Lo he hecho todo mal. Con Ena, con Luis, con Elvira… ¡Qué desastre! Para empezar: No tenía que haberle contado a Luis lo del ángel; no era el momento adecuado. Pero no se me ocurrió otra forma de frenarlo. Yo sólo le dije que Ena conoció hace años a un noruego rubio que navegaba en un velero aparejado en queche. Y que lo conoció cuando nadaba hacia la isla, más o menos en el mismo sitio donde Xío dice que esta tarde ella se ha subido a un barco como aquél. No le dije nada más, pero Luis lo cazó al vuelo. Iba a avisar a la Guardia Civil para salir a buscarla; creía que se trataba de un secuestro y que lo mejor era denunciarlo y salir en su busca enseguida, pero después de oírme decidió esperar, porque es muy posible que sea el mismo velero, dijo, y que Ena dé señales de vida cuando le convenga. Después habló con Elvira y ella se lo ha contado «con pelos y señales». Pero si yo me hubiera callado, Elvira no habría hablado. O quizá sí, porque está convencida de que Ena está con el ángel. Pero el caso es que he sido yo quien se lo ha contado y creo que he hecho mal. Ahora quiere salir a buscarla en cuanto amanezca, pero ya por otros motivos…
Yo lo he hecho mal, pero él tampoco lo ha hecho bien. Sólo atendió a lo que le convenía, a lo que atañe a su honor y a su amor propio. También le dije que Xío, en vez de tanto hablar, debía haber pedido refuerzos para rastrear la zona mientras había luz, pero eso ni lo había considerado. Ninguno: ni él, ni Kostka, ni Elvira, han puesto en duda lo que Xío cuenta. A nadie se le ha ocurrido pensar que esa mujer que se subió al velero no fuese Ena, que a Ena le haya pasado algo en el agua y que a estas horas esté muerta. Lo único que Luis quería era salir corriendo tras el barco. Y Kostka dos cuartos de lo mismo: un ex marido y un ex novio lanzados a la persecución de Ena y su ángel noruego.
Nadie duda de lo que Xío dice que ha visto. Pero Xío no es un testigo imparcial. Había abandonado su puesto de vigilancia, y ahora teme que su distracción tenga consecuencias desgraciadas. Lo que él vio fue a una mujer subiendo a un velero que estaba por allí y que se fue después de recogerla. ¿Por qué está tan seguro de que era Ena? Lo normal es que ese velero lo tripulase una pareja, teniendo en cuenta además que es un barco de dos palos. Los navegantes solitarios no abundan y menos en un barco grande. También es normal que en una tarde de sol, en una ría aparentemente tranquila, la pareja se diese un baño, turnándose. La mujer baja primero, pero el agua está fría, nota la corriente y se vuelve rápida hacia el velero, que la recoge y se va.
Un bañador de competición y un gorro de látex, eso es todo lo que le ha permitido a Xío decir que aquella mujer era Ena. Y quizá la forma de nadar. Ena tiene un estilo muy peculiar de crol, saca el brazo derecho doblado en ángulo de una forma que parece la aleta de un tiburón; en la playa cualquiera la reconocería. Pero ¿a esa distancia y con olas se puede distinguir un estilo? Xío estaba angustiado y deseoso de verla, ¿no es ésa la situación ideal para confundirla con otra mujer que nadase hacia su barco?… Lo único cierto es que Ena estaba nadando paralelamente a la playa y que Xío en un momento dado dejó de verla. Lo que vio después fue a una mujer nadando hacia un velero.
Pero si esa mujer no es Ena, ¿dónde está Ena?, ¿qué le ha pasado? Eso es lo que Xío no quiere ni pensar. Estaba relativamente cerca, dice. Si se hubiese sentido mal habría nadado hacia tierra y no mar adentro… ¿Y si fue un infarto y no le dio tiempo?…
Elvira tiene razón. Soy un cenizo. No sé por qué me empeño en darle vueltas a esto, cuando lo primero en lo que pensé fue en el barco del noruego. ¿Por qué si no le conté a Luis lo del ángel? ¿Por qué impedí que Luis y Kostka saliesen en su busca? Porque pensé que el ángel había vuelto y que Ena estaba con él, y yo no iba a consentir que su ex y su eterno pretendiente, juntos para la ocasión, le estropeasen el reencuentro. Pero la verdad es que ahora, reflexionando, no me puedo creer que esté con el ángel. ¿Cómo va a aparecer así otra vez, después de tanto tiempo? Y aun en el caso de que el ángel apareciese de nuevo de improviso, ¿cómo se va a ir Ena con él sin decir a nadie ni una palabra?…
¿Y si lo tuviese planeado? A la muchacha le dijo que no la esperase para cenar, y si Xío no hubiese contado que la vio subirse a un velero, a estas horas, nadie sabría que ha desaparecido… En fin. Volvamos al comienzo.
