—¡Qué cara más dura! —masculló Summer. Le propinó otro mordisco a su perrito caliente, arrugó el ceño y tragó—. ¡Qué cara más dura tiene ese hombre!
—No deberías dejar que eso te quite el apetito, cara —Carlo le dio una palmada en el hombro mientras paseaban por la acera en dirección a la soberbia y desgastada fachada del Independence Hall.
Summer le dio otro mordisco a su perrito. Al sacudir la cabeza, el sol se reflejaba en las puntas de su pelo y las teñía de oro.
—Cállate, Carlo. Es tan arrogante… —con la mano Ubre hizo un ademán impetuoso mientras seguía masticando, casi con furia, el panecillo y la salchicha—. Carlo, yo no acepto órdenes de nadie, y menos aún de un ejecutivo americano trajeado y repulido, con tendencias dictatoriales e increíbles ojos azules.
Aquella descripción hizo alzar una ceja a Carlo, quien a continuación lanzó una mirada de admiración a una rubia de largas piernas, provista de una minifalda rosa, que pasó junto a ellos.
—Claro que no, mi amor —dijo distraídamente, girando la cabeza para seguir el avance de la rubia calle abajo—. Filadelfia tiene atracciones turísticas de lo más fascinante, ¿sabes?
—Yo soy quien toma las decisiones, quien dirige mi vida —rezongó Summer, tirándole del brazo al ver hacia dónde se dirigía su atención—. Yo acepto sugerencias, Franconi, no recibo órdenes.
—Siempre ha sido así —Carlo lanzó una última mirada soñadora por encima del hombro. Quizá pudiera convencer a Summer para que pararan en alguna parte, en un banco del parque, en la terraza de un café, donde pudiera echar un vistazo más… atento a las atracciones de Filadelfia—. Estarás cansada de andar, cielo —comenzó a decir.
—No pienso cenar con él esta noche. De ninguna manera.
—Eso le enseñará a tratar con Summer Lyndon —aquel parque, pensaba Carlo, tenía posibilidades de lo más interesante.
Ella le lanzó una mirada amenazante.
—A ti te hace mucha gracia porque eres un hombre.
—Es a ti a quien le hace gracia —la corrigió Carlo, sonriendo—. Y a quien le interesa.
—No es cierto.
—Oh, sí, cara mia, claro que te interesa. ¿Por qué no nos sentamos para que pueda contemplar la… belleza de tu ciudad de adopción? A fin de cuentas… —se tocó el ala del sombrero al tiempo que una morena en pantalones cortos pasaba a su lado—, soy un turista, ¿no?
Ella advirtió el brillo de sus ojos y la razón del mismo. Tras soltar un bufido, giró bruscamente a la derecha.
—Yo te daré atracciones turísticas, amico.
—Pero Summer… —Carlo divisó a una pelirroja con pantalones ceñidos que iba paseando a un perro—. La vista desde aquí es muy educativa y edificante.
—Yo sí que te voy a edificar —le prometió ella, tirando de él con fuerza—. El Segundo Congreso Continental se reunió aquí en 1775, cuando el edificio recibía el nombre de Parlamento de Pennsylvania.
Se oyó un retumbar de pasos y voces. Un grupo de escolares pasó a su lado, guiado por una profesora de aspecto severo y puntilloso, calzada con cómodos zapatos.
—Fascinante —masculló Carlo—. ¿Por qué no nos vamos al parque, Summer? Hace un día precioso.
—Me consideraría una pésima amiga si no te ofreciera una sucinta lección de historia antes de que te marches esta tarde, Carlo —lo agarró del brazo con más fuerza—. Fue concretamente el 8 de julio, no, el cuatro de julio de 1776, cuando la Declaración de Independencia se leyó ante el gentío que abarrotaba el patio exterior del edificio.
—Increíble —¿aquella morena no iba camino del parque?—. No sabes cuánto me interesa la historia de Estados Unidos, pero puede que un poco de aire fresco…
—No puedes marcharte de Filadelfia sin ver el Liberty Bell —tomándolo de la mano, Summer tiró de él—. Los símbolos de la libertad son internacionales, Carlo —ella ni siquiera escuchó lo que Carlo mascullaba, mientras sus pensamientos volvían a girar en torno a Blake—. Pero ¿qué está intentando demostrar con ese machismo y esa pinta tan relamida? —preguntó—. Decirme que me recogería a las ocho después de que yo me negara a ir… —apretando los dientes, puso los brazos en jarras y miró a Carlo con enojo—. ¡Hombres! Sois todos iguales, ¿lo sabías?
