—¿SABE ALGUIEN de este salón? —averiguó Thomas, bajando por delante el tramo de escalones.
—Nadie —contestó Qurong ásperamente—. Mantén la mirada al frente.
—He tenido muchas oportunidades de eliminarte, si tuviera alguna intención de hacer eso.
—No tengas tan alto concepto de ti mismo.
—Has bajado la guardia una docena de veces. Sabes que no tengo deseos de hacerte daño. Eso no solo está contra mi naturaleza, sino contra la de Chelise. Silencio.
—Ella sabe —reveló Qurong.
—¿De este sitio?
—Se lo mostré cuando se interesó muchísimo en la lectura. Pero eso fue antes de que yo trajera esos libros de los que hablas.
La luz de la antorcha de Thomas irradiaba un brillo titilante sobre las escaleras de piedra. Los dos hombres llegaron a un pequeño atrio cerrado por una puerta de madera.
—Adentro.
—¿Cómo te las arreglaste para construir esto sin que alguien lo supiera? —curioseó Thomas, empujando la ancha puerta.
—Ya estaba aquí.
—¿De veras?
—Los túneles y las cuevas estaban aquí. Alguna clase de nido… de shataikis, que yo sepa. Ba’al me dice que ellos tienen un apetito voraz por los libros.
—Naturalmente. Intentan crear su propia historia torciendo la voluntad de todos los hombres como torcieron la de ustedes.
Qurong refunfuñó y dirigió a Thomas hacia la derecha, dentro de uno de los cinco túneles más allá de la puerta. El vacío pasaje parecía tan antiguo como el mundo, tallado en la roca. Pero bastante recto. Caminaron veinte pasos antes de volver a girar a la derecha, atravesar otra puerta de madera y entrar a lo que parecía ser una biblioteca.
Había libros viejos sobre una mesa redonda en el centro. Estantes a lo largo del muro derecho. Un escritorio a la izquierda. Thomas estaba a punto de preguntar si era aquí, cuando un brillo iluminó el salón. Qurong había encendido una segunda antorcha sobre la pared.
Había cuatro sillas alrededor de la mesa, y más allá un sofá con acolchados cojines de seda. Aquí había todo lo que podría anhelar un lector absorto en estudiar, incluyendo una jarra con agua, un tazón de frutas y hasta una chimenea.
—¿Estaba esto aquí?
—Como dije, la cueva estaba aquí. Es mi único escape de la mirada curiosa del siniestro sacerdote. Él tiene criados en las paredes.
Al menos una de las estanterías estaba repleta con volúmenes de los libros de historias. Pero las hordas no podían leerlos; Thomas había averiguado eso mucho tiempo atrás. Los albinos interpretaban las palabras con perfecta claridad, pero la enfermedad de las costras convertía esta verdad en tontería en las mentes de las hordas. Sus escribas estaban obsesionados con escribir su propia historia en libros encuadernados comunes y corrientes, una manera de legitimar su incapacidad de leer los libros de historias.
Todo el mundo deseaba crear su propia historia. No había nada tan poderoso como la palabra escrita; la historia les había enseñado eso.
—¿Puedes leer los libros de historias? —inquirió Thomas para estar seguro.
—Nadie puede hacerlo.
—Los albinos sí.
—Eso es mentira —contestó escuetamente Qurong.
No había manera de demostrar lo contrario. Thomas podría sencillamente fingir con mucha facilidad que leía los libros, y Qurong nunca sabría la diferencia. Tal era la naturaleza de la religión, empleada por el hombre para controlar las masas.
—Pero no bajamos aquí para que pudieras admirar mi biblioteca —concluyó Qurong yendo hacia el escritorio—. Tú afirmas que por medio de esos libros me puedes dar lo que necesito para destruir a mis enemigos.
El líder de las hordas abrió un cajón y sacó una bolsa de lona atada con una cuerda. Deshizo el nudo y tomo coloridos libros de historias, uno por uno, poniéndolos sobre el escritorio. Seis de ellos. Cada uno encuadernado en diferente color.
—Así que muéstrame —expresó Qurong mirándolo.
—¿Puedo? —preguntó Thomas caminando hasta el escritorio y alargando la mano hacia los libros.
—Uno. Y solo uno.
—Por supuesto.
Levantó el libro verde. Todos estaban atados con viejos cueros grabados en relieve con los mismos anillos concéntricos, el símbolo de la plenitud. La marca de Elyon. El círculo.
—¿Has abierto estos? —inquirió Thomas recorriendo el símbolo con el dedo.
—Están vacíos.
¡En blanco! Pero Michal había dicho que estos eran una llave tanto para el tiempo como para las reglas que gobernaban los otros libros en blanco.