En versión de Xío, lo que ocurrió, puesto en orden cronológico, fue más o menos esto:
Ena salió a nadar. Como todas las tardes desde que empieza la primavera hasta bien entrado el otoño sale a hacer sus cuatro o cinco millas diarias. Sigue igual que cuando la llamábamos Tiburón en la pandilla. Xío la vigila desde su puesto y antes de salir se hacen una señal. A las cuatro, como un reloj suizo, Ena enfoca el catalejo hacia la playa para comprobar el color de la bandera. Sólo si está roja desiste. Xío a esa hora deja de coquetear con las forasteras, enfoca los prismáticos hacia la casa del acantilado y le da el visto bueno a Ena, que ya tiene en la mano el gorro y las gafas. Todo tiene el aire de una ceremonia o de una representación. Si la bandera es verde, gestos de avanti; si es amarilla, empiezan una pantomima. A veces hay algún peligro, por la resaca o un poco de mar de fondo, pero otras veces Xío pone bandera amarilla por comodidad, para que los forasteros o los principiantes del windsurf no se confíen y tenga que salir a buscarlos. Así que, cuando la bandera es amarilla, discuten un rato por señas: él dice que no se vaya a la isla, ella que sí, y al final, Ena, que es sumisa, acaba haciendo largos por delante de la playa.
Esta tarde todo se desarrollaba de la forma habitual. Xío puso bandera amarilla, por el viento y porque empezaba a bajar la marea, en realidad porque había una excursión de chavales y así los tenía más controlados. Y Ena nadaba a lo largo de la playa, a unos cien metros de la orilla. Todo transcurría según lo previsto y Xío se distrajo, aunque eso no lo dijo, pero es evidente: nadie tiene los ojos clavados durante horas en una persona que da vueltas y más vueltas por el mismo sitio. ¿Cuánto tiempo estuvo sin mirarla? No se sabe. Él dice que muy poco, lo que tardó en advertirles a las monitoras de la excursión que los chavales no debían tirarse desde el muro del espigón, aunque los de aquí lo hiciesen, porque ellos no conocían el sitio y se iban a descrismar con las rocas. O sea, que se puso de conversación con las chicas y a dar órdenes que es lo que le gusta; así que échale minutos al asunto.
El caso es que cuando vuelve a mirar al mar y busca a Ena no la ve. Lo único que se ve en el mar es un velero de dos palos junto a la isla, un velero que está arriando velas y poniéndose al pairo. Probablemente lo que le llama la atención es la maniobra. Los dos palos no se ven todos los días y menos al final del verano, y parece que el barco vaya a fondear junto a la isla. Le echa una ojeada con los prismáticos y de paso busca a Ena. Y se lleva un susto de muerte. Esto sí lo dijo. La busca primero a ojo y enseguida con los prismáticos. Y no ve nada. Va haciendo barridos desde la playa hasta la isla y al fin la ve: está nadando mar adentro, «cagando leches», según una primera expresión que después corrige en «a toda pastilla». No está flotando sino que nada a favor de la corriente hacia la isla, dice, o hacia el velero, dice después, en todo caso mar adentro, con marejada y un viento cada vez más fuerte.
Y ahí es donde yo dudo de lo que Xío dice que ha visto: hay un velero junto a la isla y alguien que nada hacia él. Alguien con un gorro y que nada a crol. Y, como a Ena no se la ve por ninguna parte, Xío decide que es ella quien se está acercando al velero.
Sigamos: Xío no entiende lo que ha sucedido ni lo que Ena está haciendo. No sabe si se ha aburrido de dar vueltas y ha decidido irse hasta la isla como otras veces, o si va hacia allí porque la ha arrastrado la resaca y prefiere no agotarse nadando contra corriente. Puede que esté yendo hacia la isla para esperar a que Xío vaya a recogerla, o que esté nadando hacia el velero para pedir ayuda.
Lo que Xío ve claro es que tiene que ir a buscarla, así que sale de estampía hacia la lancha de salvamento y tiene que arreglárselas él solo. En pleno verano siempre hay algún socorrista más en la caseta de la Cruz Roja, pero en septiembre ya no. A esa hora de la tarde y en este mes casi nadie se mete en el agua. Sólo los del surf y Ena, que tiene en Xío un socorrista particular. De modo que él es el único testigo.
