9

Giro la llave en la cerradura tan sigilosamente como puedo, doy la vuelta al picaporte y abro la puerta lentamente. Lo único que deseo es meterme en mi habitación y dormir, pero Jamie tiene el sueño más ligero del mundo, de modo que no sé si lo conseguiré.

El apartamento está en silencio y prácticamente a oscuras. La única claridad proviene de una luz de emergencia que insistí en dejar siempre encendida en el cuarto de baño. Brinda una claridad mínima, suficiente para proporcionar cierta orientación y no sumir el apartamento en una oscuridad total.

La silenciosa penumbra parece una buena señal. Puede que Jamie haya bajado al bareto que hay en la esquina, junto al Stop’n Shop. Ambos locales huelen un poco a cloaca y sudor, pero nada de eso detiene a mi amiga cuando le apetece alcohol o chocolate. Llevo menos de una semana viviendo aquí y ya hemos visitado la tienda dos veces (para aprovisionarnos de Diet Coke y Chips Ahoy), y el bar, una (para bourbon a palo seco porque no es la clase de sitio donde preparan martinis).

Cierro la puerta con cuidado y echo el pestillo, pero no pongo la cadena de seguridad con la esperanza de que mis conjeturas sobre el paradero de Jamie sean correctas. Acto seguido me dirijo de puntillas a mi habitación por si acaso.

Resulta fácil orientarse por el apartamento. Era un piso normal antes de que los propietarios decidieran dividirlo y no supera los ochenta metros cuadrados. La sala principal cumple la triple función de vestíbulo, salón y comedor. También hay una cocina, un baño y dos dormitorios. El salón se halla a la izquierda y está cómodamente amueblado con un sillón y un sofá. En la pared principal destacan una chimenea que nunca se usa y una televisión de pantalla plana.

Justo delante de la puerta principal, más allá del metro y medio que constituye el vestíbulo, se halla el comedor que cuenta con una mesa de color naranja realmente fea y cuatro sillas de madera desparejadas. Es posible que Jamie alquilara el apartamento cuando los precios estaban bajos, pero eso no significa que haya desembolsado más dinero. Lo ha amueblado con la mirada puesta en el coste, no en lo bien que pudiera quedar. No me importa, pero ya le he dicho que cuando me lo pueda permitir quiero pintar el interior y darle un aire un poco más Ikea. El estilo Casa y Jardín queda totalmente descartado.

La cocina está a la izquierda del salón y separada de este por una pared que algún día me encantaría derribar y convertir en zona de paso. Hasta que llegue ese momento, la cocinera no solo no puede ver la televisión, sino que se encuentra atrapada en un espacio claustrofóbico. Entre el comedor y la cocina hay dos peldaños que parecen no servir de nada, pero que conducen a dos dormitorios separados por un baño.

He recorrido más o menos un metro y estoy pasando de la entrada al comedor cuando una luz se enciende a mi izquierda. Me vuelvo y veo a Jamie hecha un ovillo en el viejo sillón que Lady Miau-Miau utiliza para rascarse.

—¿Te encuentras bien? —pregunto, porque una Jamie meditando en la oscuridad no es cosa buena.

Estira los brazos, bosteza y despierta a Lady Miau-Miau que es una bola de pelo acurrucada en su regazo.

—Estoy bien. Debo de haberme dormido.

Cambia de postura sin moverse del sillón y estira el cuello para aliviar los calambres. La observo en busca de alguna señal que indique que me está tomando el pelo, pero parece encontrarse perfectamente. Me siento aliviada. Pueden llamarme egoísta, pero no estoy de humor para ocuparme de otros dramas que no sean los míos.

—Bueno, ¿y…? —me pregunta mientras la gata salta al suelo y se dirige sigilosamente a la cocina en busca de comida.

Me encojo de hombros sin moverme del sitio, con mi pequeño vestido negro y las sandalias de tacón colgando de mis dedos mientras mi culo desnudo se ventila bajo la falda con vuelo.

—Estoy cansada —le digo, necesito poner en orden mis pensamientos. Jamie siempre ve más de lo que yo desearía, y no quiero lanzarme a una conversación sin estar preparada—. ¿Qué te parece si mañana desayunamos juntas en Du-par’s y te hago un informe completo? Eso sí, tendrá que ser pronto. —Señalo mi dormitorio con el pulgar—. Necesito irme a dormir.

