-¿ESTÁS BIEN, KARI? —Razz me miraba con ansiedad.
Nos habían echado a todos en la parte de atrás del coche y habían pasado la barrera a toda velocidad.
—Sí —dije—. ¿Y tú? —íbamos todos apretados allí atrás y yo no podía dejar de pensar en lo guapo que era. Me pareció que se había lavado la cara y el pelo desde la última vez que le habíamos visto. Su piel tenía un bronceado oscuro y el pelo rizado brillaba con reflejos dorados.
—Sí —dijo casi sonriendo.
Sin embargo, no parecía estar muy bien. Tenía un enorme chichón en la frente, donde se había golpeado contra el suelo. Se le estaba poniendo ya de un color amarillo canario. Llevaba la chaqueta rasgada, y el pelo se le había soltado de la cinta y era una gran masa alrededor de su cabeza. Se lo sacudió para apartarlo de los ojos y me miró.
—Creía que no iba a volver a verte.
—Yo tampoco creía que te vería —dije sin dejar de mirarle.
El coche chirriaba al bajar por el largo camino que se extendía como una cinta gris entre la verja y la gran escalinata de piedra que subía hasta la puerta principal flanqueada de columnas.
—Por favor… —Jake puso los ojos en blanco. Estaba hundido en un rincón, tratando de mantener juntos los bordes de su camiseta completamente rota—. ¿Eso es todo en lo que podéis pensar?
Razz se puso rojo y yo no pude evitar una sonrisa.
—¿Cuándo te cogieron? —preguntó Jake.
Él lo explicó.
—Y cuando les pregunté por qué me querían —dijo en voz baja— , me quitaron la pulsera. No hay ninguna prueba de que yo haya estado nunca en Starhost. Pueden hacer lo que quieran conmigo, pero no les diré nada. Me gusta aquella gente y no voy a meterlos en problemas.
Yo le apreté la mano.
—Eres genial, Razz.
Esta vez se puso todavía más rojo. Pero yo tenía razón. Era genial. Y si descubrían a Jon y a los demás y los deportaban, nunca nos lo íbamos a perdonar. Todos sabíamos lo que sucedía con la gente que tenía que abandonar sus propios países. Especialmente cuando se les obligaba a regresar.
Me estremecí sólo de pensarlo.
Busqué a tientas mi propia pulsera… tan fría, pero que parecía quemarme en la muñeca. Tenía que librarme de ella. La desabroché y la dejá caer en la parte de atrás del asiento.
Miré hacia arriba por la ventanilla. Allí estaba otra vez. Un gran rótulo: HOGAR DE RETIRO «DÍAS FELICES». ¿A quién estaban engañando?
Dos mujeres con batas blancas de laboratorio estaban esperando en el umbral, como arañas dispuestas a saltar sobre su presa.
Tan pronto como el coche se detuvo, se apresuraron .a bajar a nuestro encuentro. Una abrió la puerta y metió la cabeza en el coche. Miró primero a Razz, después a mí. Era aproximadamente de la edad de mi madre, alta, con un pelo de rata cortado al rape y labios pintados de un rojo brillante.
—¿Kari? —preguntó.
Miré a Razz y después a Jake. Era algo que no me cabía en la cabeza. Fuera donde fuera, siempre había alguien que sabía mi nombre.
Jake levantó las cejas y se encogió de hombros, mirándome. Razz hizo lo mismo.
La mujer me tendió la mano.
—Yo soy Chris. Trabajo aquí. Tenía ganas de conocerte.
—¿Sí? —yo ignoré su mano—. ¿Entonces puedes decirnos a qué viene todo esto?
—¿No te han dicho nada? —parecía contrariada.
Yo sacudí la cabeza:
—No.
—Ya va siendo hora de que alguien nos cuente algo —dijo Jake irritado.
Chris le miró de arriba abajo.
—¿Quién es éste?
Se lo dije.
—Razz también es mi amigo.
Chris pareció sorprendida. Después frunció el ceño.
—No me dijeron que ibas a traer a tus amigos. Bueno, falta de comunicación, como de costumbre —tendió la mano. Tenía uñas largas y llevaba un anillo de oro en el dedo pequeño.
