A las ocho, estaba agotada y no precisamente del mejor humor. Se había pasado casi cuatro horas amasando, enrollando, rellenando y horneando. A menudo invertía el doble de tiempo y de esfuerzo en perfeccionar un solo plato. Pero eso era arte. Aquello, en cambio, había sido simple y puramente trabajo físico.
No sentía la excitación del triunfo, ni el fulgor de la satisfacción personal, sino simple cansancio. Una cocinera de batalla, pensó desdeñosamente. Aquello era casi como producir comida industrial para el consumo de masas. En ese momento, se habría alegrado de no volver a ver jamás el interior de un huevo.
—Supongo que habrá suficiente para la cena y para el servicio de habitaciones de esta noche —le dijo a Max con aspereza mientras se quitaba el delantal manchado. Observó con mirada crítica una hilera de tartaletas de frutas. La forma de muchas de ellas era imperfecta. De haber tenido tiempo, las habría desechado y habría hecho otras nuevas.
—Quiero que alguien hable con personal a primera hora de la mañana para que contraten dos reposteros más.
—El señor Cocharan ya se ha puesto en contacto con ellos —dijo Max secamente. No estaba dispuesto a ceder ni un ápice, pese a que la rapidez y la eficacia de Summer le habían impresionado. Se aferraba con uñas y dientes a su resentimiento, aunque debía admitir, aunque fuera sólo para sí mismo, que Summer hacía el mejor pastel de melocotón que había probado nunca.
—Bien —Summer se pasó una mano por la nuca. Tenía la piel húmeda y los músculos agarrotados—. Mañana a las nueve, Max, en mi despacho. A ver si podemos organizamos. Ahora me voy a casa a meterme hasta mañana en un buen baño caliente.
Blake había estado apoyado contra la pared, mirándola trabajar. Le fascinaba ver que una artista tan temperamental como Summer era capaz de arrimar el hombro y ponerse a trabajar a marchas forzadas. Ella le había demostrado dos cosas que no esperaba: su celeridad y su falta de histrionismo a la hora de encarar una situación crítica, y su calmosa resignación ante la evidente tirantez que gobernaba sus relaciones con Max. Por más que hiciera el papel de prima donna, cuando se veía contra la pared se las apañaba muy bien.
Blake dio un paso adelante cuando ella se quitó el delantal.
—¿Te llevo?
Summer miró por encima de él mientras se quitaba las horquillas del pelo, que cayó sobre sus hombros, revuelto y un tanto húmedo por el calor.
—Tengo mi coche.
—Y yo el mío —su prepotencia, con una leve traza de frialdad, seguía allí incluso cuando Blake sonreía—. Y una botella de Dom Perignon del 73. Mi chófer puede ir a buscarte por la mañana.
Ella se dijo que sólo le interesaba el champán. La sonrisa despreocupada de Blake no tenía nada que ver con su decisión.
—¿Bien frío? —preguntó, arqueando una ceja—. El champán, quiero decir.
—Desde luego.
—Está usted de suerte, señor Cocharan. Yo nunca le digo que no al champán.
—El coche está fuera, en la parte de atrás —él la tomó de la mano, en lugar de darle el brazo, como ella esperaba. Antes de que Summer pudiera reaccionar, Blake la condujo fuera de la cocina—. ¿Te molestaría que te dijera que estoy muy impresionado con lo que has hecho esta noche?
Ella estaba acostumbrada a los cumplidos, incluso los esperaba. Pero, por alguna razón, no recordaba que ninguno le hubiera hecho tanta ilusión. Movió los hombros, intentando moderar su propia reacción.
—Me esfuerzo por resultar impresionante. No me molesta que me lo digan.
Cuando llegaron junto al coche, Blake se dio la vuelta y la tomó de los hombros.
—Has trabajado mucho ahí dentro.
—Es sólo parte del servicio.
—No —replicó él, masajeando sus músculos—. No te he contratado para eso.
