Anna se removió, incómoda, en su butaca, como si el mullido tejido que la acogía estuviera invadido por molestos pinchos diminutos. Llevaba varias horas frente a la pantalla y se hacía tarde. Se había instalado un atisbo de culpabilidad en algún plano secundario de su cerebro, continuo y persistente, casi como el murmullo de un vagón eléctrico; tenía tareas que hacer, pero no podía abandonar la sala de chat. El canal se había convertido en una adicción, los datos acerca de su sueño se sucedían casi atropellados, conforme los otros usuarios recordaban pequeños detalles, minucias que podrían aportar algo, lo que fuera, sobre el misterio de la chica morena; se barajaban teorías y se hablaba de distintos planes de acción en el caso de que al fin descubrieran algo. Ya eran cinco los que aseguraban haber soñado con aquella muchacha fascinante y sus mariposas. Sus encuentros solían ser como un serial de la red: un problema que parecía acercarse a una solución pero que, en realidad, no hacía más que complicarse más y más. Anna comenzaba a entender el atractivo de aquellos programas, de los que hasta ahora se había burlado. Volvió a intentar acomodarse en el sillón y releyó las últimas frases en pantalla. Escribió en la consola:
>Anna: Estamos igual que siempre. Vamos de callejón sin salida a callejón sin salida.
>Davos: ¿Y si al final estamos dando vueltas a todo esto para nada? ¿Y si al final resulta que todo no es más que un fallo del sistema? Puede que todo sea una gran casualidad. Una casualidad muy llamativa, sí, pero no lo veo imposible.
Davos era el último que se había unido al canal. Había aparecido esa misma mañana y según dijo había soñado que la joven morena lo besaba en una montaña rusa chirriante mientras cientos de mariposas volaban a su alrededor.
>Samael: Ya os he contado lo que sucedió cuando aislé la nube. No es un fallo. Es un mensaje de auxilio.
>Vito: Yo estoy con Samael. Es una petición de ayuda, lo tengo clarísimo.
>Anna: Puede que Davos tenga razón. No sabemos si es un mensaje, y mucho menos si es una llamada de socorro. Los sueños pueden ser mil cosas; a lo mejor vuestro subconsciente solo lo interpretó así, como alguien que pedía ayuda.
>Samael: ¿Nuestro subconsciente? ¿Quieres decir que hay una parte de mí que necesita salir a rescatar a damiselas en apuros?
«¿Y una parte de mí que quiere besar a chicas morenas?», se preguntó Anna, callada e inmóvil, con los dedos tensos sobre la consola. La música que solía poner de fondo en sus sesiones de chat, a pesar de pertenecer a su lista de reproducción favorita, comenzaba a resultarle irritante.
>Dominó: No creo que sea tan sencillo. Cada uno de nosotros es diferente e interpreta de forma distinta las imágenes que nos ofrece el sueño. A mí esa chica no me pidió nada, pero sí tuve la sensación de que estaba en apuros y que necesitaba ayuda, o por lo menos llamar nuestra atención. Eso lo hemos experimentado todos.
>SamSagaz: Yo no. Yo no soy más que vuestro anfitrión de canales oscuros y guía por senderos poco recomendables. Gracias a los dioses de la red, no participo de vuestro enamoramiento en masa.
>Dominó: Vale, todos menos SamSagaz. Los demás hemos visto a la misma chica y hemos tenido, de una forma u otra, la urgencia de averiguar más sobre ella, de investigar… Eso no pasa con los sueños normales.
>SamSagaz: Dominó tiene razón. Es una situación extraordinaria. No es tanta casualidad soñar con elementos comunes, al fin y al cabo son creaciones de la red que se programan y reutilizan una y otra vez. Lo que me parece extrañísimo es que os haya impactado tanto a nivel emocional. Estáis todos obsesionados con ella. Tal vez sea porque es la tía más buenorra que se haya diseñado jamás, en cuyo caso debemos encontrar al artesano involucrado y darle las gracias.
>Samael: No es ese tipo de sueño, SamSagaz. Y agradecería que te lo tomaras un poco más en serio.