—Nada de eso, carissima —divertido, él le lanzó una sonrisa encantadora y pasó los dedos por sus mejillas—. Somos todos únicos, sobre todo yo. Hay mujeres en todas las ciudades del mundo que pueden confirmarlo.
—Cerdo —masculló ella, negándose a dejarse ablandar por su sentido del humor. Se acercó un poco más a él, sin reparar en que había un grupo de tres universitarias pendientes de cada palabra—. Conmigo no presumas de donjuán, maldito sátiro italiano.
—Pero Summer… —él se llevó la mano de Summer a los labios mientras observaba a las tres chicas por encima de ella—. Yo soy un… connoisseur.
Ella dejó escapar un bufido poco femenino.
—Vosotros, los hombres —añadió, desasiendo su mano—, pensáis que una mujer es un juguete con el que uno se puede divertir un rato y luego desecharlo. Conmigo nadie va a jugar a eso.
Sonriendo de oreja a oreja, Carlo la tomó de las manos y se las besó.
—Ah, no, no, cara mia. Una mujer es el más exquisito plato.
Summer achicó los ojos. Mientras las tres chicas se arrimaban un poco más, intentó contener una sonrisa.
—¿Un plato? ¿Te atreves a comparar a una mujer con un guiso?
—Con un guiso exquisito —le recordó Carlo—. Un guiso que se espera con gran emoción, que se disfruta largamente, que se saborea, que incluso se venera.
Ella arqueó las cejas.
—¿Y cuando el plato está limpio, Carlo?
—Permanece en la memoria —juntando el pulgar y el índice, se los besó teatralmente—. Regresa en sueños y te fuerza a buscar eternamente una experiencia igual de sensual.
—Muy poético —dijo ella secamente—. Pero yo no pienso ser el entrante de nadie.
—No, Summer, querida, tú eres el postre más prohibido, y, por tanto, el más deseable —les hizo un guiño a las tres chicas—. Ese tal Cocharan, ¿no crees que se le hace la boca agua cada vez que te ve?
Summer dejó escapar una breve risa, se alejó dos pasos y se detuvo. Aquella imagen poseía un atractivo extraño y primigenio. Intrigada, echó un vistazo por encima del hombro.
—¿Tú crees que sí?
Carlo deslizó un brazo alrededor de su cintura y comenzó a llevarla fuera del edificio. Todavía quedaba tiempo para tomar un poco el aire y admirar a las corredoras de largas piernas del parque. Tras ellos, las tres chicas comenzaron a mascullar, desilusionadas.
—Cara, yo he estudiado minuciosamente el amore. Sé lo que veo en los ojos de otro hombre.
Summer intentó sofocar un arrebato de placer y se encogió de hombros.
—Vosotros, los italianos, os empeñáis en poner una bonita etiqueta a lo que no es más que simple lujuria.
Con un gran suspiro, Carlo la condujo al exterior.
—Summer, para tener sangre francesa, no tienes ni pizca de romanticismo.
—El romanticismo es cosa de novelas y películas.
—El romanticismo —puntualizó Carlo— está en todas partes —aunque ella había hablado con desenfado, Carlo sabía que estaba siendo perfectamente sincera. Ello le preocupaba y, al mismo tiempo, como amigo suyo, le desilusionaba—. Deberías probar las velas, el vino y la música suave, Summer. Experimenta un poco. No te hará ningún daño.
Ella le lanzó una extraña mirada oblicua mientras caminaban.
—¿Tú crees?
—De Carlo puedes fiarte como de nadie.
—Oh, sí —riendo de nuevo, le rodeó los hombros con el brazo—. No confío en nadie más, Franconi.
Eso también era la pura verdad. Carlo suspiró de nuevo, pero continuó con idéntica ligereza:
—Entonces, confía en ti, cara. Déjate guiar por tu intuición.
—Pero si yo ya confío en mí.
—¿De veras? —esta vez, fue Carlo quien le lanzó una mirada de soslayo—. Creo que no te fías de ti misma si te quedas a solas con el americano.
—¿Con Blake? —Carlo notó que se tensaba, enojada, bajo el brazo con que todavía le rodeaba la cintura—. Eso es absurdo.
—Entonces, ¿por qué te inquieta tanto la idea de cenar con él?
—Tu inglés está empeorando, Carlo. Inquietarme no es la palabra correcta. Lo que estoy es mosqueada —intentó relajarse bajo el brazo de Carlo y luego alzó la barbilla—. Estoy mosqueada porque él dio por sentado que cenaría con él y siguió pensándolo cuando le dije que no. Es una reacción normal.
