—¿Qué haces aquí, madre?
Pasa junto a mí y escruta el apartamento con expresión de desagrado. Luego se acerca al comedor, aparta una silla con la punta de los dedos, la limpia cuidadosamente con el pañuelo que lleva en el bolso y toma asiento con la espalda muy erguida y las manos entrelazadas sobre la mesa.
La sigo, me dejo caer en la silla situada frente a ella, apoyo un codo en la mesa y el mentón en la mano.
Mi madre me sonríe con la misma falsa sonrisa que dedica a los cajeros de los bancos y los dependientes de gasolinera.
Lo vuelvo a intentar:
—¿Por qué has venido a Los Ángeles?
—Yo diría que está claro, ¿no? —responde—. He venido a ayudar.
De acuerdo en que no es mi día de mayor lucidez, pero no sé de qué me habla.
—Con Damien Stark —aclara.
Noto un nudo en el estómago.
—¿De qué estás hablando, madre?
—De la foto, naturalmente. Leí el pie de foto. ¿Por qué no me dijiste que te cortejaba un hombre como Stark? No lo entiendo. Es la primera buena noticia que tengo tuya desde que te mudaste a California.
La miro con rostro inexpresivo.
—A ver, querida, si realmente lo que pretendes es casarte con alguien como Stark será mejor que te asegures de no decepcionarlo porque te puede dejar por otra en cualquier momento.
Sí, eso es fácil. Por lo que sé ya lo ha hecho.
Me mira de arriba abajo con los labios fruncidos.
—Está claro que tenemos mucho que hacer. —Saca el móvil de su bolso de Chanel—. ¿Cuál es el mejor spa de los alrededores? Primero nos centraremos en tu maquillaje. Gracias a Dios sigues teniendo un pelo precioso, aunque lo lleves hecho un asco. Haremos que le corten las puntas. Luego encargaremos ropa nueva y nos ocuparemos de este apartamento. Si Jamie tiene especial cariño por algo podremos guardarlo en el trastero.
—He roto con él, madre.
Juro por Dios que se pone de color verdoso.
—¿Que has hecho qué? —A juzgar por su tono bien podría haberle dicho que solo me quedaban veinticuatro horas de vida—. ¿Cómo has cometido semejante estupidez?
—¿Que por qué? —Me cuesta encontrar las palabras para explicárselo—. Pues porque tiene un serio problema con la necesidad de controlarlo todo, ¿te suena?
Se levanta con los movimientos lentos y contenidos que son habituales en ella cuando está enfadada. Una dama no debe dejarse llevar por las emociones. Una dama debe mostrar el debido comedimiento.
—Pobre idiota —dice fría y tranquilamente—. Siempre has sido demasiado lista para tu propio bien. Nichole es la más lista, más que nadie. Solo Nichole sabe lo que hay que hacer.
—Así es madre. Solo Nichole sabe lo que Nichole quiere.
Tiene el rostro tan contraído que casi puedo ver cómo se le cuartea el maquillaje.
—Eres una consentida y una desagradecida. No sé por qué me tomado la molestia de venir a verte. Me voy a mi hotel y entretanto será mejor que reflexiones sobre qué vas a hacer con tu vida, lo que quieres y lo que vas a tirar por la borda. Cuando estés en condiciones de hablar como una persona sensata volveré.
Dicho lo cual da media vuelta y sale del apartamento sin dar siquiera un portazo.
Permanezco sentada y aturdida. Sé que debería levantarme y hacer algo, pero no soy capaz. Simplemente me quedo donde estoy, con la mirada perdida y la sensación de flotar fuera de mi cuerpo.
No sé si han pasado quince minutos o quince horas cuando empiezo a notar calambres en las piernas y tengo que moverme. Bajo la mirada y me doy cuenta que todavía tengo la mano cerrada en un puño. La abro y veo las marcas de las uñas clavadas, algunas tan profundas que casi han sangrado.