Thomas levantó la portada. La página estaba anegada en sangre. Había sido usado. El corazón de Thomas le palpitó ante la perspectiva de entrar.
—Préstame el cuchillo.
—No seas tonto.
—¿Quieres hacer esto o no? —replicó bruscamente Thomas.
Entonces consideró una posibilidad que lo hizo especular. ¿Y si él desapareciera dentro del otro mundo sin los libros? ¿Cómo haría para regresar alguna vez? No concebía ir sin saber que volvería a Chelise y al círculo. A Samuel. A Jake.
Michal casi había exigido que los usara. Así que lo haría.
—¿Tienes una cuerda?
—¿Para qué?
—Confía en mí. Una cuerda.
Qurong lo miró, luego de un costado del escritorio extrajo un pedazo de rollo y se lo lanzó.
—Ahora estoy relegado a confiar en el peor de mis enemigos —manifestó.
—No seas terco, viejo. No tengo en mente hacerte ningún daño. Estamos juntos en esto.
—¿Y simplemente a qué estamos expuestos?
Thomas ató juntos cuatro de los libros con la portada abierta para mostrar la primera página manchada con sangre. Luego se los ató al brazo.
—Necesito tu cuchillo. Créeme, si esto funciona te va a encantar…
—¡No! —gritó Qurong bajando bruscamente la mano sobre los libros, inmovilizándolos sobre el escritorio—. ¡Basta de confiar!
Quizás Thomas había sido demasiado presuroso, así que levantó ambas manos para tranquilizar al hombre.
—Cálmate. Creí que ya lo había explicado. Estos libros destraban el tiempo. Tú y yo podemos desaparecer —expuso, y chasqueó los dedos—, y despertar en otro mundo donde todo se te clarificará.
—Suponiendo que esta tontería es cierta, ¿de qué verdad hablas? ¿Cómo salvará esto a las hordas?
—No puedo explicarlo. Tendrás que… confiar en mí. El mundo se aclarará en maneras que nunca has imaginado. Piensa en eso como un regalo, uno que podrá salvar mucho más de lo que tú…
—¿Así sin más? —refunfuñó Qurong—. ¿Solo «confía en mí»? Yo soy el comandante supremo del reino de las hordas, y gobierno todo el mundo conocido. ¡No soy un criado tuyo ni de Ba’al, ni de cualquier otra criatura viva para que se juegue conmigo!
La ansiedad de Thomas era en parte la culpable de la frustración de Qurong.
—¡Escúchame, viejo crustáceo encostrado! —gritó—. ¡Mi hijo Samuel se acaba de unir a los mestizos! Ellos harán llover ira y fuego sobre ti por el tormento que les has causado a todos. Las hordas serán desangradas, ¡y los shataikis se alimentarán de tu precioso reino! ¡Dame ahora el cuchillo!
—∞∞∞—
CHELISE SE detuvo en seco ante el sonido de la voz de Thomas susurrando con urgencia abajo en el túnel.
Ella había entrado a la ciudad por el sur, a través de los conocidos jardines que frecuentara antaño. El viaje había tardado más de lo esperado por la sencilla razón de que a diferencia de la mayoría de albinos, no había duda de que cualquiera que la mirara le reconocería el rostro incluso sin la enfermedad de las costras.
Pero ella conocía un camino secreto para entrar, detrás de los establos, por un callejón que había utilizado muchas veces cuando era niña. Luego, a través de la ventana baja de un sótano, la cual descubrió con agrado que no habían tapado con tablas.
Se había puesto encima una túnica que sacara de un armario de detrás de la cocida, luego pasó por los cuartos de los criados con un objetivo en mente.
Hallar a su padre.
Encontrar a Qurong, quien sabría qué pasó con Thomas. Se aseguraría que su Padre supiera que lo amaba después de diez años sin cruzarse palabra alguna.
Naturalmente, ella podía vivir sin Qurong. Había vivido sin él. Pero no estaba tan segura de poder vivir sin Thomas. Había sido su amada desde el momento en que aprendió a amar, a amar de veras. Él le había mostrado el Gran Romance. A cada paso que había dado, ella había rogado a Elyon por la vida de Thomas.
El palacio estaba alborotado, y Chelise se había escondido detrás de un montón de barriles en la despensa. Sin embargo, lograba oír susurros de un albino que había venido, y ese podía ser Thomas. Nadie parecía saber por dónde había desaparecido Qurong.
Su primer pensamiento fue la biblioteca de él. Ella había entrado allí a hurtadillas por la bodega que llevaba al túnel, encontró abierta la puerta del pasaje secreto y descendió a pasos ligeros.
Y ahora… el aliento se le contuvo en el pecho. ¡Él estaba vivo! Thomas estaba vivo y con el padre de ella, cuya voz le llegaba ahora.