—Sí, creo que tu reacción ante él es muy normal. Uno podría pensar que es… eh… incluso primitiva —se quitó las gafas de sol y las ajustó meticulosamente—. También vi cómo lo mirabas ese día en la cocina.
Summer lo miró arrugando el ceño y alzó la barbilla un poco más.
—No sabes lo que dices.
—Soy un gourmet —dijo Carlo, haciendo un amplio ademán con el brazo libre—. De la comida, sí, pero también del amor.
—Cíñete a la pasta, Franconi.
Él se limitó a sonreír y le dio una palmadita en el costado.
—Carissima, mi pasta nunca se pega.
Ella pronunció una sola palabra en francés en el tono más dulce. Siguieron caminando en mutua sintonía, a pesar de que los dos iban pensando qué ocurriría por fin aquella noche a las ocho.
Fue deliberado, planificado y sumamente satisfactorio. Summer se puso sus vaqueros más viejos y una camiseta descolorida que tenía deshilachado el dobladillo de una de las mangas. Ni siquiera se molestó en maquillarse un poco. Tras despedir a Carlo en el aeropuerto, se había parado a comprar pollo frito con patatas y ensalada de col en el drive-in de un restaurante de comida rápida.
Abrió una lata de refresco sin azúcar y sintonizó la televisión para ver una comedia de situación que estaban reponiendo. Agarró un muslo y empezó a mordisquearlo. Había pensado en vestirse de punta en blanco y luego pasar como una exhalación junto a Blake cuando llegara a su puerta diciéndole despreocupadamente que tenía otra cita. Sería muy satisfactorio. Pero, de ese modo, resolvió mientras apoyaba los pies en el sillón, podía ponerse cómoda e insultarle al mismo tiempo. Tras pasar el día caminando por la ciudad mientras Carlo coqueteaba con todas las mujeres entre los seis años y los sesenta, sentirse cómoda era tan importante como el insulto.
Satisfecha con su estrategia, Summer se recostó y aguardó que llamaran a la puerta. No tardaría mucho, se dijo. Estaba convencida de que Blake era un obseso de la puntualidad. Y puntilloso, añadió, echándole un vistazo a su destartalado y cómodamente desordenado apartamento.
Además de arrogante, se recordó mientras arrebañaba el muslo de pollo. Llegaría enfundado en un elegante traje hecho a mano, con la camisa almidonada y gemelos con sus iniciales en los puños. Sus zapatos italianos de piel no tendrían ni una sola mota de polvo. No habría ni un solo pelo fuera de su sitio. Complacida, Summer miró el bajo deshilachado de sus vaqueros más viejos. Una lástima que no tuvieran además unos buenos agujeros.
Sonriendo maliciosamente, extendió el brazo hacia su refresco. Con agujeros o sin ellos, estaba claro que no parecía una mujer que estuviera esperando ansiosamente a un hombre. Y eso, concluyó Summer, era lo que un hombre como Blake no se esperaba. Sorprenderlo le daría un placer enorme. Enfurecerlo le gustaría aún más.
Cuando llamaron a la puerta, Summer miró a su alrededor con indolencia antes de desdoblar las piernas. Se levantó despacio, se desperezó y luego se acercó a la puerta.
Por segunda vez, Blake lamentó no tener a mano una cámara para inmortalizar su expresión de perplejidad cuando abrió la puerta. Ella no dijo nada; se limitó a mirarlo fijamente. Con una leve sonrisa en los labios, Blake metió las manos en los bolsillos de sus pantalones ceñidos y descoloridos. Nunca, pensó, había obtenido tanto placer sorprendiendo a alguien. Le daban ganas de convertirlo en costumbre.
—¿Está lista la cena? —olfateó el aire—. Huele bien.
Maldita fuera su arrogancia… y su intuición, pensó Summer. ¿Cómo conseguía siempre ir un paso por delante de ella? Salvo porque llevaba unas viejas zapatillas de tenis, iba vestido casi igual que ella. Y lo que resultaba aún más irritante era que pareciera sentirse tan a gusto y estuviera tan atractivo tanto con unos vaqueros y una camiseta como cuando llevaba un elegante traje de negocios. Haciendo un esfuerzo, Summer logró controlar su enojo y sendos arrebatos de regocijo y deseo. Tal vez las reglas hubieran cambiado, pero el juego aún no había acabado.
—Mi cena está lista —le dijo con frialdad—. No recuerdo haberte invitado.
—Dije a las ocho.
—Y yo dije que no.
—Dado que no querías salir… —él tomó sus manos antes de entrar como una exhalación—, pensé que comeríamos aquí.
