Se dispuso a entrar. Yo estaba a punto de cerrarle el paso, actuando más o menos impulsivamente, cuando vi a Josie en las sombras detrás de él. Así que sonreí, me aparté, y les hice señas para que entraran.
—Te he traído tus deberes —me sonrió ella con timidez, mientras los acompañaba hasta el salón—. Sabía que querrías mantenerte al día mientras no puedas ir a clase.
—Eres muy amable —dije—. Muchísimas gracias.
Blair se sentó pesadamente mientras echaba un vistazo al comedor; entonces dio un silbido.
—¡Dios mío, chico! ¿Qué has hecho? ¿Has matado una vaca?
—Quería guardar lo que sobrara para picar cuando tenga hambre —expliqué—, después de que mi madre y yo hubiéramos cenado. Pero no va a venir esta noche, ni durante varios días, en realidad…
—¿Por qué no? —me preguntó, como si fuera un policía de otra época—. ¿Dónde va a estar?
—No me lo dijo. A menudo sale de la ciudad por negocios.
—¿Ah, sí? —Frunció el ceño—. ¿Y te deja para que te las arregles por tu cuenta?
Me eché a reír, señalando con la cabeza a nuestro alrededor.
—Me las arreglo bastante bien, ¿no le parece? Después de todo, ya tengo dieciocho años, señor.
Él esbozó una agria sonrisa, después se puso serio y dijo que, de todos modos, mi madre debería estar allí. Hay momentos en que los padres tienen que estar, y ése era uno de ellos.
—¿Tienes idea de dónde localizarla?
—No —negué con la cabeza—, pero puedo darle una de sus tarjetas de negocios y quizás en la oficina se lo digan a usted.
Saqué una tarjeta del escritorio y se la entregué. La miró y se la guardó en un bolsillo de su chaleco, mientras murmuraba que las oficinas a esas horas de la noche estaban cerradas.
—Éste es un asunto oficial, hijo. Allen. Si prefieres esperar hasta que llegue tu madre.
—¿Debo hacerlo? —interrogué—. Confío en usted, señor.
Se removió con un gesto satisfecho ante mi cumplido y dijo que no, que en realidad no era necesario. Tal como había ocurrido todo, y habiendo sido él testigo de los hechos…
—Se trata del bebé de los Sanders, Allen. Ha muerto esta tarde.
—Ya me lo imaginaba —repuse con voz queda—. Me encontré con el matrimonio Sanders hoy, cuando salían corriendo de su edificio, y el señor Sanders me dirigió ciertas palabras… El tipo de cosas que estoy seguro de que no hubiese dicho a menos que… a menos que…
Me interrumpí y miré al suelo, mordiéndome el labio inferior.
Blair emitió algunos sonidos de consuelo.
—Esto es duro para ti, ¿eh?
—No le culpo —contesté—. Pero fue duro, no tanto lo que dijo como saber lo que había sucedido. Creo que…, bueno…, me derrumbé tan pronto como llegué a nuestro apartamento. Estuve vomitando y llorando y… y…
—¿No llamaste a tu madre? A esa hora aún debía de encontrarse en la ciudad.
—No quise molestarla. Estaba bastante seguro de que el señor Velie ya la había llamado por algún otro problema, habiendo sido expulsado del instituto por unos días. Así que…
—¿Sí? —Entrecerró los ojos—. Explícame eso. ¿Cómo es que te han expulsado del instituto?
—No fue culpa de Allen —interrumpió Josie, enfadada—. Ese viejo idiota de maestro… ¡Allen es cien veces más listo que él! Le mandó al señor Velie y…
—Calla, niña. No te he preguntado a ti.
—¡No voy a callarme! El señor Velie me contó lo ocurrido, y estaba avergonzado de haber expulsado a Allen. Pero, por supuesto, tenía que apoyar a un miembro del claustro. ¡No es justo! —Los ojos le echaban chispas—. Allen no puede ni darse la vuelta, ni abrir la boca, sin que alguien le culpe de algo.
