Tengo los brazos estirados por encima de la cabeza, y las muñecas atadas por algo suave pero resistente. Mi cuerpo desnudo se halla tendido sobre seda fresca. No puedo mover las piernas.
Aunque mis ojos están cerrados sé qué me ata: una cinta roja enroscada alrededor de mis muñecas y anudada con fuerza en mis tobillos. Forcejeo, pero no tengo adónde ir; y en realidad no deseo escapar.
Algo frío roza mi pezón erecto, y me arqueo de sorpresa y placer.
—Chis… —Su voz parece envolverme como una caricia.
—Por favor… —susurro.
Él no responde, pero me asalta de nuevo un dulce escalofrío. Sin embargo, esta vez no lo retira. Se trata de un cubito de hielo con el que recorre mis pezones y el escote. Noto las gotas deslizándose entre mis pechos a medida que el hielo se derrite. Traza figuras con el hielo goteante pero sin que sus manos me toquen. Solo noto algo helado y duro que se derrite al contacto con mi piel.
—Por favor… —susurro mientras me arqueo de nuevo. Deseo más, pero mis ligaduras me retienen.
—Eres mía —me dice.
Abro los ojos porque necesito ver su rostro, pero alrededor de mí todo es grisáceo y borroso. Me encuentro perdida en un mundo imaginario.
Soy la joven del cuadro, excitada y exhibida para que todo el mundo pueda verme.
—Mía —repite.
Su cuerpo es una mancha difusa sobre mí.
Sus manos en mis pechos son fuertes y encallecidas, pero al mismo tiempo tan suaves que deseo gritar. Las desliza hacia abajo y recorre cada centímetro de mi cuerpo mientras resigue el contorno de mis senos, de mi caja torácica, de mi vientre. Me tenso cuando se acerca a mi pubis, repentinamente asustada, pero alza las manos y las vuelve a poner en mis muslos. Ese contacto me hace tocar el cielo y me pierdo y floto mientras bailo en una bruma de placer.
Pero en ese momento sus manos cambian de posición. Me coge las rodillas y abre suavemente mis piernas. Entonces, despacio, muy despacio, las desliza por el interior de mis muslos.
Me tenso porque ya no se trata de un baile de placer sino de un angustioso torbellino. Intento zafarme, pero estoy atrapada, y él se está acercando a mis secretos. A mis cicatrices.
Sigo forcejeando. Tengo que escapar. Las sirenas de alarma suenan en la habitación como apremiantes bocinazos.
—¿… despierta?
La voz de Jamie me arranca bruscamente del sueño.
—¿Qué? Lo siento, ¿qué?
Mi móvil suena con fuerza en la mesita de noche, y Jamie grita desde el otro lado de la puerta.
—¡Pregunto si estás despierta, porque si lo estás será mejor que cojas el maldito teléfono!
Me siento como si me hubieran dado una paliza, pero veo el nombre de Carl en la pantalla y me apresuro a descolgar. Sin embargo llego demasiado tarde, y se conecta el buzón de voz.
Dejo escapar un gruñido, me siento en la cama y me estiro mientras pongo los pies en el suelo. Miro la hora en el móvil. Las malditas seis y media.
«No puede ser. ¿Ha amanecido ya?»
Me dispongo a devolver la llamada a Carl cuando el teléfono vuelve a sonar y el nombre de mi jefe parpadea en la pantalla igual que un anuncio de neón.
—Estoy aquí —respondo—. Ahora iba a llamarte.
—¡Por Dios, Fairchild! ¿Dónde te has metido?
—Pero si casi ni ha amanecido. Estaba en la cama.
—Vale, pues ya puedes venirte porque tenemos un montón de trabajo que hacer. No consigo que el puñetero PowerPoint funcione como es debido, tenemos que imprimir un montón de PDF con las características del producto y preparar varios kits con todo para Stark y sus ejecutivos. Te necesito aquí ¡ya!, eso suponiendo que anoche no le arrancaras la firma de nuestro contrato, ¿o me vas a decir que la llamada que te hizo anoche no fue por negocios?
En la última pregunta hay un tono lascivo que no me gusta nada, pero al menos sé cómo consiguió Stark mi dirección y mi número de teléfono.
—Me llamó para cerciorarse de que había llegado a casa sana y salva —miento—. Pero la próxima vez te agradecería que no dieras mi número a nadie sin consultármelo primero.
