VII. Elvira de dos a cuatro

Bueno, mira, yo no entro en si está bien escrito o no, pero con franqueza, a mí me parece una estafa. O sea, lo más importante vas y te lo callas, no lo cuentas. Él la besa, se la lleva a la popa, se tumban, y de ahí te pasas a que hay que volver que se hace tarde. ¡Por favor! Y en medio ¿qué ha pasado? No puedo entender por qué no lo cuentas. Me parece una estafa, te lo digo de verdad. A mí eso de la sugerencia y que el lector o el espectador se lo imagine me suena a tomadura de pelo. Para imaginármelo yo solita no voy al cine, ni me gasto dos mil pesetas en una novela, ¿no lo comprendes? Yo quiero que me lo cuenten. Y no es que yo sea una obsesa, es que si no cuentas lo que pasó no se entiende el resto. Y además, para acabar de embrollarlo, pones eso de que se entienden por señas, que queda muy bonito, pero que no tiene nada que ver con Ena, porque Ena habla inglés desde niña como un loro, siempre tuvieron la casa llena de nativas que les daban conversación a los niños y se acostaban con el papá. O sea, que en medio de la historia de Ena has metido tu historia con Lanis. Eres tú la que no hablaba inglés, y griego menos, ya me dirás, que no sé cómo te lo ligaste, porque sólo sabías decir roast beef, roasted potatoes y fuck off, y él tan exquisito, tan refinado, aquello fue mérito, maja, ya podías contar cómo lo hiciste, que le has dado mil vueltas a la historia, la sacas siempre a relucir, pero el meollo te lo guardas, igual que ahora, ¿no te das cuenta?

Pues claro que mezclo la vida y la literatura. Igual que tú. Para quien no te conozca, esa Lola será un personaje, pero a mí me hablas de una tía que se entiende por señas con su amante y pienso en ti y en Lanis, es inevitable. Y de otra que se sube al velero de un desconocido y se acuesta con él, y es Ena, y no hay más cáscaras. Pero, bueno, a lo que iba. Lo que no me gusta es que no cuentas bien lo del folleque. ¿Cómo te diría? Hacía mucho calor, fue aquel año en que hizo un calor que no era normal, y hacía sol, y Ena dice que el noruego estaba con el torso desnudo, imagínatelo, tan rubio y tan moreno, la piel un poco húmeda de sudor y el vello brillante como si fuese de oro. Y con el bañador a Ena le salen las tetas por todas partes y no precisamente espachurradas, que está delgada, pero tetas siempre ha tenido más que tú y yo juntas. Y con el bañador mojado se le marcan los pezones de una manera que a Xío lo tiene mareado. Y todo eso no lo dices: el ambiente sensual, ¿me explico? Si fuera un día frío y estuvieran con el anorak puesto no hubiera pasado nada, seguro. O sea que todo eso se echa de menos: el calor del sol, el olor del mar, el olor de los cuerpos, lo cerca que están, cómo se rozan al menor movimiento. Se gustan y están en un velero en medio del mar, solos, casi desnudos, se bañan juntos, él le ayuda varias veces a subir a bordo, la sujeta con sus brazos, la abraza. Ese buen entendimiento del que tú hablas es porque se gustan y se desean. Por eso Ena se deja acariciar y por eso cuando él la besa no protesta ni se separa. O sea, a ver si me explico: se gustaron desde el primer momento, eso es impepinable, y hubo unas circunstancias que favorecieron ese gusto: un escenario, un ambiente, el calorcillo y el estar casi en cueros. Pero todo eso, que es muy importante y que tú ni siquiera mencionas, no basta.

Pues no, no basta. Luis es también un cacho tío y, sin embargo, con él Ena no se lo pasaba bien en la cama. Increíble, pero es así. ¿Qué le hace el noruego para que Ena entre en el séptimo cielo?, ¿qué tiene que no tenga Luis? Pues tiene que ser un instrumento extraordinario, divino, y que lo utiliza como los mismísimos ángeles. O sea, que la tiene así de grande, y que lo hace de miedo. No dirás que no te lo he dicho de una manera fina.