Miro mi mano mientras me levanto y camino hacia la cocina sin darme cuenta de lo que hago. Tenemos un taco de madera donde guardamos los cuchillos. Cojo uno de trinchar y enciendo uno de los fogones porque, a pesar de mi aturdimiento, sé que debo esterilizar la hoja, que no tenemos alcohol en la cocina y que no puedo salir de aquí porque entonces me faltará valor.
Paso el cuchillo por la llama y después espero a que se enfríe. Aprieto el filo contra la suave piel del interior del antebrazo. Un sitio nuevo para un dolor nuevo. Empiezo a cortar, pero de repente arrojo el cuchillo lejos. El trinchador rebota contra la pared y deja una marca en el yeso.
Todo se vuelve borroso y me doy cuenta de que estoy llorando. Me levanto y doy vueltas por la cocina. Me encuentro perdida, absolutamente perdida… Y a pesar de todo es a Damien a quien quisiera tener a mi lado, los brazos de Damien estrechándome y consolándome.
«¡No, maldición, no!»
Cojo las tijeras del escurridor y retrocedo hasta el rincón donde está el lavaplatos. Me dejo caer al suelo y sin pensarlo cojo un mechón de mi cabello y lo corto. Después otro y otro hasta que tengo un montón de mechones cortados a mi alrededor.
Los miro y los acaricio. El cabello que tanto le gusta a mi madre. El cabello que tanto le gusta a Damien.
Me abrazo las rodillas, apoyo la cabeza en ellas y rompo en sollozos.
No recuerdo haber vuelto a mi habitación. No recuerdo haberme acostado. Pero cuando abro los ojos Damien está junto a mí y me mira con ojos tiernos y tristes.
—Hola —dice.
Damien.
Mi corazón se desboca, y la negrura que me rodeaba desaparece.
Alarga la mano y me acaricia el cabello.
Me incorporo y recuerdo: Mi cabello.
—No le iría mal un retoque —dice con una sonrisa—, pero corto te queda bien.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo lo has sabido?
—Por Jamie —contesta—. Llevo días llamándola para preguntarle cómo estás. Me pareció que necesitabas que te dejara respirar, pero cuando se presentó tu madre…
Hago un gesto afirmativo con la cabeza mientras recuerdo vagamente que Jamie me metió en la cama y que mi madre se presentó en el apartamento. No puedo reprimir un escalofrío ante la perspectiva de volverla a ver.
—Sigue aquí, en la ciudad quiero decir.
—No —responde Damien—. Ya no.
Lo miro sin acabar de comprender.
—Fui a verla a su hotel. Le dije que tenía que marcharse y la mandé a casa en mi avión —explica con una chispa de humor en la mirada—. Grayson llevaba tiempo deseando sacarlo para un trayecto largo, así que era la ocasión. En cuanto a tu madre, la idea de volar en un jet privado no pareció disgustarla.
El asombro es más fuerte que yo.
—No sé cómo darte las gracias.
—No me las des. Ya te dije que estaba para lo que hiciera falta.
Meneo la cabeza.
—No, Damien. Lo siento, pero yo… Lo nuestro no…
Se levanta, y aunque espero ver enfado en su rostro lo único que encuentro es preocupación.
—¿Es por lo de Sara?
Evito su mirada.
—Oh, mierda. —Se sienta nuevamente en la cama, desliza un dedo bajo mi barbilla y me obliga a mirarlo—. ¿De verdad crees que la maté?
—No. —Mi respuesta es inmediata y firme. Además es sincera. Una lágrima rueda por mi mejilla—. Lo siento, Damien. No sabes cuánto lo siento.
—Chis… —Enjuga mis lágrimas—. No pasa nada. Tienes razón, no maté a Sara. Ni siquiera estaba aquí la noche en que murió. Me encontraba en San Diego. Maynard ha conseguido por fin las imágenes de las cámaras de seguridad del hotel. Pasé casi toda la noche en el bar, hablando con el propietario de una empresa que deseaba comprar. Por eso Maynard estaba tan enfadado con mi decisión de llegar a un acuerdo con Eric. Teníamos lo que necesitábamos para cerrarle la boca, pero preferí pagarle y acabar de una vez.
