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NADIE PARECÍA FIJARSE en nuestro barco mientras navegábamos río arriba. Atravesamos la Ciudad con sus blancos edificios de cemento y el incesante ruido del tráfico. Pasamos bajo puentes, oyendo sobre nuestras cabezas el tintineo de los tranvías y el bramido de los trenes de mercancías en su camino hacia las estaciones de la Ciudad. Pasamos delante de la cárcel de ladrillo rojo, que había sido una central eléctrica en el siglo pasado. Nadie parecía pensar que fuera extraño ver a dos jóvenes con pinta de golfillos navegando en un viejo yate para una excursión de un día.

Pero duró mucho más tiempo. Primero se nos acabó la gasolina.

—¿Qué pasa? —miré asustada a Jake cuando el motor se quejó de repente y se paró, y nos encontramos yendo hacia atrás arrastrados por la corriente.

—La gasolina —dijo él—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—¿Gritar? —sugerí. Había muchos barcos alrededor. Seguramente alguien nos ayudaría.

Como resultado, un lancha vigía vino en nuestra ayuda. El vigilante no parpadeó siquiera cuando le enseñamos nuestros documentos de identidad. Sólo nos guió hasta el puerto más cercano para llenar nuestro tanque y adquirir un recipiente de repuesto. Después se fue murmurando algo sobre chicos que están a cargo de barcos sin saber lo que están haciendo.

Jake y yo casi no podíamos creerlo.

—Es porque hemos actuado con tranquilidad —dijo Jake con una sonrisa.

—Yo no estaba nada tranquila —había tenido que sentarme en la cabina porque me temblaban las piernas.

—¿Estáis de vacaciones? —nos preguntó el chico que nos llenó el tanque. Luego echó un vistazo a La Corriente con cierta guasa—. Un trasto viejo, ¿no?

—¡Qué descaro! Un buen barco viejo, eso es lo que es —se me había pasado el miedo, me había quitado la chaqueta y estaba sentada arriba con mi camiseta vieja y deshilachada disfrutando del sol. Había decidido que era agradable llevar ropa vieja. No tiene uno que preocuparse por si se estropea o se mancha.

El chico sonrió otra vez cuando Jake le dio algunos de los euros que Jon nos había proporcionado.

—¡Hasta la vuelta! —dijo como despedida.

La policía del río nos detuvo poco antes de oscurecer. Se acercaron rápidamente a nosotros en su brillante lancha patrulla. Amarraron a nuestro lado y subieron a bordo.

—Tú tranquila, acuérdate —me advirtió Jake—. Probablemente están buscando drogas o armas.

Ya habíamos decidido lo que diríamos si nos paraban. Desde que habíamos salido del puerto habíamos contado el mismo cuento en todos los controles donde cada guardia insistía en ver nuestros documentos. Habíamos pasado bajo varios puentes, junto a suburbios poblados, cerca de un parque con árboles e invernaderos I leños de plantas exóticas, casas y más casas, fábricas desvencijadas y mercadillos. Empezaba a pensar que Blenham estaba al otro lado del Mundo.

Pero la policía no parecía estar buscando drogas ni ninguna otra cosa. Sólo comprobaron nuestros documentos y preguntaron adónde nos dirigíamos. A pesar de sus modales amables, yo estaba muy nerviosa. Si hacían una comprobación y contactaban con nuestros padres, la próxima vez que nos pararan podrían enviarnos de vuelta a casa.

—A visitar a mi tía —me sorprendía lo fácil que era acostumbrarse a mentir—. Vive río arriba… cerca de Blenham. ¿Tiene idea de cuánto tardaremos?

El corazón me latía a toda prisa cuando la mujer policía sacó nuestros carnés del escáner y nos los devolvió.

—Un buen rato todavía :—dijo. Hizo un amplio movimiento con el brazo—. Todo esto es propiedad privada, la zona de los agentes de Bolsa. Si os detenéis aquí, os exponéis a ser arrestados. Y no podéis viajar después de oscurecer —añadió—, así que será mejor que amarréis para pasar la noche tan pronto como podáis. En un lugar oficial, ya sabéis, para que no os cojan por ser vagabundos.

Tragué saliva. Con la pinta que llevábamos era un milagro que ella no hubiera pensado que éramos vagabundos.

—Está bien —pude decir—, lo haremos. Gracias.

Se inclinó a mirar la licencia de navegación en el parabrisas.

—Parece que está caducada.