Summer se quedó en la puerta abierta, con las manos atrapadas. Podía ordenarle que se fuera, pensó. Exigírselo. Y él lo haría. Aunque no le importaba ponerse antipática, no le encontraba el gusto a ganar una batalla de manera tan directa. Tendría que encontrar un método más tortuoso y gratificante de quedar por encima de él.
—Eres muy persistente, Blake. Incluso podría pensarse que eres testarudo.
—Sí. ¿Qué hay de cena?
—Muy poco —soltando una de sus manos, Summer señaló la caja del restaurante de comida rápida.
Blake alzó una ceja.
—Tu debilidad por la comida rápida es muy curiosa. ¿Has pensado alguna vez en abrir tu propia cadena? ¿Minute Croissants? ¿Pastelitos A Todo Gas?
Ella intentó no reírse.
—El empresario eres tú —le recordó—. Yo soy una artista.
—Con el apetito de un adolescente —Blake se alejó lentamente y sacó un muslito de pollo de la caja. Se arrellanó en el sofá y puso los pies encima de la mesa—. No está mal —dijo tras dar el primer mordisco—. ¿No hay vino?
No, Summer no quería reírse, estaba decidida a no hacerlo, pero al verlo allí repantigado con su cena, tuvo que contener la risa. Tal vez su plan de insultarlo no hubiera funcionado, pero estaba claro qué iba a depararles la noche. Ella sólo necesitaba una excusa para lanzarle una buena pulla.
—Refrescos sin azúcar —se sentó y alzó la lata—. Hay más en la cocina.
—Esta está bien —Blake le quitó la lata y bebió—. ¿Así es como pasa sus noches una de las mejores reposteras del mundo?
Alzando una ceja, Summer volvió a quitarle la lata.
—La mejor repostera del mundo pasa sus noches como le da la gana.
Blake cruzó los tobillos y se quedó mirándola. Las pintas de sus ojos eran más sutiles esa noche, quizá porque estaba relajada. Le gustaba pensar que podía volver a hacerlas brillar antes de que acabara la noche.
—Sí, estoy seguro de que así es. ¿Ocurre lo mismo en otras facetas de tu vida?
—Sí —Summer tomó otro pedazo de pollo antes de darle a Blake una servilleta de papel—. He decidido tolerar tu presencia… de momento.
Mirándola, él dio otro mordisco.
—¿De veras?
—Por eso estás aquí, comiéndote la mitad de mi cena —ella ignoró su risa y apoyó los pies encima de la mesa, junto a los de él. La situación tenía algo de doméstico que encantaba a Summer y algo íntimo que la hacía desconfiar. Era demasiado cauta para permitirse olvidar el efecto que había surtido sobre ella un solo beso de Blake. Y era demasiado terca para dar marcha atrás.
—Siento curiosidad por saber por qué insististe en verme esta noche —un anuncio de cera para suelos cruzó la pantalla del televisor. Summer lo miró antes de volverse hacia Blake—. ¿Por qué no me lo explicas?
Él tomó un tenedor de plástico y probó la ensalada de col.
—¿La razón personal o la profesional?
Summer pensó que demasiado a menudo respondía a una pregunta con otra pregunta. Era hora de bajarle los humos.
—¿Por qué no vas por partes?
¿Cómo era posible que se comiera aquella bazofia?, se preguntó Blake, dejando el tenedor en la caja. Cuando se la miraba, uno podía imaginársela en los restaurantes más elegantes del mundo: flores, vino francés, camareros envarados, ella vestida de seda, jugueteando con un postre exótico.
Summer frotó la planta desnuda de uno de sus pies sobre el otro mientras le daba otro mordisco al pollo. Blake sonrió, a pesar de que se preguntaba por qué se sentía tan atraído por ella.
—Los negocios primero, entonces. Vamos a trabajar juntos al menos durante unos meses. Creo que es conveniente que nos conozcamos mejor, averiguar cómo trabaja el otro para que podamos hacer los ajustes convenientes cuando sea necesario.
—Lógico —Summer sacó un par de patatas y le ofreció la caja a Blake—. Conviene que sepas desde el principio que no pienso aceptar ningún ajuste en absoluto. Yo sólo trabajo de un modo: el mío. Y… ¿en cuanto a lo personal?
Él admiraba su seguridad y su completa falta de compromiso. Pensaba explorar la primera y deshacer la segunda.
—Personalmente, me pareces una mujer preciosa e interesante —la miró mientras metía la mano en la caja—. Quiero llevarte a la cama —al ver que ella no decía nada, se puso a mordisquear una patata—. Y creo que deberíamos conocernos un poco mejor antes —la mirada de Summer era directa y fija. Él sonrió—. ¿Te parece lógico?
