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Cuando el 13 de mayo de 1943 se dio la noticia de la victoria aliada en el norte de África, amigos y vecinos fueron al albergue para felicitar a Morgana y preguntarle cuándo esperaba que volviera a casa Robert.

—Pronto —decía ella.

Pero no tenía ni idea. Cada día esperaba una carta o un telegrama, y cada día regresaba sin noticias de Robert ni de Gideon.

Finalmente, un mes después de que los ejércitos del Eje se hubieran rendido en Túnez, llegó una carta de un hospital de campaña «en algún lugar del norte de África», fechada dos semanas antes. Estaba escrita apresuradamente por un médico, que informaba a la señora O’Neill de que su marido, Robert, había sufrido una herida de la que se estaba recuperando, y de la que se esperaba que se restableciera. El mayor capellán O’Neill —decía la carta— había resultado herido durante los combates en un desolado lugar llamado Gafsa, en Túnez, apenas unos días antes de la rendición de las tropas del Eje. Había atravesado una zona batida por fuerte fuego de mortero para ir a prestar los últimos auxilios a unos soldados moribundos, poniéndose él mismo en grave peligro. El capellán había recibido el impacto de un proyectil, junto con una medalla al valor.

La siguiente carta, que llegó tres días después, era del propio Robert, escrita desde un hospital militar en Argelia:

Me alcanzó un trozo de metralla en la pierna. ¿Lo creerás?… ¡Justo el día antes de la rendición! Me dieron tu carta en cuanto salí del quirófano. Después de varios días obnubilado por la morfina y varios trancazos de anestesia general, estoy viviendo ahora mis primeros momentos de lucidez desde el accidente. ¿Y qué es lo primero que han visto mis ojos en cuanto se me ha despejado la cabeza? ¡Tu carta, querida, y una fotografía de nuestro hijo!