Nunca más dudaré de Damien.
A las seis y media estoy completamente vestida. A las siete estoy tan excitada que me pregunto si un tanga así puede ser legal. En cualquier caso no es práctico. Cojo una botella de agua con gas y me instalo en el sofá con intención de leer; sin embargo, me limito a aplicarme la botella en la nuca para refrescarme porque las perlas me acarician al menor gesto y temo haberme derretido antes de que Damien pase a recogerme.
Y si no, infringiré una norma.
Lo malo es que el simple hecho de respirar me vuelve loca, maldita sea. Imagino la voz de Damien en mi oído mientras me susurra lo caliente que me estoy poniendo, que sabe el tormento que sufro, lo húmeda que estoy para él y que no tengo manera de aliviar el ansia que crece en mí.
Al cuerno con todo.
Llevo medias negras y liguero. Echo la cabeza hacia atrás en el sofá y dejo que mis dedos suban por mis muslos mientras imagino que son los Damien. Al fin y al cabo no es más que un engaño insignificante, y no hace falta que él lo sepa.
Los deslizo sobre las perlas pero no me toco. Solo el hilo que las une. Se mueve, igual que cuando camino, y la sensación es increíble, como si pequeñas descargas atravesaran mi cuerpo y me elevaran. Estoy tan húmeda que apenas puedo soportarlo. Imagino las manos de Damien en mis muslos mientras su boca deja un rastro de besos en mis piernas y noto la caricia de su lengua.
Dejo escapar un leve gemido de placer y… Me levanto de golpe sintiéndome culpable cuando oigo que llaman a la puerta.
—¡Ya voy! —grito sin que se me escape la ironía de mis palabras.
Me aliso la falda, respiro hondo con la esperanza de borrar todo rastro de placer en mi cara y ocultar mi secreto y corro a la puerta.
La abro y veo a Damien con su esmoquin. Está tan sexy que creo que voy a correrme allí mismo sin ayuda de perlas ni dedos, solo mirándolo a él.
—Estás impresionante —dice y hace un gesto con el dedo para que me dé la vuelta.
Obedezco y giro con impulso suficiente para que la falda violeta de mi vestido coja vuelo. Es un vestido antiguo que hace años que me gusta, ceñido en la cintura y con un escote marcado. Es provocador pero al mismo tiempo tiene cierta clase al estilo Grace Kelly. Hace que me sienta imponente con él, de modo que no me cuesta nada sonreír y aceptar el cumplido.
—Tú tampoco estás mal —le digo antes de que se incline sobre mí, me bese levemente en los labios y acaricie nada levemente mi trasero.
—Cuidado —le digo—. Un poco más de esto y no saldremos del apartamento.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué? —pregunta inocentemente.
Sonrío, cojo el bolso y me pongo de puntillas mientras me apoyo en su hombro para susurrarle al oído:
—Porque tu pequeño regalo me está poniendo tan caliente que solo pienso en tenerte dentro y en que me folles a tope.
Acto seguido me retiro sin dejar de sonreír. La expresión de inocencia ha desaparecido de su rostro.
Cierro la puerta y paso ante él muy ufana.
—¿Vienes? —le pregunto.
—Sí —masculla y me sigue.
Ha traído la limusina, y cuando veo el familiar asiento trasero se me hace un nudo en la garganta. Es posible que mis intentos por mantener la cabeza fría sean más inútiles de lo que creía.
Edward nos abre la puerta. Lo saludo con un gesto de cabeza y entro. Las perlas se mueven a mi compás, y aunque procuro mantener una expresión indiferente no puedo evitar que se me escape un leve gemido de placer cuando entro y me siento.
Damien toma asiento a mi lado y me apoya la mano en la rodilla.
—¿Ha dicho algo, señorita Fairchild?
—No, nada. —Carraspeo. De repente tengo la impresión de que hace mucho calor—. ¿Adónde vamos?
—A una función benéfica.
—¿Ah, sí? —No siento un especial interés. Lo que siento es una especial excitación. Hacer el papel de joven modosa puede ser divertido, pero se está convirtiendo en una tortura—. ¿Y no sería posible que simplemente les extendieras un cheque y nos fuéramos a tu casa, o a tu ático o lo hiciéramos aquí mismo? Aquí mismo estaría bien.
Lo que ha empezado como una sonrisa de los perfectos labios de Damien se convierte en una risa contenida. Pulsa un botón de la consola y levanta la pantalla que nos aísla de Edward.
—La verdad es que aquí me parece estupendo.
«Gracias a Dios».
—Creo que tiene algo que comunicarme, señorita Fairchild —dice mirándome con ojos seductores.