—Cuando firmé el contrato, ésa se convirtió en mi cocina. Lo que salga de ella debe satisfacer mis expectativas, mi criterio.
—Lo cual no es fácil.
—Tú querías lo mejor.
—Y, al parecer, lo tengo.
Ella sonrió, aunque estaba deseando sentarse.
—Sí, desde luego. Ahora, ¿no habías dicho algo de una botella de champán?
—Sí —él le abrió la puerta—. Hueles a vainilla.
—Me lo he ganado —al sentarse, Summer dejó escapar un largo suspiro de placer. Champán, pensó, un baño caliente con montones de burbujas, y unas sábanas frescas y suaves. En ese orden—. Es probable —murmuró— que en este preciso instante alguien esté probando el primer bocado de mi tarta Selva Negra.
Blake cerró la puerta del conductor y la miró mientras encendía el motor.
—¿Te resulta extraño? —preguntó—. ¿Que unos desconocidos se coman algo que te ha costado tanto tiempo y cuidado crear?
—¿Extraño? —Summer se estiró, disfrutando del cómodo y mullido asiento y de la vista del cielo oscurecido a través de la ventanilla del techo—. Un pintor crea un cuadro para cualquiera que lo mire, un compositor crea una sinfonía para quien quiera escucharla.
—Cierto —Blake condujo el coche hasta la calle y se incorporó al tráfico. El sol estaba rojo y bajo. La noche se auguraba clara—. ¿Pero no sería más gratificante estar presente cuando se sirven tus postres?
Ella cerró los ojos, completamente relajada por primera vez en horas.
—Cuando una cocina en su casa, para sus amigos o para la familia, puede ser un placer o un deber. Luego esta la satisfacción de ver que los demás disfrutan con lo que una ha hecho. Pero, de todos modos, sigue siendo un placer o un deber, no un oficio.
—Tu casi nunca comes lo que cocinas.
—Casi nunca cocino para mí —contestó ella—. Salvo cosas muy sencillas.
—¿Por qué?
—Cuando una cocina para sí misma, después no hay nadie que recoja la cocina.
El se echó a reír y giró hacia un aparcamiento.
—A tu modo, que es bastante raro, eres muy práctica.
—Soy muy práctica en todos los sentidos —ella abrió los ojos lentamente—. ¿Por qué paramos?
—¿Tienes hambre?
—Siempre tengo hambre después de trabajar —girando la cabeza, vio el luminoso de neón azul de una pizzería.
—Como ya conozco tus gustos, pensé que esto te parecería un acompañamiento perfecto para el champán.
Ella sonrió, sintiendo cómo el cansancio iba dejando paso al hambre.
—Absolutamente perfecto.
—Espera aquí —le dijo él, abriendo la puerta—. Hice que llamaran para pedir cuando vi que estabas a punto de acabar.
Agradecida y emocionada, Summer se recostó en el asiento y cerró los ojos de nuevo. ¿Cuándo había sido la última vez que había permitido que alguien cuidara de ella?, se preguntaba. Si no le fallaba la memoria, la última vez que la habían mimado tenía ocho años y el sarampión. Tanto sus padres como ella misma habían esperado siempre que fuera independiente. Pero esa noche, por una vez, era delicioso dejar que otra persona se ocupara de todo pensando en su bienestar. Y debía reconocer que de Blake no esperaba tanta consideración. Estilo, sí, y reconocimiento, pero no consideración. El también había tenido un día muy duro, pensó, recordando lo cansado que parecía esa tarde. Sin embargo, había dejado pasar la hora de la cena para esperarla.
Sorpresas, pensó. Blake Cocharan III guardaba muchas sorpresas en la manga. Y a ella siempre le habían gustado las sorpresas.
Cuando Blake abrió la puerta, el olor apetitoso de la pizza se coló en el coche. Summer le quitó la caja, se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias.
—Debí probar antes con la pizza —murmuró él.
