XIII. Kostka a las seis

Me siento mucho mejor. La manzanilla me ha arreglado el estómago y me ha tranquilizado, hasta he dormitado a ratos entre timbrazos de teléfono y llamadas a la puerta, ¡vaya noche movida! Esta casa parece un refugio de vagabundos…

No he oído nada. Entreabrí la puerta cuando llegó Elvira por si había alguna novedad sobre Ena. Pero cuando vi que venía en plan de charla me volví a la cama. Y Luis ha estado también ¿no?, ¿o lo he soñado?… Te agradezco que no les hayas dicho que estaba aquí. Lo que menos me apetece en este momento es una sesión de psicodrama colectivo; todos sacando a relucir nuestras miserias con el pretexto de la desaparición de Ena, ¡puah! Tú por lo menos te ganas la vida vendiéndola a trozos impresos, pero anda que nosotros…

No es mala leche, es la verdad, Lucila, y no hay por qué avergonzarse de ello; es algo inherente al oficio. Ya lo decía don Diego de Torres Villarroel: «Para que otro se enriquezca contando mi vida, la cuento yo y saco mayor provecho»; así que no sé a qué viene ese pudor y ese empeño en negar la autobiografía, o el fondo autobiográfico, si prefieres decirlo así. Lo que estás contando desde hace diez años es siempre lo mismo: tu historia con Lanis. En vez de griego y poeta lo conviertes en noruego y navegante, o en hombre ángel. Y en lugar de ligártelo en un congreso en Atenas te lo encuentras en medio del mar o volando sobre las aguas. Lo que importa es que te enamoras de alguien con quien no puedes hablar ni una palabra, te enamoras de un tipo por su puro aspecto físico, porque entonces tú no hablabas inglés ni griego, y por más que digas que te deslumbró su poesía, ¡naranjas de la China!, no habías leído ni una línea. Cuando llegaste a Atenas no lo conocías ni de nombre, porque tampoco él era Kavafis, lo conocían los de allí, y para de contar. Que después resultó ser un buen poeta, de acuerdo; mejor dicho, un poeta discreto, como veinticinco mil más, así que la admiración intelectual no fue precisamente la razón de tu enamoramiento. Te deslumbró por guapo, eso sí, era una belleza, hay que reconocerlo. Y a ti te entró la chifladura por un guaperas medio amariconado, te lo llevaste a Brétema y le dedicaste tres años de tu vida en los que no hiciste otra cosa que estudiar griego e inglés, traducir sus obras y buscarle editor. Y cuando él se vuelve a Grecia y a sus efebos, tú te dedicas a contarlo de veinte formas diferentes, pero siempre lo mismo. Y antes de Lanis fue Fernando y tu sentimiento de culpa por su suicidio, y todo esto mezclado con los intentos de romper con una familia que te protegía y te ayudaba pero que coartaba tu libertad. Y aún quedan tus miedos de siempre: la muerte, la enfermedad, la vejez. O sea, lo mismo con pequeñas variantes cada vez. ¿Me equivoco?

Pues claro, si nos conocemos desde el parvulario. Es como si yo me las quisiera dar de duro contigo, qué bobada. Yo vengo aquí a llorar, a vomitar en tu cuarto de baño, a que me des infusiones de manzanilla y a que me consueles y me digas que soy un tío encantador que haría feliz a cualquier mujer. Ya sé que no es cierto y que le dices a Elvira que cada día estoy más raro y más lleno de manías, pero no me importa, porque los dos sabemos que eso no es el problema. El problema es que soy bajito y feo, poca cosa, y que me chiflan las mujeres guapas. Y a las mujeres guapas se las ligan los tíos guaperas, o los machos muy machos, o los ricos y famosos…

