24

El mar brilla bajo la luz de la mañana mientras estoy de pie y desnuda junto a la ventana, bajo la atenta mirada de dos hombres: el ojo profesional de Blaine y la mirada cargada de deseo de Damien, que consigue que mis pezones se endurezcan y me tiemblen las piernas a pesar de que haya otro hombre presente.

Es una extraña sensación que al mismo tiempo me hace sentir poderosa.

—Estás tan estupenda que tiene delito —comenta Blaine—. En cambio yo me encuentro fatal.

—Será por todo el vino que tomaste —bromeo.

—En realidad fue vodka —contesta—. No sé por qué demonios te dije que vinieras a las ocho. Bueno, sí lo sé, porque la luz de la mañana hace que tu piel resplandezca.

No puedo evitar volverme hacia Damien. Veo mi propia sonrisa dibujada en su rostro y sé que los dos estamos pensando en su comentario de que resplandezco cuando me siento excitada.

Nuestras miradas se cruzan, y la suya está cargada de deseo, pero no tengo más remedio que seguir haciendo de estatua mientras Blaine trabaja en el otro extremo de la habitación.

Damien carraspea, y a juzgar por su expresión diría que tampoco está precisamente contento con la situación.

Blaine nos mira con aire inocente.

—¿Algún problema? —pregunta.

—Me voy a dar una vuelta en bicicleta antes de ir a la oficina —responde Damien.

Tengo que hacer un esfuerzo para no reír. Cómo no, yo soy la que está de pie y desnuda delante de una terraza. Él se va a descargar su energía sexual haciendo ejercicio y me deja para que arda en la mía.

—Según lo que alargues el paseo es posible que no me encuentres aquí cuando regreses —le digo—. Hoy tengo una entrevista de trabajo, ¿recuerdas?

—Claro que sí —responde y da un paso hacia mí.

—Está bien, despídete como es debido —le dice Blaine con un gesto de la mano—. Voy a preparar café o lo que sea.

Lo veo desaparecer en la cocina y sonrío.

—Me cae realmente bien —comento.

—Mmm —conviene Damien mientras me estrecha entre sus brazos.

Noto su ropa fresca contra mi piel desnuda, y me rodea con el brazo mientras nos acercamos al cuadro. Cuando llegué estaba cubierto por una sábana, de modo que siento curiosidad por ver cómo progresa. Blaine ha hecho mucho en poco tiempo y no hay duda de que soy yo la que ha bocetado en la tela, con la espalda recta y la cabeza alta. Al principio tenía mis dudas acerca del cuadro, pero estoy empezando a creer que va a quedar muy bien.

—Estoy celoso por cómo te toca —dice Damien en voz tan baja que apenas lo oigo.

Lo miro con expresión interrogante.

—Pero si Blaine no me ha tocado nunca.

—Es cierto —contesta Damien mientras me abraza y hunde el rostro en mis cabellos—, pero está haciendo que cobres vida y esa es tarea mía.

—Y lo haces muy bien.

Huele mi pelo.

—Podemos enviar a Blaine a buscar donuts y yo me olvido de mi paseo en bici.

—¡Ni hablar, amigo! —Río y lo aparto de un empujón—. Por si lo has olvidado, hoy tengo una cita y necesito tiempo para vestirme, leer todo lo que pueda encontrar sobre esa empresa y hacer lo que se supone que hace una chica que busca trabajo.

—Te contrataré ahora mismo y problema terminado.

—No y mil veces no.

—Está bien, pero no me culpes por intentarlo. —Me atrae hacia él y me da un beso largo y profundo—. Anda vete. Te veré cuando acabes.

Paso tres buenas horas en Innovative Resources y al final estoy segura de haber conocido a todos los que trabajan allí, empezando por el portero y acabando con Bruce Tolley, el propietario.

Al principio soy un amasijo de nervios y torpeza, pero enseguida cojo el ritmo y converso sin problemas con Tolley. Me parece una persona inteligente, y todo lo que he leído acerca de la empresa confirma mi impresión. Pero lo más importante es que no muestra ninguna de las actitudes egoístas o fuera de tono de Carl.

En otras palabras, está interesado en mi trabajo, no en mi escote y mi trasero.

No puedo evitar que me caiga bien.