—Sí, vale. Ahora vístete y ven. Saldremos del despacho a la una y media para ir a ver a Stark.
Frunzo el entrecejo porque C-Squared ocupa una esquina del piso dieciocho del Logan Bank Building, y Stark Tower se encuentra a la vuelta de la esquina. De hecho, ambos edificios comparten un jardín interior y el aparcamiento subterráneo.
—¿La reunión no es a las dos? Un caracol podría llegar en media hora, así que supongo que nosotros podemos conseguirlo en cinco minutos.
—No quiero dejar nada al azar —responde Carl.
Sé que es mejor no discutir.
—Está bien. Llegaré en menos de una hora.
Jamie me mira mientras corro a la cocina para meter un bagel en la tostadora.
—¿El jefe se desmanda?
—A lo grande —respondo mientras acaricio a Lady Miau-Miau, que se enrosca entre mis tobillos—. Y encima se pone borde porque Stark me pidió anoche que me quedara.
—Bueno, si no recuerdo mal volviste en su limusina.
La fulmino con la mirada y decido darme una ducha mientras el bagel se tuesta. Al pasar por el comedor me fijo en el ramo de flores y suspiro. Naturalmente, Jamie tiene razón.
Dejo que el agua salga lo bastante caliente para enrojecerme la piel, luego me meto en la ducha y me encojo mientras las primeras gotas azotan mi cuerpo, pero enseguida me relajo bajo el efecto del calor. Cierro los ojos y dejo que el agua fluya sobre mí. Tengo la sensación de que debería estar enfadada conmigo misma por haber permitido que anoche la situación se descontrolara, pero no logro convencerme. Resulta evidente que no fue lo más prudente que he hecho en mi vida, pero ya soy mayorcita, y Stark también; además, entre nosotros hubo compenetración y consentimiento. En cualquier caso no es asunto de Carl.
Y todo esto estaría muy bien si no tuviera que reunirme hoy con Stark; o mejor dicho, con él y con mi jefe. Uno es un cretino lascivo, y en cuanto al otro me temo que va a distraerme y a conseguir que me olvide de mis objetivos.
¿Y si me enseña disimuladamente mis bragas?
«Ya basta».
No puedo seguir pensando en eso o me volveré loca, de modo que me concentro en acabar de ducharme y en vestirme. Elijo una falda negra, una blusa blanca y una chaqueta a juego. Nada de traje, porque es sábado y porque trabajo en un área técnica. Unos vaqueros estarían tan a la última como siempre, pero no puedo presentarme en una reunión de trabajo en vaqueros. Los zapatos son un problema porque todavía me duelen los pies. De todas maneras consigo calzarme mis zapatos de salón negros favoritos. Me aplico un ligero maquillaje, me recojo el pelo en una cola de caballo y voilà, vestida y lista en quince minutos. Creo que es mi récord.
Cojo el bolso y mi bagel, pero descarto la crema de queso. Con un poco de suerte se me caerá y pasaré todo el día con una mancha cremosa y blanca en mi falda. Digo adiós a Jamie a gritos y salgo por la puerta.
Me detengo en el acto porque acabo de pisar un gran sobre de papel Manila que alguien ha dejado en el felpudo. Lo recojo. No pesa y abulta lo mínimo. Deben de ser papeles o algo parecido. Le doy la vuelta y veo que tiene mi nombre escrito junto con el sello de un servicio de mensajería local. Alzo los ojos al cielo.
«Carl».
Me dirijo a mi coche con el sobre bajo el brazo. Si quiero llegar a tiempo tendré que leerlo en los semáforos. Mi entretenimiento habitual durante el trayecto son las noticias, pero ese día no me apetecen, de manera que cuando enfilo por Ventura Boulevard dejo que la radio haga un barrido por las emisoras evangélicas, las tertulias y la música rap. Necesito una radio nueva, de las que llevan un conector para el iPod. Al final el aparato capta una emisora de canciones antiguas y, cuando me incorporo a la 101, canturreo con Mick mientras canta «(I can’t Get No) Satisfaction». Sonrío para mis adentros. Al menos anoche, yo sí.
Han transcurrido exactamente cuarenta y siete minutos desde que Carl me llamó cuando aparco el coche en mi plaza situada en un alejado rincón del aparcamiento subterráneo, lo cual significa que seguramente habré batido algún récord de velocidad de Los Ángeles. De todas maneras no me apeo enseguida porque todavía no he abierto el sobre. Si se trata de algo relacionado con la presentación, Carl esperará que me sepa todos los detalles de memoria.