—Sí, y también arrogante. Al parecer, estás bien pertrechado de ambas cosas, pero… —se limpió los dedos en la servilleta antes de volver a tomar el refresco—, eres sincero. Y yo admiro la sinceridad en los demás —levantándose, bajó la mirada hacia él—. ¿Has acabado?
La mirada de Blake era tan fría como la de ella cuando le alcanzó la caja.
—Sí.
—Da la casualidad de que tengo un par de pasteles en la nevera, si te interesa.
—¿Del supermercado?
Los labios de Summer se curvaron lenta y levemente.
—No. Yo tengo ciertas reglas. Son míos.
—Entonces no puedo ofenderte rechazándolos.
Esta vez, Summer se echó a reír.
—Estoy segura de que la cortesía es lo único que te mueve.
—Eso, y la glotonería —añadió mientras ella se alejaba.
«Tiene aplomo», pensó Blake, recordando su reacción cuando le había dicho lo de llevársela a la cama. Su frialdad, su dominio de sí misma, le intrigaban. O, quizá, le parecían un desafío.
¿Era sólo una fachada? Si lo era, le apetecía tener la oportunidad de desmontarla. Lentamente, pensó, incluso perezosamente, hasta que encontrara la pasión que yacía debajo. Estaría allí, como uno de sus postres, oscura y prohibida bajo una fría capa blanca. Blake pensaba probarla antes de que pasara mucho tiempo.
Le temblaban las manos. Summer se maldijo mientras abría la nevera. Blake la había dejado de una pieza, tal y como pretendía. Ella sólo esperaba que no hubiera descubierto lo que se escondía debajo de la aparente naturalidad con que había acogido sus palabras. Sí, Blake había querido sorprenderla, pero había dicho exactamente lo que sentía. Eso, ella podía comprenderlo. En ese momento no tenía tiempo para analizar y asumir sus sentimientos. Sólo podía contar con su reacción inmediata, que no había sido perplejidad, ni enojo, sino una especie de excitación nerviosa que no experimentaba desde hacía años.
Qué idiotez, se dijo mientras colocaba los pasteles en dos platos de porcelana de Meissen. Ella no era una adolescente que se deleitara en los halagos. Y tampoco toleraría que alguien la informara sumariamente de que estaba a punto de convertirse en su amante. Sabía que las aventuras amorosas eran arriesgadas, consumían tiempo y distraían. Y, además, siempre había una parte que se implicaba más que la otra, y que, por lo tanto, era más vulnerable. Ella no podía permitirse ponerse en esa tesitura. Sin embargo, seguía sintiendo un leve hormigueo nervioso.
Iba a tener que hacer algo respecto a Blake Cocharan, resolvió mientras servía dos tazas de café. Y tendría que hacerlo enseguida. El problema era… ¿qué haría? Mientras colocaba las tazas y platos en una bandeja, decidió hacer lo que mejor se le daba en momentos de mucha presión: improvisaría.
—Estás a punto de tener una experiencia sensual memorable.
Blake alzó la mirada y la vio entrar en la habitación con la bandeja en las manos. De pronto, el deseo se apoderó de él con inusitada fuerza, y comprendió que, si quería mantener el control de la situación, tendría que jugar con astucia.
—Mis pasteles de crema y chocolate no deben tomarse a la ligera —continuó Summer—. Deben comerse con reverencia.
Él esperó hasta que ella se sentó a su lado de nuevo para tomar uno de los platos. «Muy hábil», pensó de nuevo al sentir que su olor flotaba hasta él.
—Haré lo que pueda.
—En realidad… —ella bajó su tenedor y cortó un pedazo—, no se requiere ningún esfuerzo. Sólo saboréalo —incapaz de resistirse, Summer le acercó el tenedor a los labios.
Él la miró fijamente mientras Summer le daba el pedazo de pastel. La luz que entraba oblicuamente por la ventana, a su espalda, se reflejaba en sus ojos. Blake notó que en ese momento parecían más verdes, casi felinos. Un hombre cualquiera podía perder la cabeza intentando definir aquel color, interpretar aquella expresión. La densa crema y la leve masa del pastel se derritieron en su boca. Su sabor era exótico, único, deseable…, como su creadora. El primer bocado, lo mismo que el primer beso, exigían más.
—Increíble —murmuró él, y los labios de Summer se curvaron.
—Por supuesto —mientras partía otro pedazo, la mano de Blake se cerró sobre su muñeca. Su pulso se aceleró brevemente, Blake lo notó, pero su mirada permaneció fría y fija.
