Año 2605 a. C.
Tuvo que asistir a su propio hermano en la coronación que debía ser suya.
Pero no estaba enfadado. Debió comprenderlo hacía mucho tiempo. Keops solo había buscado una excusa. Y había encontrado la astucia y la ambición de esa pequeña zorra lujuriosa. Pero sin ella hubiera encontrado otra, tarde o temprano.
Y le hubiera matado.
Permaneció tan lejano como pudo, alegando que dejaba la ceremonia en manos de los sacerdotes, que eran quienes debían coronarle como el dios que tal vez algún día sería.
Se llevó a cabo a toda prisa. Apenas duró un día.
La sorpresa del pueblo solo fue comparable a la oleada de cambios en apenas un mes de mandato.
En un solo día, Keops prohibió el culto a Ra en varias ciudades, denunció una conspiración contra él y ordenó ahogar a todos los sacerdotes de los templos principales. ¡Jóvenes novicios, adolescentes sin apenas experiencia, que habían sido colocados por su propio padre desde el kap! Confiscó lo que él creyó el grueso de sus bienes cuando ya habían sido puestos a buen recaudo. Gul le contó que el mismo Mehi hizo un ingenioso recuento ya hacía muchos años, en el que los bienes eran tan cuantiosos que la parte que Keops sustrajo era irrisoria, una representación poco menos que insultante, que no daría para construir su pirámide, como él había calculado.
Encontró supuestas irregularidades en la gestión de las minas y envió ejércitos a apoderarse de todo cuanto hallaran fuera de las fronteras del reino, sin importarle agraviar a los mandatarios vecinos.
Ni siquiera podía encontrarse con aquellos en quienes confiaba, pues temía ponerles en peligro. solo Gul se atrevía a visitarle, tras un concienzudo trabajo de filtro de los espías. Y solo entrando a un túnel oscuro de tierra, cuyo origen ignoraba. Todo eran secretos últimamente.
—¿Cómo estáis?
—Bien.
Gul le miraba con sorpresa.
—Sois un hombre admirable.
—¿Y eso?
—Cualquier otro en vuestro lugar lamentaría su suerte.
—Respóndeme a una pregunta. Tú conociste mejor que yo a mi padre —Gul no se molestó en negarlo, lo que le causó una punzada de celos—. ¿Crees que fue feliz?
—No. No lo fue. Tal vez el último año de su vida. El incidente con Mehi que tanto os enfadó supuso su único periodo de felicidad verdadera.
—¿Y eso?
—Porque la respuesta del clero, profanando el cuerpo de vuestra madre, probó que los sacerdotes jamás tuvieron el legado de Imhotep, que se había perdido en el olvido con la muerte de Rahotep. solo en ese momento se dedicó a su familia y a sí mismo. Fue como una liberación.
Recordó la conversación que les había apartado. Su padre había preferido que le odiase antes que hacerle infeliz toda su vida.
Las lágrimas acudieron a su rostro.
Desde entonces había rehuido todos sus intentos de contacto. Había sentido envidia de la felicidad pasajera que había compartido con Henutsen, pero su orgullo le había impedido confiar en él.
El orgullo estúpido de la juventud.
El ejemplo y la sabiduría de su padre le hicieron ver que la postura prudente, aunque cobarde, que había adoptado con su hermano, era la correcta.
Gul se permitió poner una mano en su hombro, adivinando sus pensamientos.
—Vuestro padre hizo lo que debía, y vos habéis sido prudente, como él hubiera querido.
—Y… teniendo en cuenta que de ningún modo iba a ser un dios… ¿Qué más daba ser faraón que visir, conservando la vida, consciente de su valor? Al menos intentaré remediar como visir lo que mi hermano estropee como faraón.
—Vuestro padre estaría orgulloso de vos.
—Gracias. Creo que es lo que él hubiese hecho. No está claro que realmente tengan el legado de Imhotep en los pocos papiros que contiene un cofre. Creo que su legado ocuparía mucho más. Pero al menos viviré. Y lo más importante… Viviré feliz, como solo puede vivir el que ha conocido a infelices, sin ese anhelo. Como vivió padre su último año.
—Es mejor eso que ser un Rey sin corona legítima, y un dios sin poder, que temerá por siempre el momento en que se enfrente a los verdaderos dioses.
Y, efectivamente, no tienen el legado, aunque no dejéis que sepan que lo sabéis o nos matarán.
Dejaron pasar un tiempo sin hablar. Quizás ambos intentaban convencerse de sus respectivas posiciones. Kanefer sonrió al nubio.
—¿Qué vas a hacer?
Gul sonrió también, levemente, con tristeza.
—¿Qué haríais vos en mi lugar?
—Huir.
—Sí. Temo que una noche de estas haya una… limpieza.
—¿Por qué crees que he tomado a la mayoría de vosotros a mi servicio fuera de palacio? Si no estáis juntos, no intentará nada. Le dará miedo que quede con vida la mitad de los mejores soldados del reino.
—Gracias. Pero es una cuestión de tiempo que lo haga.
—Sí.
Ambos miraron una pintura. Como casi todas en palacio, y en toda Menfis, los artistas habían cambiado la cara y los atributos y nombre de muchas de las escenas para que la cara de Snefru quedase borrada y apareciera ahora, brillante, el rostro de niño de su hijo Keops.