—Te prometo que esta mañana estás espléndida —me dice un sonriente Blaine mientras estoy de pie con mi bata de seda roja y la luz de la mañana entra por la ventana—. ¿Crees que estás preparada? Podemos ir despacio si lo prefieres.
—Lo estoy, gracias. ¿Te ha explicado Damien mi reacción de ayer?
Pedí a Damien que le dijera que mi crisis había tenido tanto que ver con el hecho de posar como con lo que Blaine iba a pintar.
—Sí, y te diré exactamente lo que le contesté. Aparte de que tus cicatrices significan que te has autolesionado, no tengo nada en contra de que aparezcan en el cuadro. Con algunas modelos, especialmente con las profesionales, tengo la impresión de pintar algo demasiado perfecto. Siempre prefiero las cosas tal como son. De verdad, Nikki, te sacaré bien.
—Te creo.
Cambio de postura y apoyo una mano en el barrote de la cama mientras alargo la otra hacia los visillos.
—¿Algo así, quizá?
—No estoy seguro —dice Damien detrás de mí. Me coge por la cintura con ambas manos y me gira hacia la ventana—. ¿Y si ponemos un ventilador en la terraza para que los visillos ondeen al viento?
—En ese caso tendrás que volver a colgar los que arrancaste ayer —contesto con una sonrisa traviesa.
—¿Qué? —pregunta Blaine.
Damien se echa a reír.
—¿Tú qué opinas? —le pregunta directamente haciendo caso omiso de mi comentario acerca de los visillos.
—Tú eres el jefe.
—Y tú el artista.
Blaine arquea una ceja y me sonríe.
—Esto sí que es una novedad. Según Evelyn nuestro benefactor no acepta sugerencias de nadie.
—No estoy aceptando sugerencias —responde Damien—. Solo te pido tu opinión, pero no he dicho que fuera a hacerte caso.
Blaine me estudia y da una par de vueltas a mi alrededor. Entonces me desplaza unos centímetros a la izquierda y después a la derecha. Lo piensa mejor y me ladea.
Da unos pasos atrás y mira a Damien con expresión pensativa. Este se acerca, me mueve hacia delante y después me cambia de ángulo.
—A ver si os decidís —exclamo, porque empiezo a sentirme como el mueble que soy y al que pagan por serlo.
—La verdad es que me gusta así —dice Blaine—. No te muevas, Nikki. Creo que se me acaba de ocurrir una idea.
Me esfuerzo por no moverme mientras intento mirarlo con el rabillo del ojo.
—¿Qué te parecería un reflejo? —pregunta Blaine a Damien y pasa junto a mí antes de que este tenga tiempo de contestar—. Te juro que esto va a quedar increíble. —Empuja uno de los ventanales y deja la pared completamente abierta salvo por el panel que tengo delante—. ¿Ves lo que quiero decir? ¿Tengo razón o no?
Vuelve al enorme lienzo que tiene apoyado contra la mesa, cambia de postura, como si buscara algo y señala.
—Ahí lo tienes. Su reflejo en el cristal, la brisa y la mujer mirando hacia el mar. Quedará impresionante.
—¿Y su cara? —pregunta Damien.
—Oculta. Seguramente mirará hacia abajo. En cuanto al reflejo no se verá, no será nada gráfico. Confía en mí. Es perfecto.
—Me gusta —dice Damien—. ¿Y a ti, Nikki?
Me obligo a no darme la vuelta para mirarlo, no fuera a estropear la composición.
—¿Puedo opinar? —digo en tono jovial—. Creía que solo era la esclava de turno.
—Eso de esclava me gusta —dice Damien entrando en mi campo de visión—. Sí, quiero ese reflejo. Quiero tanto de ella como puedas pintar. Esta mañana no he tenido bastante.
Las mejillas me arden porque se trata de una broma entre Damien y yo. Cuando Blaine ha llamado a la puerta estábamos en la ducha, y no precisamente enjabonándonos. Yo me disponía a completar mi desayuno de fruta y queso con una buena ración de Damien, pero la llegada del artista puso fin a todo eso y me temo que dejó a Damien un tanto malhumorado.
Sonrío dulcemente.
—Oye, hoy es martes. ¿No se suponía que ibas a estar fuera de la ciudad?
Recuerdo que Carl me dijo que la reunión que estaba prevista para el martes se adelantaba al sábado porque Damien iba a salir de viaje ese día.
Me mira con expresión inexpresiva y dice:
—No. Hoy tenía previsto pasar el día en la oficina.
—Ah…
Tardo unos segundos en comprender la situación: Damien quería verme lo antes posible y mintió a Carl para conseguirlo.
—Creo que alguien acaba de infringir una norma —le digo—. Nada de mentiras.
Su sonrisa es traviesa.
—Nunca dije que esa norma me concerniera.