Meto el dedo por debajo de la solapa, lo abro y vuelco el contenido del sobre. Un ejemplar de Forbes cae en mi regazo, y me doy cuenta de que sonrío traviesamente. Lleva una nota sujeta con un clip. «Le dije que era tenaz. Lea y aprenda». No está firmada, pero que lleve impreso el membrete de Damien Stark es una pista más que suficiente.
Todavía sonrío cuando guardo el ejemplar en mi amplio bolso. Conque es tenaz, ¿no? Sin duda, pero eso no cambia mi decisión. Tal como le dije a Jamie, no puedo permitir que esta historia siga adelante.
Sin embargo eso no significa que el gesto no me conmueva. No solo se ha acordado de un comentario hecho de pasada durante nuestra conversación en la fiesta, sino que se ha molestado en enviarme la revista a mi casa.
—¿Por qué sonríes? —me pregunta Carl cuando empujo la puerta de cristal y entro en la sala de reuniones con aspecto de pecera que constituye el corazón de C-Squared. De todas maneras mi respuesta no le interesa. Me mira de arriba abajo, asiente y añade—: Bien, muy bien. Tienes un aspecto de lo más profesional. Sí, te daría mi pasta, así que no estropees la presentación.
—No lo haré —contesto, aliviada porque no mencione la noche anterior, a Damien ni sus llamadas a altas horas.
Carl vibra con la energía de un abogado criminalista que se dispone a comparecer en el juicio del siglo. Su sistema de trabajo es digno de admiración y en el escaso tiempo que ha tenido desde el día anterior ha rehecho por completo el perfil de nuestra presentación.
Le hago un montón de preguntas y otras tantas sugerencias y él, en lugar de ponerse en plan capullo, responde con aire pensativo, acepta mis propuestas cuando le parecen sensatas y se toma la molestia de explicarme por qué rechaza las demás.
Tengo la sensación de estar en el paraíso. He revisado lo suficiente las especificaciones del programa de modelaje en 3D para saber que podría ser un miembro valioso del equipo técnico, incluso su líder. Pero mi objetivo no es ser líder de equipo, ni siquiera director. Quiero ser Carl. Qué demonios, quiero ser Damien Stark. Y para llegar a eso necesito saber cómo se monta una presentación impactante, y ser capaz de procurarme financiación para cualquiera de los proyectos en los que llevo entreteniéndome desde mi último año en la Te.
Dentro de poco voy a tener la oportunidad de ver a dos emprendedores en acción: a Carl, que casi siempre consigue financiación para los proyectos que decide lanzar; y a Damien Stark, que nunca ha dado su visto bueno a un proyecto sin que después este superara sus expectativas y lo hiciera millonario tanto a él como a la empresa contratada.
La mesa de reuniones está llena de papeles, tabletas electrónicas, y ordenadores portátiles. Mientras el resto del equipo va de un lado a otro, Brian y Dave, los dos programadores principales que han trabajado con Carl para desarrollar el software, trabajan contra reloj simulando todo tipo de combinaciones para afinar la presentación.
Carl camina arriba y abajo sin quitar ojo a nadie.
—Vamos a hacer esto como Dios manda —dice—. Nada de pifias, nada de meter la pata. Quiero que todo vaya como la seda. —Se vuelve hacia David—. Encarga unos cuantos sándwiches para comer, pero juro por Dios que si alguien se presenta en la reunión con una mancha de mostaza en la camisa lo despido en el acto, ¿entendido?
A la una y media en punto, Carl, Brian, Dave y yo recogemos nuestras cosas y nos dirigimos al ascensor sin el menor rastro de mostaza en nuestras prendas. Carl no para de moverse durante el descenso de los dieciocho pisos y se mira tantas veces en las paredes de espejo que me siento tentada de decirle que parece una novia el día de su boda. Por suerte mantengo la boca cerrada.
Naturalmente, nada más cruzar el patio y entrar en la ultramoderna Stark Tower soy yo la que no deja de moverse. El nerviosismo me afecta a tantos y tan distintos niveles que me cuesta poner en orden mis pensamientos. Por un lado está el cosquilleo evidente de ver otra vez a Stark; luego está el miedo a lo que este pueda decir durante la reunión, aunque no sea necesariamente algo sugestivo. Dios no quiera que pronuncie la palabra «teléfono» o «hielo» porque me descolocaría del todo.