—¿De verdad no vas a contarme nada? Entonces ¿para qué demonios te he esperado despierta?

—No estabas despierta. Estabas dormida.

Hace un gesto despectivo con la mano, como si mi lógica fuera irrelevante.

—Por la mañana —le digo y antes de que pueda replicar doy media vuelta y me dirijo a mi dormitorio.

Aguardo un segundo, por si Jamie decide entrar, pero cuando veo que no lo hace me quito el vestido y me quedo de pie, desnuda durante un momento mientras noto cómo el aire acondicionado acaricia mi piel todavía ardiente. Mi pantalón de pijama favorito está doblado sobre la almohada. Me lo pongo, y la sensación del tejido contra mi sexo, todavía sensible, resulta fantástica. Pienso en Damien y me acaricio los pechos desnudos. Los pezones se me endurecen, y siento la tentación de coger el móvil y llamarlo.

«Por Dios, Nikki, contrólate».

Desconozco lo que Damien Stark puede querer de mí, pero la verdad es que no me importa porque esta historia no va a llegar a ninguna parte. No voy a descubrirme ante Damien Stark. Eso está claro. Pero que lo esté no significa que no pueda apreciar la fantasía que me ha ofrecido, envuelta en papel de plata con un orgasmo brillante y reluciente.

Me meto entre las sábanas y deslizo una mano por dentro del pijama. Ya no estoy borracha, solo agradablemente mareada, y no se me ocurre mejor manera de conciliar el sueño.

El agudo sonido del timbre de la entrada corta ese plan de raíz. Saco la mano de mi entrepierna y me pongo en pie de un salto como si fuera una adolescente sorprendida por sus padres.

—¿Es Douglas? —grito a Jamie.

—¡Pero qué dices! Yo los tengo bien enseñados.

—Entonces ¿quién…?

—¡Joder! —exclama no por miedo ni enfado, sino de perplejidad—. Nik, cariño, será mejor que vengas.

Me pongo una camiseta y voy corriendo al salón sin imaginar siquiera quién puede ser a estas horas.

Sin embargo resulta que no es nadie, solo un enorme ramo de flores que alguien ha dejado ante nuestra puerta. Hay margaritas, girasoles, escrofularias y otras flores que no reconozco. Son preciosas, alegres, cálidas y salvajes.

Son perfectas.

«Damien —pienso como si todo mi cuerpo sonriera—. Tiene que haber sido Damien».

Jamie se agacha, coge el sobre y saca la tarjeta antes de que haya tenido tiempo de adelantarme. Me muero de rabia en silencio mientras ella me mira y una sonrisa maliciosa le curva la comisura de la boca.

Extiendo la mano para que me entregue la tarjeta, y lo hace con ojos chispeantes.

Solo hay una palabra escrita: «Delicioso». Debajo veo las iniciales D. S.

Entonces yo, la chica que nunca se ruboriza, me pongo como un tomate por enésima vez esta noche.

Jamie recoge el ramo y lo lleva a la mesa del comedor. Me asomo al rellano, pero está desierto.

—Bueno, parece que te has divertido en la fiesta, ¿no?

—No ha sido en la fiesta —contesto, porque si no cuento a Jamie lo ocurrido ya puedo ir buscándome una nueva amiga—. Ha sido en el trayecto de vuelta a casa.

Me dejo caer en el sofá adosado a la pared que separa el salón de la cocina, recojo los pies y me cubro con mi manta afgana púrpura. De repente me siento muy cansada. Ha sido un día largo e interesante.

—Ni se te ocurra —me dice Jamie mientras se sienta en la mesa de madera de cerezo que traje conmigo de Texas. Aunque eso la sitúa justo enfrente de mí se inclina más hasta que la tengo ante mis narices—. Ni se te ocurra decir que tienes sueño. No puedes soltar un bombazo como este y no dar explicaciones. El trayecto de vuelta a casa, vale, ¿y qué más? ¿Subisteis a Mulholland para pasar un buen rato?

—Me envió a casa en su limusina —le espeto porque me apetece ver su reacción—. Sola.

—Valiente mentirosa estás hecha —responde, pero cuando ve mi expresión pregunta—: ¿Lo dices en serio?

Hago un gesto afirmativo y entonces, maldita sea, se me escapa la risa.

