Año 2593 a. C.
Supo que era el momento.
Jamás había pensado que su hermano se ablandara con los años. Pero le conocía, y a pesar de su tosquedad, el hecho de que le abrazara en público le resultó tan extraño que se preguntó si no tenía remordimientos porque tal vez al fin se habría decidido a matarle.
Fue una grata sorpresa. Jamás imaginó que quedara algo de humanidad en el faraón. Ni siquiera la buena de Hen le había sacado jamás un gesto de bondad. Su pobre hermana, aliviada con la presencia de sus hijos, que parecía haberle perdonado y aceptado su papel, jamás había merecido ser obligada a procrear para él en contra de su voluntad. Keops estaba obsesionado con la divinidad, y no concebía tener hijos con una mujer que no tuviera sangre divina en las venas. Él mismo cuestionaba la pureza de su sangre, pues su mismo padre reinó tan solo por la intercesión de la sangre de su madre. solo Henutsen podía darle unos hijos perfectos que pudieran ser dioses. Además, siempre se había sentido celoso de su cariño. Y como hizo con su país, lo que no pudo obtener de buen grado lo tomó por la fuerza.
Pero ella, animada por sus hijos y el consuelo de Isis, parecía darle el trato que Heteferes daba a su padre Snefru: correcto, sin pretensiones ni desafíos. Se limitaba a darle los hijos que él quería y a vivir la vida de ellos, que no la suya.
Keops lo podía haber interpretado como un perdón…
Y sin embargo, debió sentirse culpable ante él.
Por un lado, era muy esperanzador el hecho de que mostrara signos de humanidad. Pero no era una humanidad completa. Era como un sueño. Estaba representando un papel. Mostraba la persona que quería ser, pero no lo era. En el momento en que, tras mostrarse humano, alguien le decepcionara, cosa que ocurría cientos de veces a diario pues su nivel de exigencia era divino, se sentiría vulnerable, burlado y engañado, y su venganza sería horrible, para volver a mostrarse de inmediato hermético y cruel. Pero había flaqueado ante él.
Eso le dijo que ya era hora. Tenía una vieja deuda que cumplir.
***
No esperó mucho. Un mes más tarde, se presentó en su cámara privada.
—Mi señor faraón.
—Hermano. Sabes que puedes llamarme por mi nombre, así que no me enfades tratándome como si no fueras familia mía.
—Tengo un informe que muestra irregularidades en las minas del este. La producción ha descendido, lo que no consta en los informes sobre sus reservas, que son cuantiosas. Seguirán dando frutos cuando tú y yo hayamos muerto. Por otro lado, las correrías de beduinos se hacen más y más frecuentes. Incluso se ha hablado de patrullas extranjeras que se acercan demasiado. Creo que comercian ilegalmente con algún responsable corrupto de las minas, enriqueciendo a algún escriba y llevándose nuestras piedras.
—Es grave. Envía al ejército.
—Ya se les ha enviado varias veces. Durante un corto espacio de tiempo parece que su presencia pone orden, pero dura poco. Unas cuantas muertes, unos meses de calma, y todo vuelve a ser como antes. Si no hubiera enviado ya al ejército, no te habría molestado.
—Pues ve tú.
—Keops, yo no puedo. No soy un soldado. No sé nada de estrategia militar. No impondría respeto. Recuerda que soy visir. Además, tengo demasiado trabajo controlando el flujo de impuestos para tu morada de eternidad. Incluso mi esfinge me da quebraderos de cabeza, pues es época de crecida y hay que racionar los obreros. Todos tienen obligaciones personales, y han de trabajar en los campos para que los silos reales se puedan llenar.
—Ya te dije que no quiero que baje el ritmo de la construcción.
—Y no baja, pero me obliga a buscar nuevos recursos, y a administrarlos con mucho más cuidado, pues si la crecida no bastara, y el trabajo no diera buenos frutos, el país se quedaría sin alimento. Y tú te quedarías sin pirámide.