—¿Solo «confía en mí»? Yo soy el comandante supremo del reino de las hordas, y gobierno todo el mundo conocido. ¡No soy un criado tuyo, ni de Ba’al ni de cualquier otra criatura viva para que se juegue conmigo!
—¡Escúchame, viejo crustáceo encostrado!
A Chelise le sorprendió que Thomas usara tal lenguaje con Qurong.
—¡Mi hijo Samuel se acaba de unir a los mestizos! Ellos harán llover ira y fuego sobre ti por el tormento que les has causado a todos. Las hordas serán drenadas de su sangre, ¡y los shataikis se alimentarán de tu precioso reino! ¡Dame ahora el cuchillo!
Se necesitó un momento para que las palabras tuvieran significado en la mente de Chelise. Afirmaban que Samuel se había unido a Eram y que intentaba emprender la guerra a las hordas, pero eso era…
¿Cómo podía Samuel pensar algo así?
—¿Thomas? —gritó ella comenzando a correr—. ¡Padre!
—∞∞∞—
THOMAS COMPRENDIÓ que había presionado demasiado las cosas. Empezó a llenarse de pánico. Una vez enojado, no se podría vencer fácilmente al comandante de las hordas. La voz de una mujer gritó por el túnel.
Ambos miraron hacia la puerta. ¡Los habían descubierto! ¿Patricia?
¡Ahora! Mientras Qurong estaba desprevenido. ¡Debía moverse ahora!
Thomas giró y arrebató el cuchillo del cinturón de Qurong. Se tajó su propia palma, apenas consciente del dolor.
Qurong hizo girar el brazo para recuperar su arma, rugiendo como un toro. Thomas esquivó rápidamente el golpe y le agarró la otra mano, tirando de ella hacia sí, con la hoja lista.
Por un absurdo instante se tiraron de la mano, Qurong desesperado por liberarse, Thomas sabiendo que su plan de ganarse a su suegro llevándoselo ahora amenazaba su propia misión de regresar.
—¡Padre!
La mujer estaba detrás de ellos, en la puerta, gritando. No era cualquier mujer, tampoco Patricia, ni alguna mujer de las hordas. Chelise.
Qurong la miró. Cuando este retrocedió, Thomas se aferró a su última esperanza. Tiró bruscamente de la mano del hombre, le tajó los dedos y lanzó tanto su mano como la de Qurong sobre la página cubierta de sangre.
Al instante el mundo comenzó a girar, y el corazón se le paralizó.
Estaba funcionando.
Giró hacia atrás, vio a Chelise desvaneciéndose en la puerta, con ojos desorbitados.
—¡Salva al círculo, Chelise! ¡Sálvalos de Samuel! ¡Yo volveré! Pero todo había ennegrecido.
—∞∞∞—
A CHELISE se le heló la sangre. Cuando gritó, ellos estaban en el interior de la biblioteca, en una lucha de tira y afloja con la mano de su padre. Qurong levantó la mirada, atónito por la aparición de su hija.
Thomas se había movido como un hombre poseído, tajando la mano de Qurong con un cuchillo, azotando los sangrantes dedos tanto de él como del comandante de las hordas sobre una pila de libros atados.
Thomas giró la cabeza; ella supo con una sola mirada a esos ojos verdes bien abiertos que él era el mismo hombre a quien siempre había amado.
—¡Salva al círculo, Chelise! ¡Sálvalos de Samuel! ¡Yo…!
El hombre desapareció antes de que pudiera terminar. Ambos desaparecieron… cuchillo, libros y todo… antes de que Thomas pudiera pronunciar otra sílaba.
Estaban allí un momento, aferrados y sangrando, y al otro habían desaparecido.
Chelise se quedó en la puerta, atónita. Había sucedido. Era real este otro mundo del que Thomas le había hablado tan a menudo mientras yacían acostados uno al lado del otro bajo las estrellas. No es que ella hubiera dudado…
Pero lo había hecho.
Entró. Pasó por el espacio que su padre y el amor de su vida habían ocupado solo segundos antes. El mundo de él no solo era real, sino que se lo había vuelto a llevar. Chelise gritó, con los puños apretados. ¿Cómo pudo él hacer esto? ¡Los dos! ¡Se habían ido! Ella podría matarlos a ambos.
¡Salva al círculo, Chelise! ¡Sálvalos de Samuel! ¡Yo…! Volveré. Él quiso decir volveré. Yo volveré.
Samuel… ¿Qué había hecho el muchacho? ¡Oh, Elyon! Ella debía regresar con Marie y el consejo.
Chelise se volvió y salió de la biblioteca de Qurong. Tenía que volver junto a su único hijo. Jalee.