Y que sigo colgado de Ena después de veinticinco años, pues sí. Pero no sé de qué te extrañas. ¿Recuerdas aquella novela en que a una tía la abandona el marido en su noche de bodas, la deja sin dinero ni ropa, en camisón en un hotel de París, y, a pesar de todo, ella no quiere separarse y cada vez que él vuelve, ella lo acepta?, ¿la recuerdas?… Dar la vida y el alma, ésa es. A ti te pareció interesante y hasta comentaste que conocías casos así en la realidad. Pues lo mío es mucho más normal. Yo quería a Ena, y Ena no ha cambiado, sigue siendo la misma persona que era entonces. Ni siquiera se puede decir que me abandonase por propia voluntad; me dejó para casarse con el tío que la dejó embarazada. Se equivocó, había otras formas de arreglarlo, pero ella pensaba que lo que había pasado condicionaba su futuro de manera irrevocable, y actuó en consecuencia…

Sí, la manzanilla me ha serenado la cabeza además del estómago. Cuando pienso que está con un tipo follando a destajo en un velero me pongo fuera de mí. Pero enseguida pienso que puede estar muerta y se me aplaca el cabreo; no quiero ser injusto con ella… ni con Luis. Ha hecho otras cabronadas, pero mis problemas con Ena habían empezado antes de que él interviniera.

Cuando se suicidó su padre, Ena se empeñó en romper conmigo, me dijo que no tenía claro lo que sentía por mí, y que yo era demasiado joven para ella. Fue como si se plantease reemplazar la figura de su padre en su vida y yo no cumpliese los requisitos necesarios. Era absurdo que después de perder a su padre quisiera apartarse también de la persona que más se dedicaba a ella, que más se esforzaba en ayudarla. Pero estaba tan traumatizada que no razonaba; ella sentía que yo era demasiado joven, demasiado idealista, ¡qué sé yo!, no le ofrecía seguridad, eso era lo que sentía. Quiso que siguiésemos siendo amigos, pero no novios. Y yo acepté, qué remedio, esperando que recapacitase…

Sí, entonces apareció Luis. Aquel verano todo seguía igual, aparentemente; yo estaba siempre con Ena, todos estábamos juntos siempre, no se notaba demasiado la diferencia con unos meses atrás. Pero ya no era mi novia, y Luis eso lo sabía, como lo sabíais todos. Y lo que pasó en la cueva y lo que vino después no hubiera pasado si Ena siguiera siendo mi novia… Porque al parecer todo arrancó de aquella tarde en la que Elvira perdió su máquina de fotos y nos pusimos a buscarla por la isla… En fin, que no puede decirse en sentido estricto que Luis me traicionase, ni tampoco Ena, porque en aquel momento yo era sólo lo que siempre he sido después: el amigo para todo. Y Luis podía intentarlo con ella como contigo o con Elvira, o con cualquiera de las otras, y yo de lo único que podía quejarme era de que en dos años con Ena no hubiéramos pasado de besarnos castamente, y de que con Luis se pusiera a follar a la primera de cambio. Pero, mira, yo ni siquiera lo intenté.

Ena no es muy proclive a las confidencias y si no os lo contó a vosotras menos iba a contármelo a mí. Me dijo que había ocurrido algo que no tenía vuelta y yo entendí que estaba embarazada y creo que eso fue lo que ella creyó también. Que después tuviese un aborto o que fuese una falsa alarma provocada por los nervios eso ya no importa. Ena creía que estaba embarazada y que debía casarse con el padre de la criatura. Y lo hizo. Tampoco creo que le supusiese un gran sacrificio; Luis le gustaba y respondía a la imagen de lo que su padre había sido, incluso en los defectos. El padre de Ena se ligaba a las tías como quien se fuma un puro. Era el tipo machista y decidido que, cuando una mujer dice no, cree que está fingiendo, y él sigue a lo suyo. Y de hecho le daba resultado, así que quizá sea cierto, porque también a Luis le ha funcionado el procedimiento. Y en cuanto a ese noruego que Ena conoció hace años y del que tanto habéis hablado las tres sin decirme ni una palabra, pues no sé. No tengo una idea clara del asunto, pero no creo que haya sido como tú lo cuentas en el cuento…

Tú estás reflejando tu propia historia: el encuentro con alguien con quien no puedes establecer una comunicación intelectual porque no habláis el mismo idioma y hacia quien, sin embargo, te sientes irremisiblemente atraída; alguien con quien existe una comunicación cordial, profunda, de tipo intuitivo. Aunque, para ser exactos, ésa es tu versión de los hechos, no lo que veíamos los demás.

