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«Damien Stark es el Santo Grial». Eso es lo que Carl me había dicho aquella noche, justo después de: «Caramba, Nikki, qué sexy estás».

Creo que esperaba que me ruborizara, sonriera y le diera las gracias por sus amables palabras, pero como no lo hice, carraspeó y fue al grano.

—Supongo que sabes quién es Stark, ¿no?

—Ya has visto mi currículo —le recordé—. ¿Te has olvidado de la beca?

Durante cuatro de los cinco años que pasé en la Universidad de Texas tuve la suerte de ser la beneficiaria de una de las becas de Stark International, y cada semestre ese dinero marcó la diferencia entre el todo y la nada. De todas maneras, con beca o sin ella, hay que ser de otro planeta para no conocer al individuo en cuestión. A sus treinta años, el solitario campeón de tenis ha reunido los millones ganados en premios y patrocinios y se ha reinventado a sí mismo. Su fama de tenista no ha tardado en quedar eclipsada por su nueva faceta de emprendedor. El vasto imperio de Stark genera millones todos los años.

—Claro, claro —contestó Carl, distraído—. Bueno, el martes el Equipo Abril hará su presentación ante Stark Applied Technology.

En C-Squared, todos los equipos de producto llevan el nombre de un mes. No obstante, y a pesar de que tiene veintitrés empleados, la empresa todavía no ha echado mano de los meses de otoño e invierno.

—Eso es fantástico —le dije de corazón.

Tanto los inventores como los desarrolladores de software y los propietarios de nuevos negocios están dispuestos a todo con tal de lograr una entrevista con Damien Stark. El hecho de que Carl hubiera conseguido semejante cita era la prueba definitiva de que mis esfuerzos por conseguir el trabajo habían valido la pena.

—Es increíble —ratificó Carl—. Vamos a enseñarle la versión beta del software de entrenamiento en 3D. Brian y David vendrán conmigo —añadió.

Se refería a los dos especialistas de software que habían escrito la mayor parte del código del producto. Si tenía en cuenta sus aplicaciones a todo lo relacionado con el deporte y el interés de Stark Applied Technology en la medicina deportiva y el entrenamiento, no me quedaba más remedio que reconocer que Carl se disponía a lanzar otro producto ganador.

—Quiero que nos acompañes a la reunión —me dijo, y logré evitar el ridículo que hubiera supuesto alzar el puño en señal de victoria—. Tenemos concertada una entrevista con Preston Rhodes. ¿Sabes quién es?

—No.

—Claro, nadie lo sabe porque Preston Rhodes es un don nadie.

Así que después de todo Carl no había conseguido un encuentro con Stark. No obstante yo tenía la sensación de saber adónde nos llevaba nuestra charla.

—A ver, Nikki, una adivinanza: ¿cómo se las arregla un genio en alza como yo para conseguir una cita en persona con un pez gordo como Damien Stark?

—Haciendo contactos —contesté.

No había sido una estudiante de matrículas de honor por nada.

—Y para eso precisamente te he contratado —dijo mientras se daba golpecitos en la sien y sus ojos recorrían mi vestido hasta detenerse en el escote.

Al menos no fue tan grosero como para decir abiertamente que confiaba en que esa noche sería mi escote —y no su producto— el que lograría interesar a Stark lo suficiente para que asistiera personalmente a la reunión. Con sinceridad, yo no creía que mis chicas estuvieran a la altura: soy atractiva, pero mi belleza es más del tipo «chica de la puerta de al lado», la clásica novia de Norteamérica. Además, me consta que a Stark le gustan las supermodelos de pasarela.

Tuve ocasión de comprobarlo hace seis años, cuando él todavía jugaba a tenis y yo seguía persiguiendo trofeos de belleza. Era el famoso de turno que había sido elegido para formar parte del jurado del concurso de Miss Tri-County Texas. Aunque apenas cruzamos cuatro palabras durante la recepción, el encuentro se grabó a fuego en mi memoria.

