O sea que yo era el infiel y el pichabrava. Y el machista. Tiene gracia. Toda la vida oyendo esa canción, sudando tinta para que no se enterase de nada y no hacerla de menos, para que no se sintiese engañada, ni menospreciada, y que no anduviese en boca de la gente: era mi mujer, la madre de mis hijos, ¿cuántas veces me lo habrás dicho?, y ahora resulta que ella me la ha pegado toda la vida y que todo el mundo lo sabe. Y tú de celestina. Es para morirse de risa. Y Elvira, y Kostka, supongo, y hasta ese gorila de la playa, que no fue tras ellos «por si molestaba», ¡no te jode! El único que no sospechaba ni una palabra era yo, el marido, el cornudo…
¡Y qué importa que fuese sólo una vez! No han sido más porque no encontró a nadie que se la llevase al huerto por las bravas. No te molestes en contármelo, ya me lo ha contado Elvira, con pelos y señales. Con éxtasis incluido. Y lo de enamorarse se lo cuentas a otro. ¡Quince años soñando todas con el ángel! De Elvira me lo puedo creer, porque en el fondo es una maruja, que se pirra por las telenovelas, ¡pero tú! ¡El ángel! No tenéis ni puta idea de lo que pasó en ese barco ni de lo que está pasando ahora, sea o no el mismo tipo. Lo que más me jode es que te hayas pasado la vida diciéndome que yo la violé. ¡Yo!, que me casé con ella como un pardillo. O sea, yo la violé, pero el tipo que se la folló en el barco le hizo el amor, y le descubrió el placer del sexo y además la enamoró. ¡No te jode! Realmente debía de ser un superhombre o un superángel porque además le dio tiempo de llegar a Valdemar, y todo eso mientras pilotaba él solo un velero de dos palos.
No me molesta que haya encontrado en otro hombre lo que no encontró conmigo. Lo que pasa es que no me lo creo. Ese tipo no le dio ni más ni menos de lo que yo le di entonces: caña. Eso es lo que le gusta. ¡Y déjame hablar a mí ahora! Lo único que quiero es poner las cosas en su sitio. Tú siempre has dicho que lo mío fue una violación y hasta me has convencido. Tú me has convencido de todo lo que has querido convencerme, pero lo que no vas a conseguir es que me trague esa historia del noruego como si fuese una historia de amor. Historia de amor es la mía, y si quieres hasta la de ese pobre infeliz de Kostka: si en lugar de pasarse la vida mirándola con ojos de cordero degollado se la hubiese tirado en cualquier rincón, mejor nos hubiera ido a todos. Estuvo dos años de novio con ella y no pasó de cogerle la manita. Y estoy seguro de que después ni siquiera eso, ni mientras fue mi mujer ni desde la separación; lo suyo es servirle de chevalier servant, como dice Elvira. No puede uno fiarse de nadie, pero con Kostka me jugaría el cuello; la mira como si fuese Santa María Goretti, y a mí como al bárbaro violador que le arrebató la virginidad.
