¡Qué panda de cenizos! Kostka en plan de amante engañado y tú de cuervo agorero. ¡Cómo se va a haber ahogado si nada como los peces, joder! Y además que Xío está seguro de haberla visto subiendo al velero. ¡No se iba a inventar una cosa así! Ena tiene una facha inconfundible, ya me dirás, con esos bañadores de competición que nadie usa, y gorro colorado y gafas para protegerse los ojos, ¿cómo la va a confundir con otra? Y además que sería demasiada casualidad que en el velero hubiera otra mujer y que justo entonces, mientras Ena se ahogaba, saliese a darse un baño con tal indumentaria. ¿No te das cuenta de que es absurdo? Lo que pasa es que tú eres un cenizo, ¡hija!, siempre imaginando desgracias. Son ganas de fastidiar la fiesta…
Hazme caso: ¡está con el ángel! Eso es lo que pasa. A tal momento se está dando la follada del siglo, faltaría más, después de quince años, imagina las ganas, porque desde que se separó de Luis, nada de nada; con Kostka mucha conversación, pero otra cosa no, así que seguro que están en una cala, ni siquiera se habrán ido a un puerto, les habrá faltado tiempo para ponerse a follar más y mejor. Lo que daría por verlos por un agujerito. Yo no me imagino a Ena desmadrada, ¿verdad que no? Debe de ir por el lado romántico, quedarse transida, poner los ojos en blanco o desmayarse, eso a los tíos les gusta, a algunos tíos…
Lo de Santa Teresa lo dijiste tú, guapa, que eres de las que tiran la piedra y esconden la mano. ¿De dónde iba yo a sacar una cosa así? Tú eres la culta. Yo conseguí que Ena me lo contase, que no fue pequeña labor, porque también con Luis decía que llegaba al orgasmo y no había tal; cuando de verdad tuvo uno se enteró de la diferencia. Pero, aun así, lo contaba de una manera que no lo veía yo muy claro: que si dolor, que si placer, que se le iba la vida, que un ardor que la quemaba por dentro y que le hacía gritar y quejarse, pero que al mismo tiempo, cuando él se retiraba, sentía un deseo intensísimo de que volviese a entrar en ella… Y entonces tú dijiste: «Eso es como la transverberación de Santa Teresa». Y la verdad es que es tal cual. Pero resulta que la única que había leído a Santa Teresa eras tú, y el Páter, claro; así que mal podía Ena estar influenciada por algo que ni sabía que existía. Que eso es muy curioso, cómo puede haber tanta coincidencia entre dos cosas tan distintas. Lo malo es que desde que lo leyó ya no hubo forma de sacarle nada distinto. Me contó el éxtasis por el derecho y por el revés, y como encima el noruego se llama Ángel pues la cosa queda de lo más mística.
A veces yo hasta he dudado de si todo aquello pasó de verdad, porque Ena no es el tipo de mujer que se sube a un velero de un desconocido y se pone a hacer el amor con él a la primera de cambio. Yo, que soy la frívola, y tú, que vas de liberada, nunca nos hemos acostado así, al ratito de haber conocido a un tío, ya ves, ni en los interregnos más duros; nunca. Y Ena, que es la tradicional, la tímida y la inocente, se tira a un noruego entre la comida con su marido y la cena con sus cinco niños. ¡No te jode! Y para remate resulta que el noruego es una maravilla trianera: guapo, encantador, sensible, con los ojos como el azul del cielo y el pelo rubio como el oro… Un ángel vikingo, muy bien armado, que toma por asalto las costas gallegas y se tira a una señora casada, de intachable conducta y le hace sentir lo mismo que sintió Santa Teresa en uno de sus más famosos éxtasis. Y la cosa no se queda ahí, en unos polvazos arcangélicos, sino que el ángel le pide que se vaya con él, o sea, que si lo miras bien es una proposición seria. A ver qué tío te ha dicho a ti, al ratito de conocerte, que te quedes en su casa; a mí ni uno. Claro que no es igual una casa en tierra firme que el barco de un desconocido, por muy guapo que sea y por muy bien que folle, así que se comprende que Ena le diga que gracias, que ella tiene una magnífica casa en el acantilado donde la esperan cinco niños y un marido con el que no se entiende, pero que está como un tren, que tiene dinero y que es espléndido. Y se acabó lo que se daba; cada uno por su lado; uno a recorrer el mundo con su velero y otra a contárselo a las amigas divorciadas. Que te aseguro que me lo cuentas tú y no te lo creo, Lucila; me suena a novelón, como Los Puentes de Madison.
