HENUTSEN

Año 2605 a. C.

La muerte de su padre había sido un golpe tan duro que solo la breve visita de Mehi la consoló. Pasaron unas horas en silencio, haciendo el amor y llorando abrazados, pero él tenía muchas obligaciones y no pudo demorarlo más. Partió a supervisar por última vez la morada de Snefru.

Pasaron un par de días de reflexión. Todo había cambiado, pero Kanefer era su hermano más querido y no le negaría la gracia… Salvo que ya tuviese otros planes para ella. No lo creía, pues no había tenido tiempo de asimilar su nuevo status, pero todo era posible.

Al atardecer del segundo día no pudo aguantar más la incertidumbre.

Pidió audiencia con Kanefer, quien la recibió inmediatamente.

—Hermanita.

Se abrazaron. Ella rompió el hielo.

—No he podido rendirte homenaje como nuevo faraón y pedirte el primer favor.

—Henutsen…

—Deseo casarme con el constructor Mehi.

—Hen…

—No tuvimos tiempo de pedírselo a padre, aunque lo hubiera concedido con toda seguridad. Me prometió…

—¡Henutsen!

El grito llenó la estancia y los ojos de su hermano de lágrimas. Algo iba muy mal. Kanefer bajó la cabeza.

—No voy a ser faraón.

—¿Qué?

Las lágrimas fluyeron como la lluvia.

—Va a ser Keops.

La pena dio paso a la furia.

—¿Qué te ha hecho?

—Hemos… llegado a un pacto.

—¡Por supuesto! El reina y tú sigues vivo.

Salió corriendo, ignorando la débil llamada de su hermano.

Buscó a Keops por palacio hasta que le dijeron que estaba reunido con consejeros y nobles. El guardia nubio no se atrevió a negarle la entrada. Entró pisando con la fuerza de un hipopótamo.

—¡Keops!

Todos callaron, mirándola. Keops se levantó.

—Mi hermana Henutsen viene a felicitarme.

—¿Qué le has hecho a Kanefer?

Su hermano se encogió de hombros.

—Le he concedido un gran honor. Va a ser gran visir.

—¿No te da vergüenza? ¿Ni siquiera nos hemos despedido de padre y ya estás maquinando el papel de todos? ¿Cuál va a ser el mío?

Keops se levantó de su trono con calma, caminando hacia ella.

—Te lo voy a enseñar.

Un tremendo bofetón le hizo perder la visión durante unos segundos.

Notó una mano atenazando su cuello y un tremendo tirón. Cuando abrió los ojos, estaba desnuda.

No tuvo tiempo de mirar a Keops a los ojos. Se sintió empujada por el cuello y cayó de espaldas golpeándose la cabeza contra el suelo alfombrado.

Cuando levantó la vista, sus ojos se centraron en un falo enhiesto frente a ella.

Keops le dio una patada, abriendo sus piernas, y se arrodilló.

—Este es tu papel.

—¡No!

Intentó cerrar las piernas, pero otra bofetada hizo que perdiera la conciencia un instante.

Cuando volvió a abrir los ojos, la primera sensación fue el peso de un cuerpo encima del suyo. Apenas podía moverse. Intentó combatirle, pero no sirvió de nada. solo podía intentar dificultar su avance.

Una nueva bofetada la distrajo lo suficiente para que Keops introdujera sus piernas a modo de cuña. Lo siguiente que sintió fue un dolor ardiente, la presión de un cuerpo sudoroso y el aliento de su hermano.

Gritó con fuerza.

Parecía que la quemasen por dentro. Pero lo peor era la vergüenza. Cerró los ojos para no ver los rostros de los demás mirando.

No pudo moverse, atenazada por el peso. solo sollozó. Nada ni nadie iba a remediarlo.

—¡No!

Rezó a Isis, repitiendo su nombre sin cesar e intentando que la diosa la distrajera, para que se acabara antes.

Dejó de sentir dolor. Ni siquiera se dio cuenta de que ya no tenía a Keops sobre ella.

Tardó mucho en salir del estado de conmoción y levantar la vista.

Estaba desnuda, con las piernas abiertas, tan tensas como cuando su hermano empujaba sobre ellas. Las contracciones de los músculos agarrotados eran tan visibles como el kohl recorriendo su cara entre las lágrimas.

El dolor era tan intenso que no podía moverse y continuaba mostrándose a la sala entera, lo que casi la mató de vergüenza, a pesar de que todos miraban hacia el lado contrario, a la pared, en una protesta silenciosa tan estúpida como estéril. Fue lo único que hicieron. Los consejeros que asistieron al infame acto no se atrevieron a actuar. No solo se trataba del faraón de Egipto… Se trataba del colérico y vengativo Keops. Hubieran jurado que se trataba del mismísimo Seth en persona.

Algunos hombres se agarraron las manos. Otros se dieron la vuelta y se marcharon. Todos miraron al suelo.

La violación era el peor crimen; no solo entre los hombres y sus leyes escritas, sino entre los mismos dioses. El pueblo egipcio era amante de la vida, y entre las normas de su código moral no se llegaba a imaginar la violencia contra la mujer, que estaba protegida por la ley.

Y los presentes en aquella sala recordarían aquel día toda su vida.

Henutsen levantó la nuca con un terrible dolor. Keops se anudaba el faldellín.

Cuando vio que ella reaccionaba, sonrió.

—¿Qué creías, que te iba a entregar a quien tú dispongas? Eres mi esposa.

Cuando me des un hijo tal vez te subaste. Varios de los presentes pagarían por poseerte. Más de uno se ha excitado, por mucho que disimulen patéticamente.

Nadie se movió. Algunos rezaban en silencio o entre murmullos.

Keops volvió a su silla y reanudó la reunión como si nada hubiera pasado, aunque nadie prestaba atención.

Henutsen intentó levantar su cuerpo, pero no podía mover las piernas abiertas. Tenía todos los músculos agarrotados de cintura para abajo.

Notó una presencia a su lado.

Merittefes.

Pensó que iba a ayudarle, pero no la tocó. Situó su cara junto a su oído y susurró:

—No voy a dejar que me lo robes ahora. Voy a acabar contigo. Zorra.

Y se fue, dejándola de nuevo entre sollozos convulsos. No podía moverse.

Al fin, fue Gul el que se acercó y juntó sus piernas con ternura, cubriéndola con su propia túnica y levantándola en brazos suavemente. solo dijo en su oído:

—Toda mi vida lamentaré no haber actuado, y daré cuenta de este crimen a vuestro padre y a Osiris mismo el día cercano de mi muerte. Pero si lo hubiera hecho, todos hubiéramos muerto en ese mismo instante. Hay guardias con arcos prestos.

Aún oyeron la voz de Keops en el mismo tono en que se pide comida a un sirviente.

—Ni se te ocurra aplicarte un remedio anticonceptivo, querida. Necesito un heredero. Si no me lo das, mataré a tu constructor.

Ella no dijo nada. solo dejó que él la llevara a su cámara y la tumbara sobre su lecho. Gul ordenó a sus sirvientas que le masajearan las piernas y le prepararan un bebedizo de adormidera. Se quedó mientras le hacía efecto, acariciando su cara, y justo antes de que cerrara los ojos dijo:

—Os ayudaré. En nombre mío y de vuestro padre, os juro que este crimen no quedará impune.