Año 2604 a. C.
—Ya podéis hacerme la pregunta. No creo que la responda, pero tampoco creo que pueda vivir con la curiosidad de no conocerla.
—Te haré la pregunta, pues. ¿Cuándo crees que un hombre es maduro y feliz?
—Lo pensaré.
No hablamos más aquel día, aunque no dormí las dos siguientes noches.
Me planteaba dos cuestiones.
«¿Por qué un faraón no era digno de la esencia de Ra?».
«¿Y cuándo un hombre es maduro?».
Pensé mucho, aunque la respuesta a la primera pregunta la conocía por boca de Gul, con quien había hablado en mi casa. Él me había contado la escena entre Keops, Merittefes, él y Memu, por la que Uni debía ser ocultado. La respuesta era fácil. Un rey que puede ser dios no será un buen rey. Querrá distanciarse de los humanos y sus necesidades y acercarse a los dioses y su arbitrio caprichoso. O sea, la locura, pues nadie conoce a un dios hasta que deja de existir.
Comprendí que no se trataba de una cuestión religiosa, sino política y social. Snefru había sido el mejor faraón de la historia de las dos tierras, y si conseguía el secreto para Keops no habría otro mejor, pues todos degenerarían.
Sonreí ante la ironía. Casi haría un favor a mi amigo haciendo un dios a su hijo.
Y había sido el mejor faraón porque había sido hombre y no dios, por mucho que pretendiese cambiarlo.
Lo que me llevaba a la segunda pregunta.
«¿Había sido Snefru un hombre feliz?».
La respuesta era clara.
—No.
Entonces… ¿Cuándo es feliz un hombre que puede ser un dios?
Había dos respuestas correctas posibles:
«Evidentemente, si llegaba a serlo, o bien si abandonaba la pretensión».
Sin el secreto, jamás llegaría a conseguirlo, que era el caso de Snefru, lo que solo me dejaba una opción.
«¿Hubiera sido capaz de abandonar por completo la búsqueda y centrarse en la búsqueda de felicidad humana en la poca vida que le quedaba?».
No lo creía.
¿Y eso tenía que ver con la felicidad?
Yo continuaba asistiendo a Rahotep. Aunque solo le llamaba así en la más estricta intimidad, pues todos lo conocían por el nombre que él mismo había elegido para sí: Huni. El nombre de su padre.
Estaba enfermo y su vida se apagaba como una vela.
Una tarde le saqué a que le diera el sol.
—Si os diera la respuesta correcta… ¿Me daríais el secreto sin importaros si lo difundo o no?
Se encogió de hombros.
—Hasta ahora ha sido mi responsabilidad y mi decisión. Si me das esa respuesta, pasaría a ser tu carga. Podrías hacer con él lo que quisieras y yo sería libre para desprenderme del peso y aliviar mi corazón antes de presentarme ante Osiris. Y estoy ansioso. ¿La tienes?
—¿No teméis dar el secreto demasiado alegremente? ¿Quizás me lo habéis puesto fácil para libraros de la responsabilidad de la carga?
—No lo he puesto fácil. ¿La tienes?
Asentí, aunque no estaba contento. Las lágrimas acudieron a mis ojos.
—Sé que la tienes porque comprendes que no es un don, sino una responsabilidad.
Asentí de nuevo.
—Pero quiero oírtela decir.
Sonreí.
—Habíamos quedado que no insultaríamos la inteligencia del otro. Pero debe hacerse así —y continué—: La madurez de un hombre le llega cuando comprende que la felicidad implica la aceptación de la mortalidad. Cuando saborea un placer terrenal con la intensidad del que sabe que su fin tiene una fecha. En ese goce sereno y en esa felicidad triste y efímera está la madurez.
—Y un faraón-dios sería un mal hombre y un mal rey. Causaría la destrucción del país.
—Así es.
El viejo lloró. No lo supe hasta que me acerqué a él, pues no se movió un ápice. solo vi las lágrimas en sus ojos. Comprendí que eran de felicidad. No le estropeé el momento. Ya hablaría cuando quisiese. Esperamos hasta que la oscuridad se hizo y las estrellas y la luna nos iluminaron. Me tocó la cabeza.
Supongo que pensó que me había quedado dormido.
Me señaló una estrella.
—Sah1 —comenté.
—Sí. ¿Y su constelación? ¿Cuáles son las tres estrellas que más brillan?
Le señale las estrellas que la componían. Las fui citando.
