Nada le molesta más al medievalista que oír calificar de «medieval» a una situación retrógrada, a una manera de actuar reprensible. No cabe duda de que la Edad Media presenta muchos aspectos condenables. Pero así como la hoja de papel tiene un anverso y un reverso y la moneda tiene cara y cruz, o más exactamente, así como la montaña posee un lado umbrío y un lado soleado, esa época muestra algunos aspectos oscuros y otros dorados. Después de dedicarme durante cuatro décadas a este período, después de haber intentado familiarizar con él a los estudiantes durante más de treinta años, me pareció útil efectuar un balance de la situación y mostrar sus luces, sin ocultar sus tinieblas.
La tarea no es fácil. Pasemos por alto el hecho de que los prejuicios son tenaces. Y aunque algunos disparates tales como la existencia de una papila, los terrores del año 1000 o el derecho de pernada ya no son admitidos —aunque a veces…—, lo cierto es que la Edad Media se considera generalmente como una época en la que no se vivía bien, en la que los seres humanos sufrieron muchas desgracias. Es cierto que en muchas ciudades se organizan actualmente con éxito jornadas medievales, y que la representación de torneos atrae a mucho público y las comidas medievales están muy difundidas. Pero esas manifestaciones se quedan demasiado a menudo en la superficie de las cosas.
Un verdadero conocimiento implica la comprensión de una época cuyas mentalidades y sensibilidades, y las consecuentes maneras de actuar, eran muy diferentes de las nuestras. Espero que la lectura de estas páginas disipe la caricatura que con demasiada frecuencia suele hacerse de la Edad Media.