Ella se recostó de nuevo, dejando que sus ojos se cerraran y sus labios se curvaran.
—No te olvides del champán. Ésas son mis mayores debilidades.
—Tomo nota —Blake sacó el coche del aparcamiento y volvió a incorporarse al tráfico. La gratitud espontánea de Summer no debería haberlo sorprendido. Y tampoco debería haberlo conmovido. Tenía la sensación de que ella habría reaccionado con la misma modestia y el mismo placer si le hubiera regalado un abrigo de visón o un brazalete de diamantes azules y blancos. A Summer no le interesaba el regalo en sí mismo, sino su intención. Blake descubrió que aquella idea le gustaba mucho. A Summer no se la impresionaba fácilmente, pensó, pero era fácil complacerla.
Summer hizo algo que rara vez hacía, a menos que estuviera sola. Se relajó del todo. Aunque tenía los ojos cerrados, ya no estaba soñolienta, sino completamente despierta. Podía sentir el suave deslizamiento del coche bajo ella, oía el rugido del tráfico más allá de las ventanas. Sólo tenía que inspirar para notar el olor penetrante a salsa de tomate y especias. El coche era amplio, pero ella sentía el calor del cuerpo de Blake al otro lado del asiento.
Delicioso. Ésa era la palabra que se deslizaba por su cabeza. Aquello era tan delicioso que la cautela, la desconfianza, parecían carecer de sentido. Era una lástima, pensó, que no avanzaran sin rumbo fijo.
Qué extraño, a ella nunca le había gustado hacer las cosas sin rumbo fijo. Y, sin embargo, esa noche, conducir a lo largo de una larga playa desierta, con la luna llena reflejándose en el agua y la arena blanca… Se oiría el reflujo de la marea y se verían los centenares de estrellas que rara vez se divisan en la ciudad. Olería a sal y se sentiría la humedad del mar. El aire cálido y húmedo fluiría sobre su piel.
Notó que el coche se apartaba de la carretera y se paraba ronroneando. Se aferró un instante más a aquella fantasía.
—¿En qué estás pensando?
—En la playa —respondió—. En las estrellas —de pronto la sorprendió haberse dejado llevar por lo que sólo podía considerarse romanticismo—. Yo llevo la pizza —dijo, incorporándose—. Tú ocúpate del champán.
Él puso una mano sobre su brazo, deteniéndola con suavidad.
—¿Te gusta la playa?
—Nunca me había parado a pensar en ello —en ese momento, nada le apetecía más que apoyar la cabeza sobre el hombro de Blake y contemplar cómo se deslizaban las olas hacia la orilla. Y contar estrellas. ¿Por qué de pronto tenía ganas de hacer algo tan absurdo, cuando nunca antes las había tenido?—. No sé por qué, pero esta noche me apetece —y se preguntó si estaba respondiendo a la pregunta de Blake o a la suya.
—Dado que aquí no hay playa, tendremos que conformarnos con otra cosa. ¿Qué tal vas de imaginación?
—Bastante bien. Y, en este momento, imagino que la pizza se está enfriando y que el champán se está calentando —abriendo la puerta, bajó del coche con la caja en la mano. Una vez dentro del edificio, comenzó a subir las escaleras.
—¿Es que nunca funciona el ascensor? —Blake agarró la bolsa y se unió a ella.
—A veces sí y a veces no. Casi siempre, no. Yo, personalmente, no me fío de él.
—En ese caso, ¿por qué elegiste el cuarto piso?
Ella sonrió mientras atravesaban el segundo descansillo.
—Me gusta la vista… y el hecho de que los vendedores suelen flaquear cuando se enfrentan a más de dos tramos de escaleras.
—Podías haber elegido un edificio más moderno, con vistas, sistema de seguridad y un ascensor que funcionara.