Anna suspiró. A pesar de la emoción inicial de conocer a personas que habían vivido la misma experiencia que ella, Samael no terminaba de caerle bien. Los demás eran chicos agradables, tranquilos (o no tan tranquilos, como en el caso de Sammy), pero Samael irradiaba, aun a través de los canales virtuales, cierta intensidad que le resultaba molesta. Parecía como si el haber analizado el sueño lo hiciera creerse con derecho a decirles a todos lo que tenían que hacer; se mostraba además muy susceptible ante cualquier comentario relacionado con la chica morena. No había duda de que todos se sentían, de una manera u otra, atraídos por ella, pero tal vez Samael era más… ¿cómo definirlo? ¿Más posesivo? En todo lo relacionado con la joven del colgante de mariposa, Anna había intentado mostrarse distante y objetiva, pero en cierto modo se sentía identificada con el apego de Samael; a lo mejor por eso tratar con él resultaba tan difícil, tal vez le recordaba su propia intensidad y celo. Los cuatro chicos (que, por lo menos en el canal, se definían como masculinos) habían recibido, al igual que Anna, el beso de la joven, pero ella había preferido no decir nada al respecto, sin confirmar ni negar haber tenido una experiencia similar. Su propia actitud la desconcertaba. ¿Por qué lo ocultaba? ¿Se avergonzaba de algo que había sido mágico, maravilloso? ¿Se negaba a compartir con otros aquello que la había hecho sentirse única, especial? Podría ser que se sintiera ofendida, tal vez envidiosa, por ese beso común, y quería que para ella siguiera siendo diferente, privado, solo suyo, como si la chica de su sueño fuese una chica diferente a la de los sueños de los demás.
Tras una breve pausa, Samael intervino de nuevo:
>Samael: Hay otra cosa. Algo que he recordado esta mañana, no sé si será importante o una tontería, pero creo que es necesario que pongamos en común todos los detalles de nuestros sueños. ¿Recordáis que os conté que en el mío había un castillo?
>Davos: El castillo, sí, claro.
>Samael: En cada torre había un estandarte, todos con el mismo emblema.
>Vito: ¿Un emblema? ¿Cuál?
>Samael: Puedo dibujarlo, pero no me atrevo a enviar archivos por aquí.
Anna se impacientaba. Los demás no parecían molestos con la personalidad dominante de Samael, y Vito parecía impresionado por sus conocimientos. Le intrigaba que Samael tuviera acceso a un equipo que le permitiera analizar sueños, y la sensación de que estaban jugando en un terreno no del todo legal le producía desazón.
>SamSagaz: Podrías encriptar el archivo. Esta red es segura.
>Vito: ¡No! ¡No te arriesgues! ¡Es más fácil seguirle el rastro a un archivo que a una conversación en estos canales!
>Samael: Para que os hagáis una idea… Imaginad una equis. Ahora ponedle un círculo en el centro, justo donde se cruzan las aspas; ese círculo además está atravesado por una línea horizontal. No es exactamente así, pero sirve para que os lo imaginéis.
>Anna: ¿La equis tiene dos puntos encima, uno sobre cada aspa?
Su propia pregunta la desconcertó. Se dio cuenta, en el mismo momento en que sus dedos formaban las palabras que aparecían en la pantalla, de que se había encontrado con ese símbolo antes.
>Samael: ¡Sí! ¿Cómo lo sabes? ¿Dónde lo has visto?
Anna tardó en contestar. Daba vueltas a algo que tenía en la punta de la lengua, o tal vez en alguna carpeta de su memoria casi visible, con el nombre borroso.
>Anna: No lo sé. No lo recuerdo, pero lo he visto antes.
>Samael: ¿Estás segura?
>Anna: Segurísima.
>Davos: Piénsalo, Anna, a ver si recuerdas dónde. Esa podría ser la clave que estamos buscando.
