. Los dos nos sobresaltamos. Lucy se rió.

Nos sentamos sobre el césped, alzamos los largos pinchos y acercamos nuestros perritos calientes a las llamas. El fuego crepitaba y me calentaba el rostro.

—A mí me gusta muy hecho —comentó Lucy. Giró su pincho y lo acercó más a las llamas—. Me encanta que sepa un poco a quemado. ¿Y a ti cómo te gusta?

Abrí la boca con la intención de contestar, pero mi salchicha se desprendió del pincho.

—¡Oh, no! —grité. Observé cómo caía sobre la alfombra de brasas al rojo vivo en el interior de la hoguera.

Me volví hacia Lucy. Ella, para mi sorpresa, y horror, se inclinó hacia delante y metió la mano en el fuego.

Cogió mi perrito caliente de entre las abrasadoras cenizas y lo levantó.