Consigo dejar de preocuparme lo suficiente para firmar ante el mostrador de seguridad, que se parece más a una consola estilizada y funcional. Hay dos guardias sentados detrás, y uno de ellos teclea algo en el ordenador mientras el otro coge nuestros carnets de conducir y los escanea.
—Ya está —nos dice el vigilante en cuya placa de identificación se lee el nombre de «Joe»—. Pueden subir al ático —añade mientras nos entrega nuestras acreditaciones de visitantes.
—¿El ático? —repite Carl—. Se supone que nuestra reunión es en Stark Applied Technology.
La empresa es una de las muchas que Stark tiene en el edificio. Empresas de tecnología, fundaciones benéficas, compañías que se dedican a cosas que ni siquiera logro imaginar… Miro el directorio que aparece en la consola y comprendo que todas ellas están relacionadas con Stark International de un modo u otro. En otras palabras, que pertenecen a Damien Stark. Sea cual sea la idea que me he hecho hasta este momento estaba equivocada: no alcanzo a abarcar el poder y la riqueza que el señor Damien Stark acumula.
—Sí —dice Joe—, pero los sábados al señor Stark le gusta despachar en la sala de reuniones de la última planta. Tienen que subir del todo. Pueden utilizar los ascensores del fondo. Aquí tienen sus pases para acceder al ático.
Mi nerviosismo regresa en el ascensor, y esta vez no solo se debe a volver a ver a Damien, sino también a la presentación. Me aferro a esto último. Los nervios por cuestiones de trabajo son mucho mejores que los relativos al sexo.
Llegamos al ático con rapidez, tal como Joe nos ha dicho. Carl y yo nos encontramos cerca de las puertas del ascensor cuando estas se abren. Brian y Dave están detrás de nosotros y arrastran las maletas con ruedas donde llevamos los materiales de la presentación. Al principio no puedo sino quedarme donde estoy y contemplar boquiabierta un vestíbulo que resulta impresionante y cómodo al mismo tiempo.
Un gran ventanal, que ocupa toda una pared, ofrece unas magníficas vistas de las colinas de Pasadena. El resto de las paredes están cubiertas por al menos una docena de cuadros impresionistas enmarcados de manera que la vista se centre en la obra y no en el envoltorio. Cada uno cuenta con su propia iluminación y entre todos ellos presentan un conjunto de paisajes y escenas de naturaleza: verdes campos, lagos centelleantes, vibrantes puestas de sol y cordilleras impresionantes.
Las pinturas consiguen que la pulcra recepción resulte acogedora, lo mismo que el pequeño bar-cafetería que hay en un rincón y que invita a los visitantes a que se sirvan ellos mismos y se pongan cómodos en los sofás de cuero negro. Una selección de revistas que abarca temas que van desde el deporte hasta la ciencia y de las finanzas al cotilleo de famosos cubre la mesa de centro. Me pregunto si Stark dispone de una recepcionista especial para los fines de semana cuando una joven alta, esbelta y morena aparece en el pasillo que se abre a la izquierda. Nos sonríe y nos muestra unos dientes perfectos.
—Buenos días, señor Rosenfeld —dice mientras le tiende la mano a Carl—. Soy la señorita Peters, la ayudante del señor Stark durante los fines de semana. Quiero darle la bienvenida a usted y a los miembros de su equipo al ático. El señor Stark está impaciente por ver su presentación.
—Gracias —responde Carl, que parece ligeramente intimidado.
Detrás de mí, Brian y David organizan un ruido de pies que se mueven y roce de ropa. En su caso no hay duda de que están ligeramente impresionados.
La señorita Peters nos conduce por el espacioso pasillo de la derecha hasta una sala de reuniones tan grande que incluso podría albergar los entrenamientos de un equipo de la NFL. Es entonces cuando me doy cuenta de que las oficinas del ático ocupan la mitad de la planta. El ascensor sube por el centro del edificio, y el ala donde nos encontramos tiene forma rectangular, con la recepción en medio, la sala a un lado y el despacho de Stark al otro.
Eso significa que detrás de nosotros hay media planta más. ¿Estará ocupada por otras oficinas de Stark o habrá alquilado el espacio?
No sé por qué siento tanta curiosidad, pero el caso es que no puedo contenerme y pregunto a la señorita Peters por la distribución del ático.