Anna cerró los ojos. ¿Dónde había visto ese símbolo? ¿Dónde? Se frotó las sienes, como si con aquel gesto pudiera agilizar la velocidad de su pensamiento. Cambió la formulación de la pregunta: ¿cuándo y dónde había visto ella muchos símbolos que habían llamado su atención? Lo recordó al cabo de unos instantes.
—Mamá —murmuró, incrédula.
Le costó un largo minuto recuperar la suficiente presencia de ánimo como para volver a teclear en el chat:
>Anna: Tengo algo, pero prefiero callarme hasta que lo compruebe.
>Dominó: ¿No puedes decirnos nada? ¡No nos dejes así!
Anna cerró el canal. Necesitaba una pausa, un espacio para pensar. Su madre no estaba en casa, pero sabía que no tardaría en llegar; los latidos acelerados de su corazón se asemejaban a los tacones que imaginaba ya por el pasillo, y, casi sin pensarlo, abrió la ventana de ecuaciones en las que había estado trabajando durante la lección de aquella misma mañana, como si su madre pudiera estar a punto de abrir la puerta y pillarla en mitad de aquella extraña conspiración. Al apagarse la música que acompañaba al programa de chat, se hizo el silencio y permaneció inmóvil, a la espera, mientras su cabeza trabajaba a trompicones.
Sintió cierto regusto amargo al recordar dónde había visto el símbolo del que hablaba Samael. Lo había encontrado la tarde en que usó el decodificador de su madre para entrar en su consola y descubrir el catálogo de maridos potenciales con los que Cordelia barajaba casarla. Aunque aquel fue el descubrimiento que marcó su tarde de espía (un descubrimiento tan desagradable que no volvió a acercarse a la consola de Cordelia), no pudo evitar fijarse en la gran cantidad de carpetas privadas que poblaban el escritorio de su madre, todas identificadas con símbolos extraños, la mayoría meros garabatos sin sentido. Y entre ellos estaba el símbolo del aspa con un círculo en el centro, atravesada por una línea horizontal y coronada por dos puntos. El logo del sueño de Samael.
Necesitaba acceder de nuevo al decodificador de su madre. Y no sería complicado: tras más de un susto al creer que lo había perdido, había hecho una copia que guardaba como si fuera algún tesoro estrambótico en una jarrita en su habitación. De nuevo le temblaron las manos, de forma casi imperceptible. Inspiró con lentitud y expulsó luego el aire de golpe, emocionada como pocas veces antes lo había estado.
Era ahora o nunca. Debía actuar.
Entró en el cuarto de Cordelia como había entrado mil veces, pero hoy se sentía una intrusa, una ladrona en su propio hogar. Fue una sensación tan desagradable que estuvo tentada de abandonar, pero entonces recordó que su madre estaba manipulando sus sueños, leyendo sus conversaciones privadas (¡menos mal que a las más recientes no tenía acceso!), y todo remordimiento desapareció. La copia del decodificador estaba donde debía. La cogió con renuencia, como si fuera un insecto repugnante o algo que pudiera estallar en cualquier momento; una vez que lo tuvo en su poder, no le costó ningún trabajo acceder a la consola de su madre; las carpetas estaban donde recordaba, aunque su número era mayor de lo que había esperado. Y en una de ellas lucía, siniestro, el símbolo de Samael. Entró en la carpeta: estaba llena de archivos y documentos y, en grandes mayúsculas, aparecía sobre ellos un título ominoso. PROYECTO ONIRIA. CONFIDENCIAL: NIVELES 8 Y SUPERIORES. Aguantó el aliento unos segundos. Sabía que su madre tenía un estatus de peso en la jerarquía del departamento, pero… ¿tanto como para trabajar con proyectos tan sensibles? Durante un par de minutos permaneció inmóvil, sin saber qué hacer. Su curiosidad la impelía a seguir leyendo, pero por otro lado la sensación de desobediencia, de salirse del marco de lo aceptable, la angustiaba. Leer cualquier documento de esa carpeta sin tener el nivel adecuado era ilegal. Podrían