Blaine se echa a reír y yo también, pero una parte de mí se estremece.
«Nunca dije que esa norma me concerniera».
Sé que está bromeando, pero al mismo tiempo estoy segura de que dice en serio que esa regla no le concierne. ¿Me ha estado mintiendo Damien, no de modo consciente sino simplemente porque cree que puede o porque a veces resulta más cómodo?
Pienso en las preguntas que ha evitado, en las veces que ha cambiado de conversación. ¿Se comporta como el clásico hombre, silencioso y reservado? ¿Sencillamente es inescrutable?
¿O acaso oculta algo?
Recuerdo lo que dijo Evelyn acerca de que no podía culpar a Damien por ser tan reservado —y puede que otras cosas también— teniendo en cuenta su difícil juventud.
Pienso en el Damien que me ha abrazado y besado, que ha reído y bromeado conmigo. He conocido la faceta risueña de Stark, algo que la mayoría de la gente no ha visto, pero me pregunto si todavía me falta por ver su lado oscuro.
—¡Eh, rubia!
La voz de Blaine me saca de mi ensimismamiento. Me hace un gesto para que cambie de postura otra vez. Obedezco y por fin, ¡por fin!, consigo adoptar la pose perfecta para él.
Damien se acerca y deposita un beso en mi frente.
—Hasta la noche —me dice—. Tengo reuniones todo el día, pero te enviaré un mensaje de texto con los detalles. Edward te llevará a casa cuando quieras.
—Podría quedármela todo el día —dice Blaine—. Es una modelo fabulosa.
—¿Todo el día? —gimo. Apenas he empezado a posar y ya noto calambres.
—Solo he dicho que podría —aclara Blaine—. Creo que don empresario aquí presente me pondrá de patas en la calle si te retengo demasiado tiempo.
—Puedes estar seguro —contesta Damien—. Tengo planes para ella —añade bajando la voz, una voz que me envuelve y me hace cosquillas en todo tipo de sitios interesantes.
—Así, muy bien —dice Blaine—. Me encanta ese rubor de tus mejillas.
No puedo mover un músculo, pero por dentro ardo de rabia cuando Damien se marcha y ríe por lo bajo mientras desciende por la escalera de mármol.
A partir de ese momento Blaine se convierte en un torbellino de actividad. Está en constante movimiento, observando, bocetando, dándome órdenes y ajustando luces. A pesar de la naturaleza abiertamente erótica de su trabajo resulta divertido trabajar con él, y carece de malicia.
—Evelyn tiene muchas ganas de verte —dice cuando finalmente da por terminada la sesión—. Quiere que le cuentes todo sobre Damien.
Me vuelvo a poner la bata y me la ciño con el cinto.
—¿De verdad? No sé por qué me parece que es ella la que conoce todos los chismes que circulan sobre Damien y sobre casi todo el mundo.
—Creo que has calado a mi esposa.
—La verdad es que tengo que llamarla —reconozco—. A mí también me apetece verla. Quizá podríamos reunirnos mañana.
Blaine me mira mal y menea la cabeza.
—Anda, lárgate de aquí, rubia. Estás alterando mi concentración.
—Oh…
Por un momento me pregunto si habré dicho algo inadecuado, pero quizá se trata solamente de una demostración de temperamento artístico por parte de Blaine.
—¿Seguro que puedo irme? No sé cómo vas a pintarme si no estoy aquí para posar.
—Te sorprendería saber lo mucho que se puede pintar sin tener al modelo delante. —Me hace un gesto con el pincel para que me vaya—. Anda, márchate. Seguramente Edward se habrá muerto de aburrimiento.
—¿Me está esperando fuera? —pregunto.
Había dado por hecho que tenía que llamarlo o algo parecido.
Me visto rápidamente, cojo mis cosas y corro hacia la escalera no sin antes desenfundar la Leica y hacer unas cuantas fotos del salón, del cuadro apenas empezado y de Blaine.
—Estas cosas no me ocurren a menudo —le digo—, de modo que quiero que quede constancia.
—Sí, conozco la sensación —responde.
Edward no parece en absoluto molesto por mi tardanza. Al parecer lo que más le gusta es sentarse en el Town Car y escuchar audiolibros.
—La semana pasada fue Tom Clancy —me comenta—. Esta toca Stephen King.
Durante el trayecto de vuelta desde Malibú a Studio City Edward escucha su libro; y yo, mis pensamientos. O al menos lo intento. Tengo tantas cosas en la cabeza… Damien, mi búsqueda de trabajo, Damien, el cuadro, Damien, el millón de dólares, Damien, Jamie y Ollie… Y claro está, Damien.
Me recuesto en el asiento, medio dormitando y medio pensando, y antes de que me haya dado cuenta Edward ha detenido el coche frente a mi apartamento y se dispone a abrirme la puerta.
—Gracias por el viaje —le digo al bajar.