Me aparto ligeramente de él, pero las perlas hacen que no sea buena idea. Damien ve mi reacción y no puede reprimir una sonrisa. El muy canalla está disfrutando al verme sufrir.
—¿Y bien? —pregunta.
—No sé de qué me estás hablando.
Se acerca a mí, me coge la mano, la lleva hacia mis muslos y me levanta la falda hasta dejar al descubierto el elástico de mis medias.
—Creo habértelo dicho, pero cuando estás excitada resplandeces —susurra—. No sabes cómo me pone eso.
—Oh… —digo con un hilo de voz.
—¿Lo has hecho? —pregunta mientras guía mi mano más arriba hasta situarla en mi entrepierna—. ¿Te has tocado antes de que pasara a recogerte? —Empuja mi mano hasta mi sexo. Estoy húmeda de deseo. La pone sobre las perlas y me dobla los dedos mientras la mueve arriba y abajo—. ¿Jugaste con tu clítoris mientras pensabas en mí?
—Sí —murmuro mientras sigue controlando mis dedos.
—¿Y no leíste mi nota?
—Sí, la leí —gimo mientras su mano y la mía me acarician. Lo deseo con desesperación.
—Sí, ¿qué?
Procuro no sonreír.
—Sí, señor.
—¿Qué decía?
—Que no me tocara. —Lo miro a los ojos. La piel me arde, y el vestido se me pega al cuerpo por culpa del sudor que nuestra pasión ha provocado—. Que eso era tu privilegio.
—¿Y por qué es mi privilegio?
Lo deseo hasta tal punto que me cuesta hablar.
—Porque soy tuya.
—Exacto.
Me introduce dos dedos lentamente, y tengo que morderme los labios para no gritar mientras suplico en silencio para que me folle allí mismo.
Sin embargo no solo no me escucha, sino que retira su mano y la mía de debajo de la falda. Suelto un gemido.
—Ha infringido las normas, señorita Fairchild. ¿Sabe qué les ocurre a las jovencitas que se saltan las normas?
Muevo las caderas para que las perlas sigan el trabajo que hacían nuestras manos.
—Que son castigadas.
Observa mi contoneo.
—Creo que debería estarse quieta, señorita Fairchild.
—Damien… —suplico.
Se inclina sobre mí y desliza las manos por el corpiño de mi vestido. Sus dedos encuentran mis pezones, duros y erectos, y tira de ellos con la fuerza justa para no hacerme daño. Me invade una oleada de placer y contengo la respiración.
—¿Le gusta?
—Oh, sí…
Mantiene una mano en mi pecho mientras con la otra retira el palillo de carey que he utilizado para recogerme el cabello, y este cae en ondas sobre mis hombros. Lo coge entre sus dedos y aspira el aroma.
—Su pelo me vuelve loco —dice.
Entonces tira de él hacia atrás para obligarme a mirarlo. Su boca roza mis labios entreabiertos y dispuestos para que los bese, pero solo me está provocando, torturándome.
—Es usted tan cruel… —murmuro.
—De ningún modo —contesta mientras su boca me acaricia las mejillas y las sienes—. Dígame, señorita Fairchild, ¿qué castigo le parecería adecuado? ¿Qué habría que hacer con una jovencita que se porta mal y se toca cuando le han dicho que no debe hacerlo?
Recuerdo lo que me susurró la última vez que estuve en esta limusina, acerca de que iba a tener que castigarme, puede incluso que darme una zurra. En ese momento estaba jugando, pero en su voz había auténtico deseo y aquello me excitó todavía más.
Humedezco mis labios y lo miro a los ojos.
—Quizá debería darme unos azotes.
Sus ojos brillan de deseo.
—Joder, Nikki…
Me incorporo y me tiendo sobre sus piernas, con las caderas en su regazo. Levanto mi falda muy despacio. Las perlas del tanga asoman por mi trasero, y el encaje del liguero llega hasta mis medias. Aparte de eso, tengo las nalgas al aire.
—Adelante —susurro—. Castígueme.
Estoy más húmeda que nunca, y mi sexo palpita de expectación. Me cuesta creer que esté haciendo algo así.
Noto cómo su mano me acaricia las nalgas y cierro los ojos. Su contacto es increíble.
—¿Es esto lo que necesitas, Nikki? —pregunta.
Miro a Damien y veo una sombra de inquietud en su expresión de deseo. Pienso en mis cicatrices y en que le prometí que ya no necesitaba el dolor.
—No lo necesito, pero es lo que me apetece.
Veo como el rictus de preocupación se convierte en una sonrisa lasciva.
—En ese caso debo decir que ha sido usted una niña mala, señorita Fairchild.
Su voz hace que me estremezca.
—Sí, señor Stark.
