A la mañana siguiente, después de tomar un buen desayuno, preparado por mí mismo, como es natural, estaba fumándome un cigarrillo mientras leía el periódico. Puesto que se trataba del New York Times, un periódico muy extenso incluso los sábados, y puesto que lo leí entero, el mediodía llegó antes de que lo hubiera terminado. Decidí que ya era hora de hacerle una visita a mi madre, aunque había estado bastante desvelada toda la noche.
Había tenido que entrar a verla varias veces y, por último, tuve que hacerla dormir con un buen golpe en la barbilla.
Estaba totalmente despierta cuando entré en su dormitorio. No dijo nada porque la había amordazado con un trapo de fregar, y no se levantó para saludarme porque tenía los brazos y las piernas abiertos y atados a las patas de la cama.
Puso los ojos en blanco y emitió varios sonidos como de arcadas mientras yo me acomodaba en una silla. Me incliné algo hacia delante, levanté un poco una de sus nalgas y examiné los cardenales.
—Qué lástima —dije con acento compasivo—. Nunca pensé que un cinturón hiciera esto. Esperaba haber logrado algo en tonos pastel de modo que la gente pudiera contemplar tu culo y creer que era la salida del sol. Sin embargo, el azul oscuro es un color bonito, ¿no te parece? Y lo negro es bello, como te diría cualquier especialista en afroamericanos.
Continuó haciendo sonidos y moviendo los suplicantes ojos. Le dije que bueno, que bien, podía tomar un poco de agua si estaba segura de que iba a comportarse bien. Si no lo hacía, quiero decir, si hacia el menor ruido, iba a tomar la clase de bebida que le había dado la noche antes. Un vaso de salsa de pimienta abundantemente aliñada con ajo en polvo.
Consiguió convencerme por señas de que iba a portarse bien, así es que le traje un vaso de agua. Se lo bebió de un trago, sin parar, y le dio otro. Pero le negué un tercero.
—Imagínate que hubieras tenido ganas de mear —dije—, cuando estabas dándole de mamar a un bebé con tu clítoris. Podrías recibir un golpe que haría que tu cochino cerebro te saltara por las orejas.
—Jamás hice eso, Allen. ¡De veras! Estaba diciendo tonterías.
—Odio a la gente mentirosa —dije haciendo el gesto de levantarme de la silla—. Creo que voy a buscar la salsa de pimienta y el ajo polvo.
—Está bien. Está bien. ¡Lo hice! Pero sólo piensa en lo joven que era. Más joven aún de lo que tú eres ahora.
—¿Y qué edad tenías cuando me gastaste la broma de besarnos y hacer las paces? —pregunté—. Frotándote contra mí y probablemente apartándote de mí y entonces echándome fuera. ¡Me dejaste hecho un lío durante días! ¿Acaso no hiciste eso por odio, como también habías hecho lo otro por odio?
—Allen, yo… yo…
—Hiciste el juego de besarnos y hacer las paces la noche antes de que yo empezara aquí las clases. Y por si eso no fuera bastante para destrozarme, lo preparaste todo para que Velie me diera una paliza. Eso sería el remate. Eso me lanzaría de rebote a más problemas, como estabas segura de que sucedería y como sucedió. Con una chica decente y su padre. Pero eso no fue todo. Para entonces, me encontraba tan atontado que no sabía ni dónde estaba, y tropecé con el cochecito del bebé, con las trágicas consecuencias que ya conoces.
—Vamos, Allen, ese cochecito jamás tendría que haber estado allí. Tú no eres más culpable que…
—Tú mataste a ese bebé —dije—. Lo mataste con odio. Y vas a pagar por ello.
Sus ojos destellaron y me contestó.
—De modo que voy a pagar yo, ¿eh? ¡Espera, que voy a decirte algo! Yo…
—Te ahorraré el trabajo diciéndote yo algo —repliqué—. Llamé a tu oficina y les advertí de que íbamos a estar fuera un fin de semana largo. De modo que no esperes que venga nadie a buscarte.
—Ya recibirás por esto, tarde o temprano. ¡Y con creces! Si supieses con quién estás enfrentándote…
Le contesté que lo sabía. Formaba parte de un círculo, un circuito, por eso teníamos que mudarnos tanto. Y sólo un equipo operaba entre estados.
—Pero no se molestarán con un chiquillo negro. Irán a por ti, por ser una estúpida y meterte en un lío que puede causar un grave problema. De modo que si eres lista, apoyarás mi historia. Les entregarás el tanto por ciento que les pertoca de lo que se supone que ganas cada fin de semana y tendrás la boca cerrada. Si no lo haces, es probable que termines en el río con las tetas metidas en el coño.
—Allen. —Sonrió provocativamente—. Hay otra cosa que preferiría tener metida en el coño.
—Mmmmm —dije—. Me temo que no cabe ninguna posibilidad de que eso suceda.