Zeon había salido y estaba de pie detrás de ella. Yo le fulminé con la mirada. Jake y Razz salieron detrás de mí.
—Espero que no te hicieras daño —me dijo.
—¡Bastante te importa! —solté yo.
—Oh, claro que me importa, Kari —dijo con voz de zorro—, me importa mucho. Y también a otras muchas personas.
Se me revolvió el estómago al oír eso. ¿Y si decía a nuestros padres que estábamos allí? Mamá me mataría por mentirle y nunca nos permitirían volver a salir solos.
Aparté la idea de mi cabeza. Tenía la sensación de que Zeon no quería que nadie supiera que estábamos en aquel lugar. Ni siquiera quería que la gente conociese la existencia del Hogar de retiro «Días Felices».
—Gracias, Mark —dijo Chris a Zeon—. Te lo agradezco mucho. Ahora tendrás que cedérmela.
—¿Qué? —yo empezaba a sentirme más enfadada que asustada—. ¿Ceder quién a quién?
Chris me puso la mano en el hombro.
—Está bien, Kari. Sólo es una formalidad —se volvió a Zeon—. ¿No se lo has explicado entonces?
—Pensé que era mejor dejároslo a vosotros.
Se dieron la mano.
—Sí. Gracias otra vez —dijo Chris—. Has hecho un buen trabajo al traerla aquí.
—¡El no me ha traído! —grité indignada—. Hemos venido nosotros. Queremos ver a Rachel —«y llévarla a su casa», añadí para mí misma.
—La verás muy pronto —me confirmó Chris. Al oírlo, mi estómago dio un salto de canguro.
—¿Entonces está aquí realmente? —Jake no pudo disimular su alivio. Hasta aquel momento no estábamos seguros de que ella estuviese allí.
—Sí —afirmó Chris—. Podréis verla más tarde, cuando os hayáis aseado y hayáis comido algo. Estará contenta de veros.
—Sí, apuesto a que sí —dijo Jake—. Pero no nos vamos a quedar. Queremos llevárnosla a casa con nosotros.
—Prometo que la cuidaremos —dije atropelladamente—. No tendrá que quedarse en la calle…
—Está bien —interrumpió Chris—. Nos estamos ocupando de ella.
—Pero…
Chris no quiso decir nada más.
—Os lo explicaré todo más tarde —dijo tajante. Volvimos a mirarnos. Si alguien más nos decía eso, probablemente explotaríamos.
Chris se volvió a la otra mujer y la presentó.
—Ésta es mi colega Marión. La veréis mucho también, me va a ayudar…
—¿Ayudar a qué? —Razz miró a Marión con ojos escrutadores.
Pero Chris echó a andar. Luego, se volvió para decirnos:
—Seguidme, por favor.
Yo miré desolada a Razz y a Jake. Si queríamos ver a Rachel, era obvio que no teníamos elección.
Así que subimos las escaleras con ellas y entramos en la casa. La puerta se cerró electrónicamente detrás de nosotros con un siniestro ruido sordo. Me imaginé cómo se sentiría un prisionero cuando la puerta de su celda se cerrase tras él.
Nos quedamos asombrados al entrar.
—¡Guau! —Razz dio un ligero silbido—. Vaya sitio.
Un vestíbulo imponente, de techos altos ornamentados, una escalera curva que llevaba al piso de arriba. Un montón de puertas alrededor del vestíbulo. A través de los cristales de una de ellas se veía a más gente con batas blancas. Estaban sentados en sillas tapizadas mientras bebían en tazas blancas y comían bizcochos.
—Una reliquia de tiempos pasados —dijo Chris con acritud cuando nos vio mirar—. Vamos, os enseñaré vuestras habitaciones.
—¿Habitaciones? —se extrañó Jake.
—¡Caray! —Razz todavía estaba mirando pasmado—. No es un hotel, ¿o sí?
Chris le ignoró.
Esquivamos a los robots que limpiaban las escaleras y seguimos a la mujer. En las paredes se notaban aún zonas más descoloridas donde debían haber estado colgados los retratos de los reyes.