—Las herramientas modernas me parecen esenciales. Un coche nuevo, por ejemplo, con el motor impecable —sacando las llaves, Summer las agitó suavemente mientras se acercaban a su puerta—. En lo que se refiere a las casas, tengo criterios más amplios. Mi piso de París tiene cañerías con ideas propias y las cornisas más bonitas que he visto nunca.
Cuando abrió la puerta, el olor de las rosas era sofocante. Había una docena de rosas blancas en una cesta de mimbre, una docena de rosas rojas en un jarrón de Sévres, una docena de rosas amarillas en una vasija de barro y otra de rosas rosas en un jarrón de cristal veneciano.
—¿Te hacen descuento en la floristería?
Summer alzó las cejas mientras dejaba la pizza sobre la mesa de comedor.
—Yo nunca me compro flores. Éstas son de Enrico.
Blake dejó la bolsa junto a la caja y sacó el champán.
—¿Todas?
—Es un poco excéntrico. Enrico Gravanti, habrás oído hablar de él. Zapatos y bolsos italianos.
Doscientos millones de dólares en zapatos y bolsos italianos, recordó Blake. Pasó un dedo por un pétalo.
—No sabía que Gravanti estuviera en la ciudad. Normalmente se aloja en el Cocharan House.
—No, está en Roma —mientras hablaba, Summer entró en la cocina en busca de platos y vasos—. Me mandó las flores cuando le dije que haría la tarta para su fiesta de cumpleaños, el mes que viene.
—¿Cuatro docenas de rosas por una tarta?
—Cinco —puntualizó Summer, entrando de nuevo en la habitación—. Hay otra en el dormitorio. Son bastante bonitas, color melocotón —le tendió ambas copas—. Y, a fin de cuentas, es una de mis tartas.
Asintiendo con la cabeza, Blake aflojó el corcho. El aire salió con un siseo y el champán subió, burbujeando, hacia el cuello de la botella.
—Entonces, supongo que irás a Italia a hacerla.
—No pienso mandarla por correo aéreo —ella observó cómo subía el líquido dorado en la copa que Blake estaba sirviendo—. Sólo estaré dos días en Roma, como mucho tres —llevándose la copa a los labios, bebió un sorbo con los ojos cerrados—. Excelente —bebió de nuevo antes de abrir los ojos y sonreír—. Estoy muerta de hambre —subió la tapa de la caja y respiró hondo—. Pepperoni.
—No sé por qué, pero me pareció que te gustaría.
Riendo, ella se sentó.
—Eres muy intuitivo. ¿Te sirvo?
—Por favor —mientras ella empezaba a servir la pizza, Blake encendió su mechero y prendió las tres velas largas que había sobre la mesa—. Champán y pizza —dijo mientras apagaba las luces—. Esto requiere luz de velas, ¿no crees?
—Si tú quieres —cuando él se sentó, Summer tomó su primera porción de pizza. El queso estaba todavía tan caliente que se le cortó la respiración—. Mmm. Maravilloso.
—¿Te has fijado en que dedicamos casi todo el tiempo que pasamos juntos a comer?
—Mmm… Bueno, a mí comer me gusta bastante. Siempre intento considerarlo un placer, en vez de una necesidad física. Es un aliciente.
—Y engorda, normalmente.
Ella se encogió de hombros y agarró la botella de champán.
—Desde luego, si no se tiene la precaución de administrar el placer en pequeñas dosis. El ansia es lo que engorda, arruina la figura y hace que uno se sienta fatal.
—¿Tú nunca sucumbes al ansia?
Ella recordó de pronto que había sido eso justamente lo que había sentido por él. Pero había logrado dominarse, se dijo. No había sucumbido.
—No —comía lentamente, saboreando la pizza—. No. Con mi oficio, sería un desastre.
—¿Y cómo consigues administrar el placer en pequeñas dosis?
Ella no sabía cómo tomarse la pregunta. Puso otra porción de pizza en su plato.