Ena debió de darle su propia versión de lo que pasó en la cueva para justificar la ruptura, pero lo cierto es que aquello no tuvo nada que ver; lo dejó por inexperto y por ingenuo, por demasiado joven y demasiado enamorado. A veces he estado tentado de decírselo: «Como sigas así, macho, con ésta no te comes una rosca y te vas a ir con las ganas al otro barrio». Puestos a que se follen a tu mujer, mejor que sea un amigo que un pelanas vagabundo…
No hablo con resentimiento, hablo por experiencia. Ena no sabe decir no a un tío que se le echa encima, eso fue lo que a mí me hizo perder la cabeza aquel día en la isla. Mira, hay cosas que una mujer no puede entender, que no se le pueden explicar porque no las entiende. Si tú dices que fue una violación yo lo acepto, pero has de reconocer que bien he pagado por ello. Toda mi vida lo he estado pagando, así que en ese sentido no tengo ningún sentimiento de culpabilidad. Si ella me hubiera rechazado, rechazado en serio, yo no hubiera seguido. Ni siquiera me gustaba. Tú eras la chica que a mí me gustaba, con aquellos aires de marisabidilla y de progre, y las pecas y el pelo rojo; soñaba con domesticarte. Y has sido tú quien me ha domesticado a mí: aún sigo siendo machista a Dios gracias, pero he firmado toda clase de manifiestos ecologistas, pacifistas y antirracistas; hasta me has hecho firmar en contra de la pena de muerte. Y yo a ti nunca he podido convencerte de que si me hubiera rechazado, si yo hubiera sentido que ella no quería, no habría seguido. Pero es algo que las feministas no podéis entender…
La besé y no cerró la boca, la abracé y no se separó; sólo temblaba. Y hay algo como un instinto, una fuerza que te lleva a seguir, como el cazador que persigue una pieza; ya no puedes pararte. Pero ese instinto no sólo surge de ti, hay en la mujer algo que lo hace brotar, algo como una llamada, y el comportamiento del hombre es una reacción natural a esa llamada. Yo no digo que un violador, un tipo que va por ahí con una navaja, responda a esto que te estoy contando. Eso es diferente, tiene otras motivaciones, son enfermos mentales, degenerados que disfrutan haciendo daño. Me estoy refiriendo a los casos normales, cuando una tía te lleva hasta el sofá de su casa o hasta su habitación y se deja abrazar y besar y en el último momento empieza a hacer remilgos. O cuando se te arrima con esas blusas o esos jerséis que transparentan los pezones y tú se los miras y notas que se ponen tiesos, y la tía no se aparta ni se cubre. Tú dirás lo que quieras, pero no hay tío que no piense que lo está provocando. Y cuando te lanzas y ella dice que no, tú notas que todo su cuerpo está diciendo que sí y llamándote, y por eso cuando te fías de tu instinto y sigues adelante y la tomas, compruebas que está chorreando y suave como una breva madura. La naturaleza no engaña y ésa es la mejor prueba de que ella también te desea…
El miedo en las mujeres es muchas veces una forma de deseo. En eso yo no me he equivocado nunca; soy un buen cazador. Tú misma lo dijiste en público: que la gacela tiembla cuando el tigre le da alcance; no puede defenderse, se deja devorar, pobrecita, como si la gacela que huye por instinto tuviera algo que ver con la tía que dice no con la boca y sí con todo el cuerpo. Pero tú hablas muy bien, no eres agresiva como otras, hablas con serenidad y con una voz preciosa, convences a cualquiera cuando hablas. Dijiste aquello de la gacela y me miraste; sólo te faltó señalarme con el dedo. No tenías razón, pero me hiciste sentir como un macho salvaje que abusa de su poder con las hembras, y me excitaste a muerte; te hubiese follado allí mismo en el estrado y delante del respetable, como refutación práctica de la teoría que tan bien acababas de exponer… Aunque seguramente contigo hubiese fracasado, porque en ti yo siento que es más fuerte lo que me rechaza y te aparta de mí…
Sólo cuando aquel imbécil te dejó. Sólo entonces te olvidaste de Ena y me buscaste. Lo hacías para no pensar en él y fuiste tan sincera y tan dura como para no ocultármelo. No resultaba muy halagador, pero ¡yo tenía tantas ganas atrasadas! Y también pensé, estúpido de mí, que, de todos los hombres que podías haber buscado, me habías elegido a mí, al único que podía hacerte olvidar a aquel figurín. Lo mío era ceguera, ¡joder! Y también un poco de vanidad, para qué negarlo, estaba seguro de que en la comparación yo saldría ganando y deseaba demostrártelo.
