Conclusión

Sombras y luces… Después de leer este libro, puede quedar la impresión de una Edad Media oscura, ya que las páginas dedicadas a las dificultades y los defectos de esa época son mucho más numerosas que las que se refieren a sus méritos. Empero, no es conveniente sacar conclusiones precipitadas de este hecho. En la actualidad, cuando leemos los diarios o miramos televisión, vemos que siempre se pone el acento en los accidentes y en los delitos. Los automovilistas que regresan a sus casas sin problema, las personas que llevan una vida honesta, son ignorados por las fuentes de información. Lo mismo ocurre con la Edad Media. Se dice que los pueblos felices no tienen historia; sin embargo, no es así: tienen una historia, pero no es espectacular. La historia es una ciencia que se construye con documentos de toda clase. Cuando no existen, el historiador no puede decir nada: sólo puede afirmar su ausencia. En el límite, un acontecimiento fundamental que no haya dejado ningún rastro no existe para él.

Sin duda, la vida no era fácil en la Edad Media. Tampoco lo es en la actualidad. Tomemos algunos temas abordados en este libro, que, por supuesto, no pretende ser exhaustivo. Por un lado, debemos reconocer los avances de nuestra época en el plano de la alimentación y en el de la salud, pero por el otro, está el problema de la polución, que no es solamente un fenómeno urbano, sino que afecta a toda la Tierra. Lo mismo ocurre con las hambrunas y las epidemias. La sociedad se ha transformado pero, aunque los campesinos constituyen en nuestros países una pequeña minoría, siguen existiendo poderosos y débiles. Siguen existiendo la violencia y la intolerancia, si bien en forma diferente. En nuestra época, muchos progresos técnicos se vuelven contra el hombre en el terreno militar. No existe ninguna comparación entre la cantidad de muertos en las dos guerras mundiales del siglo XX y los de la guerra de los Cien Años. La relación ocio-trabajo ha cambiado, pero su evolución podría prestarse a controversia.

Todas las épocas, como todos los hombres, son ambivalentes. Lo importante es entender los diferentes aspectos con un espíritu crítico, ciertamente, pero impregnado de simpatía. Dejando de lado las frases hechas sobre las hambrunas que coexistían con los banquetes en las grandes ocasiones, sobre la intolerancia —cuyas manifestaciones se han exagerado—, sobre la misoginia —que no impidió que las mujeres desempeñaran un papel importante, especialmente en el marco familiar—, preferimos la pureza del arte cisterciense y la risa de los jóvenes en las fiestas de San Juan.

Una vez, Joinville le dijo al rey san Luís, que estaba sentado bajo una tienda, que afuera, unos peregrinos armenios que se dirigían a Jerusalén le habían pedido ver al «santo rey», y añadió: «Pero yo todavía no quiero besar vuestros huesos». «Y él se rio con una risa cristalina y me dijo que los fuera a buscar». La risa del rey santo responde a quienes ven en la Edad Media un período oscuro…

La Edad Media está constituida por diez siglos durante los cuales el tiempo parece en cierto modo suspendido, pero que, sin embargo, tuvo períodos de sombra y de luz. Era un mundo aparentemente limitado en su manera de pensar, pero también deseoso de abrirse a otros horizontes; un mundo en el cual muchos permanecieron en sus aldeas, pero una gran cantidad de peregrinos y mercaderes se desplazaban de un lugar a otro; un mundo de clérigos a menudo misóginos, pero en el cual la mujer conoció espacios de libertad; un tiempo de falta de confort, pero también el tiempo de las catedrales.

Es un período que, por algún motivo, sigue ejerciendo una gran fascinación sobre nuestros contemporáneos.