Su mano me acaricia el trasero, pero de repente me da un fuerte azote. Grito más por la sorpresa que por el dolor. Me aprieta las nalgas con ambas manos y desliza los dedos entre ellas hasta que me encuentra húmeda y abierta para él. Introduce dos dedos y lo oigo gruñir de placer cuando mi vagina se contrae alrededor de ellos.
—Oh, nena… —murmura antes de retirarlos y darme otro azote.
Esta vez no me sobresalto, sino que contengo el aliento y cierro los ojos para imaginar cómo mis blancas nalgas enrojecen bajo el castigo.
—¿Le gusta, señorita Fairchild?
—Sí —confieso.
—Pues en ese caso dudo de que sea un castigo adecuado. —¡Paf!—. Pero a mí también me gusta.
¡Paf! ¡Paf!
No aguanto más, y no por el dolor, sino porque estoy tan excitada que si Damien no me folla inmediatamente voy a volverme loca.
Con el siguiente azote grito para que se detenga. Noto que vacila, seguramente porque no sabe si tenía intención de decir la contraseña. Aprovecho la ocasión para cambiar de postura, ponerme a horcajadas sobre él y bajar la cremallera de su pantalón.
—¡Fóllame! —exijo—. ¡Fóllame ya o no volverás a follar conmigo nunca más!
Se echa a reír. Me atrae hacia él y me besa con fuerza. Aparto las perlas y le cojo el miembro sin esperar más porque he llegado a un punto en que he perdido toda vergüenza. Me dejo caer sobre él y lo meto dentro de mí. Hago fuerza con las manos en el techo de la limusina para hundirlo hasta el fondo y empiezo a cabalgarlo mientras me sujeta por las caderas y todo desaparece salvo la sensación de placer, de Damien llenándome entera y mi escocido trasero rozando contra el fino tejido de su esmoquin.
—¡Caramba con esas perlas, Nikki! —exclama Damien, y no tengo más remedio que reírme en medio de la bruma de pasión.
También él se está llevando un interesante meneo. Sonrío cuando exploto y mis músculos se contraen, apretándolo, haciendo que se corra también. Me derrumbo sobre él, con los brazos apoyados en sus hombros mientras jadeamos a la vez, agotados y saciados.
—Lo tienes merecido —le susurro.
Se echa a reír, aún en mi interior.
Damien pulsa el botón del intercomunicador y ordena a Edward que dé vueltas a la manzana hasta que le indique lo contrario. Según parece habíamos llegado a la recepción.
Es curioso que no me diera cuenta.
Una vez nos hemos adecentado para que no parezca que hemos estado follando en la parte de atrás de una limusina, Damien le pide que nos deje en la puerta.
—Se te ha corrido el carmín —dice con aire divertido.
—Caramba, ¿cómo habrá sido?
Tengo un espejo y una barra de labios en el bolso, de modo que cojo una servilleta y me lo quito rápidamente antes de aplicarlo de nuevo. Estoy a punto de recogerme el cabello, pero Damien me lo impide.
—Déjalo así. Me parece muy sexy tal como te cae por los hombros.
Tiro el pasador y me ahueco el cabello mientras miro por la ventanilla hacia el Beverly Hills Hotel donde tiene lugar la recepción.
—No hay forma de saltársela, ¿verdad?
—Me temo que no.
Un botones nos abre la puerta. Damien me ayuda a salir y me guía dentro con la mano en mi cintura.
El hotel es impresionante. Está al abrigo de las colinas y es tan exclusivo que ni siquiera había oído hablar de él. El mostrador de recepción se encuentra en un edificio aparte. Cruzamos el suelo de terrazo hasta unas grandes puertas paneladas de cristal situadas en la parte de atrás donde nos espera un lujoso carrito de golf. Subimos y somos conducidos rápidamente hasta el edificio de eventos. Aprovecho el viaje para extasiarme con el hotel. Las habitaciones son bungalows individuales alejados de las zonas públicas pero están lo bastante cerca de ellas para que los huéspedes puedan ir paseando hasta la piscina o cualquiera de los restaurantes de cinco estrellas repartidos por los jardines.
El centro de convenciones se halla junto a la pista de tenis. Está rodeado de aves del paraíso y de palmeras que recuerdan a la California de los años veinte. No obstante el interior es menos tradicional y más del estilo de Beverly Hills. Las paredes son de madera clara, y el suelo es de piedra. Un acogedor bar domina una de las paredes, pero además hay otros dos cuyos ventanales dan a un patio de piedra donde arde un gran fuego. Varias mesas de juego ocupan el espacio intermedio. Desde donde nos encontramos, en la entrada, distingo ruletas, dados y blackjack.
