16

Donde fluye la marea negra en un lecho tan negro como ella misma y los agudos acantilados que se elevan hacia el infinito sobre el río —los diques picados por los huecos que alojan nidos de ratas negras y grises— donde la vida termina y la existencia empieza. Y la noche y el día son uno y el mismo, y un día es como el anterior. La noche, que también es día, se hace horrorosa, con los gritos de las ratas, las que muerden y las que han sido mordidas. Y enormes cucarachas, una de las especies más antiguas de la Tierra, buscan constantemente por la porquería, que es su comida, porquería y comida que son una y la misma.

Harlem. Harlem, donde los negros están.

¿No é dulse?

¡Cuepo mueto de hambre y lo pie grande y plano!

¡Poquería, poquería, ésa e la cansión, papi!

¡Meao y mieda, y trata dejodé un poquito!

Sí señó, ésa e mi niña, dipueta a to, y no lo dude,

con la boca, con el coño o con el culo,

¡poque tiene que dá de comé al monito que lleva sobre su epalda!

Una chiquilla delgada, de algo más de dieciséis años, estaba en la puerta del edificio donde vivía Doozy. Tenía los ojos llorosos y contracciones nerviosas en la nariz. Le pregunté si lo conocía y si sabía si estaba en casa. Hizo un gesto con la cabeza y dijo que claro, «Danny Rafer, e mi hemano».

—¿De modo que e tu hemano? —pregunté—. Bueno, bueno. Tú va al instituto tambié, ¿vedá?

—Iba. Toy graduada.

—No diga —comenté—. ¡Tié que sé una ecuela mu buena pa graduarte tan pronto y sabé tanto!

—¡Po claro! —El desprecio brilló en sus húmedos ojos—. Tú no sabe ná, muchacho. Sabe ecribí tu nombre y ya ere una graduá de esa ecuela.

Le pregunté cuánto tiempo hacía que estaba enganchada a las drogas y lo negó. Le dije que era una lástima porque iba a comprarle una dosis.

—Mía, chico. Consigo una bosa grande po sei dolare. Dame sei dolare y te hago un buen servisio. ¿Tú sabe?

—Un dóla. —Se lo di—. El resto despué. ¿Tú conose ese hoté má abajo? —Le señalé un letrero de luz de neón—. Pérame allí en el vetíbulo. Iré ponto.

Respondió que conocía el lugar, y se dirigió hacia él sin una palabra más.

Subí por las destartaladas escaleras, pasé delante de los repletos contenedores de basura en los pasillos y llegué al apartamento de Doozy, si es que puede llamársele apartamento. Una cocina y una habitación que servía para todas las necesidades. Estaba inclinado sobre sus libros, ante la mesa de la cocina, los labios moviéndose con dificultad mientras estudiaba en el momento en que abrí la puerta.

Estaba solo. Su madre era limpiadora y trabajaba por la noche; y sólo Dios sabe quién era su padre.

—Siéntate ahí mismo —dijo con hospitalidad, pasando un paño de cocina por el asiento de la silla—. Los otros tipos no han llegao… llegado todavía, pero vendrán. Saben lo que les haré si no vienen.

—Me temo que no puedo quedarme —dije—. Un pequeño problema en casa.

—¿Ah, sí? ¿Qué tipo de problema? —Me miró con expresión desconfiada.

—Uno que no es para nada asunto tuyo —repuse mirándole fijamente—. Uno que voy a llevar como me dé la puñetera gana. ¿Tienes algo que objetar?

Vaciló y negó con la cabeza.

—Yo también tengo problemas, hombre. Vete, ya se lo explicaré a los chicos.

Nos dimos las buenas noches y salí, pensando que era una vergüenza lo que iba a hacerle, pero reflexioné que el deber de un hijo de puta es hacer putadas.

Unos treinta minutos más tarde llegué al hotel donde la hermana de Doozy me esperaba.

Alquilé la mejor habitación del lugar, quizá la única que tenía baño. (Los negros no se bañan mucho, sabéis. Por eso apestan.)

Cerré con llave la puerta de la habitación. Ella se tumbó en la cama y se subió el vestido. No llevaba bragas. Probablemente las había vendido en cualquier parte por cinco o diez centavos, cualquier cosa que le ayudara a conseguir una dosis. Porque en Harlem le era más fácil a una chica vender las bragas que vender el culo, siendo esto una mercancía más abundante que la anterior.

La miré con aire distraído y sus muslos hicieron un movimiento de impaciencia.

—¿Qué pasa? ¿Quiere haserlo de ota manera?

—No, no —dije—. Sólo quiero pensar un momento.

Suspiró y puso los ojos en blanco.

—Dede luego, no te paeses a otro macho. Pero como quiera. No pasa na.