Yergo la espalda.
—No lo entiendo. ¿Por qué…?
—Por dos razones. Aunque yo no estuviera aquí cuando murió tendría que haber cortado con Sara antes de que lo nuestro se descontrolara. Yo quería su parte de la empresa y la conseguí. También compré las participaciones de otros accionistas, de modo que al final me convertí en el socio mayoritario. Aparté a Eric de la dirección y puse al frente de la empresa a gente capaz de sacarla a flote. Los beneficios llegaron enseguida, y el valor de las acciones empezó a subir para todos, incluido Eric.
Lo escucho sin decir nada y sin saber adónde quiere llegar.
—Durante todo ese tiempo seguí viendo a Sara —prosigue—. No suelo salir en serio con nadie y no la amaba, pero estaba ocupado, ella me venía bien y era complaciente en la cama. Empezó a aferrarse a mí y, aunque me resistía a admitirlo, no tardé en ver en ella señales de cierto desequilibrio mental. Sabía que debía cortar, pero en esos momentos estaba metido en unas fusiones que exigían toda mi atención. Cuando por fin cerré el trato, corté con Sara, pero eso no hizo sino hundirla todavía más. —Se mesa el cabello—. Nunca pensé que se suicidaría y te aseguro que tampoco se me ocurriría nunca asfixiar a una mujer en la cama, pero eso no cambia el hecho de que desempeñé un papel en toda la historia.
—¡Pero no fue tu culpa! —exclamo—. Además, Eric ha estado lanzando acusaciones terribles contra ti. ¿Por qué has pagado a ese canalla?
—Por ti.
Lo miro boquiabierta.
—¿Qué?
—Estaba dispuesto a luchar con él todo el tiempo que hiciera falta, pero eso fue hasta que se acercó a hablar contigo durante la ceremonia benéfica. No pienso permitir que te involucre en este escándalo y desde luego no toleraré que vuelva a asustarte.
Rodeo mis hombros con los brazos y noto que tengo la carne de gallina. Me siento aturdida ante la lección de humildad que Damien acaba de darme. Cambió totalmente sus planes y lo hizo por mí.
—Pero, Damien… Doce millones seiscientos mil dólares…
—Es el valor de las acciones que compré a Sara más las de Eric. En realidad he adquirido su parte, y no es una mala operación porque la empresa es fuerte y no tardaré en recuperar el dinero.
—No tenías que haberlo hecho. Soy capaz de librar mis propias batallas.
Me mira a los ojos, y lo que veo es mucho más que simple deseo. Es necesidad y anhelo. Puede que incluso amor.
—Desde luego —contesta sencillamente—, pero esta batalla no te concernía.
Me coge la mano y añade:
—No quiero perderte, Nikki.
Deseo arrojarme a sus brazos, pero en vez de eso me aparto.
—Hay algo más…
—Lo sé.
Lo miro, perpleja.
—Jamie me lo contó. Al parecer Ollie se lo dijo.
—¿Ollie?
«Mierda».
—No te preocupes —sonríe—. No diré nada a Maynard. Si tu amigo infringió alguna norma de confidencialidad lo hizo por ti. Puede que el muy cretino me haya fastidiado, pero entiendo sus razones. Yo habría hecho lo mismo.
—Hiciste que despidieran a Kurt.
—Desde luego que sí.
—Damien, no puedes hacer estas cosas.
—Yo creo que sí. Trabajaba para una de mis empresas.
—Pero…
Callo. La verdad es que me importa muy poco lo que pueda ocurrirle a Kurt, y el hecho de que Damien le pegara una patada en su patético culo me da igual. No es el hecho en sí, sino lo que lo rodea.
—Nikki… —Me mira con expresión franca y vulnerable.
Le acaricio la mejilla y noto la aspereza de su barba incipiente. El ambiente se carga. El solo hecho de tocarlo hace que me sienta viva. Es como si Damien fuera parte de mí. Como el aire que necesito para respirar. Lo necesito, lo necesito todo él, pero no estoy segura de que él me necesite.