Por todas partes hay camareros que pasean bandejas con comida y bebida. El sitio está lleno de gente que ríe, charla, juega y se divierte. El cartel que preside la entrada dice: «F. E. S. Cinco años, cinco millones de niños y creciendo».
—¿Qué es F. E. S.? —pregunto a Damien, pero entramos y no me oye.
—¿Te apetece jugar? —dice mientras detiene a una joven ataviada al estilo Las Vegas que lleva una máquina de cambiar dinero.
—Claro. ¿Cómo funciona?
—Compramos fichas y apostamos por los premios. El dinero va a parar a la fundación educativa.
Lo miro y de repente caigo en la cuenta de lo que significan las iniciales.
—La «ese» quiere decir Stark, Fundación Educativa Stark, ¿no?
—Es usted una mujer muy inteligente, señorita Fairchild.
Entrega a la chica dos billetes de cien dólares y los cambia por fichas.
—Tengo uno de veinte en el bolso.
—No pondré objeciones si quieres gastarlo porque es para una buena causa, pero es mejor que empecemos con esto. —Me entrega la mitad de las fichas—. ¿Por dónde quieres empezar?
Soy malísima al blackjack y no tengo ni idea de cómo se juega a los dados, de manera que me dirijo a la mesa de ruleta.
—Mi acompañante se siente con suerte esta noche —comenta Damien a la crupier, una pelirroja menuda que no parece tener ni dieciséis años.
—Si va de su brazo es que la tiene, señor Stark.
Al final resulta que el afortunado es Damien. Al cabo de media hora ha cuadruplicado nuestro dinero a pesar de mis esfuerzos por perderlo.
—Me rindo —digo finalmente mientras cojo una copa de manos de una camarera—. ¿Te apetece dar una vuelta?
—Desde luego.
Me ofrece su brazo y nos mezclamos con la gente.
—Tengo la impresión de que la crupier suspiraba por ti —comento.
Se detiene para mirarme.
—¿Ah, sí? ¿Por qué lo dices?
—Porque no dejaba de lanzarte miradas. De todas maneras no te hagas ilusiones. Es demasiado joven para ti.
—Lo cierto es que es mayor de lo que parece.
Lo miro, sorprendida.
—¿La conoces?
—Y tanto. Es una de las más brillantes beneficiarias de la fundación. Creció en un pueblucho de Nevada. Su madre se gastaba el dinero de su manutención en anfetas. En estos momentos Debbie estudia segundo año de química en la UCLA.
—Eso es fantástico. ¿Qué hace exactamente la fundación?
—Buscamos jóvenes especialmente dotados para las ciencias que, por la razón que sea, no tienen oportunidad de estudiar. La mayoría proviene de familias como la de Debbie, pero tenemos otros con sus propias limitaciones. Hay un joven tetrapléjico que creía que su sueño de ir a la universidad se había esfumado con el accidente que lo dejó paralizado, y en estos momentos está terminando su doctorado en el MIT.
Noto que los ojos se me llenan de lágrimas y le doy un beso en la mejilla.
—Disculpa un momento.
Me acerco a una de las chicas que venden fichas y le entrego mis veinte dólares. No es mucho, pero en ese momento no tengo más.
Damien me sonríe cuando regreso. No hace comentarios, pero me da un apretón en la mano.
Paseamos un rato entre la gente hasta que se detiene.
—He visto a alguien con quien me gustaría hablar en privado. ¿Te importa si te dejo un momento?
—Creo que podré soportarlo —contesto.
Deposita un rápido beso en mis labios y me quedo sola. No me importa, pero la verdad es que no conozco a nadie. Miro a mi alrededor en busca de alguna cara familiar y me llevo una alegría cuando reconozco a Ollie. Me dispongo a ir a su encuentro cuando veo que Damien se le acerca. Noto una punzada de miedo en la boca del estómago. ¿Para qué querrá Damien hablar con Ollie? No se me ocurre otra razón que los repetidos comentarios de mi amigo acerca de que Damien guarda cadáveres en el armario, pero no creo que se me haya escapado ningún comentario en ese sentido. ¿O sí?
De repente tengo miedo de haber hablado en sueños.
Pienso en la posibilidad de interrumpirlos, pero eso sería excesivamente neurótico, de modo que me obligo a caminar en dirección contraria. Sigo paseando un rato hasta que veo con alivio otra cara conocida: Blaine. Me ve al mismo tiempo que yo a él y abre los brazos. Acepto con gusto su entusiasta abrazo.
—He aquí mi modelo favorita.
—No me dijiste que vendrías. —Lo miro fijamente—. ¿Está Evelyn? ¿Es por eso que te mostraste tan reservado cuando mencioné lo de vernos?
—Me has pillado. —Alza la mano y hace un gesto.