Me encontraba de pie ante el bufet, mirando fijamente las porciones de pastel de queso mientras me preguntaba si mi madre lo notaría en el caso de que me atreviera a comer solo una, cuando Damien Stark se acercó con esa especie de seguridad en sí mismo que hace parecer arrogantes a muchos hombres, pero que en su caso lo volvía endemoniadamente sexy. Me miró, miró los pasteles y cogió dos. Se los metió en la boca, los masticó, los tragó y me sonrió. Sus curiosos ojos —uno de color ámbar y el otro casi negro— parecían brillar de satisfacción.

Intenté pensar en algo ingenioso que decir, pero fracasé miserablemente; así que me quedé allí, con una sonrisa estúpida mientras me preguntaba si un beso suyo me proporcionaría «todo el sabor y cero calorías».

Se acercó, y mi respiración comenzó a acelerarse.

—Creo que somos almas gemelas, señorita Fairchild.

—¿Perdón?

¿Se refería al pastel de queso? ¡Por Dios, esperaba no haber parecido envidiosa cuando se los había comido! Me moría solo de pensarlo.

—Me refiero a que ninguno de los dos desea estar aquí —explicó.

Ladeó la cabeza en dirección a la salida de emergencia más cercana, y de repente me sobrevino la imagen de Stark cogiéndome de la mano y sacándome de allí. La claridad de ese pensamiento me asustó. Sin embargo, tener la certeza de que me iría con él sin pensarlo no me asustó en absoluto.

—Esto… yo… —farfullé.

Sus ojos sonrieron. Iba a decir algo, pero no llegué a saber qué era porque entonces Carmela D’Amato hizo su espectacular entrada y lo cogió del brazo.

—Damie, cariño —dijo con un acento italiano tan intenso como su negro cabello ondulado—, nos tenemos que ir. Andiamo.

Nunca he sido aficionada a las revistas del corazón, pero no es fácil sustraerse al cotilleo sobre los famosos cuando se frecuentan los desfiles de belleza; así que había visto los titulares y las fotos que emparejaban al tenista famoso con la supermodelo italiana.

—Señorita Fairchild… —Se despidió con un ademán de cabeza y dio media vuelta para acompañar a Carmela a través de la multitud. Los observé alejarse y me consolé con la idea de haber visto en sus ojos cierta expresión de disgusto al marcharse. Disgusto y resignación.

Naturalmente, no lo había. ¿Por qué tenía que haberlo? Sin embargo, aquella pequeña fantasía me hizo soportable el resto del desfile.

En cualquier caso no le había comentado una palabra de aquel encuentro a Carl. Algunas cosas es mejor llevarlas con discreción. Incluyendo lo impaciente que estoy por encontrarme de nuevo con Damien Stark.

—Venga, Texas —dice Evelyn arrancándome de mi ensoñación—. Vamos a decirle hola.

Noto un golpecito en el hombro, me vuelvo y veo que Carl está detrás de mí. Tiene la sonrisa de quien acaba de echar un polvo, pero yo sé que no es por eso. Sencillamente está aturdido ante la posibilidad de hallarse cerca de Stark.

Bueno, yo también.

La gente se ha movido y oculta a mi hombre. Todavía no lo he visto de cara, solo de perfil, y ahora mismo ni eso. Evelyn va delante y se abre paso a pesar de que tiene que detenerse de vez en cuando a saludar a sus invitados. Mientras continuamos caminando un hombre de pecho prominente, vestido con una chaqueta de cuadros, se aparta y nos deja ver nuevamente a Damien Stark.