El sargento movió la cabeza, reconociendo que yo, desde luego, parecía ser el típico chico desafortunado.
—Pero has tenido un golpe de suerte por lo menos, chico, o quizá dos. Me refiero a este caso del señor Sanders. Porque te la tienen jurada, en especial la señora Sanders. Han intentado conseguir que te acusen de asesinato.
—¿Asesinato? ¡Dios mío! ¿Por qué iba yo a querer matar a un bebé?
—Cosas más disparatadas han sucedido. —Se encogió de hombros—. He visto muchas. Chicos que se emborrachan o se drogan y realizan actos horribles sólo por sentir una emoción fuerte.
Me estremecí, sintiendo frío hasta en la suela de los zapatos.
—Tranquilo, hijo —murmuró, intentando calmarme—. No tienes de qué preocuparte. Sé que estás totalmente limpio, porque hablé contigo inmediatamente después del hecho y sé que fue un accidente. No sólo eso, sino que, además, había un tipo trabajando en el tejado y lo vio todo, y él también jura que fue un accidente. Veamos, aquí tengo esta declaración jurada…
Sacó de su bolsillo una hoja de papel escrita a máquina y me la entregó. Él y otro hombre, posiblemente el que se hallaba trabajando en el tejado, la habían firmado ya y quedaba un espacio para mi firma.
—Se supone que yo tenía que haberte tomado declaración —me explicó—. Pero sabía que estarías bastante afectado y que quizás era mejor que yo la redactara. Puedes cambiar cualquier cosa que no te parezca bien. O si quieres esperar a que tu madre regrese.
Leí todo el documento, una descripción del accidente. A juzgar por su modo de hablar no le hubiese creído capaz de redactar semejante documento. Era gramaticalmente correcto, y casi un perfecto ejemplo de claridad, concisión y construcción.
Lo firmé y se lo devolví, comentando que tendría que haber sido escritor.
—¿Tú crees? —Se le iluminó el rostro—. ¿Sabes que siempre he pensado un poco lo mismo?
—Pensaba usted bien.
—Desde luego tengo temas para escribir. A mi modo de ver, eso es lo importante. Parece como si la mayor parte de las cosas que leo no dijesen nada. Esos tíos no tienen nada que decir.
—Eso es muy cierto —repuse.
—Sí que lo es —intervino Josie—. No sólo no tienen nada que decir, sino que tampoco cuentan con una hija que, además de una mecanógrafa de primera, es una estudiante que siempre obtiene sobresalientes en periodismo y redacción.
Blair se sonrojó y se aclaró la garganta roncamente. Dijo que seguramente se me estaría enfriando la comida, si no se había enfriado ya, y que él y Josie debían marcharse.
—Quédense y cenen conmigo —les dije—. Tengo un montón de comida, y no me gusta nada comer solo.
—Gracias, pero tengo que ir a trabajar. —Recogió su sombrero y se puso de pie—. De todos modos, ya he cenao… esto… cenado. He de cenar temprano cuando estoy en el turno de noche.
También me puse de pie pero Josie permaneció sentada. Blair la miró, con el ceño un poco fruncido, indicando sutilmente el camino de la puerta con la cabeza.
—Ya me has oído, chica. Tengo que ir a trabajar.
—Yo no —dijo ella, sonriendo serenamente—. Y todavía no he cenao… esto… cenado, y tampoco me gusta nada comer sola. De modo que acepto la invitación de Allen para acompañarle.
—¿Quieres decir sola? ¿Tú y él vais a comer solos?
—Eso es lo que quiero decir —contestó Josie—. ¿Hay algún motivo por el cual no debamos hacerlo?
—Bueno… —El sargento hizo un gesto débil—. Esto… Sabes… Quiero decir, después de todo…, pues…
—¿Sí? ¿Quieres, por favor, decir lo que tengas que decir y terminar? Tengo mucha hambre.