—Te equivocaste con lo que dijiste de mí.
—¿Qué dije?
—Dijiste que yo no era débil. —Hundo los dedos en mi cabello—. Y lo soy.
—Oh, nena, ven aquí.
Me lanzo a sus brazos, y es como si volviera a casa. Apoyo la cabeza en su pecho y escucho los rítmicos latidos de su corazón.
—Todo el mundo se viene abajo alguna vez —dice—, pero eso no te hace débil. Puede que te sientas herida, pero yo siempre estaré aquí para ayudar a que tus heridas cicatricen.
Dejo escapar un suspiro estremecido y me aparto lo suficiente para mirarlo a los ojos. No imagino a Damien derrumbándose, pero tengo la impresión de que habla por experiencia propia. Todo el mundo se derrumba alguna vez.
—Nikki, nena, ¿lo nuestro sigue? —pregunta.
Recuerdo el comentario de mi madre acerca de que lo estaba tirando todo por la borda y me pregunto si tenía razón. ¿Es posible que por primera vez en mi vida mi madre tenga algo que ofrecerme?
Cierro los ojos porque deseo apartarla de mi cabeza. Cuando los abro de nuevo solo veo a Damien.
—Quiero que lo nuestro funcione —susurro, y el alivio que veo en sus ojos me inunda igual que un bálsamo—. Oye, ¿está Jamie en casa? —pregunto porque de repente recuerdo que en este apartamento se oye todo.
—No —responde mirando hacia otro lado.
—¿Qué pasa? —pregunto confundida.
—No sé si es el mejor momento, pero tengo que confesarte algo.
Lo miro con la cabeza ladeada y espero.
—Jamie no tardará en recibir una llamada de su agente.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Porque es para una campaña de anuncios a escala nacional de una empresa en la que tengo una participación. —Lo explica apresuradamente y me mira como si temiera que yo pudiera explotar.
—¿Has hecho esto por ella?
—En realidad lo he hecho por la empresa. La agencia nos presentó tres candidatas y Jamie era la mejor de todas.
En mi rostro se dibuja una amplia sonrisa, y Damien me mira, perplejo.
—¿Quieres explicarme por qué esto te parece bien y en cambio está mal que te ayudara a conseguir trabajo en Innovative?
Tuerzo el gesto porque tiene razón.
—Porque sí —respondo y me echo a reír.
Damien ríe conmigo y me besa suavemente en los labios.
—Nikki…
—¿Sí?
—Yo… —Se interrumpe.
Sin embargo he podido notar su tono de ternura. Cierro los ojos e imagino que dice que me quiere. Las palabras me suenan estupendamente y para nada aterradoras.
—No me dejes nunca —dice.
—No. ¿Cómo podría? Soy tuya.
Me tumba suavemente en la cama y se pone encima de mí mientras me besa en el cuello.
—Dijiste que siempre quiero tener el control.
—No es nada nuevo, ¿no?
—No, pero ahora quiero que el control lo tengas tú. Dime exactamente lo que deseas.
—¿Te refieres a lo que deseo aparte de ti?
—Me refiero a cómo deseas que te acaricie. ¿Lentamente, quizá? ¿Quieres que te mordisquee los pezones? ¿Qué te haga cosquillas en la oreja con la lengua? ¿Prefieres que te coma tu dulce sexo? Dímelo, Nikki. Dime lo que te gusta.
—Sí —respondo pensando en todo lo anterior—, pero empieza besándome.
Así lo hace, primero con suavidad y después con creciente firmeza. Su lengua encuentra la mía y la rodea y juega con ella. Mi excitación aumenta aunque no esté haciendo nada más, ni tocarme ni acariciarme.
«Maldita sea, lo ha dicho en serio».
Interrumpo el beso suavemente y le digo:
—Acaríciame los pechos y pellízcame los pezones.
Creo que nunca he escrito un libro de instrucciones para hacer el amor, pero con Damien no me siento cohibida.