—Prefiero comer una sola cucharada de un souflé de chocolate buenísimo, que un plato entero de comida sin ningún atractivo.
Blake dio otro mordisco a la pizza.
—¿Y esto tiene atractivo?
Ella sonrió, consciente de que aquélla no era la clase de comida a la que él estaba acostumbrado.
—Un equilibrio excelente de especias, quizás un poco cargada de orégano. Una buena mezcla de salsa de tomate y masa crujiente, la cantidad justa de queso y un pepperoni bien sabroso. Usando los sentidos como es debido, casi cualquier comida puede ser memorable.
—Usando los sentidos como es debido —replicó Blake—, también pueden ser memorables otras cosas.
Ella tomó la copa de nuevo. Sus ojos se rieron por encima del borde.
—Estamos hablando de comida. El sabor, por supuesto, es de la mayor importancia, pero la apariencia… —Blake la agarró de la mano y Summer se descubrió mirándolo fijamente—. El deseo de saborear algo entra por los ojos —el rostro de Blake era fino, sus ojos de un azul profundo que ella siempre encontraba atrayente…
—Luego, un olor te provoca, te incita —el de él era oscuro, boscoso, tentador…
—Oyes cómo burbujea el champán en una copa y quieres probarlo. Después de todo eso —continuó ella con una voz que empezaba a velarse levemente—, hay que explorar el sabor, la textura —la boca de Blake tenía un sabor que ella no podía olvidar.
—Entonces —él alzó su mano y le besó la palma—, tú aconsejas saborear todos los aspectos de una experiencia para absorber por completo su placer. Así… —dándole la vuelta a su mano, pasó los labios y luego la punta de la lengua sobre sus nudillos—… los deseos más básicos se vuelven únicos.
Ella sintió que un intenso calorcillo le subía por el brazo.
—Ninguna experiencia es aceptable de otro modo.
—¿Y la atmósfera? —él trazó con la punta de un dedo la forma de su oreja—. ¿No estás de acuerdo en que el escenario adecuado puede realzar la misma experiencia? La luz de las velas, por ejemplo.
Sus caras estaban muy juntas. Ella podía ver la luz suave que se movía proyectando sombras misteriosas.
—Los aditamentos externos a menudo añaden mayor intensidad a un estado de ánimo.
—Podría llamarse romanticismo —él pasó la punta del dedo por el contorno de su mandíbula.
—Sí —el champán nunca se le subía a la cabeza y, sin embargo, se sentía embriagada. Su cuerpo empezaba a aflojarse lenta y lujuriosamente. Hizo un esfuerzo por recordar por qué no debía permitir que aquello ocurriera, pero no halló la respuesta.
—El romanticismo, para algunos, es una necesidad elemental.
—Para algunos —murmuró ella cuando los labios de Blake siguieron el rastro de su dedo.
—Pero no para ti —él le lamió los labios y los encontró suaves y cálidos.
—No, no para mí —sin embargo, dejó escapar un suspiro tan cálido y suave como sus labios.
—Una mujer práctica —Blake la estaba poniendo en pie para que sus cuerpos pudieran tocarse.
—Sí —ella echó la cabeza hacia atrás, invitándolo a explorar sus labios.
—¿La luz de las velas no te inspira?
—Sólo es un atractivo añadido —Summer rodeó su espalda con los brazos para atraerlo hacia sí—. A los cocineros se nos enseña que esas cosas pueden predisponer el ánimo para saborear nuestros platos.
—¿Y no te importaría que te dijera que eres preciosa? A la luz del sol, tu piel es impecable. A la luz de las velas, se vuelve de porcelana. ¿No te importaría —continuó mientras trazaba una línea húmeda y ardiente por su garganta— que te dijera que me excitas como ninguna otra mujer? Con sólo mirarte, te deseo. Tocarte me vuelve loco.