Blair, con el ceño fruncido, nos miró, a ella y a mí.
—Bueno… Bueno, ¡maldita sea! —Y levantó las manos en un gesto de rendición—. Bueno, está bien. Pero portaos bien, ¿me oís? ¿Me oyes, jovencito?
—Sí, señor —contesté.
—¡Estoy hablando contigo también, chica!
Josie suspiró. Se puso en pie de puntillas y le dio un beso. Después le cogió por el brazo, le condujo hacia la puerta y, suavemente, lo empujó hacia afuera.
—A veces hay que ser firme con él —explicó—. Bueno, ¿por qué no calientas el filete de nuevo mientras yo hago una ensalada?
Lo hice y lo hizo. También el café. Una vez hubimos cenado tomamos una taza cada uno y nos fumamos un cigarrillo. Después de eso, nos pusimos sendos delantales y fregamos y secamos los platos. Cuando todo estuvo recogido, Josie extendió sobre la mesa los papeles que había traído y comenzó a explicarme los deberes que había que hacer.
Eso no duró mucho. Después de cinco o diez minutos se recostó contra el respaldo de la silla y me preguntó quién estaba tomándole el pelo a quién.
—Podrías perder todo un año de clase y aún seguirías más adelantado que nadie. En realidad, probablemente podrías dar cualquiera de las clases del instituto. Sabes… —Se interrumpió, vacilante—. Si te cuento una cosa, ¿guardarás el secreto?
—Por supuesto.
—Bien, pues resulta que el señor Velie está trabajando en mi tesis doctoral sobre educación. Después de que te fueras hoy, me dijo que había encontrado un nuevo planteamiento sólo por haber estado hablando contigo.
Asentí, con gesto solemne. Debía de referirse a mi teoría sobre la necesidad de una carrera de M.L.A. Ya sabes, Mierda de Lechuza Aplicada.
—Mmmmmmm —dijo Josie con expresión seria pero con la risa bailándole en los ojos—. ¿Y por qué es tan terriblemente necesaria una carrera de M.L.A., Profesor Smith?
Contesté que estaba muy claro incluso para una tipa mulata, que tienen fama de ser las negras más tontas del mundo.
—¿Quieres que te ase unas tripas de cerdo[4] antes de explicártelo?
—Me encantan, señó jefe. —Movió la cabeza con una risita—. Pero etoy tratando de peddé la costumbre.
—Bueno, pues ocurre lo siguiente —le dije—. El hombre inteligente sólo puede funcionar tras una máscara de estupidez o de conformidad, si me perdonas la redundancia. Su actitud debe acomodarse siempre a la de la compañía en que se encuentra. Si es sospechoso de irreligiosidad, debe rezar en público a cada hora y, cayéndose de su silla, rodar por el suelo y hablar en lenguas desconocidas. Por otro lado, ¿pué sabese de qué se ríe, mi niña?
—Pedon, señó. Me tragué una pluma y me hase coquilla.
La miré, con el ceño fruncido, y continué.
—Por otro lado, si se supone que nuestro sujeto es un conservador, debe pellizcar a las chicas en el culo y mear en los callejones en lugar del retrete. Siempre, cualesquiera que sean las circunstancias, tiene que mostrar su inteligencia de una forma grosera y paleta, como para decir, ¡vaya, caramba, ya no puedo caer más bajo! ¿Le toy enseñando algo, mi niña? ¿Quiere que le eplique lo curso que llevan a la lisensiatura en M.L.A.?
—S… sí, jefe. ¡Po favó! ¡Ja, ja, ja! ¡Cuénteme de lo curso! ¡Ja, ja, ja, ja!
