En diciembre de 1793, nivoso del año II, la casa de perfumería Fargeon se convirtió en la firma Mouchet-Moulinet y Cía. Los compradores eran hombres nuevos que no corrían el riesgo de pasar por amigos de los dueños anteriores. Sin embargo, después de la firma del acta, emocionaron a Fargeon cuando le contaron con compasión que habían visto pasar a María Antonieta en la carreta. Se sintió muy aliviado de no seguir siendo un comerciante. Por la venta, había llamado a París al responsable de la sucursal de Nantes. Se enteró de nuevas atrocidades: el representante en misión, Carrier, una especie de loco, había inaugurado su reinado ahogando a veinticuatro sacerdotes, y dos meses más tarde, a otros cincuenta y ocho. «¡Qué torrente revolucionario hay aquí en Loira!», había escrito de la Convención. El negocio con el extranjero era sospechoso y la vigilancia de la policía se había reforzado: los propietarios y los principales locatarios de las casas en adelante eran obligados a «colocar en la puerta exterior, en el lugar que más se viera y en caracteres bien legibles, apellidos, sobrenombres, nombres, edad y profesión de todos los que vivían en su casa». En nombre de la libertad, Francia se transformaba en una inmensa prisión.
El 8 de nivoso, 4 de enero de 1794 según el antiguo calendario, Fargeon esperaba la llegada de un pago procedente del extranjero, en el departamento que había conservado como lugar de paso en París, cuando unos golpes violentos sacudieron la puerta. Abrió y vio aparecer un pelotón de la sección armada. Temía ese instante desde hacía mucho tiempo y no se asombró. En las últimas semanas habían arrestado a muchos antiguos proveedores de la corte.
El jefe del destacamento dio lectura a la orden de la que era portador:
«El Comité de seguridad general decide que el llamado Fargeon, que habita en la calle de Roule, en el número 11, será apresado y conducido a una prisión, que en su presencia serán sellados sus papeles, después del examen y selección de los sospechosos de los que nos informarán. Nosotros, ciudadano Poupard, asistido por los ciudadanos Boulanger, Thomas y Collin, miembros del comité de vigilancia, tenemos la orden de conducirlo a la prisión».
—Los sigo, ciudadanos, pero tengo derecho a conocer los hechos de los que se me acusa.
—Los conoces. ¿No esperabas hoy a cuatro viajeros que vienen de Norteamérica y que deben hacerte un pago de seis mil libras?
—Es exacto, pero esto es regular. Efectué las entregas correspondientes a esa suma y a menudo negocio con el extranjero.
El ciudadano Poupard bromeó.
—Con falsificadores.
—¿Cómo falsificadores?
—Tus norteamericanos traían billetes falsificados, como lo pudo comprobar el consejo general del distrito de Boulogne-sur-Mer. Los emigrados fabricaron esos billetes falsos en Inglaterra con el fin de perjudicar el crédito de la República. Estás acusado de ser cómplice de monederos falsos al introducir su producción en territorio francés.
Fargeon se sintió desfallecer. El crimen de la falsificación de moneda siempre había sido reprimido con un terrible rigor y a los culpables, unos siglos antes, los arrojaban en aceite hirviendo. La acusación era tan absurda que se rebeló:
—¿Yo, falsificador de billetes? ¡Es absurdo!
—Si no los fabricaste, al menos ayudaste a difundirlos, que es un crimen igual.
No podía entender cómo sus deudores americanos, gente perfectamente honorable, podían haberse dejado engañar con billetes falsos. Interrogado sobre su otra casa, exhibió un pasaporte muy reciente de la comuna de Chaumont, de fecha 29 de frimario, así como un documento de miembro activo de la sección local de los guardias franceses y uno de la sociedad popular.
—Ves, ciudadano, que soy un patriota y un amigo de la libertad.
—No veo nada en absoluto. ¿No eres el ex perfumista de la austríaca? ¿No has sacado provecho de su frivolidad y de los vicios de los ex aristócratas? ¿No has contribuido a arruinar a la nación?
—Soy maestro perfumista, en efecto, pero no hice nada de todo eso. Fui proveedor de los ex nobles sin compartir sus opiniones; amo de corazón la libertad.
—Se lo explicarás al tribunal.
En la prisión de Luxemburgo, el carcelero lo arrojó en una celda donde se amontonaban una decena de prisioneros. Para su estupor, a su llegada lo saludaron con una andanada de risas.
—¡Hasta qué punto nos miman! ¡Nos envían al perfumista de los aristócratas!
—Tiene que reconocer que tenemos mucha necesidad de sus servicios.
—Estoy de acuerdo. Antes de cortarme la cabeza quiero que la perfumen con polvo a la Fargeon.
—Sea bienvenido, ex perfumista de la corte —dijo uno de los detenidos—. Habría sido mejor que creara el agua de los sans-culottes o el elíxir de la guillotina.
Muy pronto vio que todos los presentes eran patriotas encarcelados por disensiones de orden político con el líder del momento. Al escucharlos hablar de Robespierre, Fargeon no pudo dejar de pensar que el rey de Francia se había mostrado menos arrogante y tiránico que ese abogado de provincia.
La requisa continuaba en la calle de Roule y descubrieron dos escopetas, una pistola y algunas balas. El 13 de nivoso, a las dos de la mañana, lo sacaron de la prisión para que diera explicaciones sobre la posesión de esas armas que, evidentemente, iban a servir para un atentado contra el pueblo. Aseguró que a veces le gustaba cazar, pero no le creyeron.
—Sabemos que has escondido otras armas u oro en tu jardín de Chaumont.
—¿Quién les contó esas tonterías?
—Poco importa. De todas maneras haremos una requisa allí.
Tenían listo un coche y se pusieron en camino enseguida.
Victoire quedó conmocionada al ver aparecer a su marido rodeado de ese destacamento, pero no era mujer que perdiera su sangre fría.
—Felicito su celo, ciudadanos. Nunca se castigará lo suficiente a los enemigos de la República. Sin embargo, mi esposo no está entre ellos; falsas informaciones los han confundido. Siempre odió al tirano.
Fargeon la escuchaba boquiabierto. Pero el ciudadano Bachot, agente nacional, que dirigía la requisa, por naturaleza era desconfiado.
—Todo eso es muy lindo, ciudadano, pero esta casa es demasiado lujosa para ser la vivienda de un patriota.
—La compré cuando la República puso a la venta los bienes nacionales —dijo Fargeon—. Era la vivienda de un emigrado y no soy responsable del lujo escandaloso del que se rodeaba. Siempre abrí mi puerta a los patriotas y equipé a mi costa a cuatro gloriosos defensores de la nación como cualquiera puede testimoniarlo.
—Tenías armas en París.
—Soy cazador. Sólo son escopetas.
Los hombres del ciudadano Bachot precintaron doce muebles y cajones. Al día siguiente se examinaron los papeles en presencia del ciudadano Neuville, presidente del comité de vigilancia revolucionaria de la comuna de Chaumont.
Mientras estaban ocupados en eso, Fargeon tenía prohibido hablarle a su mujer, pero el guardia encargado de la vigilancia era un buen hombre que lo conocía bien y pudieron intercambiar unas palabras. Victoire le aseguró que multiplicaría las gestiones para obtener su liberación.
No encontraron nada comprometedor en los papeles y el 17 de nivoso, a las siete de la tarde, Fargeon fue llevado a París y trasladado a la prisión del Luxemburgo para ser «colocado bajo buena guardia hasta el proceso».