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Y todavía ni una palabra de Gideon. Desesperada, Morgana se dirigió a Camp Young, donde el oficial de enlace la recibió, escuchó su historia y le prometió averiguar lo que pudiera. Después de todo, estaba casada con uno de los suyos y tenían que agradecerle aquellas populares veladas de las «damas jóvenes»… Le había dicho que la telefonearía. Pero, en lugar de eso, fue a visitarla personalmente al albergue.

—Lo lamento mucho, señora O’Neill. Su hermano figura como lo que llamamos «desaparecido en acción».

—¿Y eso qué significa? ¿Que ignoran dónde está?

—Me temo que así es, en efecto.

Su voz subió de tono:

—¿Está usted diciéndome, capitán, que la Marina de Estados Unidos ha extraviado a uno de sus hombres?

—Lo lamento, señora O’Neill, pero eso es todo lo que he podido saber.

Robert en un hospital en África y Gideon perdido en el Pacífico.

Morgana se sintió desgarrada por la mitad, y cada una de esas mitades arrojada a los extremos opuestos del mundo, sin dejar nada de ella en Twentynine Palms.