A Ena sí que se lo creí, desde el comienzo, y lo del éxtasis también, porque ella no inventa historias y porque no se había leído a Santa Teresa. Y además aquello le cambió la vida, empezó a cuestionarse cosas que antes aceptaba como inevitables; las aventuras de Luis, por ejemplo, y todo lo de la cama. Estaba resignada a no pasarlo bien, convencida de que ella era así, y que no podía sentir otra cosa. O sea que, hasta que apareció el ángel, no sabía lo que se estaba perdiendo. Estoy convencida de que sin el ángel no se divorciaría de Luis. Tardó diez años en decidirse, pero yo creo que empezó a pensarlo entonces, que era injusto que Luis anduviese tan contento con quien le daba la gana y disfrutase del sexo, y ella, por haberse casado, no pudiera intentarlo con otro sin sentirse culpable…
Aunque decía que no, que los milagros no se repiten, yo creo que en el fondo esperaba que el ángel volviese. Y por eso tampoco ha querido comprometerse con Kostka, y eso es lo que él ha llevado peor, que no le dijese nunca que esperaba a otro, que no lo desengañase de una vez, y tiene más razón que un santo. Ena con Kostka siempre se ha dejado querer, pero de comprometerse nada, ni siquiera acostarse, que después del divorcio y teniéndolo como lo tiene de chevalier servant ya me dirás si el tío no se ha ganado por lo menos una oportunidad. Porque es lo que yo le digo: «A lo mejor pruebas y te gusta, igual que con el ángel». ¿Y sabes qué me dice?… «Siempre estás pensando en lo mismo». Como si ella no pensara, ¡anda que no le dio vueltas!: lo bien que se entendieron, lo sensible que era, tantas afinidades que tenían… Ya me vas tú a decir, ¡con un noruego! Por muy bien que Ena hable inglés y por mucho que hablaran, que no sería tanto porque ni siquiera se le ocurrió preguntarle a qué se dedica cuando no está navegando, que digo yo que algo más hará en la vida que pasearse en un velero, y que es lo primero que a una se le ocurre preguntarle a un tío cuando lo conoces, pues nada, no se lo preguntó, así que donde de verdad se entendieron fue en el asunto de la jodienda y poco más. Y si con Xío no quiere intentarlo, porque «¡por Dios, si es como mis hijos!», dice la muy boba, pues podía probar con Kostka, que no está mal y es de nuestra edad, y, aunque tiene manías, para pasar el rato es estupendo, no te aburres nunca, y es tan listo que da gusto oírlo hablar. Y eso a Ena le gusta, se queda oyendo a Kostka con unos ojos de admiración que se comprende que el tío esté enganchado, porque los ves juntos y parece que la tiene embelesada, pendiente de sus palabras, ya desde la pandilla, ¿te acuerdas?, Ena lo escucha siempre encantada. Pero de ahí no pasa. Se ve que no es la buena conversación lo que la arrastra a la cama; en fin, a ninguna, eso bien lo sabes tú, que a Lanis al comienzo no le entendías ni torta, pero te entró por los ojos y listo, como a Ena, como a cualquiera…
No digas bobadas, ¡cómo no va a ser guapo! Es una belleza, seguro. Yo alguna vez hasta me he corrido imaginándomelo. Tanto hablar de él, ya me dirás: tan esbelto, tan fuerte, la piel dorada de sol y todo el vello rubio, resplandeciente como si fuera de oro, y la polla… ¡perdón, perdón, perdón!, ya sé que no te gusta esa palabra, pero a mí «pene» me suena a consulta médica, a consulta del seguro, ni siquiera a médico de pago. Y «falo» demasiado culto: «símbolo fálico». Como tú te pasas la vida hablando de símbolos lo encuentras normal, pero a mí me suena raro, en la vida corriente nadie dice falo. Y «pito» queda ridículo, es como una polla pequeñita, reconócelo, no puedes decir «tiene un pito magnífico» porque parece una contradicción, y «picha» lo mismo, hasta queda mejor en diminutivo, es lo que se les dice a los niños: «¡Ay qué pichita tan bonita tiene mi nene!». Y «cipote» suena a grande, pero a basto. Yo al ángel no me lo imagino con cipote. Al ángel lo veo como una estatua de oro, y las estatuas no tienen cipote. ¿Cómo dices tú cuando hablas de una estatua?