—¿Y Memu?
—Memu está viejo. Apenas puede ya moverse de su casa, y Merittefes le quita las pocas fuerzas que le quedan —ambos sonrieron—. No. Debes ir tú.
—¿Yo? Nunca he salido de Palacio.
—Pues es hora de que lo hagas. El faraón debe ser visto por el pueblo para ser querido. Padre tampoco salía mucho, pero se encontraba más cómodo entre gentes comunes que en la corte.
—Yo no soy padre.
—Pero tampoco has probado a conocer a tu pueblo. Padre decía que las mayores aclamaciones, el cariño más intenso, las mujeres más cariñosas y el mejor licor y fiestas, no se encontraban en la corte, con su artificio y su falsedad, sino entre las gentes más pobres, que se quitaban el alimento de la boca para agasajarle con un banquete.
—Padre era más populista que yo.
—Eso no lo sabrás si no te mueves de aquí. Y además, si quieres ser dios, tendrás que conocer los templos de los dioses, hacerles ofrendas, tratarles de tú a tú. Tienes que ir a Abydos, a Elefantina, a Siwa, al delta…
—¿Y tú crees que el pueblo me querrá?
—Todo el pueblo egipcio ha de venir a tu ciudad para construir tu pirámide y mi esfinge… ¡Y ni siquiera te conocen! ¿Cómo no van a valorar que vayas a verles y te intereses por ellos? Diles que su sacrificio es en pos del bien del país, que honras su trabajo y haces ofrendas en sus míseros templos. Te amarán, como amaron a padre.
—Pero padre era un soldado.
—Tonterías. ¿Tu viste alguna vez combatir a padre? Su virtud era hacer que todos quisieran morir por él, no combatir como dicen los relieves.
—Pero trajo media Nubia con él.
—¿Y viste el ejército que se llevó? Podría haber llegado donde hubiera querido. Puso el miedo en el cuerpo a los nubios con su poder, negoció con ellos un acuerdo, por el cual trataría a Nubia como una provincia de pleno derecho, y a cambio obtuvo ganado, riquezas y la mejor guardia que un rey tuvo nunca.
Marchó como un militar y volvió como un héroe. Tú puedes hacer lo mismo.
Llévate un ejército que haga temblar la tierra a su paso. Ya lo tienes aquí. Sin hacer nada más que guardarte de las mujeres de tus nobles. Y un ejército ocioso se ablanda y es caro de mantener. De aquí a las minas hay mucho camino. Entra en territorio extranjero y saquea cuanto encuentres. Haz una purga que les quite las ganas de robarte durante generaciones, pon a algún administrador de tu confianza a cargo y vuelve lleno de riquezas. Haz útil al ejército y hazte respetar ante él. Pasa por todos los pueblos y haz regalos, bebe sus vinos, come sus frutas y ama a sus mujeres. Te adorarán como si ya fueses un dios.
—Lo soy.
—Lo eres, hermano, lo eres. Pero el pueblo no lo sabe. solo lo sabemos tú y yo. Hazlo saber. Que se enteren todos, en las dos tierras y más allá.
—¡Sí! ¡Cómo me van a adorar si todo se queda en la corte! Vivimos encerrados en nuestra ciudad.
—Te prepararé los recursos necesarios. No serán muchos, puesto que vas a volver lleno de riqueza. Será una inyección extra para tu morada de eternidad.
La aligeraremos el equivalente a varios años.
—Y tu esfinge.
Kanefer sonrió inocentemente un poco nervioso antes de lanzar su cebo.
—Ordenaré a la familia real que se prepare para el viaje.
—No. Padre jamás viajó acompañado. Y creo saber por qué. Si decía que disfrutaba fuera de Palacio, era porque no se llevaba el Palacio con él. Que se queden. Iré con mi ejército, como él solía hacer.
Kanefer sonrió de nuevo.