—Quería saber una cosa —dije—. No hace mucho que te drogas, ¿verdad?

—Lo batante. Tre o cuatro mese.

—Eso no es mucho. No para alguien tan joven como tu. Siéntate un momento.

Se sentó. Saqué una bolsa de mi bolsillo y eché seis cápsulas sobre la cama. Las contempló, pasándose la lengua por los labios, pero no las tocó.

Entré al cuarto de baño, atrapé una cucaracha y la metí en un vaso. Eché un poco de agua en otro vaso y llevé los dos al dormitorio. La chica frunció el ceño, un poco intrigada, pero no dijo nada. Es algo característico, los drogadictos no son curiosos.

—Ahora tomemos una de esas cápsulas —dije—. Cualquiera. Elige tú.

—Bueno… —Se encogió de hombros—. É tu fieta.

Me entregó una cápsula y la dejé caer en la copa con agua. Se opuso a ello, indicando que todavía no estaba lista para drogarse. Le dije que no se había perdido nada. Que más tarde podría preparar la solución e inyectársela en la vena… si quería.

—¿Qué quié desí con si quiero? —preguntó malhumorada—. Casi lo necesito ahora con toda eta bobada que tas hasiendo.

—Mira —dije—. Quiero hacer un pequeño experimento.

Incliné el vaso y, con sumo cuidado, dejé caer una o dos gotas de la blanquecina mezcla delante de la cucaracha. Ésta probó una parte infinitesimal, dio la vuelta sobre sí misma y quedó patas arriba. Había muerto en cuestión de un segundo.

—¡Tío! —Los ojos de la chica se agrandaron de miedo—. ¿Qué m'has hecho?

—Lo que tú me has pedido —respondí—. Te he comprado una bolsa de cápsulas.

—¡No me diga! ¡Una bolsa de veneno!

—No —repliqué—. No todas tienen estricnina. Algunas son caballo del bueno. Lo que no recuerdo es cuántas compré de cada clase, y todas parecen iguales. Pero, bueno, así es la vida, ¿no crees? Nunca sabemos cuándo van a besarnos o cuándo van a matarnos.

Empezó a llorar.

Me reí de ella.

—No estás tan mal, chica —dije—. Sólo te lo crees. Ahora, cuando de verdad te sientas mal, todo lo que tienes que hacer es preparar una de esas cápsulas. ¿Quién sabe? A lo mejor tienes suerte y es heroína en lugar de veneno.

—Hijoputa —sollozó—. Hijoputa.

—Mmmm, vamos a ver. —Hice como que meditaba—. ¿Compré una sola cápsula de heroína o eran dos? ¿O tres o cuatro o cinco? ¿Sabes? Es posible que ésa fuera la única que había en la bolsa.

Me miró con lloroso desamparo. De repente me las arrancó de las manos y corrió, tambaleándose, hasta el cuarto de baño. Al cabo de un rato, regresó con los vasos perfectamente enjuagados y una cucaracha atrapada en uno de ellos.

—Espera —murmuró—. Voy a sabé cuál e la buena.

—Puede ser —admití—. Aunque no lo creo.

—¡Bah! Yo tenseño.

—Verás —dije—. Se me acaba de ocurrir que la heroína puede matar a una cucaracha tan rápido como la estricnina. La única forma segura que tienes de averiguarlo es probarlo tú.

Levantó los ojos hacia mí. Me miró suplicante, dejando escapar los vasos de sus temblorosas manos.

—¿Po'qué m'hase eto, tío? Yo no te he hecho ná.

—¡Y una mierda no me has hecho nada! —le repliqué—. Eres una puta flaca, repugnante y apestosa, y tienes un coño que le daría vergüenza enseñar hasta a una perra. ¡Me has insultado sólo con hacer que te mirase!

—P… po favó —suplicó—. ¡Necesito una dosi!

—Pues sírvete tú misma —la invité—. Toma todo lo que quieras.

Comenzó a llorar de nuevo mientras yo reventaba de risa. La animé a que siguiera llorando, le dije que a lo mejor había bastantes lágrimas para limpiar su sucio culo.

—He aguantado suficiente —dije—. Me han crucificado por tus jodidos pecados, y estoy casi a punto de pegarte con la cruz de la que estoy colgando. Señor, no sé qué es peor, olerte o mirarte.

—¿Po… po qué, hombre? ¿Po qué…?

—¡Tienes que sufrir! —repuse—. Deja que los niños vengan a cagar en mi sombrero porque estoy usando una corona de espinas y ya no lo necesito. Sólo sufriendo puedes obtener la salvación y lavarte con la sangre del cordero, lo cual suena la hostia de asqueroso, ahora que lo pienso.

