V. Lucila de cuatro a seis

Elvira no tiene la menor duda: «Está con el ángel». Así de sencillo. También Xío parece creerlo, pero que él lo crea es normal, a los veinticinco años te crees cualquier cosa, ¡pero Elvira!… Aunque, bien mirado, si Ena no olvidó al ángel, puede ser que tampoco el ángel haya olvidado a Ena. ¿Qué son quince años? ¡Una nadería! El noruego puede que haya estado dando vueltas y vueltas al mundo, se lo sabrá ya de memoria y en una de esas habrá pensado: por aquí conocí yo a una señora que no estaba mal y que nadaba como un tiburón, y que tenía una casa en lo alto de un acantilado, una preciosa casa señorial, aislada, y una calita para ella sola, ¿y si me acercase a ver? La casa está rodeada de urbanizaciones, ahí sí que se nota el paso del tiempo, pero aún se destaca en lo alto, y Ena está un poco más vieja, pero sigue nadando un montón de millas y ¡tate! ¡Allí está! Justo en el mismo sitio. El vikingo no tiene más que soltar la escala y, ¡hala!, a recordar viejos tiempos. ¿Por qué no puede ser? ¿Qué es lo que me parece tan increíble? Ena se enamoró de él, ¿por qué no pudo él enamorarse de ella? Y si se enamoró ¿por qué no iba a conservar aquel recuerdo como lo conservó ella?

Un día decide volver, quizá porque está aburrido… ¡No! Está enamorado, ya hemos quedado en que está enamorado, qué diablos, no hay que ser cenizo, tiene razón Elvira: el noruego no ha podido olvidar aquella tarde que también para él fue una experiencia única, y al cabo de los años siente el deseo de saber qué ha sido de aquella mujer apasionada, tierna e inocente, madre de cinco niños y esposa de un morenazo, machista sí, pero estupendo en la cama… Voy mal. No sé por qué me empeño en tomarlo a broma. Quizá Kostka tenga razón: admito y justifico en las mujeres sentimientos que me cuesta creer en los hombres. Que Ena se enamore en una tarde y que le dure quince años me parece normal, no creo que se trate de una fantasía ni de una elaboración mental como cree el Páter. El Páter piensa que Ena conoció en circunstancias especiales a un hombre guapo, de una belleza diferente a la habitual por estos pagos y proyectó sobre él todas sus ilusiones, todas las cualidades apetecibles. Y como no vuelve a verlo no puede desengañarse, ni compararlo con otros, ni cansarse, y por eso la ilusión se mantiene.

A mí eso me parece razonable cuando se refiere a los amores de Bécquer o de Byron y artistas así, problemáticos, inquietos, desequilibrados, pero aplicado a mi querida Ena, a una persona tan sensata, tan normal y tan sana de cuerpo y espíritu, no me convence, me suena a falso. La explicación tiene que ser más sencilla y más común. Muchas veces bastan unos minutos para darte cuenta de que con determinada persona vas a entenderte bien o no vas a entenderte en absoluto. Incluso el aspecto físico, la forma de vestir, de hablar, de moverse te hacen sentir atracción hacia alguien, y no sólo atracción física sino el deseo de conocer mejor a esa persona, de llegar a entablar una relación con ella. Lo de Ena fue algo de ese tipo: le bastó una tarde para darse cuenta de que con aquel tipo rubio podría vivir muy a gusto. Encontró en él algo que no tenían ni Kostka ni Luis. Y su enamoramiento ha consistido en mantener vivo el recuerdo de aquella tarde y de aquel hombre. Por lo demás ha hecho una vida completamente normal, ni se ha suicidado, ni se ha pasado los días suspirando por un amor imposible, como los poetas románticos; sencillamente se acuerda de él, y cuando está junto al mar otea el horizonte por si ve aparecer un velero de dos palos con bandera noruega. Todo es mucho más natural y cotidiano que lo que cuenta el Páter.

Pero si es tan normal no sé por qué me resisto a creer que el ángel sienta lo mismo y que quince años después se presente para intentarlo de nuevo. Es muy posible que aquella aventura haya dejado también en él un recuerdo perdurable: encuentra a una mujer en circunstancias extraordinarias y no sólo le gusta físicamente sino que le hace confidencias y se entiende tan bien con ella que le propone seguir juntos. Pero no puede ser: ella está casada y tiene cinco niños; él se va, pero no olvida; las dificultades, ya se sabe, avivan el deseo. Y al cabo de quince años, cuando presumiblemente los hijos ya no serán un obstáculo y cuando los divorcios en España ya no son una rareza, decide intentarlo de nuevo y vuelve.