No tardó mucho en prepararlo todo, emocionado como estaba el faraón de ostentar su nueva condición de dios. Kanefer preparó un ejército como no se había conocido en las dos tierras. Lo pertrechó de las arcas maltrechas, y aún y todo, no quiso bajar el ritmo de construcción de la pirámide y la esfinge.
Pero no le importaba. Era cierto que probablemente, y conociendo su tenacidad, no volvería si no era cargado de riquezas, así que vació los graneros para pagar el ejército y a los obreros.
Se encogió de hombros. Al fin y al cabo, si su previsión fallaba, moriría, así que… ¿Qué más daba?
Preparó fastos y ceremonias que despidieran como es debido a un dios que va a viajar por el país, hacerlo más extenso y traer riquezas, esclavos y ganado, como hizo su padre. La ciudad entera salió a la calle a despedirle, animada por los regalos que derrochó en algunos casos, y en los más, coaccionada por los soldados y jueces.
Esperó unos días. Aprovechó la resaca de las fiestas en honor al faraón, y la desidia en Palacio tras su partida. Todo se relajó, pues nadie mandaba salvo él. Incluso las órdenes reales tenían que ser aprobadas por él. Y la primera vez que se relajaba la disciplina, fue una fiesta para la corte.
Así que no le costó preparar una expedición. Sus hombres de confianza entraron por los antiguos túneles sellados. No le importó romper los sellos, ni violentar a los habitantes de la casa contigua al palacio, donde desembocaba el túnel. Al fin y al cabo, Gul murió por una traición de su hermano. Era justo que alguien pagase por ello.
Entró en la cámara de la reina en la hora en que los niños eran instruidos.
solo Kauab estaba con ella, puesto que no tenía derecho a la instrucción real; lo había ordenado Keops solo por la posibilidad de que no fuera su hijo.
Henutsen se volvió hacia él con una sonrisa sincera.
—Kanefer. ¡Qué sorpresa!
—Nos vamos.
—Estupendo. Me sentará bien un paseo por el jardín.
—No, Hen, querida. Nos vamos lejos. Mejor dicho. Te vas tú.
—¿Me llama Keops a su lado?
—No.
—Entonces no comprendo.
—Ya es hora de que vivas tu vida con Mehi.
Silencio.
—Es un sueño imposible. Ya no vivo pensando en él, y desde entonces he encontrado algo extraño, algo que quiere imitar la felicidad sin serlo, pero mejor que el estado en el que me encontraba.
—Es real.
—¡No! No lo es. Llevo media vida pensando en eso. Y ya no me lo creo.
Mehi ha muerto.
—No es cierto.
—Lo es para mí. Es mejor así.
—No te creo.
El grito hizo que Kauab se acercara.
—Madre. ¿Estás bien?
—Sí. solo hablaba con el tío Kanefer.
El visir se acercó a su sobrino.
—Ya tienes edad para conocer a tu padre.
—Sé quién es mi padre.
—No lo sabes. Y mereces saberlo.
Henutsen agarró el brazo de su hermano. Sus ojos estaban húmedos y el kohl resbalaba por sus mejillas.
—Kanefer. Por favor. Si sale mal, no lo resistiré.
—Si sale mal, todos moriremos. Pero saldrá bien. No he esperado tantos años para planearlo mal. Y siempre valdrá la pena arriesgarse.
—¿Por qué lo haces?
—Porque os lo debo. A padre y a ti. Y a mí mismo. Es mi manera de tomarme la revancha con mi hermano. Él me quitó algo que era mío, y yo le quito algo que jamás fue suyo.
—¿Cuándo?
—Esta noche.
Kauab miró a su madre.
—¿Quieres que llame a la guardia?
Henutsen pareció pensarlo, durante tanto tiempo que Kanefer tembló.
Secó sus lágrimas y sonrió a su hijo.
—No, mi vida. Tu tío tiene razón. Si todo sale bien, mañana conocerás a tu padre… Y los dos empezaremos a vivir.