Capítulo XII

Chérie, debo regresar a Filadelfia por un asunto pendiente antes de que empiece el rodaje. Estaré en mi suite del Cocharan House todo el fin de semana. El sábado por la noche doy una pequeña soirée. Ven a las 8:30.

A bientót.

Mamá.

¿Qué estaría tramando ahora su madre? Summer leyó de nuevo el telegrama mientras cruzaba el Atlántico. ¿Un asunto pendiente? No se le ocurría ningún asunto pendiente que su madre pudiera tener en Filadelfia, a no ser que tuviera que ver con su segundo marido. Pero eso era agua pasada, y Monique siempre delegaba en otros sus asuntos de negocios. Solía decir que una buena actriz era en el fondo una niña y que no tenía cabeza para los negocios. Aquella era otra de las diabólicas artimañas que le permitían hacer exactamente lo que se le antojaba. Pero a Summer no se le ocurría por qué demonios quería volver Monique a la costa este.

Encogiéndose de hombros, volvió a guardar el telegrama en el bolso.

No le apetecía asistir a un cóctel cinco horas después. El día anterior se había superado confeccionando un pastel de cumpleaños con la forma del palacio de Enrico a las afueras de Roma, relleno de una deliciosa combinación de chocolate y nata. Había tardado doce horas en hacerlo. Y, por una vez, y sólo por insistencia del anfitrión, se había unido a la fiesta para tomar el champán y el postre. Le había parecido que le sentaría bien. La gente, el glamour, la atmósfera festiva… Sin embargo, sólo había servido para convencerla de que no tenía ganas de estar en Roma charlando con desconocidos y bebiendo vino. Quería volver a casa. Y su casa, por más que le sorprendiera pensarlo, estaba en Filadelfia.

No echaba de menos París, ni su pintoresco pisito en la Rive Gauche. Le apetecía estar en su apartamento del cuarto piso, en Filadelfia, donde había recuerdos de Blake en todos los rincones. Por más estúpida que se sintiera, seguía deseando a Blake.

Ahora, mientras volaba hacia su hogar, descubrió que eso no había cambiado. Era a Blake a quien deseaba ver cuando se hallara de nuevo en tierra. Era él a quien quería contarle todas las absurdas anécdotas que había oído en el salón de Enrico. Era la risa de Blake la que ansiaba oír. Era con Blake con quien quería acurrucarse ahora que la energía nerviosa que se había apoderado de ella durante los días anteriores empezaba a disiparse.

Suspirando, echó el asiento hacia atrás y cerró los ojos. Aun así, cumpliría con su deber e iría a la suite de su madre. Tal vez la pequeña fiesta de Monique le sirviera de distracción. Quizá fuera un respiro antes de volver a enfrentarse a Blake. A Blake, y a la decisión que había tomado.

B. C. pasó un dedo por la parte interior del cuello almidonado de su camisa, confiando en no parecer tan nervioso como se sentía. Ver a Monique otra vez después de tantos años… ¡Y tener que presentarle a Lillian! «Monique, mi mujer, Lillian. Lillian, Monique Dubois, una antigua amante. Qué pequeño es el mundo, ¿verdad?».

Aunque le gustaban los buenos chistes, aquél no le hacía ninguna gracia.

Al parecer, las transgresiones matrimoniales no prescribían. Cierto que sólo se había descarriado una vez, y ello durante una separación oficiosa de su esposa que lo había dejado furioso, amargado y lleno de temores. Pero, aun así, una vez cometido, un crimen era un crimen.

El quería a Lillian, siempre la había querido, pero no podía negar que su breve aventura con Monique había ocurrido. Y tampoco podía negar que había sido excitante, apasionada y memorable.

Nunca habían vuelto a tener contacto, aunque él la había visto una o dos veces cuando todavía se dedicaba activamente a los negocios. Pero hasta de eso hacía muchísimo tiempo. Así que, ¿por qué lo llamaba ella ahora, veinte años después, insistiendo en que fuera a su suite del Cocharan House en Filadelfia… ¡y con su esposa!? Se pasó un dedo por el cuello otra vez. Algo le impedía respirar. Monique sólo había dicho que se trataba de un asunto que concernía a la felicidad de sus respectivos hijos.