… «Sexo» queda un tanto desvaído, demasiado unisex y general. Cuando dices polla, ves una polla, y cuando dices sexo no ves nada, ¿a que sí? «Verga» no está mal, pero, si quieres que te diga la verdad, a mí siempre me ha sorprendido que tú lo digas, porque verga tiene un aire agresivo, poco feminista; de verga viene vergajo, ¿no? A lo mejor en el fondo te asoma a ti ahí algo masoca. Verga está bien para hablar de Luis, por ejemplo, pero piensas en Kostka y no le va, y al ángel me parece que tampoco, o quizá sí, cualquiera sabe. Me gustaría saber cómo la tiene el ángel. ¡Ena es tan poco explícita sobre eso! Nunca conseguí que me dijese cómo tiene… ¿el miembro? ¡Por Dios!, ¡qué cursilada! Para decir miembro prefiero decir «la cosa», como decía mi madre: «Hija mía, cuando a un hombre se le alborota la cosa, no intentes razonar con él». Y cuánta razón tenía, por cierto. Pues eso, que Ena sólo habla de lo que ella sentía, pero nada de lo que él le hizo, ni siquiera de cómo es por ahí abajo; los ojos tan azules, eso sí, y el pelo como oro viejo y todo el cuerpo moreno y dorado. Pero de lo otro, nada, chica, no hay forma de sacarle una palabra.
¿Que no le da tanta importancia? ¡Venga ya! Va a tener razón Kostka al llamarnos hipócritas. Yo y tú y Ena y todo cristo. A todo el mundo le gusta grande, déjate de historias. No importa dentro de determinados límites, pero cuanto más grande, mejor; ya está bien de pamemas, ¡joder!, que una cosa es animar a un tío y decirle que no importa y otra es que te gusten las miniaturas. Y lo mío es una curiosidad lógica, porque yo nunca he entendido que a Ena le fuese mal en la cama con Luis, estoy segura de que el problema es de ella; en fin, me consta, ya lo sabes.
A veces me tienta confesárselo, para poder hablar con sinceridad de esto. Que yo me haya echado un polvo con Luis no tiene ninguna importancia, nunca pretendí quitarle el marido, ni él pretendía más de lo que hubo. Alguna vez he estado a puntísimo de contárselo, pero Luis me hizo jurar por mis muertos que nunca se lo diría, y por él no se lo he contado, no fuera a ser que lo hubiera negado sobre los evangelios y yo lo dejase con el culo al aire. Esas cosas sí que me parecen a mí graves, que tu pareja se empecine en negar la evidencia y en hacerte comulgar con ruedas de molino, como si fueras idiota perdida…
Sólo hay que negarlo cuando el otro quiere que lo niegues, cuando quiere que lo engañen, que hay mucha gente así, que te pregunta para que le digas «no, nunca, tú solo y nadie más», cosas de ese tipo, y, mira, si es así, amén. Pero Ena estaba al cabo de la calle y le importaba un pimiento, en contra de lo que el pobre de Luis pensaba. Estaba verdaderamente acojonado de que Ena lo supiese: Si se entera de que me he acostado con su mejor amiga, me decía, se separa, y a ti no vuelve a dirigirte la palabra… Lo de mejor amiga era una manera de hablar, lo mismo diría de ti. Y ya ves lo equivocado que estaba. Ena no lo dejó ni por mí ni por ti…
Bueno, vale, vale, dejemos eso, que ahora no viene a cuento. Lo que quiero decir es que si no fuera por el ángel, a Ena le daba lo mismo con quién se acostase Luis. Y además estoy segura de que lo mío lo sabe, pero no le da la gana de hablar de ello, en cierto modo es su forma de castigarme, porque yo sufro de no poder contárselo. Y no por mí, ¿eh?, que yo me he confesado y tengo la conciencia tranquila: si Dios me perdona, no voy a ser yo más papista que el Papa. Pero me fastidia no poder hablar de eso con Ena, y lo digo por ella, porque hasta podría servirle de ayuda, que no es igual hablar en teoría que por experiencia, y yo podía decirle: «Mira, guapa, no sabes estimar lo que tienes, te lo digo yo que de hombres entiendo un rato, que Luis será autoritario y machista en muchas cosas, pero en la cama es estupendo, y un hombre que en la cama es estupendo también lo