—Zeta Orionis es la más brillante. Sobre ella, Epsilon Orionis y finalmente Delta Orionis.
—Sí. Antiguamente se conocía a Sah como una figura masculina que representa a Osiris sobre una barca, portando el símbolo Ankh en una mano y una vara en la otra. Sobre su cabeza hay tres grandes estrellas en fila, estando la más alta ligeramente desviada hacia la izquierda. Imhotep encontró esta representación antigua junto al saber de las viejas civilizaciones. Por eso el sabio construyó barcos rituales junto a la pirámide, que tú también levantarás en canales excavados junto a ella.
—Continúe.
—El reflejo de las estrellas de Sah en la tierra y la pirámide encima de él, correspondiente a la estrella más brillante, es la morada de eternidad del Ba.
—¿Qué quiere decir eso?
—Que tres pirámides deben ser construidas en la misma posición que ocupan en el cielo las tres estrellas, pues allí es donde el alma del difunto residirá si es capaz de llegar.
—Eso me lo dijo Snefru. Las caras lisas de las pirámides son el rayo de sol de Ra que se eleva al cielo.
—Esto es muy importante. Ya sabes cuál ha de ser la orientación de la pirámide.
—Sí. El eje de la cara noble de la pirámide ya no debe seguir la dirección Norte-Sur, sino el recorrido del sol. Así, la cara noble debe mirar al amanecer.
—Correcto. Pues desde la cámara del rey y de la reina han de partir dos estrechos canales. Desde la cámara del rey, el canal Norte mirará hacia la estrella del Norte, Thuban, y el canal Sur debe mirar hacia Zeta Orionis, la más brillante de las tres estrellas principales de Sah, casa de Osiris.
—¿Y la cámara de la reina mirará a…?
—El canal Norte hacia Kochab, y el Sur hacia Sepdet3.
—¡Isis!
—Así es. La esposa de Osiris.
—Y Thuban y Kochab son las estrellas imperecederas que apuntan al norte, pues el cielo o Duat, la casa de Osiris, Sah, es la morada de eternidad del Ka. Cada faraón que levante una gran pirámide en esta disposición reposará como un dios con su propia estrella en la constelación. En la tierra, la estrella del faraón será representada por el piramidión, la punta de la pirámide en lo más alto, de oro, para que su brillo se vea por doquier, como una estrella.
2 Orión
3 La Osa Menor y la estrella Sirio respectivamente.
La revelación era impresionante. La digerí durante varios minutos, asociando los conceptos, las dimensiones y las representaciones religiosas.
—¿Cómo llegó Imhotep a esto?
—A través del conocimiento verbal transmitido desde las grandes civilizaciones, corroborado por inscripciones separadas que garantizan cada parte.
—Así que el conocimiento no estaba tan oculto, sino desperdigado en partes.
—Como el cuerpo de Osiris.
—Así es. Pero también debéis explicarme un nuevo concepto. Hasta ahora conocemos el Ka y el Ba.
—Explícamelos tú.
Sonreí. Hasta el fin de mis días no dejarían de ponerme a prueba.
—El Ba es el alma. Se le representa con apariencia de pájaro con cabeza humana. Será el alma del difunto que volará por los canales hacia las estrellas, independientemente de su cuerpo material. Necesita ser periódicamente reintegrado y por eso es reproducido en pinturas y su nombre repetido constantemente, y también por eso se le representa alimentándose del árbol y fuente sagrados.
Rahotep asintió con la cabeza, instándome a continuar.
—El Ka es una noción mucho más abstracta. Se le ha descrito como el reflejo inmaterial del cuerpo. Un doble. Un protector que nace con el hombre, pero que cuida de él solamente después de su muerte. Khnum modela en su rueda de alfarero dos imágenes, la del hombre y su ka, como expresión de las fuerzas sobrenaturales que habitan en él. Para sobrevivir, el Ka necesita un soporte físico, constituido ahora por el cuerpo momificado, y antes por el cadáver conservado por la arena del desierto. No tiene capacidad dinámica como el Ba. Está concebido como la continuación infinita de la vida del hombre difunto. Tiene el poder de evitar molestias a los vivientes, y por eso se recitan fórmulas especiales en los ritos fúnebres para evitar que pueda salir de la tumba. Debe ser alimentado mediante ofrendas, y se representa por dos brazos alzados.
—Muy bien. Pues te explicaré el concepto del Akh. Es el que da la divinidad al faraón. Se representa con el ibis. Es el principio espiritual más elevado, la transfiguración de lo divino en lo humano. ¿Lo comprendes?