No, Luis no la tiene pequeña, lo sabes tan bien como yo. Lo que te pasa es que no soportas una crítica y no quieres entender lo que te digo. Luis está bien dotado y es un buen amante. Ya lo hemos hablado muchas veces. No se le pueden poner pegas en ese sentido. Si con Ena no ha funcionado, para mí que es culpa de Ena, lo he dicho siempre. Yo no me creo eso de que no hay mujeres frígidas sino hombres inexpertos. Ena, si no frígida, es bastante fría para las cuestiones de sexo. No le da ni frío ni calor. Nunca ha dicho de un tío ¡qué bueno está! Con Xío, ya me dirás, por edad podrá ser su hijo, pero no lo es, ¡qué coño!, y lo tiene a punto de caramelo y ahora está separada y podía darse una alegría al cuerpo. Pero no le apetece, que en cierto modo es una suerte porque te evitas muchos quebraderos de cabeza, aunque también te pierdes muchos buenos ratos; así que no sé yo qué es mejor. La cuestión es que Ena no lo hace por moral o porque piense que es pecado, que por otra parte con contárselo al Páter estaría del otro lado, pero nada, no le hace falta ni confesarse. Sencillamente, no le apetece. Se va a nadar con Xío, se entrenan, echan una carrera, él la ayuda a subir a la barca, ella le toma las pulsaciones con ese reloj con el que siempre nada, él se pone que se le sale del tanga y ella va y dice: «Demasiadas pulsaciones, Xío. Para competición no es bueno». Sin enterarse, hasta que yo se lo dije, que al pobre chico no eran sólo las pulsaciones lo que se le subía, ¡por Dios!, si es que yo no sé para dónde mira, porque estaba a punto de salírsele, de verdad. Pero es que a Ena eso no le ha reinado nunca, como decía aquella criada de mi madre que resultó lesbiana: «A mí los hombres no me reinan». Pues eso, a Ena lo mismo, no le reinan, que a veces hasta lo he pensado, que igual podría irse con mujeres. Me acuerdo de una reunión de feministas a la que fuimos y que casi todas resultaron ser lesbianas, que no es que yo tenga nada en contra, pero si vieras con qué atención escuchaba Ena a aquellas locas; como si fuesen el evangelio. Por eso me extraña que con el noruego a la primera tacada entrase en éxtasis. Ena no iba a cambiar de repente, así que el mérito fue de él. Pongamos que el ambiente influyó, las circunstancias, el aire de aventura, pero qué quieres que te diga, eso nos resultaría a ti o a mí, pero Ena es del tipo doméstico y asustadizo, recuerda cuando decía que no entendía que las parejas se fuesen a hacer el amor a la playa, o entre el maíz, qué falta de intimidad, decía, que podía aparecer cualquiera, y que había bichos, que en ningún sitio como en la casa de uno, ¡qué aburrimiento!, pero ella erre que erre, que necesita tranquilidad y seguridad. Así que no se entiende, porque según contó lo hicieron en la cubierta, no en un camarote, que ya me vas a decir la comodidad y la intimidad de la popa de un velero y frente a Valdemar, que hasta en la televisión podían haber salido. Así que eso es un misterio.

Lo de ser rubio puede que influyese, por aquello de la atracción de los contrarios, y porque con Luis parece que nunca se le pasó del todo el susto de la primera vez, que también ésa fue otra. ¿Tú te crees lo de la violación? Francamente, yo no me lo puedo creer. Eso ha sido un invento de la María Novoa para pedir la anulación. Para mí una violación es cuando hay violencia o amenazas y lo demás son cuentos. Luis era tan guapo que lo veías y te revolcabas por el suelo de gusto, y si la pilló por sorpresa y se puso a besarla, pues es normal que a Ena se le fuese el santo al cielo y se dejase hacer lo que él quiso, ¡pero de eso a una violación!…

Pues no lo veo yo así. Una seducción es una cosa y una violación es otra. Si Ena se pone a dar gritos, por ejemplo, estoy segura de que no pasa nada. Incluso, fíjate lo que te digo, si lo rechaza en firme, ¿me entiendes?, o si siente asco, o no sé cómo decirte, si de verdad no quiere, estoy segura de que Luis no la folla. Ese asunto nunca lo he visto yo claro. Es como lo de decir que la primera vez que lo vio completamente desnudo le pareció un gorila, como si no lo hubiera visto antes en bañador, que no es tanta diferencia, y no creo que en la cueva estuviese tan oscuro que no se enterase de lo que tenía encima. Total, que yo esas cosas de Ena no las entiendo, y no digo que mienta, pero algo raro le pasa, igual que ahora con Xío, que no sé para dónde mira, porque te aseguro que a ratos se pone que parece que se ha metido el bocata de la merienda en el tanga. Y que Luis es peludo salta también a la vista, pero Ena debía de mirarle sólo a los ojos y se pegó el gran susto cuando se vio en la habitación del hotel con King Kong desnudo y en pie de guerra…