—Con más fuerza —ordeno y arqueo la espalda cuando los estruja hasta que casi me duele—. Bésame y ve bajando hasta que llegues a mi clítoris. Quiero tu lengua allí y quiero tus dedos en mi sexo.
Me lanza una sonrisa traviesa.
—Lo que ordene la señora —contesta y empieza a bajar lenta y tortuosamente a lo largo de mi cuerpo.
Tiemblo de deseo y el menor contacto con las sábanas me acerca un poco más al orgasmo. Es como si todo mi cuerpo fuera una zona erógena. Quiero a Damien aquí y allá. Lo quiero por todas partes.
Contengo el aliento cuando comprendo lo que de verdad deseo en este momento y, a pesar de lo que disfruto con su lengua en mi clítoris, le cojo la cabeza y lo obligo a subir hasta mi boca. Me pongo de costado y guío su mano hasta mi trasero.
—Fóllame por ahí —susurro.
Noto su erección y cómo aumenta en él la llama del deseo.
—¿Estás segura?
—Quiero ser tuya —respondo—, tuya por completo.
—Oh, nena…
Me coloca a cuatro patas y empieza a acariciarme el sexo hasta que humedece sus dedos en él. Entonces desliza uno dentro de mi ano, y suelto un grito ahogado.
—Dime si quieres que pare.
—No, no. Me gusta.
Es cierto. Su toque despierta ondas de placer que recorren todo mi cuerpo.
—¿Lo has hecho alguna vez?
—No. Tú serás el primero.
Lo oigo gruñir de satisfacción.
—¿Tienes algún tipo de lubricante?
—En el cajón.
Lo noto moverse por la cama para alcanzar la mesita. Abre el cajón y coge la botella. Echa un poco en sus dedos y me acaricia otra vez. Dejo escapar un gemido de placer.
—Iremos despacio —susurra.
Me acaricia la espalda con los labios mientras sus dedos juegan con mi clítoris y su miembro se aprieta contra mi trasero. Noto que desliza otro dedo. Al principio mi cuerpo se tensa pero enseguida me relajo, abrumada por esta nueva sensación.
—¿Te gusta?
—Sí. No pares, por favor. Quiero más. —Estoy enloqueciendo de placer por la sensación de estar totalmente expuesta ante él, de ofrecerle algo que no he ofrecido a nadie más—. Estoy lista, pero ve despacio, por favor.
Tengo detrás el bulboso glande. Noto lo duro y rígido que está y alzo las caderas sin pensar.
—Cariño… —murmura—. Oh, nena…
Me penetra muy despacio. Contengo un grito y enseguida le suplico que no pare.
—Suave… —dice—. Despacio y suave… Dios mío, Nikki, estás tan maravillosamente firme…
Lo tengo dentro de mí, y se mueve con ritmo pausado. La sensación de estar totalmente llena de él me sobrepasa y creo que podría correrme solo por notarlo dentro de esta manera.
—Acaríciame el clítoris —le ordeno al notar que ha apartado la mano.
Obedece y empieza a acariciarlo en círculos que acompasa al ritmo de su penetración. Estamos más conectados de lo que hemos estado jamás. Se mueve lentamente y con cuidado para no hacerme daño. Me rodea la cintura con un brazo mientras juega con mi clítoris con la otra mano. Mi clímax crece al mismo tiempo que el suyo.
—Estoy a punto, Nikki —susurra—. Nena, voy a correrme.
Su orgasmo es rápido y total. Aplasta mi clítoris al tiempo que se vacía dentro de mí, y la presión adicional hace que yo también me corra. Nos derrumbamos juntos, y me besa los hombros y la espalda y me abraza hasta que recobramos la respiración.
—Eres mía —dice.
—Lo sé —contesto, plenamente consciente de que así es.
Ignoro qué clase de favores pide que le devuelvan pero me consigue hora para esta tarde en uno de los mejores salones de belleza de Beverly Hills, y por la noche acabo luciendo un nuevo corte de pelo hasta los hombros que hace que mis bucles ondulen cuando camino.