—Palabras —logró decir ella, a pesar de que la cabeza le daba vueltas—. Yo no necesito…
Entonces la boca de Blake cubrió la suya. Aquel largo y profundo beso desbarató por completo las razones prácticas de Summer. Esa noche, aunque nunca hubiera deseado tales cosas, ansiaba el romanticismo de las palabras dulces y las luces suaves. Deseaba experimentar las caricias lentas y deliciosas que vaciaban la mente y convertían el cuerpo en un horno. Esa noche sentía deseos, y sólo había un hombre para ellos. Si al día siguiente lamentaba las consecuencias, el día siguiente quedaba aún muy lejos. Blake estaba allí.
No se resistió cuando Blake la tomó en brazos. Esa noche, aunque fuera sólo un rato, sería frágil y delicada. Le oyó soplar las velas y el leve olor a cera derretida los siguió hasta el dormitorio.
Luz de luna. El embrujo plateado de la luz de la luna se filtraba por las ventanas. Rosas. La tenue fragancia de las rosas flotaba en el aire. Música. La música amortiguada de Beethoven llegaba desde el apartamento de abajo.
Había brisa. Summer la sintió susurrar sobre su rostro cuando Blake la depositó sobre la cama. Atmósfera, pensó vagamente. Si hubiera planeado una noche de amor, no habría podido preparar mejor el escenario. Tal vez… Tiró de él para que se tumbara junto a ella… Tal vez fuera el destino.
Podía verlo en los ojos de Blake. De un azul profundo, directos, penetrantes. El la miraba mientras trazaba con un dedo el contorno de su cara, de sus labios. ¿Le había mostrado alguien alguna vez aquella ternura? ¿Lo había deseado ella alguna vez? No. Y, si la respuesta era no, la respuesta había cambiado bruscamente. Ella ansiaba aquella nueva experiencia, la dulzura que siempre había desdeñado, y deseaba al hombre que podía darle ambas cosas.
Tomando la cara de Blake entre las manos, lo miró fijamente. Aquél era el hombre con el que compartiría aquel momento de absoluta intimidad, el que pronto conocería su cuerpo y su vulnerabilidad. Quizás habría dudado, de haber pensado en las posibles consecuencias de sus actos, de haber podido resistirse al deseo, y la determinación, que veía en sus ojos.
—Bésame otra vez —murmuró—. Nadie me ha hecho sentir como tú cuando me besas.
Él sintió un arrebato de placer intenso, deslumbrador. Bajando la cabeza, posó los labios en los de ella, jugueteando con ellos, mirándola igual que Summer lo miraba a él mientras sus emociones crecían y su deseo se agudizaba. ¿Acaso había sospechado él que Summer era aún más hermosa a la luz de la luna, con el pelo extendido sobre la almohada? ¿Había imaginado que el deseo que sentía por ella sería más agudo y doloroso que cualquier otro que hubiera experimentado? ¿Era todavía únicamente deseo, o había cruzado en algún momento una línea de la que él no era consciente? En ese momento, no había respuestas. Las respuestas eran para la luz del día.
Con un gemido, Blake hundió su lengua en la boca de Summer y sintió que su cuerpo se aflojaba, al tiempo que su boca se hacía más ávida. Las manos de Summer tocaban levemente la cara de Blake, su cuello, y luego se deslizaban despacio por su pelo. A pesar de que Blake se apretaba con fuerza contra ella, aún no le exigía nada.
«Saboréame». Aquella idea cruzó suavemente la mente de Summer mientras los labios de Blake se deslizaban sobre su rostro. Lentamente. Nunca había conocido a un hombre con tanta paciencia, ni tan embriagador. Boca contra boca, luego boca contra piel: cada una de sus caricias la hundía cada vez más en una languidez que iba apoderándose de su cuerpo y de su mente.
«Tócame». Él pareció entender aquella necesidad repentina. Sus manos se movieron sin prisas sobre los hombros de Summer, por sus costados, y volvieron a subir luego para susurrar sobre sus pechos, hasta que aquello no fue suficiente para ninguno de los dos. Luego, sin decir nada, comenzaron a desvestirse el uno al otro.