—Te devolveré el favor —dijo él suavemente, y siguió agarrándola suavemente de la muñeca mientras con la otra mano tomaba el tenedor. Se movía despacio, con deliberación, manteniendo los ojos fijos en los de ella. Le acercó el pastel a la boca y luego se detuvo. Vio cómo se separaban sus labios y cómo asomaba la punta de su lengua. Habría sido tan fácil cerrar la boca sobre la de ella en ese instante… Por la rapidez de su pulso, sabía que ella no opondría resistencia. Pero, en lugar de hacerlo, le dio el pedacito de pastel y sintió cómo se encogían los músculos de su estómago al imaginar el sabor que en ese instante se extendía delicadamente por la lengua de Summer.
Ella nunca había sentido nada parecido. Había probado su propia comida en incontables ocasiones, pero nunca había tenido los sentidos tan aguzados. El gusto del pastel parecía llenarle la boca. Quería retenerlo allí, explorar aquella sensación que, de manera inesperada y con tanta intensidad, se había convertido en una experiencia sexual. Tuvo que hacer un esfuerzo consciente para tragar y luego para articular palabra.
—¿Más? —preguntó.
La mirada de Blake se deslizó hasta su boca y volvió a alzarse hasta sus ojos.
—Claro.
Un juego peligroso. Ella lo sabía, pero decidió jugar. Y ganar. Lentamente, le dio el siguiente bocado. ¿Era el color de sus ojos más intenso? No le parecía estar imaginándolo, como tampoco eran producto de su imaginación las oleadas de deseo que parecían zarandearla. ¿Procedían de ella o de él?
En la televisión, alguien rompió a reír a carcajadas. Ninguno de ellos lo notó. Sería sensato retroceder ahora, cautelosamente. A pesar de que aquella idea cruzó su mente, Summer abrió la boca para probar el siguiente bocado.
Algunas cosas estallaban en la lengua; otras, la calentaban o la enervaban. Aquel sabor era fresco, elegante, no menos sensual que el champán, ni menos esencial que una fruta madura. Sus nervios comenzaron a calmarse, pero su conciencia se agudizó. Él llevaba un perfume sutil que la hacía pensar en bosques otoñales. Sus ojos eran del azul profundo del cielo vespertino. Cuando su rodilla rozaba la de ella, Summer sentía un calorcillo que se filtraba por las dos capas de tela y acariciaba su carne. Fueron pasando los segundos sin que ella fuera consciente de que ambos guardaban silencio, limitándose a alimentarse el uno al otro lenta y lujuriosamente. La atmósfera de intimidad los envolvía, no menos intensa ni excitante que el acto amoroso en sí mismo. El café se enfriaba. Las sombras se alargaban a través de la habitación a medida que se iba poniendo el sol.
—El último bocado —murmuró Summer, ofreciéndoselo—. ¿Te gusta?
Él tomó las puntas de su pelo entre el pulgar y el índice.
—Mucho.
Ella sintió un delicioso escalofrío. Aunque no se apartó, dejó el tenedor con gran cuidado. Se sentía tranquila y apaciguada. Demasiado, quizá. Y también vulnerable.
—Uno de mis clientes tiene pasión secreta por estos pasteles. Cuatro veces al año voy a Inglaterra y le hago dos docenas. El otoño pasado me regaló un collar de esmeraldas.
Blake alzó una ceja mientras enroscaba un mechón de su pelo en uno de sus
dedos.
—¿Eso es una indirecta?
—Me gustan los regalos —dijo ella con despreocupación—. Claro, que esas cosas no son muy apropiadas entre socios de negocios.
Cuando ella se inclinó hacia delante para tomar su café, Blake cerró los dedos sobre su pelo y la retuvo. En cuanto sus ojos se encontraron, Blake advirtió en su mirada una tibia sorpresa y un leve enojo. A Summer no le gustaba que nadie la manejara.
—Los negocios son sólo una faceta de nuestra relación. A estas alturas, los dos lo tenemos claro.
—Los negocios son la faceta principal, y la primera prioridad.
—Puede ser —resultaba difícil admitir, incluso para sí mismo, que empezaba a tener dudas al respecto—. En cualquier caso, no tengo intención de limitarme a esa faceta.
Si quería hacerse con el control de la situación, ése era el momento. Summer apoyó con indolencia un brazo sobre el respaldo del sofá y deseó que se deshiciera el nudo de su estómago.
—Me siento atraída por ti. Y creo que será difícil e interesante trabajar así durante los próximos meses. Dijiste que querías entenderme. Yo rara vez me explico a mí misma, pero esta vez haré una excepción —inclinándose de nuevo hacia delante, sacó un cigarrillo de su cajita—. ¿Tienes fuego?