Aquello había obligado a B. C. a idear una razón convincente para regresar a la ciudad e insistir en que Lillian lo acompañara. Lo cual no había sido fácil, porque él se había casado con una mujer sumamente astuta e independiente.

—¿Vas a pasarte todo el día tirándote de la dichosa corbata? —B. C. se sobresaltó al oír a su mujer detrás de él—. Tranquilo —riendo, ella le sacudió la espalda de la chaqueta, alisándosela sobre los hombros—. Cualquiera diría que nunca has pasado una velada con una celebridad. ¿O es que las actrices francesas te ponen nervioso?

Aquella actriz francesa en particular, pensó B. C, volviéndose hacia su mujer. Siempre había sido hermosa, no tan bella como Monique, pero, aun así, encantadora, con aquel aire de serenidad que seguía conservando su atractivo a pesar de los años. Su pelo negro y lustroso estaba salpicado de gris aquí y allá, pero lo llevaba peinado de tal modo que los colores en contraste realzaban su semblante.

Lillian siempre había tenido estilo. Había sido su compañera, siempre se había mantenido a su lado, apoyándolo. Era una mujer fuerte. A él siempre le había hecho falta una mujer fuerte. Ella era la mejor compañera que un hombre podía desear. B. C. apoyó las manos sobre sus hombros y la besó con ternura.

—Te quiero, Lily —cuando ella le tocó la mejilla y sonrió, B. C. la tomó de la mano, sintiéndose como un condenado a muerte a punto de dar sus últimos pasos—. Será mejor que nos vayamos. Llegaremos tarde.

Blake colgó el teléfono, irritado. Estaba seguro de que Summer volvía esa tarde, pero, aunque había llamado a su casa una y otra vez durante más de una hora, no había obtenido respuesta. Se le había agotado la paciencia y no estaba de humor para bajar a la fiesta de Monique. Igual que había hecho su padre, empezó a tirarse de la corbata.

Cuando todo aquello acabara, cuando ella volviera, encontraría un modo de convencerla para que regresara con él. Encontraría esa maldita isla en el Pacífico, si hacía falta. La compraría y aprendería a hacer las labores domésticas. Compraría una cadena de pizzerías o de restaurantes de comida rápida. Tal vez así ella se diera por satisfecha.

Sintiéndose estúpido y un tanto mezquino, Blake salió despacio del apartamento.

Monique inspeccionó la suite y asintió con la cabeza. Las flores eran un detalle bonito. No demasiadas, sólo unos cuantos capullos aquí y allá para darle un leve aroma a jardín a la estancia. Un toque, sólo un toque de romanticismo. El vino se estaba enfriando, las copas relucían bajo la luz amortiguada. Y Max se había superado con los hors d’ouvres, decidió Monique. Un poco de caviar, un poco de paté, unos canapés diminutos… Todo muy elegante. Tenía que recordar hacer una visita a la cocina.

En cuanto a ella misma… Monique se tocó el moño pegado a la nuca. No era su estilo habitual, pero quería tener un aire de dignidad. Le daba la impresión de que la velada lo exigía. Sin embargo, sus pantalones de seda negra y su escotada blusa eran sexys y elegantes.

El decorado estaba dispuesto, se dijo. Ahora sólo hacían falta los actores…

Alguien llamó. Con una lenta sonrisa, Monique se acercó a la puerta. El primer acto estaba a punto de empezar.

—¡B. C.! —su sonrisa era brillante; sus manos se extendieron hacia él—. ¡Qué maravilla verte otra vez después de tanto tiempo!

Monique estaba tan deslumbrante como siempre. No había modo de resistirse a aquella sonrisa. A pesar de que había decidido mostrarse muy frío y cortés, la voz de B. C. se suavizó.

—Monique, no has cambiado nada.

—Tú siempre tan encantador —ella se echó a reír y lo besó en la mejilla antes de volverse hacia la mujer que permanecía a su lado—. Tú debes de ser Lillian. Me alegro de que nos conozcamos al fin. B. C. me hablaba tanto de ti que tengo la impresión de que somos viejas amigas.

Lillian observó a la mujer a través del umbral y alzó una ceja.

—¿Ah, sí?

«Ésta no es ninguna tonta», decidió Monique al instante.

—Pero de eso hace muchísimo tiempo, claro, así que tenemos que empezar a conocernos de nuevo desde el principio. Por favor, pasad. B. C. ¿tendrías la amabilidad de abrir una botella de champán?