enviarla a un campo de trabajo solo por abrir uno de ellos. Pero estaba segura de que el logotipo era el símbolo que buscaban, y de alguna manera ese proyecto tenía que estar relacionado con la chica del sueño. ¿Cómo no seguir adelante? Fue examinando los documentos con prisa, absorta por completo en algo que parecía formar parte de una película de espías a la vieja usanza, de esas que tanto le gustaban a Sammy, repletas de extrañas conspiraciones. Aunque los archivos carecían de información detallada, el Proyecto Oniria parecía estar relacionado con las zonas muertas, aquellas que tras la guerra habían quedado afectadas por la radiación y que el Departamento de Recuperación del Espacio se encargaba de intentar restaurar. Por lo que apuntaban los documentos, parecía que se llevaba a cabo algún tipo de actividad gubernamental en un centro establecido en la zona 45G. Los archivos eran sobre todo hojas de pedidos, solicitudes firmadas por su madre que indicaban qué se necesitaba en dicho centro, listas largas que incluían desde equipo médico a productos de limpieza o mobiliario. Su madre se encargaba de suministrar con todo lo necesario a los equipos antirradiación de las zonas muertas, era parte de su trabajo, pero aquí todo se salía de lo normal. El equipo médico, por ejemplo, iba mucho más allá de un botiquín de primeros auxilios para los operarios: ¿para qué querrían estos una caja de doscientas jeringas o varios bidones de suero nutricional?
Suspiró, no podía seguir arriesgándose, no quería ni pensar qué podía suceder si su madre intentaba conectarse desde el trabajo a su consola y descubría que ya había alguien dentro de ella, por no hablar de lo que podría ocurrir si entrase en ese momento, de regreso al domicilio. Tenía lo más importante: una serie de coordenadas que se repetía una y otra vez en los documentos que había abierto. Con la escasa calma que le permitía la situación, apagó la consola, dejó el decodificador donde lo había encontrado y regresó a su dormitorio.
Apenas encendió su consola se lanzó de nuevo a la red pirata. «Por favor, que estén conectados, que estén conectados», se decía, una y otra vez, mientras comenzaban a aparecer en pantalla las listas de canales de los servidores disponibles.
Anna está conectada. Anna se suma al canal 31706H.
>Anna: ¿Hola?
Miró, esperanzada, la lista de contactos conectados. Tanto SamSagaz como Dominó y Samael permanecían en línea.
>Anna: ¿Hola? Tengo algo.
>SamSagaz: ¡Hola, Anna!
>Samael: ¿Qué es lo que tienes?
>Anna: El logo. El símbolo. Ya sé de qué me sonaba. Lo había visto antes.
>Dominó: ¿Dónde?
>Anna: Bueno, eso es privado. Por ahora. Lo que sí puedo deciros es que se trata del logo de un proyecto del Gobierno. Sam, ¿seguro que este canal está encriptado?
>SamSagaz: Segurísimo, toda la información está cerrada para cualquiera que no disponga de acceso a esta red y a todas las contraseñas correspondientes.
>Anna: Más nos vale, porque lo que voy a contaros es confidencial.
>Samael: Venga, no hay riesgo alguno.
>Anna: Es el logo de un proyecto que se desarrolla en la zona 45G.
Durante unos segundos nadie escribió nada. Se los imaginó a todos concentrados, buscando información sobre aquella área en las redes.
>SamSagaz: Es una zona muerta.
>Anna: Lo sé.
Comenzó a teclear la siguiente línea de texto, pero Samael la interrumpió.
>Samael: El Valle de las Mariposas.
>Anna: ¿De qué hablas?
>Samael: La zona 45G. Está entre dos montañas. Antes había un pequeño centro zoológico justo en el cruce de colinas, con uno de los mariposarios más importantes del mundo. Mi abuelo me hablaba a veces de ese sitio. Antes de la guerra esa zona se llamaba el Valle de las Mariposas.
De nuevo se produjo un intenso silencio virtual. No hubo ningún mensaje en pantalla durante largo rato.
>SamSagaz: Así que mariposas. Demasiada coincidencia, ¿no creéis, chicos?