Era extraño cómo lograba Summer despertar los sentimientos de Blake sin previo aviso. En ese momento, sentía irritación. Sacó su mechero y lo encendió. La vio inhalar el humo y luego expelerlo rápidamente, en un gesto que le pareció más debido a la costumbre que al placer.
—Adelante.
—Dijiste que conocías a mi madre —comenzó Summer—. En cualquier caso, habrás oído hablar de ella. Es una mujer guapa, inteligente y llena de talento. Yo la quiero mucho, tanto por ser mi madre como por ser una persona llena de alegría vital. Si tiene una debilidad, son los hombres —Summer dobló las piernas bajo ella y procuró relajarse—. Ha tenido tres maridos e innumerables amantes. Cada vez que tiene una relación, está convencida de que es para siempre. Cuando está liada con un hombre, la felicidad la ciega. Los intereses de él son los suyos, y sus fobias, las de ella. Naturalmente, cuando la relación acaba, se queda hecha polvo —Summer dio una nueva calada al cigarrillo. Esperaba que él hiciera algún comentario de pasada. Pero al ver que se limitaba a escuchar, prolongó su relato más de lo que pretendía—. Mi padre es más práctico, y sin embargo se ha casado dos veces y ha tenido unos cuantos líos de faldas discretos. A diferencia de mi madre, que acepta los defectos de los demás, y que incluso disfruta de ellos una temporada, él busca la perfección. Dado que la perfección no existe entre el género humano, sino sólo en sus creaciones, sufre constantes decepciones. Mi madre busca diversión y romanticismo; mi padre busca la compañera perfecta. Yo no busco ninguna de las dos cosas.
—Entonces, ¿por qué no me dices qué es lo que buscas?
—El éxito —dijo ella con sencillez—. El amor tiene un principio y, por consiguiente, un fin. Una pareja exige compromiso y paciencia. Yo dedico toda mi paciencia a mi trabajo, y no tengo capacidad para comprometerme.
Aquello debería haber complacido a Blake; incluso debería haberle quitado un peso de encima. A fin de cuentas, él no buscaba más que una aventura pasajera, sin ataduras ni compromisos. No entendía por qué deseaba hacer que Summer se tragara aquellas palabras, pero así era.
—Nada de amor —dijo, asintiendo con la cabeza—. Nada de compromisos. Pero eso no descarta el hecho de que me deseas, y yo a ti.
—No —el humo le estaba dejando un regusto amargo en la boca. Mientras aplastaba el cigarrillo, pensó en lo mucho que se parecía aquella conversación a una negociación. Sin embargo, ¿no era así cómo ella prefería que fuera?—. He dicho que sería difícil trabajar de este modo, pero también es necesario. Tú quieres de mí un servicio, Blake, y yo estoy dispuesta a dártelo porque me apetece la experiencia y porque obtendré publicidad de ello. Pero cambiar el tono y la cara de tu restaurante va a ser un proceso largo y complejo. Si a ello se añade que tengo otros compromisos, no creo que tenga tiempo para distracciones personales.
—¿Distracciones? —¿por qué le enfurecía aquella sola palabra? El caso era que le enfurecía, al igual que su tono desdeñoso y profesional. Tal vez ella no pretendiera lanzarle un desafío, pero Blake no podía tomarse sus palabras de otro modo—. ¿Eso te distrae? —pasó un dedo por un lado de su garganta antes de agarrar su nuca.
Ella sintió la firme presión de sus dedos sobre la piel. Y vio en sus ojos rabia y
deseo.
—Vas a pagarme mucho dinero por hacer mi trabajo, Blake —su voz era firme; el latido de su corazón, no—. Como empresario, deberías desear que las complicaciones sean las mínimas.
—Complicaciones… —repitió él. Hundió la otra mano entre su pelo para que ella echara la cara hacia atrás. Summer sintió que un arrebato de excitación le atravesaba la espalda—. ¿Esto es… —la besó suavemente en la mejilla— una complicación?
—Sí —su cerebro lanzaba la señal de retirada, pero su cuerpo no respondía.
—¿Y una distracción?
Blake se acercó lentamente a ella y lamió sus labios. La única presión era la de sus dedos, que se movían lenta y rítmicamente sobre la piel de la nuca de Summer.
Ella no se apartó, aunque se dijo que aún podía hacerlo. Nunca se había dejado seducir, y esa noche no era distinta a las demás.
Sólo probar, se dijo. Ella sabía paladear y juzgar los sabores, y apartarse luego incluso de los más tentadores.