Antes de que yo pudiese contestar, Jake asomó la cabeza por un lado de la cabina del piloto.

—Sí, lo sabemos —sonrió como disculpándose—. Este viejo cacharro no se ha movido en años. Pedimos una nueva, pero no nos ha llegado todavía. Lo siento.

Ella sacó su ordenador de bolsillo y tecleó algo.

—Vale —dijo—. No olvidéis presentarla cuando la recibáis —se quedó mirando el casco deteriorado—. ¿Estáis seguros de que aguantará?

-—Vamos a arreglarlo cuando lleguemos a casa de mi tía —dije.

—Va siendo hora —sonrió y añadió con naturalidad—: Que tengáis un buen viaje.

—Gracias —me quedé en la cubierta y le dije adiós con la mano. La lancha se deslizó por el agua como una flecha.

Una media hora más tarde, Jake me llamó:

—¿Es aquello un amarradero?

Lo era. Nos dijeron que no estaba permitido quedarse más de doce horas. Eso era más que suficiente.

Había un par de yates amarrados en el mismo sitio. Brillantes, con cascos relucientes y cortinas de alegres colores en las ventanas. En la cubierta de uno de ellos, una familia estaba preparando una barbacoa. Miraron con curiosidad a La Corriente y oí que alguien hacía un comentario grosero y todos se reían.

—Ignóralos —dijo Jake con los ojos brillantes—. Sólo es envidia.

Dormimos como marmotas a pesar de que la familia de al lado estuvo alborotando hasta después de medianoche.

Cuando por fin se callaron, yo estaba hecha un ovillo en mi litera, como un niño pequeño. Los sonidos de la noche en el río me relajaban. Ni siquiera se oía el zumbido del tráfico o el ruido de los motores. Sólo de vez en cuando el gorjeo de un pájaro solitario y el agua golpeando el casco. Era como una melodía que nos invitaba a dormir. Antes de dormirme del todo, Razz se abrió paso en mis pensamientos. Me preguntaba si habría regresado junto a Jon para descubrir que nos habíamos ido ya. ¿Volvería a verle alguna vez?

Me levanté antes de que fuera de día. Asomé la cabeza fuera de la cabina. El río estaba aún silencioso en el aire del amanecer. Una misteriosa neblina se elevaba desde el agua, una tela de araña tejida de noche entre las amarras. La niebla cubría la cabina y las cubiertas de los yates vecinos con un suave manto de algodón gris. Una brisa suave me rozaba la cara con dedos húmedos. Respiré profundamente y estaba a punto de salir gateando cuando un gran pájaro se levantó de la orilla opuesta y voló río arriba, desapareciendo en la niebla como la sombra de un fantasma viajero. Estaba saliendo el sol, un globo dorado asomando sobre los tejados para dar la bienvenida al día.

La voz de Jake me hizo dar un salto.

—¿Nos vamos ya? Cuanto más pronto lleguemos, mejor.

—Sí, está bien —dije al volverme.

Cuando la niebla se aclaró y el sol brillaba en el cielo, la ilusión por navegar se nos había pasado ya. Parecía que habíamos estado en el río desde siempre. Habíamos llegado más allá de las barriadas y las fábricas, habíamos pasado otra ciudad donde las torres tomaban el sol de la mañana. Después, cuando ya nos sentíamos dispuestos a abandonar, los edificios que bordeaban el río empezaron a espaciarse gradualmente hasta que sólo vimos campos verdes. Y de pronto apareció. Blenham. Levantándose como un enorme pastel de aniversario en piedra, se veía claramente desde el río.

lake lo descubrió primero.

Yo iba al timón mientras él miraba hacia delante sentado en cubierta. Se levantó de repente y provocó un violento balanceo en el barco. Señaló y gritó muy excitado:

-—Kari…, ¡allí está!

Yo asomé la cabeza. Mi pulso se aceleró. Lo habíamos conseguido… Era cierto, lo habíamos hecho de verdad.

Pero Blenham no se parecía nada a lo que habíamos imaginado. La casa seguía siendo la misma, pero todas las estatuas de los tejados habían desaparecido y muchas de las ventanas habían sido tapiadas. Los cuidados jardines estaban salvajes, cubiertos de hierbas; los árboles, enfermos. Hierbas y arbustos habían invadido los lagos hasta desecarlos.