Hecho un manojo de nervios, B. C. cruzó la habitación para cumplir su encargo. Le sentaría bien una copa. Pero habría preferido un whisky.

—Yo la he visto muchas veces, claro —comenzó a decir Lillian—. Creo que no me he perdido ninguna de sus películas, señorita Dubois.

—Llámame Monique, por favor —con un gesto sencillo y amable, sacó una rosa de uno de los jarrones y se la dio a Lillian—. Me siento muy halagada, De vez en cuando tengo ganas de retirarme. La última ha sido la que más me ha durado, Pero volver al cine es como volver con un antiguo amante.

El corcho salió despedido de la botella como un misil y rebotó en el techo, Monique agarró tranquilamente a Lillian del brazo, Por dentro se reía como una niña.

—Qué sonido tan emocionante, ¿verdad? Siempre me pongo contenta cuando oigo abrir una botella de champán, Tenemos que hacer un brindis, n’est-ce pas? —alzó una copa teatralmente—. Por el destino, creo —dijo—. Y por el extraño modo en que nos mezcla a todos —hizo chocar su copa con la de B. C. y luego con la de su mujer antes de beber—. Bueno, dime, B. C. ¿todavía te gusta navegar?

Él se aclaró la garganta, no sabiendo si mirar a su mujer o a Monique. Las dos lo estaban mirando fijamente.

—Eh, sí. En realidad, Lillian y yo acabamos de volver de Tahití.

—Qué encantador. Un lugar perfecto para los enamorados, ¿eh?

Lillian bebió un sorbo de vino.

—Perfecto.

Et voila —dijo Monique cuando llamaron de nuevo a la puerta—. El siguiente invitado. Servios, por favor —empezaba ahora el segundo acto, Monique se acercó a la puerta sin prisa—. Blake, eres muy amable por haber venido. Estás guapísimo.

—Monique —Blake tomó la mano que ella le tendía y se la llevó a los labios mientras intentaba calcular cuánto tiempo tendría que quedarse—. Bienvenida otra vez.

—Prometo no abusar de tu hospitalidad, Creo que mis otros invitados van a sorprenderte —dijo ella, indicándole que entrara.

Las últimas dos personas que Blake esperaba encontrar en la suite de Monique eran sus padres, Cruzó la habitación y se inclinó para besar a su madre.

—Vaya, sí que estoy sorprendido, No sabía que estabais aquí.

—Llegamos hace un rato —Lillian le dio una copa de champán—. Llamamos a tu habitación, pero la línea estaba ocupada.

¿Qué demonios pretendía aquella mujer?, se preguntó Lillian cuando Monique se reunió con ellos.

—Ah, la familia —dijo Monique exageradamente, sirviéndose un poco de caviar—. Me encantan las familias unidas. He de deciros a los dos que admiro mucho a vuestro hijo. El joven Cocharan mantiene el pabellón muy alto, ¿no es cierto?

Por un instante, sólo por un instante, los ojos de Lillian se achicaron. Quería saber a qué pabellón en concreto se refería la actriz francesa.

—Estamos muy orgullosos de Blake —dijo B. C. con cierto alivio—. No sólo ha logrado mantener el patrimonio de los Cocharan, sino que lo ha multiplicado. Lo de la cadena Hamilton ha sido un golpe magnífico —brindó por su hijo—. Magnífico. ¿Qué tal va la reforma de la cocina?

—Muy bien —a Blake no le apetecía hablar de aquello—. Mañana empezamos a servir la nueva carta.

—Entonces, hemos llegado justo a tiempo —comentó Lillian—. Así seremos de los primeros en probarla.

—¿No es increíble la coincidencia? —le preguntó Monique a Lillian mientras le ofrecía la bandeja de los canapés.

—¿Coincidencia?

—Oh, es curiosísimo. Es mi hija quien dirige la cocina de tu hijo.

—Tu hija —Lillian miró a su marido—. No lo sabía.

—Es una cocinera excelente. ¿No estás de acuerdo, Blake? Summer suele cocinar para él —añadió con una sonrisa intencionada antes de que Blake pudiera decir nada.

Lillian se llevó la rosa a la nariz. Qué interesante.

—¿De veras?