Al cabo de un instante Evelyn se reúne con nosotros.
—Bueno —dice Blaine—, a Nikki ya la tengo muy vista, incluso demasiado, así que os dejo para que habléis.
Da un beso apasionado a Evelyn —y también un magreo a juzgar por sus protestas— y se aleja sin prisas mientras ella lo observa.
Me dispongo a hablar, pero Evelyn se me adelanta.
—Un momento, Texas, quiero contemplar las vistas. —Al cabo de un momento el trasero elegantemente vestido de Blaine desaparece entre el gentío, y ella se vuelve hacia mí con un suspiro—. Tengo casi sesenta años y estoy empezando a disfrutar del mejor sexo de mi vida. El mundo es injusto, te lo aseguro.
—También puede ser que el mundo te esté tratando especialmente bien, ¿no crees?
Evelyn se echa a reír.
—Vaya, ¡mira quién es la optimista! Tienes razón, Texas, me gusta como piensas.
Nunca me he considerado una persona especialmente optimista, pero quizá lo sea. La verdad es que esta mujer me cae muy bien.
—No hago más que oír cosas buenas de ti, jovencita —me dice—. Imagino que al final la noche acabó en plan comedia romántica ¿o acaso hablamos de un programa no apto para menores?
Noto que me ruborizo.
—Podría ser —reconozco.
—Me alegro por ti. En fin, por los dos. Ese muchacho… —aña de meneando la cabeza con gesto maternal.
—¿Qué? —Me gustaría sentarme con Evelyn y pedirle que me contara todo lo que sabe sobre Damien, pero por desgracia ese tipo de interrogatorios se considera poco elegante.
—He visto cómo te besaba. Lo hizo delicadamente, pero parecía dispuesto a devorarte.
Sus palabras son música para mis oídos.
—Normalmente es muy reservado —prosigue—, de manera que me parece maravilloso ver que se abre contigo.
—Lo es —contesto a pesar de que no sé de qué habla y me muero de curiosidad por averiguarlo.
¿Abriéndose conmigo? No estoy tan segura. Estoy empezando a descubrir que Damien es más reservado incluso de lo que yo pensaba y, si tengo en cuenta lo franca que he sido con él, la situación me produce una desagradable sensación. De todas maneras, me lo callo. Esta noche la Nikki social está en plena forma.
—Ha tenido que superar muchos momentos malos —comento con la esperanza de que Evelyn me dé una pista del oscuro pasado de Damien.
—Ahora comprenderás lo que quería decir cuando te hablaba de que era inescrutable. —Suspira—. Al final poco importa cuántas cosas hayas escondido bajo la alfombra, porque siempre vuelven para atormentarte. Es inevitable.
—Lo sé —miento.
«¿Qué será lo que esconde?»
—¿Lo ves? Por esto creo que le convienes. Hace un año habrían tenido que arrastrarlo a la fuerza para que asistiera a una recepción como esta, y en cambio esta noche se pasea contigo del brazo como si fuera el dueño del mundo.
—Bueno, es que casi lo es, ¿no?
—Cierto. Mierda, todavía no me he emborrachado lo suficiente. Ven, vamos a buscar a una de esas zorras flacuchas que llevan las bebidas.
La sigo porque quiero continuar hablando con ella y saber más, pero no tardamos en perdernos entre la multitud y vernos arrastradas a las conversaciones de los invitados.
Cuando Damien me localiza diez minutos después he perdido de vista a Evelyn y estoy hablando de las películas de Humphrey Bogart con un chaval que parece tener doce años pero que jura ser el director de las películas de terror del momento.
Gracias a Dios, Damien me lleva con él.
—¿Todo en orden entre ti y Ollie? —le pregunto.
Me lanza una mirada cortante y asiente, pero a continuación me acaricia con el pulgar el labio inferior, que últimamente se ha convertido en una de mis zonas erógenas.
—Me parece que necesito probar tu sabor —dice mientras tira de mi cabello para que alce el rostro hacia él.
Sin embargo en ese momento nos interrumpe un individuo alto, delgado y de cabello entrecano.
—¿Qué pasa, Charles? —lo saluda gélidamente Damien, y me da la impresión de que su frialdad se debe a algo más que a la simple interrupción.
—Tenemos que hablar —responde el desconocido y a continuación se vuelve hacia mí y se presenta—. Me llamo Charles Maynard. Lamento interrumpir de este modo.
—No pasa nada —contesto, porque no sé qué otra cosa decir.
Maynard se lleva a Damien aparte, y Ollie se acerca tan pronto me ve sola.
—Hola, quería hablar contigo.
—Pues llevo aquí toda la noche. —Me doy cuenta de lo poco amable de mi tono, pero no puedo evitarlo.