—Está bien —le dije—. Los cursos de libre elección deben ser algunos como la Mala Apreciación Musical, como Inscribirse en un Grupo de Odio, El Arte de los Pantalones con la Cremallera Abierta, El Aceptable Desaliño y Violación, El Linchamiento y Otros Pasatiempos Indígenas. Los cursos obligatorios serían Qué opina uté de lo Dodgers, Vamos a Tirar la Bomba Atómica sobre Moscú, Enviar a los Judíos a Jerusalén, Enviar a los Negros a África y Por qué no sueltan a Chang Kai-Chek.
Sus mejillas estaban hinchadas de risa contenida, y los ojos le bailaban de alegría. De repente estalló, meciéndose hacia atrás y hacia delante, riendo a carcajadas hasta que se quedó sin respiración y casi demasiado débil para moverse. Hasta que apareció una expresión tensa en su cara y sus ojos me lanzaron una mirada de súplica.
Me di cuenta de su necesidad. La hice poner en pie, la conduje al cuarto de baño y cerré la puerta. Y por lo que se oyó, fue justo a tiempo.
Después de unos diez minutos, y de tirar de la cadena varias veces, regresó al salón con una expresión muy remilgada, pero los ojos aún enrojecidos de reír.
Se sentó frente a mí, y poco a poco se serenó. Le pregunté si se había mojado las bragas y me contestó que no, que había llegado a tiempo.
—Supongo que no permitirás que lo vea por mí mismo —le pregunté.
—No, Allen —me contestó, tranquilamente—. Hasta ahora hemos tenido una noche muy agradable. No la estropeemos.
—Tienes razón —repuse—. Profundizar lo estropearía todo. Sólo me enteraría de lo que ya sé.
—Creo que es mejor que me vaya ahora. —Inició el gesto de levantarse, pero se dejó caer de nuevo en la silla, y me estudio, intrigada—. Trato de disculparte, Allen, pero no es fácil. Eres demasiado inteligente para hablar como lo haces. Quiero decir que tú sabes que está mal. En realidad, si quisieras, podrías ser un maestro maravilloso.
—Antes muerto —contesté.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo enseñar?
—Lo digo de veras. Antes preferiría morirme. Y punto. Es mi única ambición.
Negó con firmeza.
—No puedo creer eso, Allen.
—Claro —dije—. Lo único que te preocupa es que ningún tío te meta mano.
—Ahora sí que me voy a casa —replicó—. No sé cómo a veces puedes ser tan amable y otras te pones a insultarme, pero…
—Porque quiero deshacerme de ti. Porque quiero terminar contigo de una vez para siempre. Porque si no lo hiciese, terminarías cediendo y estarías dispuesta a acostarte conmigo, y eso sería lo más terrible que podría suceder.
Me contestó enfadada que no tenía que preocuparme, porque, desde luego, jamás haría lo que yo acababa de decir. Le contesté que si podía garantizármelo con total seguridad, esperaba que pudiera quedarse y que fuéramos amigos.
—Allen… —Me miró con una expresión cada vez más intrigada—. ¿Adónde quieres llegar? ¿Qué es lo que quieres?
—Supongo que lo mismo que todo el mundo. Amor.
—Pues no escoges un camino muy bueno para conseguirlo.
—¿Te refieres a mi acostumbrada terquedad? Ésa es la consecuencia, chiquita, no la causa. Verás, sólo hay una mujer en el mundo a la que desee, y a ella no la puedo tener. Cuando uno vive en una situación así…
—¿Sí? ¿Quién es, Allen?
—Mi madre…
—Pero… pero… ¡Allen! ¡Tu propia madre!
—No es agradable, ¿verdad? Bueno, pues ella tiene la culpa, no yo. Es su modo de castigarme por lo que hice, un negro que nace de una bella mujer blanca. A su lado, me siento un hombre o… podría ser un hombre. Con cualquier otra, nada. Me quedo frío como el hielo.
Arrugó la frente y sus ojos castaños me contemplaron fijamente.
—Yo…, bueno, lo encuentro muy difícil de creer, Allen.
—Los libros de psicología morbosos están llenos de casos parecidos.