Sí, en eso no escatimaste elogios. Machista y facha perdido, pero en la cama, ni color, dijiste: un diez. Pero seguiste sufriendo por aquel maniquí amariconado, que te plantó como a un geranio. ¿Qué les ves a esos tipos de los que te enamoras, Lucila?… Tenías que haberme dado entonces una oportunidad: de quererte, de protegerte, de intentar ser felices juntos, y no sólo aquellos ratos de la cama. Pero estaba Ena, decías, y Ena era tu amiga, y la madre de mis hijos. Sabías que ella pensaba en otro, que deseaba a otro hombre, y que le importaba un carajo con quién me acostaba yo. Tú lo sabías y te callaste; me dejaste creer que era responsabilidad mía, que era yo el que engañaba, el que traicionaba, y Ena la que mantenía la familia unida. Hasta que a ella le vino bien. Entonces se acabó la familia y hasta me ha propuesto la anulación. Probablemente se la darán. Todo nuestro matrimonio partió de una violación, de una maldita violación una maldita tarde de verano en la maldita isla, mientras los demás os dedicabais a buscar la maldita máquina que Elvira se había olvidado mientras meaba…
No son viejas historias, ni celos retrospectivos. Son historias que llegan hasta ahora mismo. Durante quince años me ha engañado, me ha manejado, con tu ayuda y la de Elvira. Ha conseguido en la separación todo lo que ha querido, como si fuese una víctima, la sufrida esposa de un hombre que nunca respetó los sagrados vínculos del matrimonio, ¡no te jode!, cuando el único engañado he sido yo. Porque ella siempre ha sabido que había otras, y que las había porque ella no hacía nada para evitarlo. La traía al fresco. Y a mí sí que me importaba, y me importa. Yo no estoy dispuesto a tolerar de ninguna manera que mi mujer se vaya con otro, ni una vez, ni media. ¡Y tampoco mi ex! Ha sido mi mujer y es la madre de mis hijos, y me repatea que a estas horas todo bicho viviente sepa que se la está tirando un noruego.
Me importa por los demás y también por mí. No les importará a esos tipos raros de los que tú te enamoras, pero a un hombre de verdad no puede gustarle que la mujer que ha sido su esposa, que ha llevado su nombre y que además es la madre de sus hijos, ande en boca de todo el mundo. Y me da igual la separación que el divorcio o la anulación, que por cierto ¿quién le ha dado la idea? A lo mejor hasta has sido tú. Seguro que fuiste tú en alguna de esas conferencias en las que hablas tan bien y en las que yo te violaría con gusto…
Te violaría, sí, te clavaría en la tarima para que todo el mundo te viera retorcerte de placer y se enterase de una puta vez de qué estás hablando. Tú le has dado la idea de la violación y de la anulación, y la hija del Tundas ha rematado la faena. A ésa por mucho que haya llegado a ministra la persigue el tufo de la Tolda y en cuanto tiene ocasión arremete contra la gente de La Rosaleda: me despluma y me deja soltero y solo en la vida, ¡no te jode! Yo no podía creérmelo: ¡anulación después de treinta años y cinco hijos! «Puedo decir que me casé por miedo; que me violaste y me quedé encinta y no me atreví a arrostrar aquella responsabilidad». Puedo decir, dijo; a mí no se atrevió a decirme que la había violado y que se casó por miedo. Ni tampoco que ha sido el noruego quien le ha descubierto el placer del sexo. Las mujeres mentís como bellacas. En estas cosas decís cada vez lo que os conviene, pero a mí no se ha atrevido a decírmelo…
Ponme otro whisky, anda, y tengamos la fiesta en paz… Mira: ten por seguro que yo le he sacado a Ena en la cama todo lo que un hombre podrá sacarle jamás. No son fantasmadas ni vanidad. Le he dedicado más empeño que a ninguna otra mujer. La había desvirgado y me sentía responsable; no sólo de su honor sino de su felicidad. No me costó ningún esfuerzo, también es cierto, sobre todo al comienzo. Era mona y tenía unas tetas y un conejo impresionantes, y una inocencia que resultaba provocativa, y una forma de dejarse ir y de susurrar bajito «¿no será pecado, Luis?», que me encandilaba. Eso fue lo que me hizo perder la cabeza aquella tarde. Se arrastraba delante de mí por la cueva a cuatro patas buscando la dichosa máquina, con el coño a dos centímetros de mi nariz, como si no supiese que lo tenía, y que yo era un hombre y no un niñato como Kostka. La empujé para hacerla caer, para tumbarla y me miró como si aún no se hubiera enterado de qué iba el asunto… hasta que la besé, y entonces cerró los ojos y me rodeó el cuello con sus brazos y empezó a temblar. Te puedo asegurar que le gustó todo lo que puede gustar una primera vez a una chica virgen y sin ninguna experiencia; aunque, según todos los cánones de feminismo, yo la violé…