—Una chica encantadora —dijo B. C.—. Se parece a ti, Monique, aunque resulte difícil creer que tengas una hija tan mayor.

—Yo me llevé una auténtica sorpresa cuando conocí a tu hijo —ella le sonrió—. ¿No es extraño cómo acaban las cosas?

B. C. se aclaró la garganta y sirvió un poco más de vino.

Unas semanas antes, Blake se había preguntado qué mensajes secretos intercambiaban Summer y su padre. En ese momento, no le costaba ningún trabajo adivinar lo que su padre y Monique no se decían en voz alta. Miró primero a su madre y la vio bebiendo champán tranquilamente.

¿Su padre y la madre de Summer? ¿Cuándo?, se preguntaba mientras intentaba hacerse a la idea, Hasta donde le alcanzaba la memoria, sus padres habían sido devotos amantes, casi inseparables. No, De pronto recordó una época breve y turbulenta durante sus años de adolescencia, La casa estaba llena de tensión, de discusiones en voz baja, Luego B. C. se había ido dos semanas… ¿o habían sido tres? Un viaje de negocios, le había dicho su madre, pero incluso entonces él se había dado cuenta de que no era así. Ahora… ahora tenía una idea más clara de dónde había pasado su padre al menos parte de aquellos días. Y con quién.

Se fijó en la mirada de su padre, incómoda y casi desafiante. El pobre, pensó Blake, estaba pagando por un desliz que había cometido dos décadas antes. Vio que Monique sonreía lentamente. ¿Qué demonios pretendía?

Antes de que la ira tomara forma, Monique posó una mano sobre su brazo. Con aquel gesto, parecía pedirle que esperara, que tuviera paciencia. Entonces llamaron otra vez a la puerta.

—Ah, disculpadme. ¿Sirves otra copa? —le preguntó a B. C.—. Esta noche, tenemos otro invitado.

Cuando abrió la puerta, Monique se sintió sumamente complacida al ver a su hija. Su sencillo vestido de seda de color jade era suave, estrecho y sutilmente insinuante, Hacía que su leve palidez resultara muy romántica.

Chérie, cuánto me alegro de que no me hayas decepcionado.

—No puedo quedarme mucho tiempo, mamá. Tengo que dormir un poco —le entregó una caja con un lazo rosa—. Pero quería traerte tu regalo de boda.

—Eres un cielo —Monique la besó ligeramente en la mejilla—. Yo también tengo algo para ti. Algo que confío guardarás como un tesoro —haciéndose a un lado, hizo pasar a Summer.

«Así no», pensó Summer desesperada cuando, al ver a Blake, sintió un estremecimiento de asombro que la recorrió por entero. Quería prepararse, descansar, sentirse segura. No quería verlo allí, en ese momento. Y, además, con sus padres… Todo aquello era absurdo.

—Esto no tiene gracia, mamá —murmuró en francés.

—Al contrario, puede que sea lo más importante que he hecho nunca. B. C. —dijo Monique alegremente—, ya conoces a mi hija, ¿no?

—Sí, claro —con una sonrisa, B. C. le dio a Summer una copa de champán—. Me alegro de verte otra vez.

—Ésta es la madre de Blake —continuó Monique—. Lillian, permíteme presentarte a mi única hija, Summer.

—Encantada de conocerte —Lillian le dio la mano afectuosamente. No era ciega, y había visto la mirada de asombro que habían intercambiado su hijo y la hija de la actriz francesa. Una mirada sorprendida, anhelante e indecisa. Si Monique había preparado el escenario para aquel encuentro, Lillian haría cuanto pudiera por ayudarla—. Acabo de enterarme de que eres chef y de que has hecho la carta que probaremos mañana.

—Sí —Summer buscó algo que decir—. ¿Qué tal su viaje en barco? A Tahití, ¿no?

—Lo hemos pasado de maravilla, aunque B. C. se cree que es el capitán Achab en cuanto me descuido.

—Tonterías —B. C. deslizó el brazo alrededor de los hombros de su esposa—. Ésta es la única mujer a la que le he confiado el timón de uno de mis barcos.

«Se adoran», pensó Summer, sorprendida. Llevaban casi cuarenta años casados, y estaba claro que habían tenido sus más y sus menos. Y, sin embargo, se adoraban.

