3. Los procedimientos de fabricación de los perfumes

A) LA DESTILACIÓN Y LOS VASOS DESTILATORIOS

El único instrumento necesario para la destilación era el alambique, recipiente de cobre estañado, de estaño o de vidrio, siendo este último «el más favorable para la pureza de las sustancias espirituosas». Componían el alambique tres piezas diferentes: la caldera o cucúrbita, el capitel y el refrigerador.

La caldera era una especie de caldero cuya forma recordaba la de un cono trunco y dado vuelta. Se la hundía en un horno hecho de ladrillos hasta que su superficie exterior se apoyara en un reborde que descansaba en la hornalla. Debía tener tanto de diámetro como de profundidad. El fondo, por lo común, era cóncavo, para que tuviera una mayor superficie expuesta al fuego. Esta caldera, bien estañada, tenía, además una garganta que cerraba un poco su orificio, donde estaban colocados dos platillos con dos asas.

El capitel, o tapa de la caldera, era de cobre estañado en los grandes aparatos y de estaño fino en los pequeños. Tenía la forma de un cilindro terminado en un casquete esférico. Abajo de la parte cilíndrica tenía una garganta que entraba justo en la abertura de la caldera.

El casco terminal estaba soldado un poco debajo del borde superior del cilindro. En el centro de este casquete había un platillo. En el costado del cilindro había soldado un caño grueso, ligeramente cónico, llamado pico del capitel.

Las sustancias que debían destilarse se colocaban en la caldera, se aplicaba el capitel, se lo sujetaba sólidamente y se lo cerraba. Luego se encendía el fuego. Entonces, por acción del calor, las sustancias se elevaban en forma de vapor al capitel y salían por el extremo de su pico para llegar a la tercera pieza, donde se condensaban y enfriaban. Por este motivo se llamaba condensador o refrigerador. Primero fue un largo tubo, pero ocupaba un espacio demasiado grande, luego una hélice (el condensador recibió entonces el nombre de serpentina) que se podía limpiar con facilidad después de destilar las materias olorosas. Por fin, se le dio forma de zigzag, que era igual de eficaz, pero más fácil de limpiar.

El baño María era una parte esencial para el perfumista, ya que servía para destilar las sustancias muy volátiles o las que sólo se podían someter a un grado de calor menor que el del agua hirviendo. Consistía en un vaso cilíndrico de estaño, capaz de contener la cucúrbita que entraba justo en el orificio de la caldera y se apoyaba en el cuello, de manera que su fondo no tocaba el de la caldera. Así se podía destilar con o sin baño María.

Para destilar de esta manera se colocaban en ese vaso las sustancias elegidas, se las introducía en la caldera y se la tapaba con el capitel. Entonces se vertía agua en la caldera a través del platillo. La parte superior del capitel estaba ahuecada exteriormente y ese espacio se llenaba con carbón triturado, poco conductor del calor, para impedir que los vapores se condensaran en esa parte y volvieran a caer en la cucúrbita. «Cuando la operación exija un grado de fuego más violento se empleará el baño de arena. Éste es una marmita de hierro capaz de resistir un fuego lleno de arena fina en el que se coloca el alambique, de manera que la arena se eleva un dedo por encima de la materia contenida en la cucúrbita. Este baño puede recibir calor de casi todos los grados, desde el más templado hasta el incandescente y, debido a esto, es muy cómodo. Hasta bastaría para un mayor número de operaciones si el artista, instruido por la experiencia, hubiera adquirido el arte de dominarlo».

El perfumista también recurría a la rectificación para obtener líquidos de los perfumes muy puros y muy suaves. Rectificar era someter de nuevo a la destilación líquidos ya destilados. Para lograrlo, empleaba comúnmente el baño María o el baño de arena con alambiques de vidrio.

Los cornetes de vidrio por lo general estaban provistos, cuando tenían gran capacidad, de unos tubos situados en la parte superior de la bóveda, para poderlos llenar con facilidad en el lugar.

Los líquidos se introducían ya sea de una sola vez, con ayuda de un embudo, o varias veces, por medio de un tubo en S que se adaptaba al sistema tubular y que servía al mismo tiempo de tubo de seguridad.