Pues sí; fue llegar y llenar, pero a Ena parece ser que eso es lo que le gusta. Después de casados, durante más de un año le hice el amor a diario y con todo el tiempo del mundo y no le gustó más que en la cueva. Le gustaba menos. Acabó aburriéndome su falta de entusiasmo, su falta de iniciativa. Nunca se negó, a nada, a veces decía aquello de «¿no será pecado, Luis?», que era ya casi lo único que a mí me excitaba. Pero nunca me llamó, ni se insinuó ni inició ella un polvo. Se dejaba llevar y disfrutaba, diga lo que diga ahora. Hay cosas que no se pueden fingir; que yo sepa ni la puta más hábil finge contracciones. Así que ella no lo pasaba mal, ni yo tampoco, pero me fastidiaba su pasividad, su desgana. Y eso fue lo que me empujó hacia otras mujeres…
No estoy disculpándome. No digo que no hubiera echado alguna cana al aire en cualquier caso. Pero una cosa es un polvo ocasional, una noche de juerga y otra es tener que buscar fuera lo que no tienes en casa. Uno acaba resignándose a lo que la vida te da, tanto en el trabajo como en cuestión de mujeres. Luchas hasta cierta edad y después aceptas y te buscas un apaño. Y yo pensaba que a Ena le pasaba lo mismo. Los dos nos casamos con la persona equivocada y yo me sentía responsable, al fin yo era mayor que ella, y hombre, y, si yo no hubiera perdido la cabeza aquella tarde, cada uno hubiera seguido su camino. Ella se hubiera casado con Kostka y seguramente habría sido más feliz que conmigo, no sé si en la cama, pero en el resto seguro. No hay más que verla cuando están juntos, cuando él se pone a contar cualquier chorrada, y ella lo escucha como si fuese lo más divertido o lo más interesante del mundo. Y Kostka es quien la ha acompañado durante años a cuanta tertulia, concierto benéfico, exposición o inauguración se le ocurrió ir. Y es el padrino de los gemelos, y su número de teléfono es el que siempre han tenido los chicos para cualquier emergencia. Ni noruego ni leches, el hombre con quien Ena debería estar es con Kostka. Cuando a ti te dejó el griego y viniste a buscarme estuve a punto de decírselo: «Macho, tírate a Ena de una puta vez y arreglemos este asunto». Cada oveja con su pareja. ¡Pero cómo le dices a un amigo que le quite las bragas a tu mujer y se la folle por las bravas!…
No eches balones fuera. Lo de Elvira no tiene nada que ver. Elvira y yo nos metimos en la cama por aburrimiento, por aburrimiento de nuestros respectivos, quiero decir. A los dos nos gusta comer, beber y follar, y yo la entendí muy bien cuando me dijo que estaba harta de preparar comidas apetitosas y que su santo se las comiese como si fuesen una hamburguesa de McDonald’s. Y en la cama dos cuartos de lo mismo. Elvira es una tía estupenda que no ha tenido suerte con los hombres. El marido era un pesado y un tacaño, yo no le vi nunca el color de la cartera, siempre éramos Kostka o yo quienes pagábamos, y cuando le tocaba a él proponía que dividiésemos. Y más frío que un calamar. Y Elvira es una pólvora y una mujer de bandera, un poco leona, yo creo que asustaba a los tíos; por eso acabó casándose con el único que se lo propuso y que se llevó con ella una quiniela de catorce: una tía guapa, estupenda en la cama, buena cocinera y que no necesita que la mantengan. Un poco loca e imprudente, y que puede llegar a abrumar, pero cariñosa y generosa como nadie, y además divertida. Te lo digo como si me fuese a morir, creo que es una mujer que puede hacer feliz a cualquier hombre, a cualquiera que no esté enamorado de otra, claro. Y es una amiga de verdad, que se desvive por sus amigos: hasta quería hablar con Ena para convencerla de lo maravilloso que yo soy en la cama…