—¿Por qué, Allen? Es lo que siempre has deseado, y lo que deseas ahora también, lo deseas tanto… Piensa lo maravilloso que sería, los dos…
Le contesté, uh-uh, negando con la cabeza. Siempre había creído que la deseaba, pero eso se debía a la semilla enferma que había plantado en mi subconsciente hacía mucho tiempo y que había ido produciendo una flor maligna por sus insinuaciones sexuales conmigo. Pero ahora me había limpiado de ella. Por completo.
—Me excitas tanto como una serpiente de cascabel sifilítica —dije—. No, ni siquiera eso. Puedo pensar en cualquier chica, incluso en una yonqui escuchimizada, y se me levanta. Puedo sentir que me caliento y me excito. Pero cuando te miro o te toco o pienso en ti, nada. Es como pensar en darse un baño con agua fría sacada de una cloaca.
Eso fue demasiado para ella. Comenzó a maldecirme, con lo que rompió su promesa de permanecer callada, de modo que volví a amordazarla con el trapo de fregar.
La dejé así, atada a la cama y con la boca llena; una posición muy indicada para una especialista en afroamericanos muy solicitada, y me fui al supermercado.
Tenía mucho que comprar, tanto que necesité llevarlo todo a casa en un carrito.
Al entrar en su dormitorio me encontré con que se había retorcido con tanta energía que las ligaduras se le habían aflojado un poco, de modo que volví a apretárselas muy, muy fuerte antes de mostrarle los varios artículos que le había comprado.
No parecieron gustarle nada en absoluto, aunque habían sido pensados para su salvación. Estaba hecha tal porquería que no había nada que hacerle en su presente estado. Pero si pudiese volver a nacer, ser llevada de nuevo a sus principios, entonces quizá tuviera una posibilidad. ¿No es así? Probablemente, terminaría de nuevo en un montón de mierda pero, por lo menos, tendría la ocasión de hacerlo mejor. De todos modos, ¿quién va a contradecir a ese viejo sabio bastardo, Hammurabi? No seré yo, por supuesto.
Si tu vecino te folla por la oreja, deberá ser follado de la misma manera (eso dice el código de Hammurabi), y si tú le quitas su hijo a tu vecino, debes darle un sustituto.
¿Qué puede ser más claro que eso?
Tendría que volver a nacer y simultáneamente inclinarse ante el código de los códigos, aunque tengo que reconocer que no podía citarlo literalmente. Algo bastante natural y nada por lo que uno se tenga que mear en los pantalones. Mi memoria funciona mejor en lo que se refiere a la época después de Jesucristo, y Hammurabi había hecho su código algo así como en 1990 a. de C.
Pero a pesar de que todo era tan razonable y sensato, cuanto más se lo explicaba a Mary Smith, más frenética se ponía. Gastó tanto tiempo en suplicarme, cuando tenía que haber estado comiendo y bebiendo agua, que finalmente decidí que no tenía ni hambre ni sed y que podía pasarse sin nada (aunque todavía le permitiría los privilegios del retrete).
Sí, debería ayunar durante todo el día siguiente, el Sabbath (día en que volvería a nacer), y así saludar a sus felices padres con los intestinos limpios de mierda y sin chorrear pipí.
El domingo llegó. Ha estado llegando después del sábado desde que puedo acordarme. El sol se puso y vino la caída de la noche, algo que también era normal.
Después…
Fue necesario retorcer un poco a Mary, es decir, doblarle las piernas hacia atrás y atarle los pies a la parte superior de los brazos. Tuve alguna dificultad al hacerlo. También tuve problemas para ponerle la ropa rosa y con encajes que le había comprado (azul para un niño, rosa para una niña). Pero, por fin, se lo puse todo, hasta el gorrito en la cabeza, atado bajo la barbilla.
El cochecito de bebé que yo había comprado era muy grande, lo habían fabricado para trillizos, por lo que no tuve problemas para introducirla dentro y taparla con la mantita rosa. Después saqué del refrigerador los dos salamis que había comprado.
Puse uno bajo las mantas, deslizándolo por la abertura por la que yo había venido al mundo. El otro se lo introduje en la boca, después de quitarle el trapo de fregar.
—¿Estás comodita ahora? —le pregunté, haciéndole cosquillas bajo la barbilla—. ¿Te sientes a gusto con tus juguetes? Siento mucho echarle más mierda a la familia del difunto, pero se supone que regresan al apartamento esta noche y podrán decidir lo que van a hacer contigo.
El apartamento de los Sanders estaba en el edificio junto al nuestro y, como el nuestro, en la primera planta. Empujé el cochecito hasta allí y, después de forzar la cerradura, metí a Mary con la cabeza cubierta por las mantas. La dejé en el apartamento, encajando el cochecito entre la pared y una pesada mesa, de forma que no pudiera volcarlo ni golpear las paredes con él.
Después regresé a nuestro apartamento e hice una maleta con todo lo que deseaba llevarme, incluidos varios talonarios. Después dejé la casa para siempre en busca de algo mejor.
Algo mejor.
Por lo menos esperaba que algo bueno resultara de todo aquello.