Se desvela una historia
I
Me despierto temprano a la mañana siguiente, solo en Vinerd Howse, avergonzado por las muchas horas que he pasado dando vueltas sin poder dormir, deseando tener compañía pero no a mi mujer. Me pongo una bata y salgo al pequeño balcón del dormitorio principal. Muchas de las casas de Ocean Park están cerradas durante la temporada de invierno, pero una o dos dan muestras de actividad. Un vecino que ha salido a correr en el frío aire me saluda con la mano.
Le devuelvo el gesto.
Bajo a la cocina donde tuesto un muffin y me sirvo un zumo de naranja porque, como no esperaba estar más de uno o dos días, no he llenado la despensa. Cojo el desayuno y me instalo ante el televisor, en el pequeño hueco bajo la escalera donde hace treinta años espié a Addison y a Sally en pleno revolcón.
Tiempos más sencillos.
«Puedes empezar con Freeman Bishop… Creo que fue un error».
Un error. ¿Qué clase de error? ¿De quién? ¿Mío? ¿De mi padre? Son preguntas que le planteo a mi patinadora aunque no esté presente para contestarlas.
¿Y cómo podría un cadáver ayudarme a encontrar al novio de Angela?
Soy incapaz de permanecer sentado, y me pongo a deambular de habitación en habitación. Asomo la cabeza en el cuarto de invitados, empapelado de rojo, con su colcha y tapicería roja, la estancia donde falleció mi madre; y en el cuarto de baño que sirve también de lavadero, con su suelo de linóleo barato que ya era viejo cuando mis padres compraron la casa. Regreso a la cocina, me sirvo otro vaso de zumo y voy al salón donde la ampliación de la portada de Newsweek en la que sale mi padre sigue colgando sobre la chimenea. «La hora de los conservadores». Las cosas como solían ser antes, habría dicho el juez, cuando la vida era de color de rosa. Recuerdo cómo la designación de mi padre puso a prueba la unidad de la Gold Coast, cómo amigos de toda la vida dejaron de hablarse por estar en bandos distintos. Pero puede que en mi feliz comunidad las divisiones fueran algo más habitual de lo que yo creía. ¿Acaso no me contó Mariah que la congregación de Trinity & St. Michael se dividió cuando salió a la luz el problema de Freeman Bishop con la cocaína?
Un momento.
¿Qué fue lo que dijo Mariah? Que de no haber sido por… alguien habría…
Voy corriendo a la cocina y cojo el teléfono. Por una vez, doy con mi hermana al primer intento. Luchando contra sus esfuerzos por llenarme la cabeza con las últimas novedades de la conspiración aparecidas en Internet, le planteo la cuestión crucial.
—Escucha, chiquilla, ¿no me dijiste que hubo alguien que estuvo a punto de abandonar la iglesia cuando se supo lo de las drogas del padre Bishop pero que no lo hizo por razones personales?
—Claro. Fue Gigi Walter. ¿Te acuerdas de Gigi? Addison salió con su hermana pequeña. Aunque, como Addison salía con casi todas, no creo que supusiera…
—Mariah, escucha, ¿a qué te referías cuando hablabas de «razones personales»?
—Tal, ¿por qué eres siempre el último en enterarte? Gigi y el padre Bishop estuvieron liados durante años. Sucedió después de la muerte de la esposa del padre Bishop y de que a Gigi la abandonara su marido, así que no fue un escándalo tan gordo como habría podido ser. Sin embargo, papá decía que para un hombre de hábito…
—Vale, vale —la interrumpo de nuevo—. Escucha, Gigi es un apodo, ¿no?
—Claro.
—Y su nombre verdadero es…
Sé lo que mi hermana va a contestar incluso antes de que lo haga.
—Angela. Angela Walter. ¿Por qué quieres saberlo?
Mariah sigue hablando, pero ya no la escucho. El auricular me tiembla en la mano.
No me extraña que Colin Scott, según el relato de Lanie Cross, hiciera pasar un rato tan malo a Gigi que ella acabara llorando: él sabía algo que yo acabo de descubrir. Lo sabía antes que yo.
He dado con el «novio de Angela».
Pero alguien más lo ha encontrado antes que yo, y por eso está muerto y no puede contarme nada.
II
No encuentro al agente Nunzio. La sargento Ames rehúsa prestar atención a mis teorías, y no me extraña, en cambio me sugiere que si de verdad tengo pruebas de que ha arrestado a la persona equivocada las comparta con ella. De lo contrario, lo mejor que puedo hacer es dejarla en paz y permitirle que siga haciendo su trabajo. El problema radica en que me muevo en una peligrosa tierra de nadie.
Sentado en la cocina de Vinerd Howse, intentando pensar en una forma para que me tome en serio, acabo dándome de cabeza contra una pared. Creo que sé quién torturó a Freeman Bishop hasta la muerte y lo que buscaba, pero desde luego no estoy en condiciones de demostrarlo. Por otra parte, Bonnie Ames tiene un testigo dispuesto a declarar que Conan presumió de haber cometido la hazaña, un historial de comportamiento violento del sospechoso y pruebas de que Freeman Bishop se había retrasado en el pago de lo que le debía a Conan por drogas.
No sé cómo Colin Scott pudo amañar todas esas pruebas, pero no me cabe duda de que lo hizo. El pobre Freeman Bishop no figuraba en la lista de Jack Ziegler de aquellos a cuya familia no hay que dañar. Así que Colin Scott lo torturó para que le contara lo que se suponía que debía contarme a mí. Tal como la sargento Ames nos advirtió severamente cuando Mariah y yo nos entrevistamos con ella, es improbable que el clérigo se callara algo. Y ahí radica el problema, me digo mientras cuelgo el aparato y vuelvo a vagar por la casa: si el padre Bishop se lo contó todo a Colin Scott, ¿por qué necesitaba seguirme Scott? Si me seguía tuvo que ser porque no averiguó dónde mi padre había escondido… lo que fuera que escondió.
Eso significa que Freeman Bishop nunca se lo dijo.
Lo cual significa que Freeman Bishop no lo sabía.
«Creo que fue un error. De los peores…»
Ya entiendo a qué se refría Maxine: Freeman Bishop fue asesinado porque Colin Scott creía que era el novio de Angela. Y en verdad era el novio de Angela. Solo que no era el novio de Angela al que se refería mi padre.
En cualquier caso, en lo que a mí concierne murió a causa del juez.