Yo no creo que hubiese verdadero entendimiento entre Lanis y tú, sino pura atracción física. Tú siempre te has resistido a admitir que lo que te sedujo fue su belleza, te empeñaste en ver en él un gran poeta, y no había tal. Le sacrificaste tres años de tu vida y si no se larga le hubieras sacrificado el resto, como si fueses Zenobia y él Juan Ramón Jiménez. Pero él no era un genio, y tú puedes hacer mucho más en la vida que traducir sus poemas, así que menos mal que se fue…

Está bien, sigue molestándote hablar de eso, aunque tú no dejas de decirme que después de veinticinco años yo sigo colgado de Ena. Vale. A lo que íbamos: ¿qué pasó en realidad entre Ena y ese noruego? Ella se encuentra con un navegante solitario que la socorre en un momento de peligro, o de posible peligro, y pegan la hebra. El habla inglés y Ena no tiene problemas con ese idioma. Así que se ponen a hablar y descubren sus afinidades. Ena no navega desde que su padre se mató, pero le encantan los barcos de vela, igual que a su padre y al noruego, al parecer. Y añádele la soledad del mar, y el arrullo de las olas, y el calor del verano, y un tío guapo y decidido, y ya estamos igual que en la cueva: el tío se lanza y Ena se deja ir, porque ése es el jodido quid de la cuestión, que conmigo no se acostó porque yo no voy de guapo y porque no me veo a mí mismo arremetiéndola por las bravas, que eso era lo que tenía que haber hecho: soltarle un par de hostias cuando me dijo que no sabía lo que sentía por mí y follármela allí mismo. Y quizá eso le hubiera aclarado las ideas…

Yo las tengo muy claras. Os habéis empeñado en que es una rareza que viva solo y en que tengo que desengancharme de Ena, dice Elvira. ¿Para qué voy a desengancharme? Es la persona con la que estoy más a gusto. La quiero, llevo queriéndola más de un cuarto de siglo, ni siquiera le guardo rencor por haberme dejado, porque a ella también la he visto sufrir, sufrir con dignidad, echándole un par de cojones: se equivocó y cargó con las consecuencias. Nunca me he sentido manipulado por ella. Cuando yo he estado con otras mujeres jamás ha interferido, pero tampoco ha fingido que le fuese indiferente. Nos veíamos menos y no ocultaba que eso la molestaba: Cuando tienes novia te echo mucho de menos, me dijo una vez. Y después me miró de frente, con esa manera de mirar tan inocente que tiene y me dijo: Soy muy egoísta…

No sé si lo entiendes, Lucila. Ella también me quiere, y me necesita, a su manera, como el amigo que siempre está ahí. Y tiene celos de otras relaciones porque también los amigos tenemos celos y nos sentimos poco atendidos a veces, pero nunca ha dado lugar al equívoco, nunca ha coqueteado conmigo ni me ha dado esperanzas de que entre nosotros pudiera haber otra cosa que amistad…