—Pero sólo tienes dieciocho años. No puedes haber tenido la suficiente experiencia como para estar seguro de que… que…
—He tratado de llegar hasta lo más profundo de mis primeros recuerdos —le expliqué—. Veía lo que estaba sucediéndome y quería romper con ello. Así que, en total, he tenido unas cincuenta experiencias. O lo que hubieran sido experiencias para un hombre normal. He tenido todas esas oportunidades y he tratado de crear otras, esperando que… Bueno, sólo esperando. El resultado es siempre el mismo.
Frunció el ceño, mientras seguía estudiándome.
—Me estás diciendo la verdad, ¿no es así? La pura verdad.
—La pura verdad.
—Pero… pero cincuenta o sesenta o incluso cien… Aun así, no puedes estar seguro.
—¿Por qué no? Bien se pueden predecir las elecciones nacionales y la popularidad de los programas televisivos con un muestreo semejante.
Ella vaciló. Luego asió mi mano y la apretó contra su pecho. Yo la retiré violentamente.
—No —dije—. No tendría que habértelo contado.
—¿Por qué no? ¿Acaso no somos amigos?
—¿Amigos? ¡Una mierda! No te conocía hasta hace dos días y pido a Dios no verte más. De modo que arrastra tu flaco culo fuera de aquí y olvídate de cómo se vuelve.
Con toda tranquilidad me contestó que era inútil que la insultara o que le hablara mal, porque estaba empezando a conocerme. Yo era dos personas distintas. Una atraía a las personas y la otra las rechazaba. Él, yo, necesitaba rechazarlas por el miedo que tenía al fracaso.
—Probablemente es el miedo lo que te está ocasionando este problema, pero no debes tener miedo conmigo. No me reiré, ni me enfadaré, ni haré nada que pueda alterarte.
—Pero es que no quiero que hagas nada. Eres demasiado buena chica.
—Y voy a seguir siéndolo. Dijiste que no podías hacer nada y si resulta que puedes, no permitiré que me lo hagas. Pero, por lo menos, tendrás la seguridad que necesitas…
—¡Lo único que necesito es que me dejen en paz! ¿Por qué demonios no…?
—Cállate —replicó—. Ven conmigo.
Se puso de pie y me ofreció la mano. Se la cogí de mala gana y ella me llevó hasta el cuarto de baño. Me rodeó con sus brazos y puso su caliente y ruborizada cara junto a la mía.
—No sé nada de esto, cariño. ¿Tienes alguna sugerencia?
—No —contesté.
—Quiero ayudar, cariño, y necesito que me ayudes a hacerlo. Si al menos me explicases algo… Si me dieses alguna idea…
—No tengo ideas.
—¡Vete a la porra, Allen Smith! —dijo, dando una patadita en el suelo. Después suspiró y añadió que trataría de hacerlo lo mejor posible.
—Haz lo que quieras —le dije—. No servirá de nada.
—¿Ah, no? —susurró, ahora con el rostro encendido—. ¡Espera y verás!
Mantuvo un brazo alrededor de mi cintura y comenzó a desabrocharse la ropa torpemente con la otra mano. Entonces tomó mi mano libre y la guió a ciegas, hasta que encontró una abertura húmeda. Jadeó, y todo su cuerpo tembló mientras se apretaba contra mí. Me dio lástima e introduje mi dedo en la abertura. Penetró profundamente, y ella volvió a temblar con violencia mientras un suave gemido se escapaba de sus labios. Noté una incipiente tensión alrededor de mi dedo y lo retiré. Deseaba que ella guardara esa experiencia suprema para alguien que pudiera darle una relación significativa. Y ese alguien, indudablemente, no era yo. Nunca podría serlo.
La luz del cuarto de baño estaba apagada, por supuesto, y su voz me llegó desde la oscuridad en un murmullo frenético.
—¿Por… por qué lo has sacado?