Lo peor de todo era una alta valla electrificada que se levantaba alrededor de la casa. Mi corazón se encogió. ¿Un hogar para ancianos? Más parecía un campo de prisioneros. Sistemas de vigilancia… Las cámaras de un circuito cerrado se movían a intervalos a lo largo de la valla. Enormes focos de láser para detectar cualquier movimiento después de oscurecer. No era como ninguno de los hogares de ancianos de los que yo había leído.

Me quedé quieta, mirando. Me sentí agobiada y miserable. No había manera de que pudiéramos colarnos allí. Los amigos de Jon tenían razón. Era un establecimiento del Gobierno. Un laboratorio. Una prisión. ¿Qué podía haber hecho Rachel para que la llevaran a un lugar como aquél?

Jake dio vuelta al timón y llevó el barco a la orilla opuesta.

—Será mejor amarrar aquí y decidir qué hacemos —dijo.

Cinco minutos después estábamos en tierra mirando el edificio. Jake se echó la gorra hacia atrás de un papirotazo.

—¿Todavía quieres intentar entrar?

—Claro que quiero.

—¿Cómo? —dijo Jake.

—Ni idea —contesté yo desesperada.

En mis sueños me había imaginado rescatando a Rachel, llevándola al barco y navegando después río abajo para vivir felizmente para siempre. Pero todo eso sólo eran castillos en el aire. Haría falta ser un mago para entrar en un lugar como aquél. Nuestro largo viaje no había servido para nada.

Me senté en el suelo y doblé las rodillas hasta la barbilla. Jake se dejó caer a mi lado.

—Ya sé —dijo de repente—. Vamos a bajar otra vez al río, escondemos el barco donde nadie pueda verlo y luego vamos a pie hasta la casa.

Yo le miré. ¿Habría pillado una insolación?

—¿Qué? ¿Para qué iba a servirnos eso?

—Sería cuestión de echarle cara —dijo—. Decir que habíamos venido a visitar a Rachel. Una vez dentro…

—No nos dejarán entrar —dije yo desdeñosa—. Tengo la impresión de que los que están ahí dentro no reciben visitas.

Jake había arrancado una brizna de hierba y estaba mordiéndola con mirada ausente.

—Pero no ves, Kari, que Jon piensa que podrían estar buscándote a ti de todas maneras. Si tú apareces, seguramente te dejarán entrar. Zeon sabe quién eres.

—Todavía no entiendo por qué Jon cree que me estarán buscando —había estado dándole vueltas a aquel asunto desde que él lo había dejado caer.

Jake se encogió de hombros.

—Depende de lo que Rachel les haya dicho —me recordó.

—Sí, pero ¿qué podría decirles?

Jake volvió a encogerse de hombros.

—Que tú y tu familia la acogisteis, que tú la llevaste al túnel para escapar de la policía.

Sacudí enérgicamente la cabeza.

—No, te digo que no. A Zeon no le interesaba que hubiéramos incumplido la ley. Sólo estaba interesado en Rachel.

—Y quizá en ti —añadió Jake.

Mi cerebro trabajaba -a tope. Jake tenía razón. No teníamos otra opción. La única manera de entrar era a través de la puerta principal. Si Jon no se equivocaba y Zeon me estaba buscando, entonces se alegraría de que yo me presentara allí. Y una vez dentro, de lo único que teníamos que preocuparnos era de salir.

Me levanté de un salto.

—Está bien, vamos entonces.

Navegamos río abajo y amarramos bajo un sauce. Dejamos a La Corriente tan apartado de las miradas como pudimos. Sólo nos faltaba que alguien lo robara. Era nuestra única vía a la libertad.

Cruzamos por un campo, saltamos la valla y fuimos por la carretera hacia el enorme edificio.

Subimos lentamente por un largo camino flanqueado por hierbajos y una espesa maraña de zarzas.

—Se acerca algo —susurró Jake, y nos pusimos a cubierto.

Pasó una furgoneta con el rótulo «DÍA SIGUIENTE». SERVICIO DE LAVADO.

De pronto, al doblar un recodo nos encontramos con la verja justo enfrente. Había guardias de seguridad, una barrera. Nos paramos un momento para observar al conductor de la furgoneta: mostró su pase y la barra se levantó para dejarle entrar. Jake me puso la mano en el brazo.

—-Tranquila, ¿vale?

Yo estaba mirando fijamente un cartel colocado sobre el camino de entrada:

HOGAR DE RETIRO «DÍAS FELICES»

GERENTE: MARIÓN KAPOOR

Igual que los guardias, varios hombres uniformados estaban paseando por allí o parados en pequeños grupos. Nos miraron con curiosidad mientras nos acercábamos a ellos lentamente. Parecían bastante sociables, pero había que ser ciego para no notar el bulto debajo de sus chaquetas. Armas.