Me enseña la empresa mientras hablamos, la cafetería, el gimnasio de los empleados, las salas de descanso e incluso el almacén de suministros. La verdad es que me parece un poco excesivo tratándose de una primera entrevista, al menos hasta que entramos en la sala de reuniones principal y me hace una oferta.

Naturalmente contesto que debo pensarlo, cosa que hago durante unos tres segundos antes de aceptarla con el mayor de los entusiasmos.

Consigo no dar saltos de alegría mientras sigo en el edificio, pero nada más salir brinco como una loca alrededor de una farola y llamo a Damien.

Me llevo un chasco cuando salta el contestador.

No me freno y le envío un mensaje de texto.

¡Lo he conseguido! ¡Empiezo la semana que viene!

Su respuesta es inmediata.

Sabía que lo conseguirías. ¡Felicidades! PD: ¿No habrás infringido ninguna regla sobre ropa interior?

Tardo un momento en comprender, pero me arden las mejillas cuando tecleo:

Sin bragas y pensé en ti. Sin sujetador, pero con la chaqueta abrochada.

Responde en el acto.

Perfecto en todos los sentidos.

Le envío mi respuesta.

Sí, pero ahora estoy a tope de adrenalina y sin bragas. ¿Estás libre?

Esta vez su respuesta tarda más de un minuto en llegar.

Ojalá lo estuviera porque sé cómo apaciguarte.

Sonrío y tecleo:

Podrías llamarme. Me apaciguas bastante bien por teléfono.

Su respuesta me hace sonreír todavía más.

Podría, pero estoy en Century City, en una reunión con unos ejecutivos de Tokio y no sé si lo entenderían. Volveré a la oficina dentro de un rato. Te veré después toda entera. Entretanto imagina que te toco.

Eso no es problema. Últimamente, imaginar que Damien me acaricia se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos… después de sus caricias de verdad.

Cuando vuelvo al apartamento encuentro a Jamie en casa, y eso hace que me olvide de la decepción por que Damien no esté disponible. Como era de esperar mi amiga se entusiasma con mis noticias, y yo le enumero las virtudes de mi nuevo trabajo.

—Bueno, ¿y qué hacemos para celebrarlo? —pregunta.

—¿Un cine?

—Ni hablar. Quiero que me cuentes los detalles más sucios de lo tuyo con don millonetis. ¿Sushi?

—Perfecto.

Estoy cansada de tacones, faldas y blusas ajustadas, de modo que voy a mi dormitorio a ponerme unos vaqueros mientras Jamie hace lo mismo. Los saco del armario pero vacilo y en su lugar escojo una falda vaquera y sandalias, pero nada de ropa interior. Las normas son las normas, aunque Damien no esté.

El sujetador es fácil y lo sustituyo por un top sin mangas ni espalda que hace juego con la falda y queda muy a la moda.

—¿Estás lista? —pregunto a Jamie.

—Cinco minutos —contesta y añade—: Oye, ¿no has visto el periódico de hoy?

—No, ¿por qué?

—Está en la mesa. Echa un vistazo a la sección de Sociedad.

Me siento en el sofá y lo cojo. Lo ojeo rápidamente y no veo nada que llame mi atención hasta que llego al final. Entonces lo que me llama la atención soy yo.

O para ser exactos una foto mía con Damien.

Se trata de un reportaje de dos páginas acerca de la gala benéfica de la Fundación Educativa Stark, con numerosas fotos de los invitados. Sonrío mientras busco las caras de Ollie, Blaine y Evelyn. No los encuentro, pero sí a Giselle, y mis dedos se tensan cuando veo a su acompañante: Bruce Tolley.

Pero ¿qué…?

Damien no mencionó que conociera a mi nuevo jefe. Aun así es posible que no lo conozca y que la presencia de Tolley junto a Giselle solamente sea una coincidencia.

Sin embargo, mi intento de autoengaño se viene abajo cuando leo el pie de página. Resulta que Tolley es el marido de Giselle, la misma persona con la que Damien estuvo charlando durante la fiesta de Evelyn. Damien no dijo nada cuando le anuncié que tenía una entrevista con Innovative Resources ni tampoco después.

«¿Qué demonios significa eso?»