Arriba, otro robot salió de una de las habitaciones con algo de ropa en los brazos. La lanzó en un montón y después volvió dentro.
Seguimos más allá y Chris abrió una puerta a la izquierda.
—Éste es tu cuarto, Kari —indicó. Sacó un ordenador del bolsillo y lo consultó—. Hay un cuarto libre para los chicos al otro extremo.
¡Caray! —dijo Razz otra vez—, es un hotel.
No es necesario —insistí—. No vamos a quedarnos. Ya te he dicho que vamos a llevar a Rachel a casa.
Chris comentó con voz melosa:
—Pero estoy segura de que querréis lavaros y cambiaros de ropa, Kari.
Eché una mirada a mi atuendo y decidí que tenía razón.
—Queremos quedarnos juntos —dijo Jake.
Los ojos de Chris echaron chispas de repente. No tenía antes ningún tipo de aura que yo pudiese descubrir, pero de pronto vi un reflejo de color naranja impaciente rodeando su cara. Apretó los labios en una línea delgada, como hace mi madre cuando está enfadada. También había algo que noté por primera vez. Una especie de curiosidad ardiente cuando me miraba. Como si estuviese tratando de ver en mi cabeza, pero no pudiera. Tenía también un aire de ansiedad. La misma ansiedad que sentía Zeon la noche que estaba buscando a Rachel.
—Por favor, haced lo que os digo —miró a los chicos y se fijó en la camiseta rasgada de Jake—. Os mandaré algo de ropa también a vosotros.
Puse la mano en el brazo de Razz.
—Hasta luego. Os veré dentro de diez minutos.
Exactamente siete minutos más tarde me había lavado rápidamente, cepillado el pelo y puesto el chándal gris que había encontrado en mi habitación. No sabía cómo conocían mi talla, pero era la adecuada. Y también el número de las deportivas.
Fuera casi choqué con un hombre enfundado en un mono verde que recogía los montones de ropa sucia. Llevaba impreso en el bolsillo «Día Siguiente» Servicio de lavado.
Bordeé su carrito y fui hasta la habitación de los chicos. Ya se habían ido. Corrí por el pasillo maldiciéndolos por no esperarme. Después, mi curiosidad pudo más y abrí una puerta para ver lo que había dentro.
Parecía el despacho de alguien. Había un ordenador y un enorme mapa estelar en la pared, además de un sofá cubierto con una sábana blanca y un equipo electrónico. Me acerqué para verlo mejor. Cogí un par de electrodos que tenían unos cables sujetos a una máquina con un panel. Me estremecí. Parecía un antiguo instrumento de tortura. Salí rápidamente y cerré la puerta. En otra habitación había dos divanes más, con focos en el techo que los iluminaban. Todo era blanco y aséptico (especialmente el armario de cristal del rincón, lleno de medicamentos y jeringuillas en fundas de plástico).
Salí más que deprisa. Fui corriendo al piso inferior a buscar a Jake y a Razz.
Abajo, algunas de las habitaciones tenían nombres en las puertas. Doctor Jeanne Chevalier, Doctor Sanjay Vermer, Profesor Hans Schmidt. Abrí una. Había un hombre sentado a una mesa de despacho. Levantó la mirada cuando entré y me llamó en cuanto salí huyendo.
Probé en otra habitación. Era de la Doctora Christine Evans.
En su mesa había un montón de carpetas de archivador.
Me colé dentro y cerré suavemente la puerta detrás de mí. La pantalla en espera dibujaba colibrís cuando me puse a repasar las carpetas. Había un nombre en cada una de ellas. Albert Sims, Jo-Anne Presley, Wayne Hud- son, Gillian Coleman, Alan Marsden, y encima… el mío… Kari Charles.
Me quedé sin aliento. El corazón me latía deprisa cuando la abrí.
Hija de Asia Brookner y George Charles, nacida el 2034.
Mientras leía, las piernas me temblaban y tuve que sentarme. ¿Por qué tenían archivada toda la historia de mi vida? Color de pelo, color de ojos, dónde había nacido, cuántos kilos pesaba. Dónde vivía, dónde había aprendido a leer, cuándo empecé a tocar la flauta, cómo me había perdido cuando era pequeña. Habían consignado incluso mis notas de la escuela, informes de mi tutor… Todo.
