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Otro descubrimiento

Fred Nunzio me presenta a su acompañante, Rick Chrebet, de la policía de la ciudad. Forman una curiosa pareja: Nunzio es un tipo bajo y gordo, alegre y confiado, que lleva el negro cabello peinado hacia atrás. El escuálido Chrebet anda escaso tanto de pelo como de expresividad: sus modales son lo bastante distantes para que entren ganas de confesar cualquier cosa con tal de llamar su atención. Sus dientes son blancos y regulares; sus labios, descoloridos; y su mandíbula, belicosa. Tiene los ojos claros, hundidos y apagados. Con una extraña sensación de déjà vu, los conduzco al soleado salón que nunca usamos salvo cuando se presentan visitas. Al otro lado del vestíbulo, Bentley sigue con su juego, ajeno al súbito desamparo de su padre e indiferente a los visitantes. Puede que haya heredado de mí cierta tendencia a la introspección, porque nunca demuestra curiosidad por los desconocidos.

—No le ocuparemos mucho tiempo —dice Nunzio con ojos soñolientos y casi disculpándose—. No le molestaríamos si no fuera importante.

Consigo articular una respuesta apropiada mientras aguardo que caiga el hacha. ¿Le habrá ocurrido algo a Kimmer? Si no, ¿por qué se ha presentado el FBI? ¿Hay noticias de Washington? Pero entonces, ¿qué significa la presencia de un policía de la ciudad?

—Mi colega quiere hablar con usted de un asunto —prosigue Nunzio—, y yo he decidido acompañarlo.

Entretanto, el detective Chrebet ha abierto su maletín sobre la mesita y está hojeando su contenido. Extrae una fotografía de brillantes colores y me la entrega: muestra a un hombre blanco, corpulento, con una espesa barba castaña, que mira a la cámara sosteniendo a la altura del pecho una placa de identificación con una hilera de números. Una foto de ficha policial. Me recorre un escalofrío ante el recuerdo.

—¿Reconoce usted al hombre que aparece en la foto? —pregunta el detective con su voz carente de expresión, formulando la pregunta como si estuviera escrita en un manual de instrucciones.

—Sí. —Miro fijamente a Nunzio, pero me dirijo a Chrebet—. Usted sabe que sí.

Sin perder un instante, me entrega otra fotografía, en blanco y negro. Esta vez apenas me hace falta mirarla y no espero a que me pregunte.

—Sí, también lo reconozco. Esos dos son los tipos que me asaltaron en pleno campus hace unas cuantas semanas.

Nunzio sonríe levemente, pero el pálido rostro de Chrebet parece de piedra.

—¿Está completamente seguro?

Examino las fotos de nuevo, no sea que hayan cambiado en los últimos segundos.

—Sí. Estoy completamente seguro. Pude verlos muy bien. —Señalo las instantáneas—. ¿Quiere decir con esto que los han encontrado?, ¿que los tienen bajo arresto?

El detective contesta a mi pregunta con otra pregunta.

—¿Había visto a estos hombres antes de la noche en que lo asaltaron?

—No. Nunca los había visto. Ya se lo conté a la policía.

Antes de que Chrebet pueda formular otra pregunta, Nunzio interviene:

—Profesor Garland, ¿hay algo que quizá querría compartir conmigo?

—Por favor, ¿cómo dice?

—Me refiero a algo relacionado con… la investigación que ha estado llevando a cabo. —Tomo nota del cuidadoso eufemismo y me pregunto si pretende ocultar algo a Chrebet o si cree que yo lo hago—. ¿Hay algo que preferiría usted discutir en privado conmigo?

—No, nada.

—¿Está seguro?

—Ya le hablé de la posibilidad de que Freeman Bishop…

—Lo he investigado —responde con rapidez, y de nuevo tengo la impresión de que no quiere que su acompañante se entere—. Su fuente estaba equivocada. No hay nada de qué preocuparse.

Intenta tranquilizarme cuando yo no se lo he pedido. El asunto resulta cada vez más desconcertante.

Nunzio se repliega, y la pelota queda en el tejado de Chrebet, que reanuda el interrogatorio como si el agente del FBI no hubiera abierto la boca.

—¿Ha vuelto a ver a cualquiera de estos dos hombres tras su ataque?

A medida que mi inquietud aumenta, recobro mi habilidad de abogado.

—No que recuerde.

—¿No sabe de nadie que los haya visto?

—No. —Ya he esperado bastante, así que decido formular mi propia pregunta—. Díganme una cosa, por favor: ¿saben quiénes son?

—Rateros a sueldo —interviene Nunzio—, maleantes, gente de poca monta. Nadie relevante.

—Así pues, los han arrestado, los han encontrado, ¿no es ese el motivo de su visita? —Se me ocurre que si puedo averiguar quién los contrató habré resuelto la mitad del misterio—. ¿Saben para quién trabajaban?

—No, profesor —responde Chrebet, en tono pedante—, no sabemos para quién trabajaban. No han sido arrestados. Y sí, hemos dado con ellos. Mejor dicho, fueron encontrados.

—¿Qué me está diciendo? ¿Han muerto?

Es infatigable, igual que una máquina.

—Un grupo de boy scouts que estaba de acampada en Henley State Park los encontró la semana pasada. Estaban ocultos entre la maleza, maniatados y amordazados. Vivos, pero por poco.

—No quieren hablar —interviene Nunzio—. La verdad es que están cagados de miedo. Yo también lo estaría. —Sonríe burlonamente—. Parece ser que alguien les cortó todos los dedos.