—Tiene razón —me dice—. La zona de oficinas del ático solo ocupa la mitad del piso. El resto constituye una de las residencias del señor Stark. La llamamos el Tower Apartment.
—Ah —respondo mientras me pregunto cuántas residencias tendrá, pero no digo nada más porque ya he sido bastante fisgona.
La señorita Peters nos señala el bar empotrado en la pared.
—Podrán encontrar lo que deseen. Sírvanse a su gusto: zumos de frutas, café, agua, refrescos. Si necesitan aplacar los nervios encontrarán algo más fuerte.
Esto último lo dice con una sonrisa y en clave de humor, pero la verdad es que en estos momentos me parece que un bourbon doble a palo seco sería lo más apropiado.
—Los dejo para que se organicen —prosigue—. Si necesitan cualquier cosa no duden en llamarme. El señor Stark se encuentra ocupado atendiendo una llamada. Estará con ustedes dentro de diez minutos.
Resulta que son doce. Doce largos minutos durante los cuales alterno entre trabajar febrilmente para montar la presentación y angustiarme por cómo reaccionaré cuando lo vea de nuevo.
Al cabo de doce minutos Stark hace su aparición en la sala con paso firme. Nada más entrar, el ambiente cambia. Está en su territorio y, aunque no dice una palabra, desprende tal aire de poder y autoridad que los dos ejecutivos que lo acompañan parecen meros comparsas. Todos sus gestos son controlados, todas sus miradas tienen una finalidad. No cabe la menor duda de que Stark está al mando, y siento un indiscutible orgullo porque este hombre excepcional no solo me haya deseado sino que me haya tocado tan íntimamente.
Lleva vaqueros y una americana marrón sobre una camisa azul claro con el botón del cuello desabrochado. Me pregunto si se habrá vestido de esa manera para hacer que sus invitados se sientan más cómodos y rápidamente confirmo que así es. Me resulta imposible imaginar que Stark haga algo sin tener en cuenta lo que supone.
—Gracias por reunirse aquí conmigo. Los fines de semana me gusta trabajar en el ático. El cambio de ritmo me recuerda que es hora de aflojar un poco.
Se vuelve y nos presenta a sus ejecutivos. Uno es Preston Rhodes, el nuevo responsable de adquisiciones; el otro, Mac Talbot, un nuevo miembro del departamento de compras. A continuación, Stark estrecha la mano de David y Brian y cruza unas pocas palabras con ellos. Siguen estando nerviosos, pero tengo la impresión de que Stark los ha tranquilizado lo suficiente para que ninguno de ellos estropee la presentación dándole a la tecla equivocada con un dedo tembloroso.
A continuación me da la bienvenida y se muestra correcto, educado y profesional. No obstante, cuando retira la mano, su dedo se curva y me acaricia ligeramente la palma de la mano. Puede que sea mi imaginación, pero decido interpretarlo en el sentido de que es consciente de lo ocurrido anoche pero que esta tarde lo importante es la presentación.
Y todo con ese simple gesto. Sonrío y mientras ocupo mi asiento me doy cuenta de que estoy mucho más tranquila. Ignoro si era su intención, pero su caricia me ha sosegado.
Por último estrecha la mano de Carl y lo saluda como si fueran viejos amigos. Hablan sobre discos de vinilo antiguos —al parecer Carl los colecciona—, del tiempo y del tráfico en la 405. Su intención es evidente, está haciendo que mi jefe se sienta a gusto, pero lo hace con tanta habilidad que no puedo evitar admirar su técnica. Al fin Stark se sienta a la mesa de reuniones, pero no en la cabecera, sino enfrente de mí con las piernas estiradas. Hace un gesto a Carl para que ocupe la silla principal y le pide que empiece cuando quiera.
He visto la presentación tantas veces que me olvido de ella y me concentro en las reacciones de nuestro anfitrión. La tecnología es realmente impresionante. Analiza las filmaciones de los atletas mediante una serie de algoritmos creados por nosotros que traducen los movimientos anatómicos en una serie de datos espaciales. Las estadísticas de cada deportista se superponen a los datos y entonces, teniendo en cuenta la estructura corporal y las medidas del sujeto, el software proporciona una serie de sugerencias para que este mejore su rendimiento. Sin embargo, lo revolucionario es que dichas sugerencias se muestran en forma holográfica, de modo que los atletas y sus entrenadores pueden ver dónde aplicar los ajustes necesarios para la mejora.