Sin duda nada bueno. En cualquier caso no me gusta, especialmente si tengo en cuenta los comentarios de Ollie.

«Mierda».

Cojo el móvil empiezo a marcar el número de Damien, pero cuelgo antes de acabar. No es algo de lo que se pueda hablar por teléfono. Tengo que verlo cara a cara.

—¡James! —llamo. No es cuestión de vacilar una vez que me he decidido—. Lo siento, pero tengo que marcharme.

No espero su respuesta y cuando salgo y cierro la puerta oigo el sorprendido «¿qué, qué?» de Jamie resonando a mi espalda.

Durante el trayecto en coche hasta las oficinas de Stark mi mente se encuentra demasiado en blanco o demasiado saturada. Lo único que sé es que no hay en ella un solo pensamiento coherente. Cuando llego a Stark Tower pregunto a Joe si su jefe ha regresado, y me contesta que no.

—Muy bien —le digo—, pues lo esperaré en el ático. Cuando lo vea dígale que la señorita Fairchild quiere verlo sin falta.

Joe parece un tanto sorprendido, pero me encamino hacia el ascensor y lo dejo para que llame a las oficinas y transmita mis exigencias al siempre eficiente personal de Damien.

El ascensor que se abre no es el mismo en el que subí con Carl y los chicos, sino el privado de Stark, pero como me siento fuerte y con el control de la situación doy por hecho que Sylvia lo ha enviado. Sí, Stark va a enterarse de lo que pienso.

Mi excesiva determinación se apaga un poco cuando las puertas del ascensor no se abren en las oficinas, sino en el apartamento. De repente me siento un poco intimidada.

Sopeso la posibilidad de permanecer en la cabina y apretar el botón de la alarma hasta que se abran las puertas del lado contrario, pero no me decido así que salgo y respiro hondo. La cabina se cierra tras de mí.

Mi respiración se acelera, me vuelvo y pulso el botón de llamada. Me siento repentina y extrañamente nerviosa.

Las puertas no se abren.

Según parece voy a tener que quedarme aquí hasta que Stark regrese.

«Muy bien. No hay problema».

Ya he estado antes en este sitio, de manera que entro y cojo una Coca-Cola light de la nevera que hay detrás del bar. Me la llevo a la sala de estar e intento sentarme y esperar tranquilamente, pero no aguanto mucho rato y al poco estoy caminando arriba y abajo, demasiado enfadada y nerviosa para estarme quieta.

Sé que no debería, pero empiezo a husmear el apartamento. Bien pensado ¿por qué no debería? Stark sabe un montón de cosas de mí. Como mínimo quiero saber qué aspecto tiene su dormitorio.

Cuando lo encuentro me llevo una sorpresa relativa. Se trata de una habitación sencilla. En una de las paredes destaca una cómoda con cajones de pulcro diseño. La otra la ocupa unas puertas francesas que dan al cuarto de baño. Como ya viene siendo habitual en Damien, la pared frente a la cama es un gran ventanal que domina el paisaje urbano de Los Ángeles.

A diferencia de la cama de la casa de Malibú, esta carece de barrotes. Es baja y sus sábanas son blancas. Hay una manta azul marino tendida sobre ellas, pero aparte de eso carece de colcha. También cuenta con dos almohadas en sus respectivas fundas blancas. Aunque no hay cabezal propiamente dicho, una parte de la pared está revestida de una madera que parece caoba oscura y que no solo crea el mismo efecto, sino que logra que la cama sea el centro de atención.

A pesar de que el dormitorio es sencillo y elegante, tiene un aire triste. Me da la impresión de que es como una máscara que revela solo lo que Damien quiere.

Me pregunto a qué mujeres habrá llevado allí y entonces me estremezco ligeramente porque no figuro entre ellas y en cierto sentido eso me hace especial.

—Nikki…

Doy un respingo. Estaba tan abstraída que no lo he oído entrar. Doy media vuelta para mirarlo. Está apoyado tranquilamente en la pared del pasillo. Viste traje, pero se ha quitado la chaqueta y la corbata y desabrochado el cuello de la camisa. Tiene un aspecto tremendamente sexy, y me dan ganas de abofetearlo por distraerme de mi propósito.

No digo nada y no tardo en ver un rictus de preocupación en su rostro.