—Fue un viaje increíble.

—¿En serio? —Tiene los ojos como platos—. Vamos, desembucha y no me vengas con esas tonterías de que hay ciertas cosas que las damas no deben contar. No eres tu madre, así que quiero oír todos los detalles. Todos.

Se lo cuento. Bueno, no todo, pero sí lo más importante, empezando por nuestra extraña y fría presentación en la fiesta de Evelyn y siguiendo por el testosterónico encuentro entre Stark y Ollie.

—Hace siglos que no he visto a Ollie —me interrumpe Jamie—. El muy sinvergüenza… ¿Por qué no ha llamado?

En realidad la respuesta no le interesa, así que me apremia para que prosiga con mi relato. Sigo. Mi cansancio parece haberse esfumado junto con mi reticencia. Jamie es mi mejor amiga y me siento bien compartiendo lo sucedido. Sin embargo, me sorprendo farfullando y recurriendo a eufemismos al empezar el capítulo donde los protagonistas somos yo, mi móvil, la imperiosa voz de Stark y el asiento trasero de la limusina.

—¡Joder, tía! —exclama cuando acabo.

Es la tercera vez que lo dice.

—Y dejé las bragas bajo el reposabrazos —añado.

Me siento traviesa por admitirlo y aún más cuando veo que Jamie me mira con ojos como platos y se desternilla.

—¡Joder, tía! —repite con más entusiasmo incluso—. ¿Y dices que durante todo el rato estaba en un restaurante? ¡Pues lo ha debido de pasar fatal!

Me invade una punzada de satisfacción femenina al pensarlo, pero entonces frunzo el entrecejo cuando caigo en la cuenta de un detalle.

—Lo que no sé es cómo ha podido enviarme las flores tan deprisa. No hacía ni diez minutos que había llegado a casa.

Me parece raro, igual que el hecho de que supiera dónde vivo.

—Y ¿eso qué importa?

Jamie tiene razón. Cambio de postura para poder ver la mesa y el ramo, y mi sonrisa aparece de nuevo.

—Tienes que llevar condones en el bolso —comenta Jamie.

—¿Qué?

—Tengo una caja en el cuarto de baño. Coge unos cuantos. El sexo telefónico es el único seguro, querida. Puede que tu amigo esté como un queso, pero no sabes dónde puede haber estado. —Frunce los labios para contener la risa—. Ni tampoco dentro de quién.

La idea me resulta incómoda por varias razones, y una de ellas es la desagradable punzada que noto al pensar que Damien Stark pueda estar en la cama con otra mujer. Aparto semejante idea y me centro en cuestiones más prácticas.

—No necesito condones porque no me acuesto con él —aseguro.

—Nikki, por favor.

A pesar de que es mi mejor amiga no sé si su tono denota súplica o compasión.

—No empieces, Jamie. No soy como tú.

—Lo cual es bueno porque no creo que el mundo pudiera soportar tanta maravilla. —Me sonríe, pero no estoy de humor. Al cabo de unos segundos su sonrisa se desvanece y deja caer un poco los hombros—. Escucha, ya sabes que te quiero y que siempre estaré de tu parte, pase lo que pase.

—¿Pero…?

—Pero piensa un poco en qué te ha traído a Los Ángeles.

—He venido por negocios.

Lo digo porque es cierto. Deseo aprender de Carl. Quiero encontrar inversores para la aplicación de internet que he estado desarrollando. Y entonces, cuando esté segura de tener lo que hace falta para dirigir un negocio, quiero lanzarme a la piscina de verdad.

—Sí, di lo que quieras, pero yo estoy hablando de Damien Stark. Si lo que buscas es empezar de cero podrías escoger a alguien mucho peor.

Meneo la cabeza. Lo de «una nueva vida, una nueva Nikki» no se aplica cuando se trata de desnudarse ante Damien Stark.

—Ese es un jardín que no tengo intención de pisar —le digo con firmeza—. Lo de la limusina ha sido increíble, pero ha funcionado según mis condiciones. En persona yo no sería más que una muesca más en el cabezal de su cama. Ya sé que eso es lo que te gusta, pero a mí no me va.

—Vale, ahí me has pillado, pero todo lo demás son chorradas.

—¿Qué?