¿Y cuál es la forma más fácil de encontrarla? No tiene una dirección ni un nombre completo ni un número de teléfono. Lo único que puede hacer es volver al lugar donde la vio la primera vez. Lo más sencillo hubiera sido plantarse en el Náutico y preguntar allí por Ena. Esto no es Sao Paulo, sólo con el nombre de Ena o con la referencia de la casa del acantilado le hubieran dado la filiación completa. Quizá iba a hacerlo, quizá iba camino del puerto, pero antes decidió repetir lo que hizo entonces: acercarse a la isla, al acantilado, ver si la casa estaba allí, o si ella seguía saliendo a nadar a las cuatro de la tarde. Y por eso viene en septiembre, cuando ya no hay casi nadie en la playa y han desaparecido los veraneantes que impiden a Ena nadar con comodidad desde la casa a la isla. Quizá haya hecho varias veces ese recorrido o quizá no, quizá sea su primer intento de reencuentro. Y Ena reconoce el velero. Siempre ha dicho que se puede saber quién lleva un barco por la forma de navegar. A su padre lo reconocía en cuanto aparecía la vela en el horizonte, aunque teniendo en cuenta que siempre iba escorado al máximo no era muy difícil. Quizá el ángel tenga también un estilo característico. En fin: lo ve, y sin pensarlo dos veces se pone a nadar hacia él. Pero hay resaca, y aquí es donde interviene Xío. Hubiera sido mejor que a Ena la rescatase directamente el noruego, como la primera vez, sin testigos. Pero las cosas son como son y por allí anda Xío, un chico muy guapo, que a pesar de la diferencia de edad estaría más que dispuesto a hacerle a Ena cualquier tipo de favor. Ella de momento lo aprovecha para nadar con tranquilidad. Sabe que está en la playa, pendiente de ella, y que si tiene algún problema basta con que levante el brazo y él acudirá a socorrerla… O sea que lo utiliza sin ser demasiado consciente de ello…

En realidad, Ena utiliza a los hombres más de lo que parece a primera vista. Creo que lo hace de forma inconsciente, pero lo hace. A Xío le contó la historia del noruego a su manera, como un amor platónico, debido a sus deberes de esposa y madre, con lo cual en cierto modo le está dando al chico el modelo de lo que tiene que ser su relación: mucha charla y mucho ver las puestas de sol juntos, pero nada que no sea espiritual. Así lo tiene a su disposición y no se compromete. Después de haberse separado no sé yo qué justificación puede darle a tanto platonismo, quizá sus convicciones religiosas, o su respetabilidad, cualquiera sabe; el caso es que él parece resignado a su papel de coleguilla. Y con Kostka, el amigo dilecto, dos cuartos de lo mismo. Lo ha utilizado toda la vida. Tiene razón al llamarnos hipócritas. Es el único a quien no le ha hablado del ángel. Me recuerda a la Regenta de Clarín, que le oculta su amor por don Álvaro a don Fermín, su confesor y «hermano del alma». Kostka dijo que él era el amigo de toda la vida, el amigo del alma, creo recordar, quizá estaba pensando en lo mismo…

Estoy siendo injusta con Ena. Me pasa como a Kostka, que estoy cabreada y triste al mismo tiempo, porque no sé si está con el ángel sin preocuparse para nada de nosotros, de lo mal que lo estamos pasando. O si está muerta. No es normal este silencio. No se puede desaparecer así sin una llamada. Si no quiere dar explicaciones le bastaría con llamar a la muchacha y decir: Estoy bien, no me pasa nada malo, que no se preocupen por mí.