Desde la playa la visibilidad es menor que desde la plataforma de vigilancia. Xío no entiende lo que está viendo y lo interpreta a su manera: el velero ha avistado antes que él a Ena y por eso ha iniciado la maniobra «de aproximación», dice Xío. Cuando se fija en él la primera vez ya había recogido las velas y se había puesto al pairo. Mientras Xío va a buscar la Zodiac, el velero se aproxima a motor hacia el punto en que Xío supone que está Ena. Lo supone, porque desde la Zodiac no ve a la persona que nada, sólo el velero. Y lo que ve es que el tripulante, un hombre rubio, arría la escala de gato y le da la mano a Ena para subir a bordo. Es decir, le da la mano a una mujer que lleva un bañador y un gorro.
Xío, ya más tranquilo, se dirige también hacia el velero para recoger a Ena, pero los del barco no lo esperan. En un primer momento cree que van hacia el puerto, pero enseguida ve que vira, despliega las velas y toma rumbo oeste. Sorprendido, lo sigue durante unos minutos, pero hace viento y el velero, un velero de regata, un dos palos aparejado en queche, insiste Xío, puede que fuera a veinte nudos. La Zodiac es más rápida, pero el velero le lleva una gran ventaja, él está en bañador y, aunque no lo dice, helado por las salpicaduras de las olas y el viento. Así que, cuando el velero se pierde tras el cabo, regresa a la playa solo.
Regresa a la playa. Son las seis de la tarde. Y a partir de ese momento le cuenta lo sucedido a toda persona con la que se encuentra. Primero a las monitoras de la excursión y a los niños, que le han visto salir con la Zodiac hecho un héroe y regresar desconcertado y mohíno. Después a los camareros y tertulianos del Club Náutico. Desde el Náutico la noticia se extiende como un hongo atómico. A las nueve ya lo saben Kostka, Elvira, Luis, y multitud de personas que sólo conocen a Ena de oídas. También se sabe que es la tarde libre de la criada y que Ena le dijo a mediodía que quizá ella cenase fuera, que si no estaba a las diez en casa que no la esperase. O sea, que es posible que Ena haya quedado de antemano con alguien, una cita del tipo: «Pasáis por delante de la isla hacia las cuatro y no tenéis ni que desembarcar, yo me acerco nadando». Algo así.
Otro punto para considerar es que un día a la semana, generalmente los miércoles, solemos ir al cine, con Elvira y con Kostka. Ena siempre llama con tiempo para hacer el plan, le gusta asegurarse de las cosas y no improvisar. Esta semana aún no hemos ido, y ayer no llamó a nadie, así que es posible que tuviera otros planes.
Esa es una posibilidad: que haya ido a reunirse con alguien en el barco. Pero ¿con quién? Ena hacía esas cosas cuando vivía su padre, reunirse con él en alta mar, pero desde entonces nunca ha hablado de nada parecido.
En todo caso, esa posibilidad, la de la cita con los amigos en el barco, tampoco parece que la haya considerado nadie. La versión que corre, propalada por Xío, es que en el velero, que es noruego, o al menos lleva bandera noruega, va un único navegante: un hombre rubio con el que Ena se ha ido, en bañador de competición, gorro de látex rojo y gafas de buceo. Y una se pregunta, ¿cómo puede estar tan seguro de que en un velero de al menos doce metros, con dos camarotes o quizá tres, no había otras personas bajo cubierta? La respuesta es de cajón para cualquier contertulio del Náutico: porque si estuvieran allí colaborarían en la maniobra de salvamento. Es inconcebible que se quedasen en los camarotes. Si estaban en el barco, Xío tendría que haberlos visto. Y Xío asegura que sólo vio a un hombre rubio. O sea, que tiene que ser el ángel…
¡Pero es tan absurdo pensar que el ángel haya aparecido de nuevo, y de la misma forma que la primera vez! Un velero noruego, sí, y hasta con el mismo tipo de aparejo. Pero ¿el ángel?…
Ena tuvo que ver ese barco y la bandera. La bandera noruega es bastante llamativa y Ena tiene buena vista… Vio el barco y quiso acercarse a él, comprobar si era, o mejor dicho, comprobar que no era. ¿Cuántas veces creyó haberlo visto? ¿Cuántos veleros en queche ha visto pasar frente a su casa durante todos estos años? Pero esta vez estaba en el agua. Estaba nadando y no tenía a mano el catalejo del abuelo almirante para comprobar que el barco no era noruego; o que en el velero había una pareja o varias y no un hombre solo; o que, si había un hombre solo, no era rubio. Estaba nadando y Ena en el agua se cree que sigue teniendo treinta años, y se puso a nadar mar adentro para alcanzarlo. Y había resaca y viento… ¡Dios mío!… No puede ser. Xío asegura que la vio subirse a ese velero.
Ahora ya no se puede hacer nada. Hasta que haya luz. Sólo esperar… Si está con el ángel, Ena me agradecerá que haya frenado a esos dos. Y si no está… Si no está, qué importa ya todo.