Dedos de luz de luna cayeron sobre la carne desnuda: un hombro, el largo de un brazo, un torso musculado. Summer pasó las manos lujuriosamente sobre el pecho de Blake, palpando sus músculos. Él exploró lentamente todo su cuerpo, conociendo poco a poco sus curvas sutiles y su tersura. Ni siquiera se precipitaron cuando la última barrera de ropa fue retirada. El tiempo había perdido su significado.
Se alzó la brisa, pero ellos estaban cada vez más acalorados. Allí por donde pasaban los dedos de Summer, la carne de Blake ardía y luego se enfriaba sólo para arder de nuevo. A medida que él besaba su cuerpo, aprendiendo secretos y descubriendo placeres, el fuego iba embargando a Summer. Y el ansia se apoderó de ambos.
Con rápidos gemidos y el aliento entrecortado, se poseyeron el uno al otro. Él ignoraba que pudiera dejarse llevar, y ella siempre se había negado a que la llevaran, y, sin embargo, se guiaron mutuamente hacia el mismo destino.
Summer sintió que la realidad se le escapaba, pero no sentía deseos de retenerla. La música sólo penetraba vagamente en su conciencia, pero los murmullos de Blake los oía claramente. Era su olor, y no el de las rosas, el que percibía. Era capaz de sentir cualquier cosa, de ir a cualquier parte, con tal de estar con él. Junto con el deseo físico más poderoso que había conocido nunca, había una necesidad emocional que estallaba dentro de ella. No podía cuestionarla, no podía negarla. Su cuerpo, su mente, su corazón deseaban dolorosamente a Blake.
Con su nombre temblándole en los labios, Summer lo tomó dentro de sí. Luego, el placer fue tan intenso que ambos perdieron la cabeza. Un gozo torrencial se apoderó de ella. La calma se había convertido en un huracán. Juntos, se dejaron arrastrar por él.
¿Habían pasado horas o minutos? Summer yacía a la luz tamizada de la luna, intentando orientarse. Nunca se había sentido así. Saciada, eufórica, exhausta. Una vez había dicho que era imposible sentir todas esas cosas a la vez.
Podía sentir el roce del cabello de Blake contra su hombro, el susurro de su aliento contra su mejilla. Sus olores se habían mezclado, de tal modo que el de las rosas era tan sólo un matiz. La música había cesado, pero a Summer aún le parecía oír su eco. El cuerpo de Blake se apretaba contra el suyo, pero su peso era placentero. Ella comprendió que podía rodearlo con los brazos y quedarse así el resto de su vida. Entonces, a través de la neblina del placer, sintió agitarse por primera vez el miedo.
Oh, Dios, ¿hasta dónde había llegado en tan poco tiempo? Siempre había estado tan segura de que sus emociones estaban perfectamente a salvo… No era la primera vez que estaba con un hombre, pero era demasiado consciente de que era la primera vez que había hecho el amor en el verdadero sentido de la expresión.
Error. Metió a la fuerza aquella palabra en su cabeza, a pesar de que su corazón intentaba impedírselo. Tenía que pensar, tenía que ser realista. ¿Acaso no había visto con sus propios ojos los estragos que causan los sentimientos y los sueños descontrolados en dos personas inteligentes? Sus padres llevaban años saltando de una relación a otra, buscando… ¿qué?
«Esto», le decía su corazón, pero de nuevo hizo oídos sordos. Sabía que no debía anhelar algo en cuya existencia no creía. La estabilidad, el compromiso eran simples ilusiones. Y las ilusiones no tenían cabida en su vida.
Cerrando los ojos un momento, intentó calmarse. Era una mujer adulta, lo bastante sofisticada como para entender y aceptar un deseo mutuo y sin ataduras. «Tómatelo a la ligera», se advirtió. «No pretendas que sea lo que no es».
Pero no pudo evitar acariciar el pelo de Blake cuando le dijo:
—Es extraño cómo me afectan la pizza y el champán.
Alzando la cabeza, Blake le sonrió. Y en ese momento se sintió el dueño del mundo.
—Creo que debería ser tu dieta básica —besó la curva de su hombro—. La mía, va a serlo. ¿Quieres más?
—¿Pizza y champán?
Riendo, él le lamió el cuello.
—Eso también —se movió, apretándola contra su costado. Un gesto más de intimidad que hizo que algo se agitara dentro de Summer.
«Fija las normas», se dijo. «Hazlo ahora, antes de… antes de que se te olvide».
—Me gusta estar contigo —dijo con calma.
—Y a mí contigo —él podía ver cómo danzaban las sombras en el techo, oía el ruido sofocado del tráfico en la calle, pero seguía saturado de ella.
—Ahora que hemos estado juntos así, esto puede afectar a nuestra relación de dos formas distintas.
Asombrado, él giró la cabeza para mirarla.
—¿Dos formas distintas?
—Puede que aumente la tensión mientras estamos trabajando, o que la alivie. Yo espero que la alivie.
Él la miró, ceñudo, en la oscuridad.
—Lo que acaba de ocurrir no tiene absolutamente nada que ver con los negocios.
—Cualquier cosa que hagamos tiene que afectar por fuerza a nuestra relación laboral —humedeciéndose los labios, ella intentó proseguir con la misma despreocupación—. Hacer el amor contigo ha sido algo muy… personal, pero mañana por la mañana tenemos que volver a ser socios. Esto no puede cambiar eso. Creo que sería un error dejar que cambiara el tenor de nuestro acuerdo profesional —¿estaba parloteando? ¿Tenía algún sentido lo que decía? Deseaba desesperadamente que él dijera algo, cualquier cosa—. Creo que los dos sabíamos que esto iba a ocurrir. Ahora que ya ha pasado, el ambiente estará más despejado.
—¿El ambiente estará más despejado? —enfurecido y, para su sorpresa, también dolido, Blake se apoyó sobre el codo y se incorporó—. Es mucho más que eso, Summer. Los dos lo sabemos.
—Intentemos mantener la perspectiva —¿cómo había empezado con tan mal pie? ¿Y cómo podía seguir parloteando cuando lo único que quería era acurrucarse junto a él y abrazarlo?—. Somos dos personas adultas y sin compromiso que se sienten atraídas la una por la otra. En ese sentido, no debemos esperar nada más el uno del otro que lo razonable. A nivel profesional, los dos debemos esperar un compromiso total.
Él deseó de pronto hacerla tragarse toda aquella letanía sobre su relación profesional. Violentamente. Aquel sentimiento no le agradaba, como tampoco le agradaba la repentina certeza de que ansiaba un compromiso total con Summer a nivel personal. Haciendo un esfuerzo, logró controlar su furia. Necesitaba formularse algunas preguntas y responderlas… muy pronto. Entre tanto, tenía que mantener la cabeza fría.
—Summer, pienso hacerte el amor a menudo y, cuando lo haga, por mí los negocios pueden irse al infierno —pasó una mano por su costado y sintió que su cuerpo respondía. Si ella quería normas, pensó con rabia, él se las daría. Las suyas—. Cuando estemos aquí, no habrá ningún hotel ni ningún restaurante. Sólo tú y yo. En el Cocharan House, mantendremos una actitud tan profesional como tú quieras —ella ignoraba si quería darle la razón con serenidad o ponerse a protestar a gritos. Guardó silencio—. Y ahora —continuó Blake, atrayéndola hacia sí—, quiero hacerte el amor otra vez, y luego quiero dormir contigo. Mañana a las nueve volveremos al trabajo.
Ella podría haber hablado entonces, pero la boca de Blake tocó la suya. Para el día siguiente quedaban aún muchas horas.