Quizá sea cierto que soy un cenizo y que pienso siempre en lo peor. Es posible que Ena crea que nadie se ha enterado de que se subió a un velero. O que confíe en la discreción de Xío. Le había contado bastante de su aventura como para que él entendiese que aquel viejo amor había vuelto. Eso encaja en su forma de pensar y de actuar. Ena debe de saber un montón de historias de Xío, él se las habrá contado, seguro, porque está deseoso de hacerlo, le gusta darse importancia y presumir de conquistas. Pero Ena nunca ha comentado lo más mínimo sobre ese tema, así que esperará la misma discreción por su parte. Ni se imagina la que ha armado Xío contando a todo el mundo que se subió a un velero. Los chicos no están ya en casa, con nosotras no había quedado y a la muchacha le había advertido que cenaría fuera; por lo tanto pensará que nadie va a echarla de menos. Por eso no llama.

Y con Kostka no habló del ángel para no hacerle sufrir inútilmente. Le apetecía hacerlo, sobre todo cuando el Páter insistió en que se trataba de una fantasía, de una elaboración mental sin más fundamento que la atracción física. No se lo contó por delicadeza, para no herirlo, y también por vergüenza, porque en el fondo le sigue dando apuro lo que pasó en el barco, y lo que pasó en la cueva con Luis hace tantos años. Nunca ha querido hablar de eso; hemos sido Elvira y yo quienes la hemos forzado a contar esos episodios de su vida.

Ena es incapaz de doblez, de planear una estrategia para tener atado a un tío. ¿Cómo le iba a contar a Xío lo que pasó en el velero, si Elvira tuvo que sudar tinta china para que nos lo contase a nosotras? Y se dejaría matar antes que hacer daño de forma consciente a Kostka…

De forma consciente, desde luego, pero hay algo oscuro en su comportamiento, algo extraño; como si fuera el resultado de motivos que se nos escapan. Por eso a veces nos desconcierta, porque no esperamos esa forma de actuar, no encaja con lo que creemos saber de ella. O quizá los raros y extraños somos nosotros. Quizá tiene razón Kostka cuando no está cabreado: Ena tiene el alma clara y abierta y por eso no la entendemos, porque estamos acostumbrados a recovecos y a segundas intenciones. Más exacto sería decir que siempre ha sido ella la engañada y la utilizada: por su padre y por su madre, que le dieron una imagen falsa de la realidad; por Luis, que fue a la suya desde el primer momento y que se la pegó mil veces; por Kostka, que la hace responsable de su soltería, cuando la verdad es que ha tenido veinte novias y no se casa porque no hay tía que aguante sus manías… Y hasta por Xío, que presume de ser su amigo y el día que lo necesita no se entera de lo que pasa, y la pone en evidencia contándole a todo cristo lo que vio. Que a saber si lo que vio es lo que dice, y si a tal hora Ena no está entre las algas de la isla después de estar en boca de todo el mundo. En fin, no volvamos a las andadas.

Retomo el hilo: el reencuentro con el ángel. Hubiera sido perfecto sin testigos. Sólo con que Xío se hubiera entretenido un poco más con los chicos de la excursión, lo hubiera conseguido. Si no la hubiese visto subirse al velero creería que se había ido a casa nadando. Y al llamarla por la noche, la criada le habría dicho que no cenaba en casa. Y todos estaríamos tan tranquilos…

Tiene que estar con el ángel. Todos lo dicen, todos lo creen. Tuvo que suceder así:

El noruego ha parado el motor y espera con el corazón anhelante y la vista clavada en la persona que se acerca al velero. No se atreve a creerlo, pero el cartero siempre llama dos veces. Es una mujer, no cabe ya duda. Y él es un hombre rubio y la bandera es de Noruega, Ena puede verlo, levantando apenas la cabeza a ras del agua, sin dejar de dar brazadas enérgicas, sacando el brazo derecho con su característico e inconfundible estilo, exagerándolo, recreándose en los últimos metros. ¡Es ella! El noruego echa la escala y Ena nada hasta tocar el casco. Levanta la cabeza y se sube las gafas a la frente. El sigue teniendo los mismos ojos azules y el pelo rubio, quizá un poco canoso, o un poco calvo, pero no cabe duda, es el ángel. Y Ena sigue delgada y morena, con los dientes blanquísimos y un poco salientes.

—¡Tiburón! —dice el ángel.

—¡Ángel! —dice Ena.

Y colorín colorado: Se van juntos a repetir el viaje que hicieron la primera vez, a Valdemar, ahora sin prisas porque Ena no tiene que atender a cinco niños ni dar explicaciones a un marido. ¡A vivir que son dos días! Y a los amigos que los parta un rayo…