—¿No es maravilloso que un hombre y una mujer puedan compartir sus intereses y, sin embargo, ser personas independientes? —Monique les lanzó una sonrisa radiante y luego miró a Blake—. Estarás de acuerdo conmigo en que esas cosas mantienen juntos a un hombre y una mujer, aunque tengan que afrontar malas rachas y malentendidos.

—Desde luego —él miró fijamente a Summer—. Es una cuestión de amor, de respeto y quizá de… optimismo.

—¡Optimismo! —a Monique, aquella palabra le pareció perfecta—. Sí, eso me gusta. Yo, por supuesto, siempre soy optimista. Quizá demasiado. Me he casado cuatro veces, al fin y al cabo —se rió de sí misma—. Claro, que creo que yo lo primero que busco, y quizá lo único, es romanticismo. ¿No crees, Lillian, que es un error buscar otra cosa?

—Todos buscamos romanticismo, amor, pasión… —Lillian tocó suavemente el brazo de su marido, en un gesto tan natural que ninguno de los dos lo notó—. Y respeto, claro. Aunque supongo que yo añadiría dos cosas —alzó la mirada hacia su marido—. Tolerancia y tenacidad. Un matrimonio necesita todas esas cosas.

Ella lo sabía. Al ver la mirada de su esposa, B. C. comprendió que siempre lo había sabido. Lo sabía desde hacía veinte años.

—Qué maravilla —satisfecha de sí misma, Monique dejó su regalo sobre la mesa—. Éste es el momento perfecto para abrir mi regalo de bodas. Esta vez, pienso poner en práctica todas esas cosas.

Summer quería marcharse. Se decía que sólo tenía que darse la vuelta y caminar hacia la puerta. Pero permanecía clavada en el suelo, con los ojos fijos en los de Blake.

—Oh, es precioso —Monique alzó con reverencia el diminuto tiovivo. Los caballos eran de marfil recamados en oro. Cada uno de ellos perfecto, único. Al girar la base, se oía un romántico preludio de Chopin—. Pero, querida, es perfecto. Un carrusel para celebrar un matrimonio. Los caballos deberían llamarse Romanticismo, Amor, Tenacidad y así sucesivamente. Lo guardaré como un tesoro.

—Yo… —Summer miró a su madre y de pronto sintió que ninguno de sus errores le importaba—. Que seas muy feliz, mamá.

Monique le tocó la mejilla con la punta de un dedo y luego la rozó con los

labios.

—Tú también, mignonne.

B. C. se inclinó para susurrar al oído de su mujer:

—Lo sabes, ¿verdad?

Divertida, ella alzó su copa.

—Por supuesto —contestó en voz baja—. Nunca has podido ocultarme nada.

—Pero…

—Lo sabía ya entonces y te odié durante casi un día entero. ¿Recuerdas de quién fue la culpa? Yo ya no.

—Dios, Lily, no sabes lo culpable que me sentía. Esta noche, he estado a punto de ahogarme de…

—Bien —dijo ella con sencillez—. Ahora, viejo tonto, salgamos de aquí para que estos chicos puedan aclarar las cosas. Monique… —extendió la mano, y, cuando sus manos se tocaron y sus ojos se encontraron, entre ellas pasaron cosas que nunca serían dichas en voz alta—. Gracias por una velada encantadora, y mis mejores deseos para ti y tu marido.

—Lo mismo digo —con una sonrisa melancólica, Monique le tendió los brazos a B. C.—. Au revoir, mon ami.

Él aceptó el abrazo, sintiéndose como un condenado al que acaban de indultar. Lo único que deseaba era subir a su habitación y demostrarle a su esposa cuánto la amaba.

—Tal vez mañana podamos comer juntos —dijo distraídamente dirigiéndose a todos en general—. Buenas noches.

Monique se echó a reír en cuanto la puerta se cerró tras ellos.

—El amor siempre me hace reír. Bueno —de pronto, se puso a envolver de nuevo el regalo y lo guardó en la caja—. Mis maletas están abajo y mi avión sale dentro de una hora.