Yo también creo que conmigo habría sido más feliz que con Luis, sobre todo desde que Elvira me dijo que en la cama no les iba bien. Y no podía entenderlo, Elvira habla de Luis como de un supermacho, opinión muy extendida al parecer entre las mujeres que lo tratan o lo han tratado íntimamente, y no se explica que Ena no haya disfrutado de sus magníficas cualidades. Yo tampoco, la verdad. Siempre he creído que ésa era la razón por la que seguía con él y, en el fondo, la razón por la que me había dejado a mí. Ena tenía una imagen del hombre ideal cortada por el patrón de su padre, y en ese esquema no entraba sólo la impresión de seguridad que ofrecía, aquel aire de que no había problema o dificultad que él no fuera capaz de superar, sino también su atractivo sexual, la forma en que se movía entre las mujeres como gallo en el corral, como en territorio conquistado. Y hay que reconocer que Luis es ese mismo tipo. Yo, en ese campo, no podía competir, era una batalla perdida y ni siquiera lo intenté. Mis bazas son, evidentemente, otras. Yo estaba seguro de que Luis no iba a serle fiel ni iba a dedicarle la atención que yo le dedicaba y que he seguido dedicándole siempre; ni iba a abrirle ningún horizonte intelectual, entiéndeme lo que quiero decir. Ena es una persona de gustos amplios, que disfruta de muchas cosas y que te escucha con verdadero interés cuando le explicas algo que no sabe. Durante todos estos años hemos ido juntos a muchos sitios en los que Luis se aburre: conferencias, exposiciones, conciertos; hasta al cine: primero a los de arte y ensayo, donde Luis se dormía sistemáticamente, y después a las películas que, como ella dice, sólo puede ver conmigo o contigo; ni con Elvira, que protesta, ni con Luis, que con los años ha preferido dormir en su cama o en su butaca. Esas son mis bazas y eso fue lo que intenté hacer valer entonces inútilmente. Lo que no podía imaginar es que tampoco en la cama se entendiese bien con Luis. Elvira dice que es culpa de Ena, y a mí me cuesta creerlo. De hecho, si es cierto que se lo ha pasado tan bien con el noruego, eso quiere decir que es Luis el que no funciona con ella. ¿Tú qué piensas?…

Freud y tú, dos: se casa con Luis porque se parece a su padre y después se inhibe del placer por el terror ancestral al incesto. Demasiado freudiano, la verdad. Como teoría es admisible, pero me suena poco real. Luis se parece a su padre en el comportamiento, en las actitudes, pero no hay un parecido físico como para que la imagen del padre le impida a Ena disfrutar en la cama…

Eso es aún más retorcido. ¿Crees de veras que se resistió al placer para darle a Luis donde más le dolía? ¿Que estaba vengándose en Luis del abandono y de las infidelidades de su padre? Francamente, me parece excesivo. Eso lo harían las pacientes de Freud, o Freud se imaginaba que lo hacían. Yo no me acabo de creer esas historias de los casos clínicos: la señora que se pone a morir cuando se le acerca un tío porque resulta que a los ocho años su primito le robó un beso en el jardín y a los dieciséis se enteró de que su respetable papá tenía una amante. Eso sólo te trastorna cuando ya estás trastornado; cuando, por lo que sea, eres un enfermo, alguien que no responde con normalidad a los estímulos y problemas de la vida ordinaria. Y Ena es una persona sana, lo fue siempre. Dejarme a mí y casarse con Luis para hacerle la puñeta a una persona muerta es de locos…

O para vengarse de Luis por lo que había pasado en la cueva, me da lo mismo. Yo no creo en esas reacciones inconscientes que destrozan una vida; me parece demasiado patológico, propio de una neurótica, de una histérica, de un enfermo mental, y Ena es la normalidad misma. Tiene un alma clara y abierta, y tú y yo somos demasiado complicados, no la entendemos por su misma simplicidad. Acuérdate de lo que decía Salinas: «El alma tenías tan clara y abierta, que yo nunca pude entrarme en tu alma…».

Sí, el suicidio de su padre la destrozó, a cualquiera le hubiera pasado. Y no sólo el suicidio; todo fue horrible. Si hubiera sido un accidente sería una tragedia, pero que un marido celoso te pegue un tiro y que te dé en la columna y te deje inválido es una tragedia grotesca. Se entiende que se suicidara: verse inútil para el resto de sus días, en una silla de ruedas, necesitado de ayuda para todo. No podía ir al lavabo él solo, ni vestirse; un tipo que había ido por la vida de triunfador. Se entiende. Creo que yo también me suicidaría… de un modo más discreto, claro, pero él era así en todo, y se lo montó en plan funeral vikingo. Y después vino el juicio, para colmo de males, y salieron a relucir todas las aventuras que podían justificar o disculpar que un tipo le metiese a otro una bala en el cuerpo. Así que con todo aquello no es extraño que Ena se quedase tocada del ala. No sólo perdió a un padre al que adoraba sino que se le vino abajo su imagen: no era el hombre cariñoso y enamorado de su mujer que ella había visto en su casa, sino un donjuán sin escrúpulos, que ni quería a la madre ni pensaba en los hijos, ni tuvo entereza para soportar la desgracia, ni le importó un pito la situación en que los dejaba al matarse. Como dice Elvira: «Se pudo tirar al mar con la sillita de ruedas y dejarles el velero que valía unos cuantos millones…». Y después tuvo que aguantar lo de la madre, que donó la indemnización económica al asilo cuando tanta falta les hacía el dinero, y que se dejó morir poco a poco. Y en ese panorama negrísimo apareció Luis, con un trabajo magnífico, con dinero y con ese carácter de aquí no ha pasado nada, esto se arregla, ¡venga!, ¡a vivir que son dos días! Era lógico que sucediese lo que sucedió. Lo único que me sigue pareciendo raro es que les fuese mal en la cama, si Luis es tan extra como asegura Elvira…

Eso lo veo más razonable que lo del incesto y la venganza: las primeras experiencias condicionan una relación. Ena no pudo pasarlo bien en la cueva, pondría las manos en el fuego. Aquello debió de dejarla marcada. No tenía experiencia ninguna y tuvo que ser todo muy precipitado y con el temor de que alguien los descubriese.

Yo tardé un buen rato en darme cuenta, porque no me lo quería creer. Tú te habías ido con Fernando por el lado derecho de la isla, y Luis y Ena por el izquierdo… Me acuerdo como si lo estuviera viendo. Elvira y yo trepamos por la parte central, ella confiaba en haber dejado la cámara cerca de la cumbre, entre unos matorrales donde se había ido a mear. Así que subimos a cien por hora porque no queríamos que nos cogiese la marea al regresar. La máquina de fotos estaba allí, al lado de la meada, y Elvira se puso a dar saltos de alegría y a gritar, ¿no te acuerdas de eso? Fernando y tú nos visteis y os hicimos señas de regresar al punto de partida, pero a Ena y a Luis no se les veía. Nos quedamos en lo alto de la isla para avisarlos y evitar que dieran todo el rodeo: ¿Dónde se habrán metido ésos?, dijo Elvira. Y yo como un cretino le dije: Irán pegados a las rocas, por eso no los vemos. ¡Y tan pegados! Yo empecé a preocuparme de no verlos. Desde la muerte del padre Ena estaba anémica y con la tensión baja. Temía que le pasase algo malo, torcerse un pie, o caerse. Pensaba en un accidente, no en otra cosa, así que cuando los vi aparecer en la playa se me quitó un peso de encima, cuando lo lógico hubiera sido preocuparse, porque salieron justo a la altura de la cueva; o sea, que mientras Fernando y tú recorristeis media isla, ellos habían hecho cien metros y el resto del tiempo habían estado en la cueva. Pero ni aun así lo pensé. Y Elvira, que lo cazó al vuelo, estuvo la tía de lo más discreta y no me comentó ni media palabra del asunto, al contrario, se puso a dar prisa a todo el mundo con el pretexto de que subía la marea y a contar chistes escatológicos a propósito de la máquina y la meada y todos nos reíamos. La única que no se reía era Ena, eso también lo recuerdo, y que en el trayecto de vuelta mientras me turnaba con Femando para remar al lado de Luis, que remó todo el rato sin querer descansar, fue cuando pensé por primera vez que algo había pasado entre ellos y que habían tardado demasiado tiempo en recorrer unos metros y registrar la cueva…