—Ha sido un placer. El señor Stark me ha dicho que le diera esto y le dijera que es para esta noche.
Me entrega una caja de cartón blanca envuelta con una cinta del mismo color. La cojo y me sorprende comprobar que no pesa nada.
Siento curiosidad por ver lo que contiene, pero aún más por saber cuáles son mis perspectivas de trabajo; así que nada más entrar en mi habitación dejo la caja en la cama, enciendo el ordenador y abro mi currículo. Aunque pueda parecer paranoica no quiero llamara Thom, mi cazatalentos, sin tenerlo delante. ¿Qué pasaría si se le ocurriera preguntarme la fecha concreta en que puse a la venta una de mis aplicaciones? ¿Y si necesita saber el título del trabajo de investigación que presenté en la universidad hace dos años? ¿Y si quiere que cambie la letra y se lo vuelva a enviar?
Tan pronto como he impreso una copia marco el teléfono personal de Thom.
—Sé que solo hace un día que recibiste mi currículo —le digo—, pero quería saber si habías tenido respuesta.
—Tengo un cliente, y parece más que interesado.
—¿De verdad? —De repente me viene a la mente la imagen de Damien preguntándome por qué no trabajo para él—. Un momento, ¿de quién se trata?
—Es una empresa llamada Innovative Resources. ¿Te suena?
—No —admito con alivio—. ¿Qué quieren?
Lo estoy pasando estupendamente dejándome llevar por mi fantasía con Damien; pero si bien las vendas para los ojos me gustan en la cama, no creo que en una relación profesional esté dispuesta a soportar la misma clase de control.
—Desean concertar una entrevista. Andan cortos de personal y están sobrepasados. Les gustaría verte mañana por la tarde en sus oficinas. ¿Puedes ir?
—Desde luego —contesto, convencida de que a Blaine no le importará.
Si concierto una cita a las dos tendré tiempo para una sesión completa con él. Después podré volver al apartamento para cambiarme y todavía me quedará margen para presentarme en Innovative.
Thom me promete que organizará la reunión y que me enviará información sobre la empresa para que pueda ir preparada. Cuelgo el teléfono, dejo a un lado mi actitud profesional y salgo al salón dando saltos de alegría. Llamo a la puerta de Jamie, pero no está, de modo que me voy con mi alegría a la cocina y abro una lata de Coca-Cola light para celebrarlo. Incluso busco en mi rincón secreto del congelador y saco el Milky Way helado que escondo tras las cajas caducadas de comida preparada.
«Maravilloso».
Cuando regreso a mi cuarto con la barrita de chocolate entre los dientes veo que el Monet sigue apoyado en el suelo, junto a la mesa de la cocina. Jamie me prometió que me ayudaría a colgarlo, pero no hemos logrado concretar más. Sea como sea, quiero tenerlo en mi cuarto, de modo que lo cojo y lo llevo al dormitorio. Le hago un sitio en mi tocador y lo apoyo contra el espejo. Así, cada vez que me mire en él me veré junto a una puesta de sol impresionista. Bien pensado no es mala idea.
Entonces veo el reflejo de la caja blanca que me ha dado Edward. Dijo que era para esta noche. Me doy la vuelta, la cojo y la agito un poco.
Corto la cinta con unas tijeras y levanto la tapa. Dentro hay una tela de encaje y una ristra de perlas. Las contemplo un momento, perpleja. Paso el dedo bajo las perlas, las alzo y veo que forman un todo con el encaje.
«Bragas».
Un tanga, para ser más concreto. Y de perlas.
Lo dejo sobre la almohada y cojo el móvil. Seguramente Damien estará comprando medio universo, pero le envío un mensaje de todos modos:
Regalo recibido. Muy bonito. No sé si cómodo.
Su respuesta llega en el acto:
Eso lo dice la chica a la que le duelen los tacones.
Frunzo el entrecejo y tecleo rápidamente con los pulgares.
Bien visto, pero esperaba más sentido común de un hombre capaz de comprar mundos enteros.
Imagino fácilmente su sonrisa cuando leo su respuesta.
Confía en mí. Seguro que te parece muy agradable. ¿Has leído la tarjeta?
¿Qué? Mi respuesta es sencilla:
¿?
Debajo del tanga. Lee y sigue las instrucciones. No infrinjas las normas.
Un momento después añade:
Tengo que comprar unos cuantos mundos. Hasta la noche.
Me echo a reír. Tiro el móvil encima de la cama y cojo la caja mientras sonrío como una boba. Efectivamente, encuentro la tarjeta bajo el papel de seda. La leo y alzo el tanga de nuevo. Acaricio las perlas y mi respiración se vuelve entrecortada, mi escote se perla de sudor y una oleada de calor invade mi cuerpo.
Cierro los ojos y vuelvo a leer las palabras de Damien: