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Sí, sí señó, sí señó…

Sí señó y sí señoíta, señoa…

Esto es lo que dijo el hombre. Dijo: negrito, si alguna ve te siente solo, ven a ve al viejo sargento Blair. Has eso, negrito, porque mi marronsita tá tol tiempo en el colegio tabajando toa la noche y yo tamién me siento solo.

Eso es exactamente lo que dijo un oficial del Departamento de Policía de Nueva York, y voy a jurarlo ante Dios. Sí, voy a jurarlo ante Dios Todopoderoso, porque Él está tan jodido como yo, y no distingue la verdad de unas tetas.

Salí de la cocina y me dirigí a la puerta del apartamento. Mi madre levantó la vista desde el sofá y me preguntó dónde pensaba que iba.

Le contesté que no había estado pensando acerca de mi destino, pero sabía adónde iba.

—¿Dónde crees que vas tú? —le pregunté yo.

—¿Dónde voy yo? ¡Es obvio que a ninguna parte!

—Oh, sí, sí que vas —contesté—, y estás viajando a gran velocidad. De modo que, por favor, apaga el cigarrillo y abróchate el cinturón porque te anticipo un aterrizaje de emergencia. Capitán al habla, clic, clic.

Mi madre puso los ojos en blanco desesperada, declarando que era inútil hablar conmigo cuando estaba de aquel humor.

—Pero creo que más vale que me digas lo que llevas en esa bolsa. ¡Me parece que es una botella!

—¡Asombroso! —exclamé—. ¡Qué asombrosa coincidencia!

—O sea que es una botella. Y exactamente dónde te crees…

—¡Ah, ah! —Sacudí un dedo en su dirección—. ¡Ah, ah! Tú me preguntas que dónde creo que me lo llevo y te contesto que no he estado pensando en ello. Yo…

—¡Está bien! ¿Dónde vas a llevarlo?

—Al sargento Blair, del Departamento de Policía de Nueva York —respondí—. Yo, un humilde afroamericano, voy a él, llevándole de regalo una botella entera de vodka. Confío en que sabe distinguir entre los afroamericanos y los griegos y no tiene que preocuparse por nada.

Mi madre dijo «Oh», y volvió a estirarse en el sofá.

—Bueno, supongo que está bien. Siempre es buena idea estar a bien con la policía, y él fue muy amable contigo después de que, accidentalmente, matases al bebé de los Sanders.

—¿Accidentalmente? —pregunté—. ¿De veras crees que se trató de un accidente?

—No es en absoluto un tema para bromear, Allen. El matrimonio Sanders ha tenido que marcharse de aquí para reponerse. Estaban destrozados.

—Bueno, el sargento fue de ayuda —dije—, pero sobre todo como recompensa por haber actuado mal. De cualquier modo, y por cualquier motivo, fue de más ayuda que el doctor Hadley, quien incluso se negó a poner un pie en nuestra casa.

—Bueno, Allen, ¿no te parece que ya hemos hablado bastante de eso?

—Pero estaba dolido, dolido y confuso. Le ofrecí pan y me dio por culo, hasta el fondo.

—Más vale que te marches si es que vas a irte —me dijo tranquilamente—, porque si tengo que seguir oyendo tu sucio modo de hablar…

—Ya me voy, señoa —contesté—. ¡No le pegue uté al pobe tío Allen poque se va ahora mimo!

Salí cerrando con tal rapidez la puerta que su zapatilla golpeó contra ella en lugar de darme a mí. No mucho después estaba confortablemente instalado en una tumbona, al lado del sargento Blair, que no tenía que trabajar al día siguiente y, por lo tanto, se sentía libre para tomar abundante vodka con tónica.

—No debías haberlo hecho, muchacho, pero te lo agradezco. —Soltó un largo eructo—. ¿Seguro que no quieres tornar nada?

—No, gracias —respondí—. Sé que por la ley del estado de Nueva York es legal tomar alcohol a los dieciocho, pero raramente lo hago.

—¿No quieres un refresco? De todos modos tengo que ir a buscar algo para combinar.

—Ahora no —le contesté—. Usted haga lo que le apetezca.

Dejó la botella de vodka junto a su silla y entró en el apartamento. Tomé un buen trago directamente de la botella y volví a ponerla donde él la había dejado.

—Sí, señor —comentó mientras se acomodaba de nuevo en su tumbona—. Esto me gusta. Una noche agradable, una buena bebida y alguien con quien charlar. No puedo decirte cuánto me alegra que hayas venido.