De pronto sentí un nudo en el estómago. ¿Perdida? No me acordaba de eso. Al principio de la página había una referencia a un fichero. Me volví al ordenador y lo busqué.
Estaba todo allí. Toda la historia de la familia. Fotos… yo, siendo un bebé, de pequeña, mamá, papá, Damien…, el chalé. Todo. Había también titulares de noticias en la red.
El conocido arquitecto y diseñador George Charles abre su estudio.
Terrorista tiroteado cerca de un chalé en el campo.
Niña perdida aparece sana y salva.
Me detuve aquí y busqué la historia.
La niña de tres años Kari Charles, que se había escapado de su casa, fue encontrada en la tarde de ayer. Su aventura aparentemente no ha tenido consecuencias. En el momento del encuentro Kari paseaba por una línea de ferrocarril fuera de uso en las cercanías de su casa. Había desaparecido hacía tres días.
«No creíamos que volveríamos a verla nunca», declaró a Newsnet la madre de Kari, directora de Investigación de Mercados, Asia Brookner, de veintiún años. «Pero está bien. Sólo un poco confusa. Kari es una niña muy curiosa y probablemente fue de exploración.» La señora Brookner estaba realmente asustada después de la desagradable experiencia. «No tenemos ni idea de dónde ha estado», dijo abrazando a Kari. «Nos mudamos al campo para que Kari creciese libre de los peligros y la polución de la Ciudad», añadió.
Kari, una niña realmente dotada para la música, ha sido incapaz de explicar dónde ha estado.
Había otra foto mía… una niña sonriente con el pelo rojo, vestida con un mono y sujetando a una muñeca.
Me acerqué más a la pantalla. Mi corazón golpeaba como una banda de rock y me sudaban las manos. La muñeca. Era la misma que había encontrado en el túnel. No era extraño que me hubiera producido aquella sensación. Era la muñeca que había perdido hacía tantos años.
Leí otra vez la información. ¿Había sido realmente yo esa niña? Rebusqué en mi memoria, pero no encontré nada. ¿Por qué no me lo había contado mamá? La historia me resultaba inquietante. Como si hubiera vivido otra vida de la que no sabía absolutamente nada.
Cuando los colibrís empezaron a revolotear de nuevo, di vuelta a la silla y eché otro vistazo a las carpetas de la mesa. Abrí otra. Wayne Hudson. Nacido Euro 1996. Tecleé su fichero y lo abrí. Lo que leí me cortó la respiración. Wayne Hudson había vivido una vida completamente normal hasta que desapareció el 6 de enero del 2032. No se le había vuelto a ver hasta el año 2040, cuando apareció repentinamente en su ciudad natal, confuso y desorientado, pero nada más. Tenía vagos recuerdos de luces y gente de extraña apariencia, pero no sabía dónde había estado.
Había cientos de personas como él en todo el mundo. Así que, después de todo, Blenham sí era una especie de laboratorio. Un laboratorio donde investigaban a las personas que, en algún momento de sus vidas, habían desaparecido misteriosamente.
Me apoyé en el respaldo de la silla. La semilla de una idea que se había introducido en mi mente cuando leí mi propia ficha germinó y creció súbitamente hasta convertirse en un gran árbol de temor e incredulidad.
Con el corazón latiendo como un tambor, busqué la carpeta de Rachel. Podría decirme cosas de su pasado que responderían a un montón de preguntas. Pero, por raro que parezca, no estaba allí.
Entonces la puerta se abrió y entró Chris.
Di la vuelta en la silla sintiéndome culpable, ella me miró uno o dos segundos y después cerró la puerta. Cogió otra silla y se sentó junto a mí.
—¿Has encontrado tu ficha?
—Sí —dije. Sacudí la cabeza-—: No entiendo…
Todavía me temblaba la mano cuando Chris me la cogió entre las suyas y la frotó, igual que había hecho Rachel aquella noche, cuando estuvimos mirando la Ciudad de las Estrellas. Respiró profundamente.
—Está bien, Kari —dijo—, será mejor que te lo cuente.