Demasiado tiempo para buscar una máquina de fotos, no para hacer el amor una primera vez. Eso es lo que quería explicar: estoy seguro de que Ena no lo pasó bien, y que eso debió de condicionar sus relaciones con Luis; no le veo otra explicación a su falta de entendimiento en la cama. Tiene que haber algo en la forma de follar de Luis que a Ena no le gusta. Y al comienzo le faltaba experiencia y confianza para decirle no lo hagas así, o quizá pensaba que tenía que ser de esa forma y que no había más que resignarse. Ena nunca pide nada, hay que adivinar lo que prefiere, y a veces uno se equivoca. ¿Te acuerdas del abono del concierto?: tres años en la fila cuarta, hasta que por casualidad Elvira se enteró de que a Ena la molestaba muchísimo estar tan cerca. Y no dijo ni palabra. Y el helado de chocolate, que lo compraba porque les gustaba a sus hijos, pero que ella no lo prueba. Nunca nos dijo que no llevásemos helado de chocolate cuando íbamos a cenar a su casa, a pesar de que ya no estaban los chicos. Debió de ser algo así, con todas las distancias que van de la cama a la música y la repostería, pero algo así, estoy seguro. Se van creando unos hábitos, unas pautas de conducta y es muy difícil cambiarlos. Yo tampoco puedo ya dejar de ser el amigo para todo. Quizá me pasa lo de «están verdes, dijo la zorra», pero no me veo a mí mismo compitiendo con Luis ni con el noruego de marras. Sin embargo, nunca he perdido la esperanza de que al final Ena estaría conmigo…

Como ella quiera: como amigo, como marido, como amante si me quedan fuerzas; como ella quiera. Mira, entre vosotras habréis hablado mucho del noruego, pero hay un hecho cierto: yo soy, aparte de sus hijos, la persona con quien Ena ha pasado más tiempo, con quien más ha hablado. Nos llamamos todos los días por teléfono, y nos vemos al menos una vez a la semana, y en la temporada de música más. No creo que haya muchas parejas que tengan una relación tan estrecha. De lo único que no hemos hablado ha sido de su aventura en el velero, pero yo sabía lo que había pasado y ella sabía que yo lo sabía. Y he llegado a la conclusión de que si no me ha hablado de ello ha sido para no remover viejas heridas, para no sacar a la superficie ese único punto de fricción entre nosotros…

Sí, tenía la esperanza de que acabaríamos viviendo juntos, de que algún día nos quedaríamos a dormir el uno en casa del otro, de una forma natural, y quizá ese día no hiciésemos más que dormir, acostumbrarnos a sentir al otro al lado también en la cama. Y al fin un día haríamos el amor, y a Ena le gustaría. Y colorín colorado. No fueron felices ni comieron perdices, porque en el último momento apareció el guapo de turno y se llevó a la chica, y la chica se comió las perdices con el guapo relamiéndose de gusto, mientras el amigo fiel sigue esperándola, inmune al desaliento. No te quejarás. Con todo esto tienes al menos para un serial…

¿Preferirías tú que Lanis hubiese muerto?…

Pues yo tampoco. Cuando pienso que está con ese tipo se me revuelven las tripas, pero la otra opción no quiero ni pensarla. Así que lo único que deseo es que esté viva y sin daño. Y si está viva, volverá, aunque ahora esté con su ángel o con otro ángel, y aunque se vaya a Noruega o a recorrer los siete mares. Volverá, volverá a la casa del acantilado. Y conmigo, como siempre…

Está amaneciendo. ¿Vas a ir con Xío a buscarla?… Yo me voy a casa a esperar allí. Tengo la esperanza de que esté viva y que llame a alguien para explicar lo que ha ocurrido. ¿Y a quién mejor que al amigo del alma? Tan novelera y no lo habías pensado…