—No sé si podré hacer esto —murmuró Jake.

Vi una pequeña nube roja de miedo flotando sobre su cabeza. Al cogerle de la mano, me di cuenta de que la tenía húmeda de sudor.

—Sí que puedes —afirmé—. No pueden hacernos nada, ¿verdad?

—No bromees. Nadie sabe que estamos aquí, acuérdate.

—Claro que lo saben —contesté—. Jon y los otros lo saben.

—Pero ellos no pueden hacer nada. Nadie sabe que existen.

Tragué saliva. Como de costumbre, Jake tenía razón. Si desaparecíamos de la faz del Mundo, nadie nos encontraría nunca. Vinny diría que no habíamos estado allí, que le habíamos dicho que íbamos a la Ciudad para pasarlo bien. Y en la Ciudad uno puede desvanecerse sin dejar rastro. Dos chicos del campo que se van de casa. ¿Qué tiene eso de nuevo? Podríamos estar en la red durante un tiempo, en la lista de personas desaparecidas, pero sólo durante una semana o dos. Las listas serían demasiado largas si dejasen a la gente más tiempo. Seríamos como esas personas de las que había leído en los ficheros, los que aseguraban haber sido abducidos por seres extraños. Excepto que ellos aparecían de nuevo, y posiblemente nosotros no.

Estaba a punto de sufrir un ataque de nervios cuando oímos un coche detrás. Era una limusina con las ventanillas cubiertas, que nos adelantó y se dirigió a la puerta. Jake me agarró del brazo y me apartó a un lado. La ventanilla se bajó, una de las puertas se abrió y el conductor salió y echó mano al bolsillo de atrás para sacar su identificación.

Yo respiré hondo.

Zeon.

De repente, una de las puertas de atrás se abrió de golpe y una figura se apeó. Una figura alta y flaca, con una chaqueta de algodón andrajosa y claveteada, y vaqueros, una piedra roja brillante en una oreja y ojos rebeldes que miraban desesperadamente a uno y otro lado antes de emprender una loca carrera hacia la libertad.

Agarré a Jake, susurrándole:

—¡Es Razz!

Jake me sujetó también.

—Tranquila, ¿eh?

Pero yo tenía que hacer algo. Zeon, los guardias… Todos salieron detrás de él, y le cogieron antes de que hubiera podido alejarse unos cuantos metros. Se tiraron sobre él como en un placaje de rugby. Le oí gritar y jurar cuando luchaba por levantarse de nuevo. Uno estaba sentado en su espalda y otro le agarraba del pelo. Zeon se inclinó para sujetarle las piernas.

Yo me lancé hacia delante, soltándome de Jake. Corrí hacia ellos y sujeté al hombre que estaba sentado en la espalda de Razz. Tiré de su cabeza con tanta fuerza que dio un grito y se cayó hacia atrás en la carretera. Razz consiguió librarse, se levantó y salió corriendo como el viento. Se volvió una vez para mirarme por encima del hombro. Jake estaba tratando de cerrar el camino cuando los guardias corrieron tras él.

Pero no funcionó. Parecía que salía gente de debajo de las piedras. Agarraron a Jake y a Razz, les sujetaron los brazos a la espalda y los hicieron volver junto a Zeon, que tenía cara de pocos amigos. Se estiró la chaqueta, se sacudió los pantalones, sacó el móvil del bolsillo y se dedicó a gritar por él.

Yo me puse de pie y empecé a acercarme. Zeon apagó el teléfono y volvió a meterlo en el bolsillo. Me miró como si yo fuera un vampiro salido de la tumba. Los otros trajeron a los chicos, que todavía se resistían, para dejarlos a mi lado.

Zeon ladró una orden.

—¡Está bien, dejadlos!

Me estaba mirando a mí. Sus inquietos ojos oscuros rebosaban triunfo. Como si hubiese trazado un plan que se había llevado a cabo con éxito. Y yo sabía que era así. El tenía la total seguridad de que iríamos a buscar a Rachel. Su aire de ansiedad había desaparecido y ahora se sentía completamente pagado de sí mismo. Una amplia sonrisa fue apareciendo en su cara, había conseguido exactamente lo que quería.

A Rachel y… a mí.

Lo que yo no sabía todavía era por qué nos quería.