—¿Dónde está todo el mundo? —pregunté mientras recorría todas las cabañas con la mirada. No se veía a nadie.

Eché una ojeada al lago, por detrás de las cabañas.

Dos pequeños pájaros negros planearon sobre la brillante superficie del agua. No había nadie nadando por allí.

Volví a mirar hacia los bosques que rodeaban el campamento. El sol del atardecer comenzaba a esconderse tras los pinos. Ni rastro de los campistas en el bosque.

—Quizá nos hemos equivocado de sitio —dijo Alex tímidamente.

—¿Qué? ¿Que nos hemos equivocado de sitio? —Apunté hacia la señal—. ¿Cómo vamos a habernos equivocado? Allí pone campamento Spirit Moon, ¿no?

—Quizá se han ido todos de excursión al campo o algo así —sugirió Alex.

Puse los ojos en blanco.

—¿Acaso no sabes nada acerca de campamentos? —pregunté bruscamente—. En los campamentos no se hacen excursiones. ¡No hay a dónde ir!

—¡No es necesario que me grites! —se quejó mi hermano.

—Entonces deja ya de decir estupideces —contesté enfadado—. Estamos solos en medio del bosque en un campamento vacío. Debemos pensar con claridad.

—Quizás estén todos en aquel gran edificio de piedra de allí —apuntó Alex—. Vayamos a ver.

No vi signo alguno de vida allí, ningún movimiento. El campamento estaba completamente tranquilo e inmóvil, parecía una fotografía.

—Sí, vayamos —contesté—. Será mejor que lo comprobemos.

Todavía nos encontrábamos a mitad de la colina, siguiendo el camino que atravesaba el laberinto de pinos, cuando de pronto oímos un grito que nos hizo detener y quedarnos boquiabiertos, muy sorprendidos.

—¡Eh! ¡Vosotros! ¡Esperad!

Detrás de nosotros apareció un chico pelirrojo que llevaba unos pantalones cortos de tenis blancos y una camiseta también blanca. Aparentaba unos dieciséis o diecisiete años.

—¡Eh! ¿De dónde sales? —grité. El chico me había asustado de verdad. Alex y yo estábamos completamente solos y, de pronto, aparece ese tipo pelirrojo con una sonrisa burlona dibujada en el rostro.

El chico señaló hacia el bosque.

—Estaba recogiendo leña —explicó—. He perdido la noción del tiempo.

—¿Eres un monitor? —pregunté.

Se secó el sudor de la frente con la parte delantera de la camiseta.

—Sí. Me llamo Chris. Vosotros sois Harry y Alex, ¿no?

Asentimos con un movimiento de cabeza.

—Siento llegar tan tarde —se disculpó Chris—. No estaríais preocupados, ¿no?

—Desde luego que no —contesté rápidamente.

—Harry tenía un poco de miedo. Pero yo no —dijo Alex. A veces, mi hermano se pone muy pesado.

—¿Dónde está todo el mundo? —le pregunté a Chris—. No hemos visto ningún campista, ni ningún monitor…

—Se han ido todos —contestó Chris. Hizo un movimiento triste con la cabeza. Cuando volvió a mirarnos a Alex y a mí tenía una expresión asustada en el rostro.

—Nosotros tres… estamos solos —concluyó con voz temblorosa.