—¿Una hora? —preguntó Summer—. Pero…

—Ya he resuelto el asunto que tenía pendiente —guardándose la caja bajo el brazo, se puso de puntillas para besar a Blake—. Eres muy afortunado por tener unos padres tan maravillosos —luego besó a Summer—. Y tú también, cielo mío, aunque no estuvieran hechos para ser marido y mujer. La habitación está pagada y el champán aún está frío —se dirigió hacia la puerta, dejando un rastro de olor a París a su paso. Deteniéndose en el umbral, miró hacia atrás—. Bon appétit, mes enfants.

Cuando la puerta se cerró, Summer se quedó donde estaba, sin saber si deseaba aplaudir o romper algo.

—Menuda actuación —comentó Blake—. ¿Más vino?

Ella podía mostrarse tan amable y despreocupada como él.

—De acuerdo.

—¿Qué tal en Roma?

—Mucho calor.

—¿Y tu tarta?

—Magnífica —alzando su copa llena, Summer se apartó un poco de él—. ¿Por aquí va todo bien?

—Sí, sorprendentemente bien. Aunque creo que a todo el mundo le alegrará que estés aquí para el estreno de mañana. Dime… —bebió un sorbo de champán, saboreándolo—, ¿cuándo te enteraste de que tu madre y mi padre habían tenido una aventura?

«Qué directo», pensó Summer. Bueno, ella también podía serlo.

—Cuando pasó. Yo era muy pequeña, pero los niños son muy listos. Podría decirse que entonces lo sospechaba. Pero me convencí de ello la primera vez que le mencioné a tu padre el nombre de mi madre.

Él asintió con la cabeza, recordando aquel encuentro en su despacho.

—¿Te molestó?

—Fue un tanto embarazoso —ella movió los hombros, inquieta.

—Y estabas decidida a que la historia no se repitiera.

—Puede ser.

—Claro que, en cierto modo, se repitió.

Intentando aparecer despreocupada, Summer untó un poco de caviar en una tostada.

—Sí, pero ninguno de nosotros estaba casado.

Como si estuviera en un cóctel cualquiera, Blake eligió un canapé.

—Supongo que sabrás por qué ha hecho tu madre todo esto.

Summer sacudió la cabeza cuando él le ofreció la bandeja.

—Monique siempre tiene que hacer una escena. Ella montó el escenario y trajo a los actores para demostrarme, creo, que, aunque puede que no sea perfecto, el matrimonio puede ser duradero.

—¿Y lo ha conseguido? —al ver que ella no decía nada, Blake dejó su copa. Era hora de que dejaran de soslayar la cuestión, hora de que dejaran de hablar de generalidades—. No ha habido una sola hora desde la última vez que te vi que no haya pensado en ti.

Sus ojos se encontraron. Ella sacudió la cabeza débilmente.

—Blake, creo que no debemos…

—Maldita sea, ahora vas a escucharme, Summer. Estamos bien juntos. No me digas que tú no lo piensas. Tal vez tuviera razón sobre el modo en que planeé mi… mi cortejo —dijo, a falta de una palabra mejor—. Tal vez me comporté con cierta prepotencia. Estaba seguro de que, si esperaba el momento adecuado, conseguiría exactamente lo que quería con el mínimo esfuerzo. Tenía que estar seguro o me habría vuelto loco intentando darte tiempo para que comprendieras lo que puede haber entre nosotros.

—Yo fui demasiado dura esa noche —ella cruzó los brazos y luego los dejó caer—. Te dije esas cosas porque me asustaste. Pero no las sentía. O, al menos, no todas.

—Summer… —él le acarició la mejilla—, yo sentía todo lo que te dije esa noche. Ahora mismo te deseo tanto como la primera vez.

—Estoy aquí —ella dio un paso hacia él—. Estamos solos.

El deseo se agitó dentro de Blake.

—Quiero que hagamos el amor, pero no hasta que sepa qué es lo que quieres de mí. ¿Sólo quieres unas cuantas noches, unos cuantos recuerdos, como los que tienen nuestros padres?

Ella se apartó de nuevo.

—No sé cómo explicarlo.

—Dime qué es lo que sientes.

Ella se tomó un momento para intentar calmarse.

—Está bien. Cuando cocino, elijo este o aquel ingrediente. Dispongo de mis propias manos, de mi talento, y, juntando ambas cosas, hago algo perfecto. Si no me parece perfecto, lo tiro a la basura. Tengo poca paciencia —se detuvo un momento, preguntándose si él podía comprender aquella analogía—. Pensaba que, si alguna vez decidía embárcame en una relación seria, elegiría este ingrediente y aquél y los mezclaría. Pero sabía que nunca sería perfecto. Así que… —dejó escapar un largo suspiro—, me preguntaba si debía tirarlo a la basura.