Ollie no parece notarlo o prefiere pasarlo por alto.
—Lo sé, pero quería estar un momento a solas contigo.
—¿Qué ocurre? —Estoy segura de que sueno exasperada, pero no deseo oír más comentarios crípticos acerca de lo poco que me conviene Damien.
—Solo quería decirte que lo siento, me refiero a lo de Jamie y yo. Fue una estupidez y…
Hago un gesto para interrumpirlo.
—Mira, los dos ya sois mayores, pero al mismo tiempo sois mis mejores amigos y os habéis liado. —Le cojo ambas manos—. No quiero estropear algo bueno, pero tampoco quiero estar en medio de ninguna manera.
—Lo sé, lo sé. Pero solo ha sido una aventura pasajera, una tontería que ya se ha acabado.
No sé si creerle, pero tampoco me apetece seguir hablando del asunto, así que cambio de conversación.
—¿Qué quería Damien cuando hablaba contigo?
—¡Ah, eso! —Retira las manos y las mete en los bolsillos—. Quería darme las gracias. Ya sabes, por haber estado a tu lado después de tu historia con Kurt.
No puedo evitar ruborizarme.
—Para mí fue muy importante, ya lo sabes.
—No tienes que darme las gracias. Ya sabes que haría cualquier cosa por ti.
Miro a mi alrededor y localizo a Damien.
—Es buen tío, Ollie. Espero que te estés dando cuenta.
—Claro —contesta, pero noto algo extraño en su voz.
—¿De qué se trata? —pregunto—. ¿Qué es lo que te preocupa tanto de Damien Stark? ¿Es toda esa mierda que el hermano de Sara Padgett intenta remover?
Deja escapar un suspiro, y sé que he dado en el clavo.
—Escucha, Nikki, Stark es famoso. No sale en las portadas de los periódicos, pero lo es. Y alrededor de los famosos siempre hay intrigas. Eric Padgett es el último al que se le ha ocurrido ver qué provecho puede sacarle.
Lo miro fijamente.
—Y ¿eso es lo que te preocupa tanto?
—Sí, claro. Oye, acabo de ver a una clienta y me gustaría hablar con ella.
Lo cojo por la muñeca.
—Espera un momento. ¿Qué me estás ocultando?
—Nada.
—Por Dios, Ollie, estás hablando conmigo.
—Está bien. —Se mesa el cabello y me coge del brazo para llevarme a un rincón—. Mira, tienes que creerme si te digo que no estaba seguro de decírtelo. Es posible que al final sea una tontería.
Hago un esfuerzo para guardar silencio y esperar.
—Quiero decir que parece un tío legal.
—Lo es, y ahora suéltalo de una vez.
Ollie asiente con la cabeza.
—Que esto no salga de aquí, ¿vale? Se trata de material confidencial entre cliente y abogado y me podrían despedir. Incluso podría perder la licencia.
Empiezo a ponerme nerviosa.
—Sí, vale.
—Está bien. No he trabajado directamente para Stark, pero oigo cosas. Rumores, impresiones, ya sabes.
—No, no lo sé.
—Mira Nikki, he oído a tantos colegas hablar de Stark que empecé a preocuparme por ti y cuando tuve la oportunidad hice algunas averiguaciones.
—¿Averiguaciones? ¿A qué te refieres?
—Jamie me contó lo que Damien te dijo en la fiesta de Evelyn, que habías rechazado Cal Tech y el MIT.
—Y ¿qué?
—¿Cómo podía saberlo? Esas oportunidades se te presentaron cuando saliste del instituto. No se puede decir que lo pusieras en tu solicitud de la beca.
Frunzo el ceño. Tiene razón.
—Sigue.
—Los archivos de Stark se guardan en una habitación cerrada, unos pisos más arriba. El acceso es sumamente restringido, pero Maynard necesitaba unos papeles con mucha urgencia, no para Stark sino para otro cliente, y me envió a buscarlos, así que aproveché la oportunidad.
—¿Qué hiciste?
—El bufete administra las becas, de modo que las solicitudes están allí. Busqué la tuya y le eché un vistazo.
—¿Y?
—No había ninguna mención del MIT ni de Cal Tech.
Me echo a reír.
—Ha sido todo un detalle por tu parte que pusieras en peligro tu carrera porque estás preocupado por mí, pero si me lo hubieras dicho te lo habría explicado. Guardo copias de todas mis solicitudes.
—Sí, pero lo que no sabes es que la tuya estaba marcada.
—¿Cómo, marcada?
Hace un gesto afirmativo.
—Sí, era la única. Comprobé todas las demás.
—¿Qué quieres decir con eso?
Menea la cabeza.
—No lo sé, pero por alguna razón te eligió.