Se preparó otra copa cargada y yo le contesté que quien estaba en deuda era yo. Me había interesado tanto la historia que me estaba contando la otra noche que quería saber más.

—¿Humm? ¿Qué historia era, Al?

—Sobre usted y su esposa. Cómo se conocieron y se casaron.

Se volvió en la silla para observarme con una mirada ceñuda e intrigada. Después de un rato se volvió de frente y dijo que era verdad que había comentado algo sobre ello, ¿no era así?

—Pero no comprendo por qué te interesa tanto. No tiene nada particularmente extraordinario.

—Bueno, no fue tanto lo que contó, sino su forma de hacerlo —repliqué—. Supongo que usted tiene el don de hacer que todo suene interesante.

Se hizo un poco el modesto, pero estaba contento. Dijo que siempre había pensado que podría ser un buen escritor si tuviese el tiempo.

—Vamos a ver. ¿Dónde me quedé cuando estaba hablando contigo la otra noche?

—¿Por qué no empieza desde el principio? —le pregunté—. Lo hace tan interesante que me gustaría oírlo todo.

—Bueno… —Preparó otra mezcla y la probó—. Creo que ya te conté que ella trabajaba en aquel club nocturno como cantante. Tal vez te dije también que yo estaba trabajando en la patrulla antivicio.

—Sí —mentí—, pero, por favor, continúe. Me encanta oírle hablar.

—Eres un buen chico —dijo emocionado—. De todos modos, ese sitio estaba en el límite de Harlem y nos habían dado el soplo de que era un lugar de chanchullos. Ya sabes, mucha más prostitución que canto y baile. Interrogamos a todas las chicas y a mí me tocó Josetta. Me pareció muy recta y le pregunté que por qué diablos no se iba de ese lugar antes de verse metida en un verdadero problema. Me contestó que estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa que pudiera hallar, cualquier tipo de trabajo, pero que no había encontrado nada. Y me lo creí, porque Nueva York resultaba una ciudad verdaderamente dura para la gente de color en aquellos tiempos, para ellos y para los puertorriqueños. Era preciosa y construida como una… Bueno, tenía una preciosa figura de mujer…

Permaneció en silencio durante un rato, haciendo sonar el hielo en su copa y mirando distraído a la oscuridad de la noche. Recordándola. Volviendo a vivir con ella momentos queridos en la intimidad de su mente.

Después suspiró y, moviendo la cabeza, continuó.

—Mi madre todavía estaba viva, Dios la bendiga, y vivía conmigo. Yo necesitaba a alguien que la cuidase, pues ya era vieja, no podía moverse de la cama, pero tenía un genio tan condenadamente malo que nadie la aguantaba más de uno o dos días. Pero Josetta se apresuró a aceptar el empleo tan pronto como se lo ofrecí. Y se quedó. Probablemente lo hizo más por mí que por nada, porque se enamoró locamente de mí desde el principio. Además, era una mujer decente, virgen, lo supe la primera noche que estuvimos juntos. Sabes, fue como conseguir una ganga, ama de llaves y alguien con quien follar, todo gratis…

Se interrumpió, tan bruscamente que oí cómo sus dientes chocaban. Me reí suavemente y dije que era algo así como la historia repitiéndose, ¿verdad?

—Ya sabe usted el viejo refrán, señor. Un pene erecto no tiene conciencia.

—¿Qué? —Me miró enfadado—. Mira, chiquillo…

—¿Sí, señor? —le contesté con expresión inocente—. No puedo decirle cuánto le admiro, señor. Es tan humano como cualquiera, pero nada le distrae de sus obligaciones. ¿Cuántos hombres se hubieran casado con la chica sin ser obligados a ello?

Continuó mirándome con enfado, los ojos velados mientras terminaba la copa y buscaba torpemente con la otra mano la botella de vodka, y yo pensé que había ido demasiado lejos, demasiado pronto. Pero por fin se rió, un poco avergonzado aunque razonablemente amable.

—¡Me conoces muy bien, chico! Soy duro, pero justo. Claro que tuve que casarme con ella, cuando empezó a crecerle la barriga…

—Me pregunto si Josie lleva la misma sangre caliente que su madre.

¿Josie? Pero… pero… ¡Maldito seas, tío! Habla de mi Josie de ese modo y te…

—Pues sí, tengo que hablar de ella —dije—. Me preocupa que esté tanto tiempo sola con el señor Velie por la noche.

—¿Y eso qué tiene que ver? En mi opinión, Velie es bastante decente.