—Sí —murmuró, y dejó que sus ojos se cerraran. No necesitaba ninguna imagen visual, sino sólo una sensación. Calor, tersura, humedad: la boca de Blake contra la suya. Firme, fuerte, persistente: los dedos de él sobre su piel. Sutil, viril, misterioso: el olor que emanaba de él. Cuando Blake pronunció su nombre, su voz flotó sobre ella como una brisa que arrastraba un retazo de calor y un atisbo de tormenta.
—¿Cómo quieres que sea de simple, Summer? —Blake se daba cuenta de que estaba sucediendo otra vez. Aquella total implicación que nunca buscaba ni quería: una implicación total a la que no podía resistirse—. Sólo estamos tú y yo.
—En eso no hay nada de simple —ella lo rodeó con sus brazos, buscando de nuevo su boca.
Sólo era un beso, se dijo Summer mientras los labios de Blake rozaban oblicuamente los suyos. Todavía podía ponerle fin, aún seguía teniendo el dominio de la situación. Sin pensarlo, tocó con la punta de la lengua la de él para explorar su sabor. Su propio gemido resonó en sus oídos al acercarse más a él. Se hallaban cuerpo contra cuerpo, y, por alguna razón, se sentía bien. Aquella nueva idea se coló en su cabeza mientras el placer se concentraba en el juego de sus bocas.
¿Por qué los besos le habían parecido siempre tan simples, tan primitivos antes de aquel día? En su cuerpo había cientos de lugares donde palpitaba su pulso y de los que no había sido consciente hasta ese momento. Había placeres más intensos, más profundos de lo que había imaginado y que el gesto más elemental entre un hombre y una mujer podía hacer surgir y estallar. Ella había creído conocer los límites de sus deseos, la profundidad de sus pasiones… hasta ese instante. Sin apenas tocarla, Blake estaba arrancándole algo que no tenía nada que ver con la calma, el orden, la disciplina. Y, cuando lo hubiera liberado del todo, ¿qué pasaría?
Summer se hallaba al borde de algo que nunca antes había conocido. Sus emociones se habían apoderado por completo de su razón. Un paso más y él se apoderaría de ella por entero. No sólo de su cuerpo, ni de sus pensamientos, sino de aquella posesión más íntima y mejor guardada: su corazón.
Sintió ansia de él y se apartó. El la retuvo, permitiendo que se echara hacia atrás, pero con suficiente fuerza como para mantenerla cerca. Summer estaba sin aliento, conmovida. Mientras se esforzaba por pensar con claridad, decidió que era estúpido intentar negarlo.
—Creo que he demostrado mi teoría —logró decir.
—¿La tuya? —replicó Blake mientras pasaba una mano sobre su espalda—. ¿O la mía?
Ella respiró hondo y exhaló lentamente. Aquella leve muestra de emoción hizo que el deseo se apoderara de nuevo de Blake.
—He mezclado suficientes ingredientes como para saber que los asuntos de negocios y los asuntos personales no son una buena mezcla. El lunes voy a trabajar a Cucharan. Pienso hacer que tu dinero valga la pena. No puede haber nada más.
—Ya hay mucho más —él tomó su barbilla en la mano para mirarla a los ojos. En su fuero interno, era un amasijo de confusión y dolorosos deseos. Con aquel beso, aquel largo y lento beso, se le había olvidado su norma más estricta. Refrenar las emociones, tanto en los negocios como en el placer. Si no, podía cometer errores difíciles de rectificar. Necesitaba tiempo, y también distancia—. Ahora nos conocemos mejor —dijo al cabo de un momento—. Cuando hagamos el amor, nos entenderemos mejor.
Summer permaneció sentada cuando él se levantó. No estaba segura de que las piernas la sostuvieran.
—El lunes —dijo con voz más firme—, empezaremos a trabajar juntos. De ahora en adelante, no habrá nada más entre nosotros.
—Cuando se negocian tantos contratos como negocio yo Summer, se aprende que el papel es sólo eso: papel. No va a suponer ninguna diferencia.
Blake se acercó a la puerta pensando que necesitaba aire fresco para aclarar sus ideas y una copa para aplacar sus nervios. Le quedaba aún mucho camino por recorrer antes de que pudiera olvidar el deseo feroz de poseer a Summer Lyndon.
Con la mano en el pomo de la puerta, Blake se dio la vuelta para mirarla por última vez. Había algo en su modo de mirarlo con el ceño fruncido, en su mirada concentrada y seria, en sus labios suaves y fruncidos en un leve mohín, que le hizo sonreír.
—Hasta el lunes —le dijo, y se fue.