A veces se agregaba un alargamiento al cornete. Se llamaba así a un vaso de doble cuello, abultado en el medio, que servía para dar más longitud al cuello del cornete.

Los perfumistas también necesitaban un matraz, especie de balón de vidrio de largo cuello o cuello curvo con tubos.

Y finalmente el perfumista usaba el filtro. Este aparato estaba compuesto de una tela metálica estañada, galvanizada, plateada o de plata, plegada como un filtro. Tenía el mismo número de pliegues que el filtro de papel, que debían recibir y sostener. Como la superficie del papel se aplicaba sobre la tela metálica y no estaba obstruida ni entorpecida por ninguna adherencia, el líquido tenía el paso libre, lo que permitía que la operación avanzara con una rapidez que no dependía ya del estado de ese líquido. La forma cónica de este filtro acelerador permitía colocarlo en embudos de vidrio o de otro material. Este filtro se limpiaba cómodamente agitándolo en el agua y dejándolo secar en la estufa.

B) EL «ENFLEURAGE», EXTRACCIÓN DE LOS PERFUMES, O MACERACIÓN

Para hacer esto, el perfumista disponía de una caja con el interior de hojalata, para que el borde no transmitiera ningún olor a las flores y no embebiera la esencia. Había que hacer bastidores que pudieran entrar fácilmente con su plato en la caja. La madera debía tener dos dedos de espesor y estar provista de puntas de agujas alrededor. Se agregaba a este bastidor una tela que pudiera tenderse por encima. Debía ser de algodón y había que preocuparse de lavarla bien, pasarla luego por agua clara y secarla antes de usarla.

Después de impregnar bien las telas con aceite de been, se las escurría un poco, luego se las extendía sobre los bastidores y se las sujetaba a las agujas; luego se ponía un bastidor en el fondo de la caja y encima, la tela. Se desparramaban las flores de donde se sacaría la esencia: se las cubría con otro bastidor, se volvía a poner otra capa de flores y se continuaba así hasta que la caja estuviera llena. Como el bastidor tenía dos dedos de espesor, las flores no estaban apretadas. Doce horas después, el perfumista ponía otras flores y seguía haciendo lo mismo durante varios días. A esto se lo llama extraer el perfume.

Cuando el olor le parecía bastante fuerte, levantaba las telas de los bastidores y las doblaba en cuatro. Luego de doblarlas y enrollarlas varias veces con un hilo, para contenerlas e impedir que se extendieran demasiado, las ponía en la prensa para extraer el aceite. Esta debía ser de hojalata para que la madera no se embebiera de aceite.

El perfumista ponía debajo vasos bien limpios para recibir la esencia, que luego guardaba en frascos tapados para conservarla. En una caja sólo se podía hacer la esencia de una flor por vez, porque un olor estropearía al otro: por la misma razón, las telas que se usaran para lograr la esencia de una flor no podían servir para obtener la esencia de otra, a menos que se las hubiera lavado en agua clara y se las hubiera secado bien. Este era el medio común para obtener el olor de flores que no proporcionan aceite esencial por destilación, como el nardo, el jazmín y otras. Este procedimiento muy útil para el arte del perfumista era también muy lento: se necesitaban de 30 a 35 días para obtener un resultado satisfactorio, durante los cuales se renovaban las flores todos los días dejando la misma grasa distribuida en el vaso. Esta técnica exigía una mano de obra calificada, a menudo femenina. Las flores debían ser tratadas en las primeras veinticuatro horas.

C) EL PRENSADO

El prensado sólo se practicaba con las cáscaras de naranjas y limones. Por lo tanto, este procedimiento sólo se empleaba para extraer la esencia de los cítricos (naranja, limón, bergamota, cidra). Existen varias tradiciones locales. En Génova se frotaban los frutos contra el colador perforado. En Sicilia, se quitaba la cáscara muy fina y se la prensaba en bolsas de tela. En Calabria, lugar de la producción más importante, los frutos se colocaban entre dos cuencos superpuestos provistos de pequeñas puntas: el de arriba convexo, el de abajo cóncavo. El perfumista hacía girar los cuencos en sentido contrario y cuando las cáscaras estaban perforadas retiraba los frutos y los lavaba con una esponja. Esto proporcionaba una esencia considerada muy fina. Podía obtenerse por destilación, pero era muy inferior.