—¿Va todo bien? ¿Qué ha pasado? —pregunta.

—¿Por qué no me dijiste que conocías a Bruce?

Arquea un poco las cejas. Mi pregunta parece haberlo sorprendido.

—¿Por qué tendría que habértelo dicho?

—¿Te estás quedando conmigo, Damien? ¡Mierda! Tú eres la razón de que me haya dado el trabajo.

—Mira, reconozco que moví algunos hilos para que Bruce supiera que estabas buscando empleo, pero eso es todo —contesta secamente—. Si has conseguido el trabajo se debe únicamente a que lo haces bien, a que tienes un excelente currículo y a que eres inteligente, trabajadora y te lo mereces.

Lo miro con la cabeza ladeada porque todo eso no es más que una sarta de mentiras.

—¿Cómo sabes tanto sobre mí? Supongo que será de verme posar desnuda y de follar conmigo, ¿no?

—Te veo como eres, Nikki.

—Ah, claro, será porque llevas mucho tiempo haciéndolo.

—¿De qué demonios estás hablando?

—De la fiesta de Evelyn, por ejemplo. Te fastidiaba tanto que fuera la ayudante de Carl que hiciste un repaso de mi currículo que ni yo habría podido hacer. ¿Cómo puede ser que supieras tanto de mí? Eran cosas que no figuraban en mi solicitud de la beca, así que ¿cómo, Damien?

—Porque he seguido tu trayectoria académica, he hablado con tus profesores y te he visto evolucionar.

—Pero… —Su franca confesión me ha desconcertado—. ¿Pero por qué?

No contesta.

—¿Por qué, Damien? —Percibo cierto miedo en mi voz.

—Porque te deseo —dice finalmente, y la pasión que hay en sus palabras me envuelve con tanta fuerza que el pánico se desvanece y debo hacer un esfuerzo para concentrarme—. Te deseo desde que te conocí en el desfile.

La cabeza me da vueltas.

—Pero ¿por qué no me dijiste nada entonces?

Su leve sonrisa es inescrutable.

—Puedo ser muy paciente cuando vale la pena esperar por un determinado objetivo.

—Yo… —No sé qué decir. Las preguntas se amontonan en mi cabeza. Me gustaría saber por qué está tan convencido de que soy algo especial, pero lo único que logro articular es—: ¿Por qué yo?

Su sonrisa se acentúa.

—Ya te lo dije, somos almas gemelas. Además, eres fuerte. En tu interior hay una fuerza y una seguridad que te hacen condenadamente sexy.

Evito sus ojos. Una vez más ha comprendido lo esencial de mi pregunta.

—¿No te has fijado en las cicatrices? —le digo—. No soy fuerte, ¡soy débil!

No puedo ignorar el miedo que me produce pensar que le gusto porque eso es lo que soy. Al fin y al cabo, Damien disfruta siendo quien lleva las riendas.

—¿Débil? —Me mira como si me hubiera vuelto loca—. ¡Y un cuerno! Tú no eres débil, Nikki. Eres fuerte, eres una superviviente. Cuando te estrecho en mis brazos noto tu fuerza. Es como tocar un cable de alta tensión.

Se acerca y me coge el rostro con las manos.

—Por eso me gustas, nena. Yo tampoco soy débil, ¿por qué iba a fijarme entonces en una mujer que lo fuera?

Me echo a temblar. Damien ve en mí lo que yo encuentro tan atractivo en él, fuerza, confianza, aptitud…

Pero ¿de verdad soy así? ¿No estará viendo la imagen que proyecto al mundo? ¿Y si esa Nikki también forma parte de mí?

—Sabes mucho de mí, pero yo en cambio casi no te conozco —contesto—. ¿Te das cuenta de que es la primera vez que veo tu dormitorio?

—No hay gran cosa que ver.

—Esa no es la cuestión. —Alzo la vista y veo que me mira fijamente a los ojos.

—Nikki, quiero saber que lo nuestro va bien.

Tengo que luchar para no asentir con la cabeza. Deseo desesperadamente que las cosas entre Damien y yo vayan bien, pero hará falta algo más que simples deseos.

—¿Lo intentarás? —pregunto—. ¿Intentarás compartir más cosas conmigo?

—He compartido contigo más que con ninguna otra mujer —contesta.

Recuerdo lo que me contó de su padre y de su carrera como tenista.

—Lo sé. Es solo que deseo saber más de ti. ¿Crees que tiene sentido? —No le digo que sé que guarda secretos del pasado y que es eso precisamente lo que me gustaría que compartiera conmigo. Hago un esfuerzo para sonreír—. A diferencia de otra gente carezco de los medios para averiguarlo por mi cuenta.

—Pensaba que contabas con Wikipedia —dice muy serio.

Pongo morritos, y se inclina para darme un beso en la nariz. Resulta juguetón y erótico y me doy cuenta de que mis miedos se han evaporado. ¿Los ha ahuyentado o simplemente no puedo pensar con claridad cuando lo tengo cerca de mí?

—Para mí no es fácil —dice con una intensidad que me sorprende—. Nunca antes me ha gustado compartir con nadie los entresijos de mi vida.

—¿Y ahora querrás? —Mis palabras son un susurro, como si temiera que pudieran acabar con toda esperanza.

Me acaricia la mejilla y me hace estremecer.

—Sí.

El alivio que me invade resulta de una fiereza sensual.

—Entonces ¿lo intentarás?

—Lo intentaré —afirma. Me coge de la mano y dice—: Ven conmigo.

Pongo mi mano en la suya y noto el cosquilleo habitual. Me conduce hasta la ventana y apoya mis palmas contra el cristal mientras me rodea la cintura por detrás con ambos brazo. La ciudad se abre ante mí en la creciente oscuridad.

—Nikki…

Su voz es grave y está cargada de una pasión a la que mi cuerpo responde automáticamente. Noto los pechos pesados y los pezones duros. Mi sexo se estremece entre mis muslos. Lo deseo. ¡Dios mío, cómo lo deseo!

—¿Por qué? —susurro—. ¿Por qué todo se viene abajo cuando estoy contigo?

—Porque no hay nada más —responde—. Nada salvo tú y yo.

Deja un brazo alrededor de mi cintura y con la otra mano recorre mi pierna y me levanta la falda y mi trasero desnudo se aprieta contra su pantalón. Noto su presión, noto su erección tensando un trozo de tela que sin duda vale más que mi coche.

—Por favor… —le digo. Lo quiero rápido y duro. Quiero sentir la pasión que arde entre los dos. Quiero que borre todas las dudas con las que he llegado hasta que no quede nada más que Damien y yo y el mundo de ahí fuera—. Por favor, fóllame.

—Oh, Nikki… —Su voz es un gruñido. Lo oigo manosear su pantalón. Noto que cambia de postura y después su erección de acero y terciopelo contra mi trasero desnudo—. Abre las piernas.

Obedezco. Mete dos dedos en mi sexo y me acaricia, me excita y hace que me retuerza. Pero eso no es lo que deseo. Lo deseo dentro de mí y lo quiero ya, así que se lo digo.

Me coge por las caderas y se sitúa. Me alzo de puntillas y después bajo mientras él me penetra, pero en esta posición no tengo ningún control. Todo es Damien empujando dentro de mí, embistiendo. Tengo las manos apoyadas en el cristal y con cada embestida me acerco más y más al negro vacío y nada salvo Damien me mantiene donde estoy.

Levanto una mano de la ventana y me acaricio el clítoris mientras Damien me llena.

—Así, nena, así —susurra.

Fuera está oscureciendo, y veo nuestros reflejos en el cristal. Lo miro a los ojos cuando alcanzo el orgasmo y me cierro con fuerza y lo obligo a salir y a entrar profundamente hasta que se corre dentro de mí.

La fuerza de mi orgasmo me hace jadear mientras sigo con el cuerpo arqueado hacia delante, con las caderas en alto, con el miembro de Damien todavía dentro de mí.

—Mira fuera y dime que ves —me susurra.

—El crepúsculo —contesto juguetonamente al tiempo que me vuelvo para mirarlo a los ojos una vez más.

Acerca su boca a mi oído y no hay nada juguetón en su tono cuando dice:

—Nunca, nena. Entre tú y yo el sol no se pone nunca.

—No, nunca —murmuro, sintiéndome a salvo y saciada.