Bueno, sí, lo de la cueva debió de traumatizarla. Es posible que lo viese como algo malo, amenazante. ¿Te acuerdas cómo se quedó mirando en Roma la estatua del galo moribundo? Todos los turistas mirábamos, las cosas lo que son, hombres y mujeres, pero sobre todo las mujeres porque no es habitual verla de ese tamaño en una estatua; ni en una estatua ni en la vida, qué diablos; mucho decir que son convenciones y que se representa más pequeña que en la realidad, y después resulta que los quince centímetros son una fábula. Pero, en fin, a lo que iba: Luis sí los tiene, o más, así que por tamaño no era, y, sin embargo, Ena nos dijo que, viendo al galo, había entendido lo que yo decía de que algunos tíos la tienen bonita. Después se puso colorada como siempre que se habla de eso y debió de pensar que estaba dejando en mal lugar a Luis porque dijo, ¿te acuerdas? «Es por el color, tan blanquita», que yo creí que me moría de risa, cuánto nos reímos en aquel viaje, qué bien lo pasamos nosotras solas. Y yo conté lo de Marcel, lo más grande que he visto en mi vida, qué tamaño y qué negra, y tú dijiste «caballo grande, ande o no ande», así que no sé por qué a la hora de escribir te pones con esos remilgos: el ángel la debe de tener como el caballo de Espartero, chica, y la debe de manejar como el Cid la espada, vamos, un portento, y además «blanquita», si no, no me explico tanto éxtasis.

¡Cómo que proyecto mis fantasías! ¿Tú no te acuerdas de cuando explicaba lo que sentía? Que se le iba el alma, o el sentido, o lo que fuese, cuando él se apartaba, se apartaba, se apartaaaaaaaba. Pues no se puede uno apartaaaaaaaaar tanto si no la tiene larguísima y si no lo hace despacio. Porque en esas idas y venidas, si es pequeña o si el tío se descuida, ¡plaf!, ya está fuera, o mejor dicho: ¡plif! O sea que, larga, seguro. Y además de larga, gruesa, de las que se encajan bien y las sientes por todos lados, por eso Ena decía que al sacarla le parecía que todo el cuerpo se le iba tras ella. Y todo muy lento, despacísimo al comienzo, hundiéndola lentamente hasta el fondo y acelerando poco a poco, muy poco a poco… ¡Uf!, chica, no sé por qué no cuentas tú esto, que al fin fuiste la que levantaste la liebre del éxtasis y todo está allí: el ángel con el dardo de oro, largo y con fuego en la punta, que se lo mete por el corazón y le llega a las entrañas, y que al sacarlo parece que se las lleva consigo, y los quejidos, y la suavidad y el ardor que la abrasa y el dolor que de ninguna forma quiere dejar de sentir, ¡que Dios me perdone, pero queda de lo más erótico! Yo no sé por qué el Páter se cabrea tanto con esto, yo no digo que lo de Santa Teresa no sea místico de verdad, pero es igual que lo de Ena, y, aunque Ena no lo había leído, la oías hablar, ¡qué cosa!, y era tal cual…

¿En pasado? Yo no hablo en pasado… La oías, la oyes, ¡qué más da! Quiero decir que la oía cuando lo contaba y que la seguiré oyendo cuando lo vuelva a contar. No empieces otra vez, no está entre las algas, ¡joder! Siempre se te ocurre lo peor. Puede que no esté con el ángel, pero puede estar con otro. Vio un velero parecido, se acercó nadando y se encontró con un tío rubio y macizo y se fue con él. ¿No lo hizo ya una vez? Pues el que hace un cesto hace ciento. ¿No lo habías pensado? No, claro, tú siempre piensas lo más trágico. ¡Qué cenizo de mujer!