—No servía de nada —le contesté—. Nada sirve de nada.
—Pero… ¡Demonios! Yo estaba… ¡Espera! Creo… que sé cómo…
El «cómo» que había pensado, creo que fue pensado y seguirá siendo pensado por toda mujer que no sea frígida total, siempre con la idea de que con ella es algo original. Aunque creo que no hace falta decir que quizás ocupa el segundo lugar como el acto menos original de este mundo.
Con los pantalones bajados me senté en el asiento del inodoro, mientras ella se arrodillaba ante mí, con los senos desnudos apretados entre mis manos mientras utilizaba su lengua para acariciarme y frotarme cada vez con más urgencia, hasta que, por fin, dejó escapar un gemido de éxtasis y se retiró, dejando que su ardiente rostro reposara sobre mis rodillas. Entonces lanzó un tembloroso suspiro de satisfacción.
—¡Oooh, ha estado muy bien!
—Me alegro —repliqué.
—No sé por qué siempre me ha dado miedo. Creía que sería horroroso y se trata de algo agradable, dulce y apacible. ¡Estoy segura de que esta noche dormiré bien!
—Me alegró —repetí—. Ahora vamos a lavarnos y a arreglarnos la ropa; después te acompañaré a casa.
—De acuerdo. Quiero irme a la cama y soñar con ello.
Nos lavamos y nos arreglamos la ropa. Después abandonamos el apartamento y caminamos por la orilla del río, hacia el negro enrejado del puente de Hell Gate y la jungla de neón que parecía tan cercana y que era Manhattan, un sitio agradable para vivir si a uno le gusta habitar en un lugar así, pero un sitio horrible para ir a visitarlo.
Cruzamos la calle y nos detuvimos en la esquina de la manzana donde ella vivía. Allí me dio un rápido beso de buenas noches y me habló en voz tan baja que casi no podía oírla con el rugido del East River a la hora de la marea alta.
—Me alegro mucho de que lo hayamos hecho, cariño. Tú también lo hiciste, ¿no es verdad?
—No —respondí.
—¡Claro que lo hiciste! ¡Pude notarlo!
—Lo que notaste fueron unas gotas que salen siempre, pero me sentí frío como el hielo todo el tiempo.
—Oh. —Se quedó desilusionada—. Bueno, de todos modos, volveremos a hacerlo. Quizá mañana, si puedo. He estado pensando en algunas formas y, ¡caramba!, te aseguro que lo harás.
—Olvídalo —contesté—. Lo he aguantado esta noche, pero ésa es toda la vergüenza que voy a pasar. No soporto que me avergüencen y cuando no soporto algo, no lo soporto en absoluto.
—Cállate. No vas a pasar vergüenza porque, la próxima vez, todo irá bien.
—De eso nada —repuse—. No habrá próxima vez.
—¿Ah, no?
—No —respondí.
—Óyeme bien, Allen Smith —habló con firmeza, levantando la voz—, en lo único que no habrá próxima vez es con otras chicas. Los experimentos que me explicabas al principio de esta noche. Y cuando hablo de otras chicas, me refiero a Lizbeth Hadley en especial.
—¿Lizbeth Hadley? —pregunté—. ¿Qué te hace pensar que me interesa?
—Porque no hace más que buscarte, y eso les encanta a los chicos. También estoy bastante segura de que ha tenido experiencias sexuales. No es que yo lo sepa, pero una chica siempre lo nota en otra. Y hay algo muy raro en la forma en que ella y su hermano actúan cuando creen que nadie los observa.
—¡Caramba! —dije—. ¿No insinuarás que una chica y su propio hermano harían…? No te refieres a eso, ¿verdad?
Vaciló y después añadió que daba igual. Lo que quería decir daba igual.
—Tú mantente alejado de ella, Allen. También de él, puesto que siempre andan juntos. Sé que tienes que saludarles, y cosas así, pero no vas a tener nada que ver con Lizbeth Hadley.