Estoy duchada y depilada y vuelvo a oler bien. La cena es para morirse, y la tarta de chocolate resulta casi tan deliciosa como un orgasmo.
Y lo mejor de todo es que tengo a Damien a mi lado.
La vida me vuelve a sonreír.
Tomo un sorbo de mi martini de chocolate blanco y después le doy un beso en la nariz.
—Voy al baño. Enseguida vuelvo.
Me dispongo a salir del reservado, pero Damien me retiene y me besa con tanto apasionamiento que estoy a punto de derretirme allí mismo.
—Date prisa. Quiero llegar a casa. Tengo planes para ti.
—Pues ve pidiendo la cuenta.
—¿Has acabado con el postre?
Devoro a Damien con la mirada.
—¿Acabado? Pero si todavía no he empezado.
Mi premio es el ardor que leo en sus ojos. Le lanzo una tímida sonrisa y me dirijo hacia la parte de atrás del restaurante con un ligero contoneo. Sin embargo, mi sonrisa se esfuma cuando llego al pasillo de los aseos y veo que Carl se acerca en dirección contraria.
—Vaya, vaya, pero si es Nikki Fairchild —me saluda—. ¿Qué tal, princesa, sigues follándote a Stark? Te diré una cosa: yo también.
Mi intención es pasar por su lado sin prestarle atención, pero sus palabras hacen que me detenga.
—¿Se puede saber de qué estás hablando?
—De cadáveres —contesta—, de la clase de cadáveres que viven en el fondo de los armarios.
—No sé de qué me hablas —replico sin poder evitar un escalofrío.
—Solo estaba pensando en lo alto que está y en lo poderoso que es nuestro señor Stark. Uno se pega un buen batacazo cuando cae de la estratosfera.
—Maldita sea, Carl, ¿qué insinúas?
—¿A ti?, ni una maldita cosa, pero dile a tu chulo que ya nos veremos.
Se aleja y decido prescindir del aseo de señoras y volver con Damien. Le cuento mi conversación con Carl y veo cómo su rostro se endurece.
—¿Sabes a qué se refería? —pregunto mientras pienso en los abusos que sufrió de niño y de los que todavía no me ha hablado.
—No —responde.
Su voz suena tranquila y natural, pero algo ensombrece sus ojos. Noto un escalofrío y temo que Damien vaya a cerrarse y apartarme de él. Sin embargo deja escapar un suspiro y me atrae a su lado.
—Seguramente es por algo relacionado con mi padre —dice—. No te preocupes. No estoy dispuesto a que ni Carl ni mi padre nos estropeen la noche.
Me besa, y le correspondo. Tampoco yo quiero que ninguno de ellos se interponga entre nosotros.
Cuando volvemos a la casa de Malibú hacemos el amor lenta y dulcemente y me dejo arrastrar por sus caricias hasta que borran todos mis miedos y preocupaciones. Nos metemos en la ducha y me enjabona despacio todo el cuerpo con la esponja hasta que los dos nos sentimos limpios y como nuevos. Luego me envuelve en una toalla, me lleva a la cama y se mete entre las sábanas conmigo.
Está tumbado de costado, mirándome con una enigmática sonrisa que le curva los labios. Hundo los dedos en su cabello y lo sujeto para asegurarme que yo soy lo único que ve.
—Tú también eres mío, ¿sabes? —susurro y solo lo suelto y acerco su boca a la mía cuando dice que sí.
Noto el cambio de su respiración en el momento en que cae dormido junto a mí. Entonces pienso en los cadáveres y fantasmas que siguen escondidos en los oscuros rincones de su pasado. Recuerdo las palabras de Eric Padgett. «Secretos», dijo. Me estremezco al pensar que Damien va a tener que hacer frente a toda esa oscuridad, pero yo estaré con él cuando lo haga y la enfrentaremos juntos.
Lo haré. Porque cuando tengo a Damien a mi lado ya no me da miedo la oscuridad.