—Dices que no quieres que te ponga las manos encima. Vale. —Hago una mueca por la habilidad con que ha puesto el dedo en la llaga de mis neurosis personales—. Pero al menos reconócelo, Nik. Mira, yo no he estado en esa fiesta pero te aseguro que Stark piensa en ti como en algo más que en un simple culo. —Señala las flores—. Ahí tienes la prueba número uno.

—Eso solo significa que es un multimillonario educado. Lo de las flores no le ha costado más que hacer una llamada. Seguramente han llegado tan deprisa porque en la floristería tienen un ramo preparado para cada una de sus intervenciones telefónicas.

Sé que estoy siendo injusta, pero nada más decirlo comprendo que seguramente tengo razón. Aun así la idea no me hace feliz.

—Ni hablar. Te quiere a ti, por tu desplante, por tu actitud. ¿Acaso no te dijo abiertamente que no eres como las mujeres con las que suele ir? Lo he investigado en Google, ¿sabes?

Mi incredulidad me hace parpadear.

—No me lo creo. ¿Cuándo?

—Después de que me dijeras que te iba a llevar a casa. Parece un tío bastante celoso de su intimidad porque no encontré gran cosa, aunque la verdad es que tampoco busqué a fondo. No es de los que salen mucho. Ha tenido muchas mujeres, desde luego, pero ninguna en serio salvo esa famosilla, hace unos meses, pero que ahora está muerta.

—¿Muerta? ¿Qué dices? ¿Cómo?

—Sí, qué lástima, ¿no? Creo que fue un accidente, pero esa no es la cuestión.

La cabeza me da vueltas.

—¿Ah, no? ¿Y cuál es?

—Tú —me dice—. ¿Qué más da si no eres más que una muesca en el cabezal de su cama? Después de todo no eres una monja.

Estoy a punto de preguntarle si estaba atenta cuando le explicaba el rollo telefónico-sexual en la limusina, pero me muerdo la lengua muy sabiamente.

—Y sinceramente —prosigue Jamie—, no me parece que seas ninguna muesca en el cabezal de su cama. Creo que le gustas de verdad.

Arqueo una ceja.

—Y ¿basas tu diagnóstico en el profundo conocimiento que has adquirido de Stark después de cinco minutos navegando por internet?

—Lo he deducido de lo que me has contado —replica—. Te pidió tu opinión sobre un cuadro, se puso en plan macho alfa con Ollie, ¡y encima hizo que te corrieras! Y no olvidemos el masaje de pies. Por Dios, Nik, yo me follaría al primer tío que me hiciera un masaje de pies. ¡Qué digo, me casaría con él!

No puedo evitar una sonrisa. Por desgracia Jamie no exagera.

—No todos los tíos son unos cretinos como Kurt —añade, y tratándose de ella su tono es sorprendentemente amable—. No puedes seguir viviendo como si llevaras un maldito cinturón de castidad.

Me encojo por dentro.

—Déjalo estar, por favor.

Me mira, masculla un seco «maldita sea» y frunce los labios. Su mirada se torna triste, y me doy cuenta de que sabe que ha ido demasiado lejos.

Se levanta y va hasta la chimenea. Dado que una chimenea en el valle de San Fernando es una completa tontería, Jamie la ha convertido en el bar. Botellas en lugar de troncos, vasos en la repisa. Coge una botella de Knob Creek.

—¿Te apetece un poco?

Sí, pero digo que no con la cabeza. Ya he bebido bastante por esta noche.

—Estoy cansada —le digo mientras me levanto del sofá con esfuerzo.

—Lo siento mucho. Ya sabes que yo no…

—Lo sé —respondo—. No pasa nada, de verdad. Solo necesito dormir.

Una sonrisa se dibuja en su boca, y sé que hemos hecho las paces.

—Claro. Mañana tienes una reunión, ¿no? Y por cierto, ¿con quién has dicho que la tienes?

—Déjalo estar, Jamie —respondo, pero le sonrío antes de entrar en mi dormitorio.

Tiene razón. Me espera una reunión importante. Con Stark. En sus oficinas. Mi jefe estará entre nosotros.

Rememoro lo ocurrido esta noche.

Me entretengo pensando en las bragas que he dejado en la limusina.

Y cuando me dejo caer boca abajo en el colchón, un único pensamiento cruza mi mente: «¿Qué demonios he hecho?».