—Vamos, Ollie, lamento que Damien no te caiga bien, pero no puedes decir esto en serio. ¿En mi expediente hay una marca? ¿Y qué? Puede que sea porque soy alérgica a la penicilina o porque era la más fotogénica de las solicitantes y querían hacer publicidad conmigo. ¡Yo qué sé! Ni siquiera sabes si fue Damien en persona quien marcó mi expediente. Puede que fuera tu jefe o algún colaborador a quien le gusta una antigua Miss DFW.
Su expresión se torna defensiva.
—Lo sé, lo sé. Ya te he dicho que no estaba seguro de que valiera la pena mencionarlo. De todas maneras, ¿no te parece raro? No solo tu expediente está marcado, sino que sabe todo tipo de detalles personales acerca de ti.
Niego con la cabeza.
—¿Detalles personales, dices? ¿Desde cuándo es un secreto de estado que me aceptaron en la universidad? Vamos, Ollie, tranquilízate.
Sin embargo no puedo evitar recordar que Damien sabía mi dirección y mi número de teléfono, por no hablar de mis preferencias de maquillaje; aunque todo ello tuviera una explicación bien sencilla.
—Mira, solo quiero que medites sobre lo que te acabo de contar. —Saluda a alguien con la mano y después me mira a los ojos—. ¿Me lo prometes?
No contesto, así que Ollie deja escapar un suspiro y se aleja entre el gentío. Me quedo en el rincón mientras intento poner en orden mis emociones. Me siento confundida, eso es evidente, y estoy empezando a enfadarme, pero no sé si con Ollie o con Damien.
Inquieta, salgo fuera. Un camino de piedra recorre el perímetro del edificio y lo sigo hasta que llego a las pistas de tenis. Me detengo un momento e imagino a un Damien joven, exuberante y feliz mientras juega en pos de la bola. Es una fantasía agradable y logra borrar de mi mente los últimos restos de angustia. Que Ollie se preocupe si quiere, yo no estoy dispuesta a hacerlo.
Noto que Damien está detrás de mí antes de haberlo oído siquiera. Es como si fuera tan poderoso que el aire se desplazara para abrirle paso. Me vuelvo y veo que me mira. Por un momento temo que se sienta molesto porque dejó bien claro que había terminado completamente con el tenis, y sin embargo aquí estoy yo. No obstante parece tranquilo y feliz. Se acerca, deposita un beso en mi frente y me coge el culo.
—Cuidado, chaval —le digo, y se echa a reír.
—¿Escondiéndote?
—Sí, y pensando.
—¿Sobre…?
—Sobre ti —confieso y señalo la pista—. Te imaginaba jugando.
Confío en que mi comentario no lo irrite.
—Supongo que me veías ganando el partido —dice secamente.
—Eso siempre —contesto con una sonrisa.
—Buena chica.
Acerca su boca a la mía y su beso es intenso y profundo. No toca ninguna zona íntima —su mano ha subido hasta mi espalda, y la otra me rodea el brazo— pero siento como si estuviera dentro de mí, llenándome y acariciándome.
Protesto cuando interrumpe el abrazo y da un paso atrás.
—Nos vemos dentro, señorita Fairchild.
—¿Has venido hasta aquí solo para provocarme? —pregunto alzando una ceja.
—He venido a decirte que dentro de quince minutos tengo que pronunciar un discurso. Si te apetece puedes entrar y acompañarme.
—¿Un discurso? No me lo perdería por nada. —Me vuelvo y contemplo la pista desierta y la noche que se despliega ante mí—. Enseguida entro. Quiero estar en compañía de las estrellas un poco más.
Me da un apretón en la mano y se aleja. Lo veo desaparecer tras el edificio. Suspiro y me doy cuenta de que en ese momento soy totalmente feliz. Las inquietudes de Ollie me parecen algo muy lejano.
Saboreo esa sensación un momento y doy media vuelta para volver a la recepción. Entonces veo que un individuo alto, con un fino bigote y un traje arrugado camina hacia mí. Apenas me fijo en él, pero cuando llega a mi altura sus palabras me desconciertan.
—¿Eres tú la que se está tirando Stark?
Me detengo en seco. Seguro que he oído mal.
—¿Cómo dice?
—¿Eres rica? Pues ve con cuidado porque te follará, te utilizará y cuando te tire como una colilla se habrá enriquecido a tu costa.
Tengo la boca seca, y las piernas me tiemblan. Noto sudor en las axilas. No sé quién es este individuo, pero sí que puede ser peligroso y que debo alejarme de él. Miro a mi alrededor y al otro lado del camino. Veo un cartel casi oculto entre las plantas que indica el lavabo de señoras.