—Y yo tengo la culpa —continué— porque yo no le dije a usted la verdad respecto a él. Lo que Rafer y todos esos chicos contaron era verdad. Yo había tenido tantos problemas, y el señor Velie amenazándome con causarme más, que… que…

—¡Vamos! ¡Habla!

—Ese día fui a casa directamente desde el instituto, después del almuerzo, pero me sentí mejor y volví. Estuve en los servicios alrededor de las dos… ¡Y también el señor Velie!

Sus reacciones fueron inmediatas. En menos de un segundo estaba de pie, tirando vasos y botellas, para coger su abrigo.

—¡Vamos, maldita sea! —Se lanzó hacia su coche, estacionado junto a la acera—. Voy a necesitar un testigo. Si ese hijo de puta se ha pasado un centímetro de la raya con Josie…

Apenas tuve tiempo de saltar dentro del coche antes de que él lo pusiera en marcha y apretara el acelerador hasta el fondo. Nos pusimos a ciento ochenta en un momento. Después se controló, y se convirtió en el policía inteligente en lugar de un simple padre. Apagó el motor, de modo que nos deslizamos silenciosamente al llegar delante del instituto.

Desde luego, los pies no le pesaban mientras caminábamos hasta la entrada. Se movía sin hacer ruido y con tanta agilidad como un gato. Le dije en voz baja que todas las puertas estaban cerradas y que no podría entrar en el edificio.

—Obsérvame —gruñó—. Quizás aprendas algo.

Lo observé, pero no aprendí nada. Utilizó un artefacto casi igual que el de celuloide que yo usaba para abrir cerraduras.

Por lo tanto, nos permitió entrar en el colegio y en la oficina exterior de Velie. Le seguí a través de la puerta de la verja que separaba el área de recepción de los archivos y el escritorio donde Josie solía trabajar y nos detuvimos ante la puerta cerrada de la oficina de Velie.

Blair apoyó el oído contra la puerta y escuchó.

No sé qué fue lo que oyó, pero fue suficiente.

Lo bastante para hacer más profundas las duras líneas de su rostro y entornar los párpados hasta que sólo fueron dos líneas asesinas.

Sacó la pistola de la funda. Manipuló el trozo de celuloide y abrió silenciosamente la puerta.

Creo que aunque sólo los hubiese pescado besándose, Velie hubiera recibido una paliza. Pero yo temblé al pensar lo que le esperaba ahora, o hubiera temblado si fuese de los que tiemblan, porque Velie estaba dentro de Josie.

Completamente dentro, una situación que sólo puede conseguirse sentándose encima, como ella hacía. Él estaba sentado en su silla, con los pantalones bajados, dejando libre el equipo necesario en el que ella tenía que sentarse. Las manos de él la cogían a ella por las nalgas y uno de sus grandes pechos marrones le llenaban la boca.

Él nos vio, y trató desesperadamente de liberarse de su deliciosa pero, en ese momento, mortal carga. Pero Josie pareció interpretarlo como una señal del placer y correspondió con devotas agitaciones y movimientos. También apretó más la cabeza de él contra su seno. Y más y más fuerte al ser arañada por los dientes de la boca, excesivamente llena, de él, mientras Velie le apretaba las nalgas hasta que abultaban como dos globos.

Era indudable que la chica tenía una fuerte tendencia al masoquismo.

En fin…

Aun con sólo besar a Josie, como ya he indicado, Velie hubiera obtenido una paliza de Blair, una paliza suave, podríamos decir. Y puesto que Velie estaba recibiendo bastante más que besos, como ya he indicado, pueden adivinar el humor del padre de la chica que se lo estaba proporcionando.

Blair gimió como un buey herido. Asió a Josie por el cabello y, literalmente, la lanzó al otro lado de la habitación. Velie intentó arrancarle la pistola y Blair le dio una patada en la ingle, le golpeó con la rodilla en la barbilla y le pegó con un codo en la tráquea.

Después de lo cual, habiendo entrado en calor, comenzó a desahogar su ira en serio.

Josie estaba tirada en el suelo, atontada, enseñando todo lo que se podía enseñar. Yo moví la cabeza con reproche y me incliné sobre ella.

—Esto no puede seguir así, Josie —murmuré—. Simplemente no puede ser. Tenemos que dejar de vernos de esta manera.

Después salí por la puerta, riéndome de la mezcla de quejidos y gemidos que Velie emitía mientras Blair le golpeaba con la pistola.