Me parece incluso más impresionante que hace seis años. La impetuosidad de la juventud ha sido sustituida por la confianza que aporta la madurez. Es Jasón, es Hércules, es Perseo, una figura tan fuerte, bella y heroica que sin duda debe tener sangre de dioses en las venas. De lo contrario ¿cómo podría existir en este mundo un ser tan exquisito? Su rostro es un conjunto de líneas marcadas y ángulos que dan la impresión de haber sido esculpidos por la luz y la sombra. Lo dotan de una belleza de rasgos clásicos y al mismo tiempo único en su especie. Su pelo negro absorbe la luz igual que el ala de un cuervo, pero es mucho menos suave. Se diría que lo tiene revuelto por el viento, como si hubiera pasado el día en el mar.

Un cabello contrasta con el pantalón cortado a medida y la impecable camisa blanca, lo que le confiere un aspecto de informal elegancia. No sorprende que sea capaz de sentirse igual de cómodo en una pista de tenis o en una reunión de accionistas.

Sus peculiares ojos llaman mi atención. Parecen tensos, peligrosos y llenos de oscuras promesas. Pero lo más importante es que me observan. Me siguen a medida que me acerco a él.

Experimento una extraña sensación de déjà vu cuando cruzo el salón sintiéndome plenamente consciente de mi cuerpo, de mi postura, de cada uno de mis pasos. Es absurdo, pero me siento como si estuviera desfilando de nuevo.

Mantengo la vista al frente y evito mirarlo a los ojos. Me incomoda el nerviosismo que parece haberse apoderado de mí y tener la sensación de que es capaz de ver bajo la armadura que llevo encima de mi pequeño vestido negro.

Un paso y después otro.

No puedo evitarlo y lo miro. Nuestros ojos se encuentran, y siento como si me faltara el aire. Mi vieja fantasía se está haciendo realidad y me siento completamente perdida. La sensación de déjà vu se desvanece y solo queda este preciso instante, eléctrico y poderoso. Sensual.

Es como si estuviera flotando, pero no, estoy aquí, con el suelo bajo los pies, rodeada de paredes y con los ojos de Damien Stark clavados en los míos. Veo ardor y propósito. Después no veo sino un deseo salvaje y primitivo, tan intenso que temo que me haga añicos con su empuje.

Carl me coge por el codo y me ayuda a mantener el equilibrio. Solo entonces me doy cuenta de que he trastabillado.

—¿Te encuentras bien?

—Son los zapatos nuevos, gracias.

Vuelvo a mirar a Stark, pero sus ojos se han vuelto inexpresivos. Su boca es una delgada línea. Fuera lo que fuese —y no dejo de preguntarme qué demonios habrá podido ser—, el momento ha pasado.

Cuando llegamos junto a él estoy casi convencida de que ha sido una jugarreta de mi imaginación.

A duras penas oigo las palabras de Evelyn cuando presenta a Carl. Soy la siguiente. Carl me pone la mano en el hombro y me empuja suavemente hacia delante. La noto sudada y pegajosa en mi piel desnuda y tengo que hacer un esfuerzo para no quitármela de encima.

—Nikki es la nueva ayudante de Carl —dice Evelyn.

Extiendo la mano.

—Nikki Fairchild. Es un placer.

No menciono que ya nos conocemos. No me parece el momento adecuado para recordarle que en una ocasión desfilé ante él en traje de baño.

Stark me saluda con un frío «señorita Fairchild…» y hace caso omiso de la mano que le tiendo.

Siento un nudo en el estómago, y no sé si es por los nervios, por la decepción o por enfado. Stark mira a Carl y a Evelyn, pero evita claramente mis ojos.

—Disculpadme, pero debo atender un asunto urgente —les dice antes de desaparecer entre la multitud con la misma facilidad con la que un mago se desvanece en una nube de humo.

—Pero ¿qué demonios…? —pregunta Carl.

Por una vez Evelyn no dice palabra y se limita a mirarme con perplejidad mientras sus expresivos labios se fruncen en una mueca.

De todas maneras no necesito palabras para saber lo que está pensando. Puedo ver claramente que se pregunta lo mismo que yo: ¿qué ha ocurrido?

Y algo más importante aún: ¿qué demonios he hecho mal?