Llevo la chaqueta de Ollie sobre los hombros y sujeto mis sandalias de tacón por las tiras mientras caminamos por la playa privada que hay detrás de la casa de Evelyn. Estoy segura de que no podemos estar aquí, pero me da igual. Empujo las olas con la punta del pie y lanzo gotas de agua de mar en todas direcciones. Es una travesura. Es agradable.
—¿Cómo está Courtney? —le pregunto—. ¿Se alegra de que hayas vuelto?
En lo que concierne a Ollie se trata de una pregunta delicada. Courtney es su novia de a ratos sí y a ratos no. «A ratos sí» porque es fantástica, y Ollie sería un idiota si cometiera la estupidez de echarlo todo por la borda. «A ratos no» porque el muy tonto ya ha cruzado esa línea más de una vez.
—Está comprometida —me dice.
—Oh, vaya…
Soy incapaz de disimular el tono de decepción de mi voz. Debería sonar consoladora y decirle que encontrará a otra igual de fantástica, pero lo único que se me ocurre pensar es qué habrá hecho.
De repente suelta una carcajada.
—¡Te lo has creído, boba!
—Menudo susto me has dado —le digo y le doy un puñetazo amistoso en el hombro—. Por un momento pensaba que habíais roto.
Su expresión se torna seria.
—Estuve a punto. Nueva York ha sido duro. Estar sin ella y sentirse tentado… Pero se acabó. Es la única mujer para mí. Joder, Nikki, no sé cómo lo he hecho para conseguirla.
—La has conseguido porque eres un tío estupendo.
—Soy un desastre, y tú lo sabes.
—Todo el mundo es un poco desastre, pero Courtney ha sabido ver el Ollie que hay debajo y te quiere.
—Es verdad que me quiere —contesta con una sonrisa maliciosa—. Me asombra pero es cierto. —Me mira de reojo—. Y hablando de desastres, ¿qué tal estás tú?
Me envuelvo un poco más en su chaqueta.
—Estupendamente, ya te lo he dicho.
Me detengo y hundo los dedos en la arena. Las olas llegan y me bañan los pies desnudos antes de retirarse y dejarme ligeramente más hundida en una arena que se ha vuelto inestable.
Junto a mí, Ollie me mira de esa manera, como si conociera todos mis secretos. Yo tuerzo el gesto porque es verdad, pero acabo encogiéndome de hombros.
—Ahora es más fácil. Durante un tiempo la universidad fue complicada, pero después mejoró. —Le sonrío porque él tuvo mucho que ver en esa mejora—. Ahora no estoy segura, pero me siento bien estando lejos de Texas. Las cosas me van estupendamente, de verdad.
Me encojo de hombros nuevamente. En este momento no me apetece hablar.
Doy media vuelta y sigo andando.
—Deberíamos volver.
Asiente y camina conmigo.
Paseamos un rato en silencio. Las luces de casa de Evelyn se van aproximando. El sonido del mar llena el vacío entre nosotros. Es rítmico y profundo, y me da la sensación de que podría perderme en él. De hecho ya estoy un poco perdida.
Un poco más adelante Ollie se detiene.
—Bueno, ¿qué opinas de los esmóquines? —me pregunta como si fuera la cosa más normal del mundo.
—Me gustan —contesto—. El esmoquin es toda una tradición cuando se trata de vestir con formalidad. De todas maneras debo quitarle puntos porque resulta poco práctico. Por ejemplo, es complicado hacer surf con esmoquin; factible, pero complicado.
Ollie se echa a reír.
—Quiero que seas mi padrino de bodas —me anuncia, y se me hace un nudo en la garganta—. A Courtney le parece muy bien —prosigue—, pero dice que las fotos quedarán mejor si llevas esmoquin. Ya sabes, por parte del novio alguien vestido de pingüino y por parte de la novia una chica vestida de gasas y satén. ¿Qué te parece?
Me arrebujo en la chaqueta y parpadeo para contener las lágrimas.
—Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?
—Por eso te lo pregunto. O me caso con Courtney o me caso contigo, y me parece que la segunda opción mosquearía bastante a Courtney. —Me observa como si esperara verme reír, pero cuando ve que no lo hago su expresión se suaviza—. Gracias —me dice.
—¿Por qué?
—Por alegrarte por mí.
—Es que me alegro —le digo.
Sin embargo estoy hablando con la sonrisa de la Nikki social puesta. Lo cierto es que las cosas están cambiando deprisa, y no quiero que Ollie también cambie. Ha sido mi roca durante demasiado tiempo. ¿Qué será de mí si esa roca de repente desaparece?
De todas maneras no estoy siendo justa y lo sé.
Sigo caminando.
—Nik…
Me enjugo una lágrima errante.
—No hagas caso. Solo me estoy dejando llevar por la emociones como una tonta. Las bodas y las chicas, ya sabes, ¿no?
—Nada va a cambiar, Nik —dice porque sabe que la excusa de las hormonas es solo eso: una mala excusa—. Estoy contigo para lo que quieras y cuando quieras. A Courtney no le importa.
El miedo hace presa en mí.
—¿No sabrá lo de…?
—Claro que no —me contesta—. Bueno…, sabe lo de Ashley.
No pasa nada. Ollie ya salía con Courtney cuando el inesperado suicidio de Ashley me dejó destrozada. Para mí era mucho más que mi hermana: era la vía de escape de la vida que mi madre me tenía preparada. Aunque Elisabeth ya se había casado y mudado de residencia cuando ella murió, su pérdida hizo que me hundiera. Jamie y Ollie fueron mis salvavidas, de manera que es natural que él se lo contara a Courtney.
—Solo le he dicho que murió y que tú lo sentiste mucho —se apresura a añadir—. Sabes que nunca compartiría tus secretos con nadie.
El alivio que me invade es tan grande que ni siquiera me siento culpable por haber pensado que Ollie podía haber traicionado mi confianza.
—Mira, parece que no hemos sido los únicos que han querido escapar del bullicio.
Señala hacia la casa de Evelyn. Hay gente en la terraza, iluminada por la luz que sale de los ventanales, pero Ollie no se refiere a ellos. Tardo un momento en ver lo que él ve, y cuando lo hago doy un respingo.
Una escalera de caracol desciende entre las sombras desde la terraza hasta el suelo de tablas de la playa, y hay un hombre sentado en el último escalón. No alcanzo a ver su rostro, solo una oscura silueta, pero no me cabe duda de quién se trata.
Cuando nos acercamos, se levanta y compruebo que no me equivocaba.
—Señorita Fairchild, la estaba buscando —me dice Stark acercándose a nosotros.
No mira a Ollie en absoluto, sino que tiene los ojos clavados en mí, uno ámbar y ardiente; el otro negro y peligroso.
—¿Ah, sí? ¿Por qué? —contesto mientras intento aparentar una indiferencia que estoy lejos de sentir.
—Porque soy responsable de usted.
Río alegremente.
—No veo cómo puede ser eso. Apenas lo conozco, señor Stark.
—Prometí a su jefe que la dejaría sana y salva en su casa.
Ollie se sitúa a mi lado y me rodea los hombros con gesto protector. Noto la presión de sus dedos a través del tejido de la chaqueta.
—Yo me voy, así que puedo llevar a Nikki. Considérese liberado de su responsabilidad.
Sin decir palabra, Stark se acerca y coge la solapa de la americana con dos dedos, como si examinara la calidad de la tela. Entonces me doy cuenta de lo íntima que ha debido de parecerle la situación: los dos paseando por la playa y yo con la chaqueta de Ollie sobre los hombros.
Siento la absurda necesidad de explicarle que no hay nada ni romántico ni sexual entre nosotros y debo hacer un notable esfuerzo para mantener la boca cerrada. Miro a Ollie y le digo:
—Eso sería estupendo. ¿De verdad que no es una molestia?
—Ninguna en absoluto.
Noto la presión de su mano en el hombro, como si me apremiara, pero Stark no se ha movido y nos impide el paso. El aire entre los tres parece cargado de electricidad. Es ridículo, pero por mi mente cruza la idea de que si me muevo acabaré prendida en su red. El pensamiento no es del todo desagradable.
—No pretendo que me libere de nada —le dice Stark a Ollie—, pero necesito que la señorita Fairchild se quede. Tenemos asuntos que tratar.
Sopeso discutir, pero recuerdo su anterior comentario en el sentido de que si mi obligación era buscar inversores para Carl lo estaba haciendo de pena. Me vuelvo hacia Ollie y le hago un gesto afirmativo con la cabeza.
—No pasa nada.
—¿Estás segura? —me pregunta en tono preocupado.
—De verdad. Vete tranquilo.
Vacila un instante, pero al final asiente.
—De acuerdo, te llamaré mañana —me dice sin apartar los ojos de Stark.
Ha asumido el papel de hermano mayor y el mensaje subyacente en sus palabras está claro: «Y será mejor que llegue a casa sin problemas o de lo contrario tendremos un lío de los gordos».
Tengo la impresión de que mi imaginación anda desbocada.
Ollie se despide con un beso y se dirige hacia la escalera de caracol.
—Un momento —dice Stark, y él se detiene.
Contengo el aliento mientras me pregunto si voy a presenciar uno de esos rituales cargados de testosterona, pero Stark se limita a alargar la mano para que le entregue las sandalias de tacón que sostengo por las tiras. Lo hago y me siento confundida hasta que se acerca un poco más y me quita suavemente de los hombros la chaqueta de Ollie.
—Quédatela —dice Ollie—. Ya me la devolverás.
Sin embargo ya no la llevo porque me he movido rápidamente con tal de aumentar la distancia entre Stark y yo.
—No hará falta —dice este mientras se la entrega a Ollie con una sonrisa amistosa.
Mi amigo vacila una fracción de segundo. Luego la coge, se la pone y me mira.
—Ten cuidado —me dice antes de desaparecer por la oscura escalera.
«¿Cuidado?, pero ¿qué demonios…?»
Miro a Stark para ver si está tan sorprendido como yo, pero salta a la vista que las palabras de Ollie no le interesan lo más mínimo. Toda su atención está concentrada en mí.
Recupero mis zapatos y le pregunto:
—¿De verdad tenemos asuntos que tratar?
En mi opinión mis obligaciones me esperan en el centro, con Carl, para preparar la reunión que se celebrará dentro de menos de dieciséis horas.
—Pues sí, los cuadros. Creía que iba a ayudarme.
—Me temo que se ha confundido. Recuerdo claramente haber rechazado su petición de que lo ayudara.
—Entonces es que me he equivocado. Creí que había cambiado de parecer cuando le dije que su opinión me resultaría valiosa.
—¿Creía que había cambiado de parecer, dice? ¿Qué le hizo pensar eso? ¿Fue la forma en que lo dejé plantado o mi manera de ignorarle?
Se limita a arquear una ceja para hacerme saber que mis subrepticias miradas hacia él y Audrey Hepburn no han sido tan subrepticias como yo pensaba.
Me observa, seguramente esperando alguna réplica punzante, pero no tengo intención de complacerlo. En estos momentos el silencio es sin duda la mejor táctica.
Alzo un poco la cabeza para observar su rostro. La escasa iluminación que llega de la terraza deja sus facciones sumidas en las sombras; sin embargo, sus ojos parecen absorber la luz: el ámbar, salvaje y ardiente; el otro, negro y rodeado de lava derretida, tan oscuro y profundo que podría caer dentro y perderme. «Los ojos son las ventanas del alma». Me estremezco solo de pensarlo.
—Tiene frío —me dice mientras recorre mi brazo con la yema del dedo—. Se le ha puesto la carne de gallina.
Bueno, si antes no, ahora desde luego.
—Estaba mejor cuando llevaba una chaqueta —contesto.
Él se echa a reír, y me gusta como suena, tan libre, tan natural y siempre inesperado.
Se quita la americana y me la pone sobre los hombros sin hacer caso de mis protestas.
—Vamos a volver dentro —le digo mientras me la quito y se la devuelvo—. Estoy bien, de verdad.
Sigue sosteniendo mis sandalias, pero se niega a aceptar la chaqueta.
—Póngasela. No quiero que coja frío.
—¡Por amor de Dios! —exclamo metiendo los brazos en las mangas—. ¿Acaso siempre consigue lo que quiere?
Me mira con los ojos muy abiertos y me doy cuenta de que lo he sorprendido.
—Pues sí —contesta.
Cinco puntos por sinceridad.
—Muy bien. Vayamos dentro y echemos un vistazo a los cuadros. Le indicaré cuáles me gustan y después podrá hacer lo que le plazca.
Me mira con expresión ligeramente perpleja.
—¿Perdón…?
—Pues que no parece la clase de persona que acepta consejos de nadie.
—Se equivoca, Nikki. —En sus labios mi nombre suena dulce como chocolate con leche—. Tengo muy en cuenta todas las opiniones que considero importantes.
El calor que desprende su persona resulta palpable. Ya no necesito la chaqueta. Qué demonios, la maldita chaqueta me asfixia.
Vuelvo la cabeza y contemplo la arena, el mar y el firmamento. Cualquier cosa menos a ese hombre. Estoy hecha un lío, pero ese no es el problema. El problema es que me gusta esa sensación.
—Nikki, míreme —me pide amablemente.
Lo miro sin pensar, y entre los dos no hay ninguna Nikki social. Me hallo tan desnuda como si me hubiera quitado el vestido.
—Ese hombre con el que estaba… ¿Qué representa para usted?
¡Paf! La Nikki social vuelve al trabajo. Noto que mi rostro se endurece y que mis ojos se tornan fríos. Damien Stark se me antoja igual que una araña, y yo soy el ingenuo insecto al que va a devorar.
Aparto la mirada, pero solo un segundo. Cuando me vuelvo luzco la misma sonrisa estúpida que le obsequié hace seis años en el desfile de belleza. Debería subir el volumen y decirle que Ollie no es asunto suyo.
Pero no lo hago.
No estoy segura de comprender el instinto que pone en mis labios esa respuesta, pero es el que viene con mi persona. Tan pronto como he contestado doy la espalda a Stark y empiezo a subir por la escalera mientras mis palabras flotan en el aire tras de mí:
—Es Orlando McKee. Solíamos acostarnos juntos.