—Por eso su significado es brillar, y de ahí también la palabra Akhu que describe a los fantasmas y demonios.
—Exacto.
Yo miré hacia el cielo.
—¿Eso es todo?
—El resto lo sabes. Eres el mejor constructor de Egipto.
—¿Cómo sabíais…?
—¡Vamos, Mehi! Me encanta que me subestimen, pero no peques de demasiado ingenuo.
—¿Sabíais quién era en todo momento y el hecho de que sea constructor no os importa?
Grité. Me sentía ofendido.
—Hemiunu me mantuvo informado de tus éxitos. En cuanto al secreto, como ya te dije, es tu elección. Al menos eres consciente de lo que supondrá.
Con eso me basta. Ya puedo morir en paz.
Me serené.
—¿Vos creéis en todo eso?
Rio entre dientes.
—Yo soy mortal. Creo en Ra y en Osiris. El resto —se encogió de hombros— no tardaré en saberlo. Yo sí creo. Creo que Imhotep dedicó una vida entera a estudiar a los antiguos. Se dice que eran portadores de conocimientos que hoy en día nos dejarían como niños. Recopiló el saber, descubrió los textos… Y concluyó que Djoser no era digno de ellos. Sí. Creo que dio con la llave de la divinidad que los antiguos conocían.
—¿Qué haríais vos en mi lugar?
—Callaría o huiría. O tal vez engañaría de algún modo al faraón. Pero yo no soy constructor, ni soy Mehi. Ni tengo más que perder que mi simple vida.
Asentí. Comprendía que necesitaría construir esa pirámide perfecta. Y comprendía que tenía alguna razón añadida. Probablemente sabía lo mío con la princesa, ahora gran esposa real.
—Gracias.
Ahora comprendía a qué se habían enfrentado los sacerdotes. Por un lado, a la corrupción de sus propios hombres y fieles. Por otro, al conflicto político entre el faraón, la nobleza y el pueblo llano, a la ignorancia de todos y la incomprensión. Comprendía que, como en todos los ámbitos humanos, había hombres buenos y responsables, y hombres mezquinos y corruptos.
Comprendía que Snefru había sido un gran hombre, y había estado a punto de lograr esa luz del conocimiento de la felicidad por sí solo, aunque el sacerdote probablemente jamás lo hubiera sabido, envuelto en la trama de su captura.
Comprendía lo difícil que había sido guardar el legado del sabio Imhotep en secreto, y comprendía el escepticismo de Rahotep sobre el secreto mismo, pues al fin y al cabo, el mismo Imhotep pretendía ser un dios o alcanzar el conocimiento del secreto de la inmortalidad, lo que le apartaba del conocimiento de la madurez del hombre.
¿O quizás no?
En fin.
Y comprendía la tremenda y agobiante responsabilidad que había contraído, como una enfermedad de los pantanos.
No debería, como hombre justo, exponer al país a ese conocimiento y el riesgo de su destrucción, y por el contrario, mi propio carácter de constructor me obligaría a construirla.
Y luego estaba Henutsen, que para mí era mayor razón que cualquier otra.
Al menos, en ausencia de Snefru.
Rahotep tenía razón. Era una carga.
Pero mi propio deseo de búsqueda de la felicidad como hombre entraba en conflicto con el secreto, pues por su naturaleza debería ser callado para siempre; pero eso nos haría infelices a Hen y a mí.
Por otro lado, también entraba en conflicto con mi naturaleza como constructor.
Así que tenía un bonito dilema.
Al día siguiente, el viejo se extrañó de verme.
—¿Qué haces aquí?
Yo reí con ganas.
—¿Pensabais que saldría corriendo a construir mi pirámide? Creía que teníais mejor concepto de mí.
Rio levemente, con tono burlón.
—No esperes que mi juicio te consuele. No voy a pronunciarme sobre lo que hagas. Ya no es cosa mía, sino de Osiris y Maat.
—No me engañáis. Os preocupa la suerte del secreto.
—Tanto como a ti cuando llegue mi hora. Así que no seas hipócrita y vete.
¿O pensabas cuidarme hasta mi muerte?
Balbuceé.
—Eso mismo pensaba hacer. Aunque solo fuera por tener tiempo para pensar qué voy a hacer.
Rahotep rio con franqueza.
—Ahora sí eres sincero. Cámbiame los apósitos. Tengo mucho que explicarte aún. Toda la información debe ser ampliada. Lo que te he dicho es solo una ínfima parte.
Sonreí.