Todos los artículos que he leído acerca de Stark mencionan lo brillante que es, pero hoy tengo la oportunidad de ver esa inteligencia en acción. Formula las preguntas oportunas tanto desde el punto de vista teórico como del aplicado a la mercadotecnia o a las ventas. Cuando Carl habla sin parar en lugar de dejar que el producto hable por sí mismo, Stark lo hace callar con tanto tacto que dudo que mi jefe se haya dado cuenta. Es directo y va al grano, es eficiente sin ser rudo, es firme sin darse aires de superioridad. Es posible que Stark haya amasado su fortuna en las pistas de tenis, pero al observarlo no me cabe duda de que lleva los negocios y la ciencia en la sangre.
Nos pregunta a todos, incluyendo a Brian y a Dave, que lo miran boquiabiertos y farfullan pero logran responder de forma inteligible bajo el tranquilo pero firme control con el que conduce la conversación.
A continuación se vuelve hacia mí y me hace una pregunta técnica sobre una de las ecuaciones clave del algoritmo principal. Veo a Carl con el rabillo del ojo y estoy segura de que está a punto de sufrir un ataque al corazón. La pregunta cae claramente fuera del ámbito de mi trabajo, pero he hecho mis deberes y utilizo la pizarra blanca para mostrar a Stark los fundamentos matemáticos de la ecuación. Voy incluso un poco más lejos y respondo a las consecuencias de unos cuantos ajustes hipotéticos que Stark plantea. Carl suspira aliviado en la cabecera de la mesa.
Salta a la vista que he impresionado a mi jefe, pero lo más satisfactorio es que también he impresionado a Stark. No puedo decir que la satisfacción alcance los niveles de la noche anterior, pero se acerca bastante.
Cuando la reunión toca a su fin veo claramente que Carl tiene que hacer un esfuerzo para representar el papel de profesional frío y tranquilo. Sabe perfectamente que todo ha ido a pedir de boca. Stark está interesado en el producto e impresionado por el equipo. En este negocio las cosas no suelen ir mejor.
Nos disponemos a iniciar la ronda de apretones de manos como despedida cuando la señorita Peters entra con su expresión de pulcra eficiencia.
—Lamento interrumpir, señor Stark, pero me dijo que le avisara si el señor Padgett volvía al edificio.
—¿Está aquí ahora?
Veo que la expresión de Stark deja de ser tranquila y relajada y se convierte en dura y peligrosa.
—Seguridad acaba de llamar. Supongo que deseará hablar con ellos.
Stark asiente y después se vuelve hacia nosotros.
—Me temo que tendrán que disculparme. Hay una situación que requiere mi atención. La semana que viene nos pondremos en contacto. —Se vuelve hacia la señorita Peters—. ¿Querrá hacer el favor de acompañar a nuestros invitados?
—Desde luego, señor.
Sus ojos se cruzan con los míos, pero son inescrutables. A continuación abandona la sala de reuniones y desaparece por el pasillo. La sensación de abandono que me produce su partida me sorprende, pero me despido de sus colegas y centro mi atención en ayudar a Brian a recoger el material de la presentación, temerosa de que alguno de los presentes sea capaz de leer mi expresión.
Cuando la señorita Peters nos deja en el ascensor y las puertas se cierran por completo, Carl da tal brinco de alegría que no puedo evitar reír.
—Ha sido fantástico —les digo—. Gracias a todos por darme la oportunidad de participar.
Carl extiende los brazos en un gesto de magnanimidad.
—Somos un equipo y todos lo hemos hecho genial.
Las puertas del ascensor se abren en el vestíbulo, y Carl rodea con los brazos a Brian y David, que intentan caminar con su jefe mientras arrastran las maletas. Estoy a punto de apiadarme de ellos cuando oigo que alguien me llama.
Alzo la vista y veo que Joe, el guardia de seguridad hace gestos para que me acerque mientras habla por teléfono.
—¿Sí? —pregunto cuando llego al mostrador.
Joe levanta un dedo en señal de «un momento». Miro como me observa Carl de soslayo con expresión de no comprender nada. Me encojo de hombros con un gesto de impotencia porque tampoco sé qué está pensando.
Joe dice algo que no acabo de entender y cuelga.
—Perdone, señorita Fairchild, pero la reclaman arriba.
—¿Arriba?
—Sí, en el ático. El señor Stark quiere verla.