Me dirigió una mirada de temor y dio un salto hacia la puerta.

La agarré con facilidad y volví a tirarla sobre la cama.

—¡Voy a gritá! —exclamó—. Haré que venga la polisía.

—Oh —me burlé—. La pobre negrita quiere que acuda la policía, ¿verdad? ¿Y por qué demonios no me lo ha dicho? Yo mismo la llamaré.

Me llevé las manos en forma de bocina a la boca y empecé a gritar. De inmediato me suplicó que no lo hiciera.

—¡Po Dio, hombe! ¿Tú tas loco o qué?

—Eres una puta barata y culona —dije—. Por tu crimen contra la inhumanidad, te condeno a sufrir o morir.

—Po'favó, hombe… —Sus palabras salieron como un murmullo asustado—. ¿Qué quiere de mí?

—¡Por favor, mierda! —contesté—. Te diré lo que quiero, una sola vez. Así que escucha bien.

Empecé a decírselo y de inmediato comenzó con protestas, que corté dándole tal bofetada que casi le metí los dientes en la garganta. Volvió a tumbarse en la cama y escuchó con la boca llena de sangre y llorando un poco, pero en silencio.

—Permanecerás en esta habitación hasta la mañana. Me aseguraré de que lo haces quedándome contigo. Por la mañana —seguí diciendo—, te encontrarás demasiado mal para salir, de modo que seguirás aquí. La habitación está pagada por una semana, aunque no tardará tanto en ocurrir lo que quiero que suceda. Te traerán comida mientras estés aquí, pero nada más. Informaré al empleado de que si alguien te trae algo más, cualquier clase de droga, habrá una redada de la policía. Eso es todo.

Pasó una noche muy mala.

Yo, muy buena. Riéndome escandalosamente cada vez que el mono le apretaba, provocándole verdaderos espasmos de vómitos y haciendo que temblara como algo sacudido por una tormenta.

Yo reí y reí hasta que a pesar de lo mal que se encontraba se puso furiosa y me maldijo. Por último apretó los dientes y se agarró con tanta fuerza a la cama que pudo controlar sus temblores. Y a mí no me quedó ningún motivo para reír.

Hacia la madrugada, se durmió, agotada, y yo también eché una cabezada.

Telefoneé a casa hacia las diez, y no me contestaron. Obviamente, mi madre no había regresado. Como no tenía nada mejor que hacer, nada con un mayor potencial para divertirme, me quedé con la hermana drogadicta de Doozy hasta el anochecer, llamando a casa a intervalos pero sin obtener respuesta.

Compartimos las comidas que nos subieron. Mejor dicho, me lo comí casi todo, porque la chica no tenía apetito.

Finalmente me puse en pie y le dije que cogiera una cápsula cuando le apeteciera.

—Puede que te mate, pero ¿qué diablos? Una puta estúpida como tú está mejor muerta.

Ninguna de las cápsulas la hubiera matado. Todas contenían heroína.

Hizo un gesto débil indicándome que me acercara a la cama. Lo hice y sus esqueléticos brazos me rodearon el cuello y me besó.

—Pero ¿qué demonios…? —Me eché atrás, apartándome de ella—. ¿Qué demonios es esto?

—Tío… —Su voz me llegó en un débil murmullo—. ¿Cómo pue ser que me quiera tanto si ni siquiea me conoce?

—¿Quererte, a ti? —exclamé—. ¡Dios mío, qué locura!

—Me paece que ama a casi tol mundo, ¿verdá? Si puede querer me a mí, tié que se así.

Moví la cabeza, cansado. Harto, y harto de estar harto. Hubo una época en que jamás me cansaba y un trozo de pan y un poco de pescado me servían de banquete. Pero de eso hace mucho, mucho tiempo. Ahora no encuentro nada que tenga sabor, y estoy tan cansado que quisiera que toda la población del mundo tuviese un solo ano para poder jodérselo y terminar mi trabajo, en lugar de ir uno por uno.

—Oye —dije—. Te diré lo que pienso de ti. No mearía en tu culo aunque tus intestinos estuviesen ardiendo.

—Me has dao tu amó —murmuró—. Y fuesa. Voy a tá bien dede ahora.

—¿Sabes lo que voy a hacer esta noche? —pregunté—. Me voy a ir al Village a ver si los maricas me dan un poco por el culo.

Estaba muy pálida, casi blanca. Quizás era blanca y se había vuelto de color a fuerza de limpiar retretes. O tal vez había sido bañada en la sangre del cordero o cualquier otro detergente bien conocido.

Por su cara pasó la sombra de una sonrisa. Sus ojos se cerraron y se durmió.

¿Volvería de los muertos?

¿Saldría de la tumba para salvar a los negros?

No dejen de ver este programa la semana que viene.