—Una relación de pareja no es algo que se haga en un día, ni que se perfeccione en un día. El juego consiste en parte en esforzarse por conseguirlo. Cincuenta años no bastan.

—Eso es mucho tiempo para esforzarse por algo que siempre tendrá defectos.

—¿Te parece un desafío demasiado grande?

Ella se dio la vuelta bruscamente y luego se quedó parada.

—Me conoces muy bien —murmuró—. Demasiado bien. Puede que incluso más de lo que te conviene.

—Te equivocas —dijo él con calma—. Tú eres lo que me conviene.

La boca de Summer se abrió, temblando, y luego volvió a cerrarse.

—Por favor —logró decir—, quiero acabar. Cuando estaba en Roma, intentaba convencerme de que eso era lo que quería. Volar de acá para allá sin tener que preocuparme de nadie, más que de mí misma y del siguiente plato que tenía que hacer. Cuando estaba en Roma —añadió con un suspiro—, me sentía más desagraciada de lo que me había sentido en toda mi vida.

El no pudo evitar sonreír.

—Lamento saberlo.

—No, creo que no lo lamentas en absoluto —dándose la vuelta, ella comenzó a trazar el borde del vaso con la punta del dedo—. En el avión, me decía que, cuando volviera, hablaríamos como dos personas sensatas. Resolveríamos la situación de la mejor manera posible. Imaginaba que seguiríamos como antes. Juntos, pero sin ataduras, o quizás incluso sin compartir intimidad alguna —alzó la copa y bebió un sorbo del líquido frío y espumoso—. Esta noche, cuando entré aquí y te vi, supe que eso sería imposible. No podemos seguir viéndonos como antes. Al final, los dos acabaríamos sufriendo.

—No vas a salir de mi vida.

Dándose la vuelta, Summer se acercó a él.

—Lo haría, si pudiera. Y, maldita sea, no eres tú quien me lo impide. Soy yo misma. Ni tu lógica, ni tus artimañas podrían haber cambiado lo que había dentro de mí. Sólo yo podría cambiarlo. Sólo lo que siento podría cambiarlo —Summer tomó sus manos y respiró hondo—. Quiero montarme en ese tiovivo contigo. Quiero intentarlo.

Las manos de Blake se deslizaron por sus brazos y se hundieron entre su pelo.

—¿Por qué? Dime por qué.

—Porque en algún momento entre el instante en que apareciste en mi puerta y éste, me enamoré de ti. Aunque sea una estupidez, quiero que nos demos una oportunidad.

—Lo conseguiremos —Blake buscó su boca y, cuando sintió temblar a Summer, comprendió que se debía tanto a los nervios como a la pasión—. Si quieres, podemos darnos un periodo de prueba —empezó a besar su cara—. Hasta podemos firmar un contrato… Es más práctico.

—¿Un periodo de prueba? —ella empezó a apartarse de él, pero Blake la sujetó con fuerza.

—Sí, y, si durante el periodo de prueba uno de los dos quiere divorciarse, sólo tendrá que esperar a que finalice el plazo del contrato.

Ella arrugó el ceño. ¿Cómo podía ponerse a hablar de negocios en un momento así? ¿Cómo se atrevía? Alzó la barbilla, desafiante.

—¿Cuál sería el plazo del contrato?

—Cincuenta años.

Riendo, Summer le echó los brazos al cuello.

—Trato hecho. Lo quiero por escrito mañana mismo, y por triplicado. Pero esta noche… —empezó a besarle los labios mientras metía las manos bajo su chaqueta—. Esta noche, sólo somos amantes. Amantes de verdad, ahora. Y la suite es nuestra hasta mañana.

El beso fue largo… lento… suave…

—Recuérdame que le envíe a Monique una caja de champán —dijo Blake, tomándola en brazos.

—Hablando de champán… —inclinándose, ella recogió las dos copas medio llenas que había encima de la mesa—. No podemos permitir que pierda las burbujas. Y luego —prosiguió mientras Blake la llevaba hacia el dormitorio—, mucho más tarde, quizá pidamos una pizza.

Fin