es fuera, porque quiere decir que se ocupa de ti, que le importa que lo pases bien y seas feliz». Y también era machista y autoritario su padre, además de infiel, y Ena lo adoraba, y su madre no podía vivir sin él. Y lo que me jode es que Ena nunca me haya dejado hablarle de esto, porque si no lo ha pasado bien con Luis es por culpa suya, seguro, y si hablase se le podía poner remedio. Y si tú le hablases, también, porque yo estoy convencida de que tú te has tirado a Luis, igualito que yo. Pero dejémoslo porque ni bajo tortura lo confesarías, allá tú. Lo contarás en una novela, cada loco con su tema…
No le importaba, estoy segura. Yo le he contado todas las aventuras de Luis, todas las que conocía, claro, para poder contarle la mía, y en cierto modo para que viese que cualquier mujer lo deseaba y que ella debería hacer un esfuerzo para salir de aquella apatía. No le decía: «Te la está pegando con Fulanita», sino «Fulanita le está tirando los tejos a Luis». Me daba rabia que se encontrara con ellas en el Náutico o por ahí y no supiera que la estaban engañando. Pero en el fondo se lo contaba para poder contarle lo mío, ¿comprendes? Yo se lo he contado siempre todo, y ella a mí; en fin, a ella se lo voy sacando yo, pero a la postre es lo mismo, y eso es algo que está ahí y que tengo que hacer esfuerzos para que no se me escape. ¿Cómo te diría?, me hace sentirme mal, a fin de cuentas es como si yo también la engañase; tirarse al marido de una amiga no es precisamente un timbre de gloria, aunque no sea más que un polvo ocasional, y que yo sabía que a Ena le importaba un pimiento. Por eso no entiendo por qué se cierra en banda y cada vez que intento sacar la conversación me corta. Y siempre ha hecho lo mismo: me dejaba contarle lo de las otras, la muy zorra, y, cuando ya me animaba a hablar de lo mío, iba y cortaba: «No quiero saber nada más», así de seca, que yo me daba cuenta de que no quería que le dijese que me lo había pasado bien en la cama con Luis, que te juro que no acabo de entenderlo, porque lo que le contaba de las otras no le importaba nada, seguía engullendo el cruasán o el pincho de tortilla como si tal cosa, ya me dirás, que cuando te dicen algo así, por poco que te importe el tío, es que no te corre el bocado y lo tienes que tragar a golpe de café con leche, o de vino tinto, de lo que tengas a mano, porque se te pega al gaznate y aquello no corre. Pues ella tan fresca, como si le contase una película…
Nada que ver con lo de su madre. Lo de su madre era ceguera, o bobería, o vaya usted a saber. Es posible que fuese encarajamiento, él le hacía dos arrumacos y la mareaba. La verdad es que los veías en casa a todos juntos en las comidas o cuando se los llevaba a pasear en el velero y parecían la imagen de la felicidad. Después él se iba con la amante de turno y aquí no ha pasado nada. Todo falso, claro, por parte del padre, digo, porque cuando ya no pudo gallear a sus anchas entonces se vio lo poco que le importaba la familia, se quitó de en medio y ahí os las apañéis, ni seguro de vida siquiera, y de dinero nada, que al parecer era muy generoso con las otras. ¡Pobre Ena! Lo tenía en un altar y se le vino abajo de golpe y sin remedio. Y con su madre nunca pudo hablar de aquello. «Tu padre era un hombre excepcional», le dijo cuando Ena lo intentó, y se ofendió muchísimo y le prohibió que siguiera hablando. Así que lo de su madre quizá fuese amor, porque desde que él murió fue de achaque en achaque hasta morirse también. Ena decía que se estaba suicidando despacio. Y, sin embargo, Ena ya has visto. Desde que dejó a Luis parece que ha rejuvenecido. Yo creo que estaba esperando a que apareciese el ángel…
¿Quieres dejar de mirar la hora? No va a llamar esta noche. Está con el ángel follando a destajo. De esta vez, ya verás, un tratado de mística completo. Y nosotras aquí como bobas, preocupándonos por ella. ¡Venga, deja ya de pensar en desgracias!