¡Para el carro! Sólo nos acostamos dos veces. La primera cuando estaba separándose, y fue algo imprevisto, fruto de las circunstancias. Había hecho caldeirada para la cena de los viernes y no fuisteis ninguno; Ena estaba con gripe, y Kostka y tú no sé por qué faltasteis. Elvira estaba deprimida, se encontraba vieja, decía, y cansada, y harta de perder su tiempo haciendo comidas que nadie estimaba. Empecé dándole golpecitos amistosos en el hombro y acabamos en la alfombra de la forma más natural del mundo. La segunda vez me dijo claramente que quería pasar una noche conmigo, «una y no más, Santo Tomás», dijo riéndose. Y así fue. Los dos conservamos un magnífico recuerdo, pero los dos pensábamos que las cosas no debían pasar de ahí. Por Ena, claro. Por la amistad y el deber y esas gaitas que funcionan mientras no te enamoras, porque cuando te enamoras lo echas todo por la borda, y tú la primera. Pero tú nunca te has enamorado de mí…
Estoy absolutamente sereno, así que voy a servirme otro whisky con tu permiso… Yo sí me he enamorado. Lo digo sin hacer dramas. Yo no creo en la felicidad completa ni en la pareja perfecta. Es muy posible que contigo no hubiera vivido más feliz que con Elvira o con Ena, porque yo con Ena tuve momentos muy buenos, de cariño, de compartir experiencias con los chicos, cuando eran pequeños. Muchos momentos en viajes, aunque ella estuviese diciendo todo el rato qué lastima que no haya venido Kostka o Elvira o Lucila, siempre faltaba alguien; pero aun así. Y contigo hubiera tenido momentos maravillosos y otros en los que te hubiera dado de hostias, lo sé. Pero tú has sido la tía que a mí me ha gustado siempre, la que he querido tener. Todo lo tuyo me hace gracia y no hay que buscarle explicaciones. A Kostka le gustan los dientes de Ena, que ya es decir. Fue él quien le puso Tiburón, que si se lo hace a mi hermana le parto la cara, pero él lo dice como un cumplido, seguro que se muere de ganas de que lo muerdan esos dientes. Y yo pienso en tus piernas larguiruchas y en tus pecas y me corro de gusto. Y te oigo despotricar contra los machistas y me excitas, y en todo lo demás me parece que tienes razón; lo dice otro y me parecen chorradas, pero te lo oigo a ti y me convences. He comprado los cuadros que tú dices que son buenos, aunque a mí me parezcan cachos de pared; he leído los libros que tú me recomiendas, aunque no los entiendo; he oído los discos que a ti te gustan, aunque me quede dormido, igual que en las películas que tú escoges. Si eso no es estar enamorado, que venga Dios y lo vea…
Siempre encuentras un pretexto para no hablar de lo que no quieres hablar. Si realmente piensas que Ena no se subió a ese barco y que puede estar muerta, ¿por qué no me dejaste ir a buscarla? Con una patrullera de la Guardia Civil hubiésemos encontrado el velero, y hubiésemos salido de dudas. Si pensabas que podía haber muerto, ¿para qué me hablaste de algo que ocurrió hace quince años?, ¿para qué manchar su memoria?…
No lo crees, lo dices para no hablar de nosotros. Piensas que está con alguien en ese barco, con el tipo que llamáis el ángel o con cualquier otro, y no querías que yo los encontrase. Sigues haciendo de celestina, como todos estos años, y huyendo de mí, aunque no quieras reconocerlo. Pues bien, tú decides, como siempre. Pero ten en cuenta que yo no soy Kostka, no me va el papel de pretendiente eterno. Me gustan las mujeres y si no eres tú será otra, ya lo sabes, siempre ha sido así. Y soy ya demasiado viejo para andar de picaflores. Ahora Ena quiere la anulación y además está con un tío, y lo sabe todo el mundo. Ha llegado el momento de poner las cartas boca arriba, y yo lo he hecho. Ahora te toca jugar a ti: o lo tomas o lo dejas. Y si lo dejas, tú te lo pierdes. No tengo más que decir sobre esto.
En cuanto amanezca saldré a buscar a Ena, viva o muerta. Si quieres venir conmigo, estaré en el Náutico.