Veo que Brian y Dave intercambian un codazo a mis espaldas. Estupendo. Al parecer Carl ha compartido sus sospechas con el personal. Incluso es posible que mañana circule un memorando interno.
—Ahora no puedo —le digo al guardia—. Me espera una reunión con mi equipo.
—El señor Stark ha insistido mucho.
Seguro que sí. Una desagradable sensación se apodera de mí. He pasado toda mi vida aguantando que me dijeran exactamente dónde debía estar y cómo debía colocarme, lo que tenía que hacer y cuándo. Cierro el puño derecho con fuerza y me obligo a sonreír a Joe.
—Estoy segura de que el señor Stark encontrará algo con lo que entretenerse el resto de la tarde. Pero si tiene la bondad de llamarme a mi despacho estaré encantada de hacerle un hueco en mi agenda para la semana que viene.
Joe me mira con ojos como platos y con la mandíbula desencajada, como si fuera de goma. Intuyo que es la primera vez que ocurre algo parecido. La gente no suele decir no a Damien Stark.
Echo los hombros hacia atrás, satisfecha con esta nueva Nikki.
—Qué tal si nos vamos —digo a Carl y a los muchachos.
Mi jefe me mira con expresión dubitativa.
—Quizá deberías…
—No —lo interrumpo—. Si Stark desea hablar del proyecto podemos subir todos.
Oigo a lo lejos la campanilla del ascensor, y el sonido no hace sino reforzar mi decisión.
—¿Y si quiere verte por algo que no está relacionado con el proyecto? —me pregunta Carl mirándome fijamente.
Le devuelvo la mirada con la misma frialdad.
—En ese caso no necesita verme, ¿verdad?
Me mantengo en mis trece y desafío a Carl a que me obligue a subir. Ya hizo algo parecido durante la fiesta, pero si repite el intento en el vestíbulo la cosa se va a poner fea.
—De acuerdo —dice al cabo de un rato—. Vámonos, el champán nos espera.
Joe no ha dejado de observarnos con aprensión y cuando ve que nos dirigimos hacia la salida se pone aún más nervioso.
—Espere. Tengo que llamar al señor Stark. La está esperando arriba.
—Tranquilo, Joe. No pasa nada.
Reconozco la voz antes de ver a la persona. Es Stark, naturalmente, que acaba de salir del ascensor con aire tranquilo e imperturbable. El solo hecho de verlo hace que me ponga en guardia. Es como un acto reflejo entre el enfrentamiento y la huida. Tratándose de Stark yo diría que hay un poco de ambas cosas.
Pasa delante del mostrador de seguridad y estrecha la mano del bueno de Joe y de su compañero antes de seguir caminando hacia Carl y los chicos.
—Señorita Fairchild —dice y logra que en sus labios mi nombre suene decadente y suave—, mi decorador acaba de enviarme unas fotos de los cuadros de unos artistas locales. Confiaba en que usted me ayudaría a elegir algunas.
—¿Anoche no encontró nada que le gustara? —le pregunta Carl.
—Yo no diría eso —responde Stark sin dejar de mirarme—, pero sigo sin estar satisfecho.
Por suerte Carl está mirando a Stark, de lo contrario se habría dado cuenta de que me he puesto como un tomate.
—Les pido disculpas por no haberles avisado. Seguramente iban a reunirse, ¿no? De todas maneras me gustaría terminar lo que empezamos.
La boca se me seca cuando oigo esas palabras.
—No teníamos nada pensado —miente Carl—. Es sábado. Solo me resta felicitar a mis colaboradores por un trabajo bien hecho y desearles un buen fin de semana.
—En ese caso no le molestará que le prive nuevamente de la señorita Fairchild.
Da un paso hacia mí y tal como sucede siempre con Stark noto que el aire que nos separa se carga de electricidad.
—En absoluto —responde Carl—. Seguro que le será de gran ayuda.
Esto último lo dice en un tono que no me gusta nada, pero teniendo en cuenta que voy a aceptar la invitación de Stark y no volveré con mis colegas, no puedo quejarme.
Sí, a pesar de mi anterior determinación estoy dispuesta a subir al ático con Stark.
¿Por qué? Por la forma en que el aire se ha encendido entre nosotros.
Por la manera en que mi piel se estremece en su sola presencia.
Porque ha bajado al vestíbulo y me lo ha pedido abiertamente.
Y finalmente porque, si bien es cierto que desea un pedazo de mi culo, lo único que hoy va a conseguir es un pedazo de mi mente.