—Con permiso…
Esquivo al desconocido y me dirijo a toda prisa hacia allí.
—¡Conozco los secretos de ese cabrón! —vocifera el hombre a mi espalda—. ¡Lo sé todo acerca de esos malditos cadáveres! ¿Crees que mi hermana es la única a la que ha jodido?
Eric Padgett. Tiene que ser Eric Padgett.
El corazón me late con furia cuando abro de golpe la puerta del lavabo de señoras. Las luces se encienden automáticamente y entro corriendo. Hay varios reservados, de manera que no es la clase de aseo que uno cerraría con llave. Sin embargo la puerta tiene un pestillo. Lo corro rápidamente y en ese instante las luces parpadean y se apagan.
Contengo el aliento mientras intento controlar el pánico que crece en mi interior.
«Tranquila, Nikki, tranquila».
Las luces se han apagado cuando he cerrado la puerta. Seguramente la idea es que cuando el vigilante cierra por fuera las luces se apagan solas.
«Por lo tanto, descorre el pestillo».
Lo intento, pero los dedos me tiemblan en la oscuridad. A pesar de que Padgett está fuera tengo que salir. Tengo que abrir esta puerta.
El pestillo no se mueve.
«No, no, no».
«Calma, calma, puedo resolver esta situación».
El pestillo apaga las luces, pero tiene que haber un interruptor en alguna parte. De lo contrario alguien podría quedar encerrado a oscuras. Mi caso lo demuestra con todos sus miedos y temblores.
Tanteo a ciegas alrededor de la puerta pero sin éxito. Mi respiración se convierte en un jadeo entrecortado.
«Detente y piensa».
«Sí, piensa».
«Mierda, he olvidado cómo se hace».
Respiro hondo. Al menos eso sé hacerlo, aunque no sin dificultades. Estoy muerta de miedo y deseo aporrear la puerta y gritar, pero Padgett está ahí fuera y me da más miedo incluso que la oscuridad.
«Bueno, quizá ya no esté».
Golpeo la puerta con el puño.
—¡Hola! ¿Hay alguien ahí?
Nada.
Golpeo una y otra vez y…
—¡Nikki!
—¿Damien?
—¡Mierda! ¿Te encuentras bien, nena?
Me siento tan mal que no sabría cómo explicarlo.
—Estoy bien —logro articular.
—La puerta no se abre. ¿Puedes descorrer el cerrojo?
—No. Está atascado.
Sin embargo, nada más decirlo, el mecanismo se abre entre mis dedos como una máquina bien engrasada. Damien abre en el acto, y no estoy segura de si viene hacia mí o si soy yo la que corre hacia él. Lo único que sé es que me arrojo a sus brazos mientras jadeo y me disculpo una y otra vez.
Espera a que me tranquilice y después me coge el rostro con ambas manos.
—No tienes que pedir disculpas —dice.
—Me alegro tanto de que hayas vuelto. ¿Por qué lo has hecho?
—Pensé que quizá te apetecería apostar un poco más antes del discurso —contesta y me entrega una ficha de cincuenta dólares.
Por alguna razón eso hace que me derrumbe.
—Era Padgett —digo apoyándome en su hombro.
—¿Qué? —Su tono refleja tanto enfado como alarma.
—No se presentó, pero estoy segura de que era él.
Se lo describo y le cuento lo que me dijo.
La expresión de Damien es de una dureza nunca vista. Me pone ante él y sus manos palpan todo mi cuerpo.
—¿Te ha hecho daño?
—No. —Mis miedos se esfuman ante su evidente disgusto y preocupación—. No, ni siquiera me amenazó, pero me dio un buen susto y por eso eché a correr.
—Si lo vuelves a ver, y me da igual si está a tres manzanas de distancia, me avisas, ¿vale?
—Sí, claro.
Me coge de la mano.
—Vamos. Pronunciaré mi discurso y después te llevaré a casa.
Lo sigo y me quedo de pie junto al estrado mientras una distinguida dama vestida de Chanel da las gracias a todos los asistentes por su presencia y generoso apoyo a la Fundación Educativa Stark. Acto seguido cede la palabra a Damien.
Todos los presentes prorrumpen en aplausos, incluida yo. Luego observo cómo el hombre que consume mis días y mis noches sube al estrado y escucho mientras habla con su poderosa voz sobre cómo ayudar a los niños. Cómo buscar a los que necesitan que les echen una mano. Cómo sacarlos del fango y darles la oportunidad de brillar.
Sus elocuentes palabras apagan los últimos rescoldos de mi miedo. Tengo lágrimas de orgullo en los ojos. Puede que este hombre tenga secretos y un armario lleno de cadáveres, pero en este momento estoy viendo su corazón y me gusta lo que veo.