MEMU

Año 2605 a. C.

Extrañamente, el ejército le sentó bien. Su cuerpo se recuperó de los estragos de la vida fácil, y aunque ya no era el de antes, la experiencia compensaba los músculos de antaño; de ese modo consiguió hacerse respetar. Odiaba volver a la disciplina, pero tras toda una vida obedeciendo, pronto se acostumbró.

Apenas tuvo que luchar, pues su unidad no entró mucho en combate.

Era distinto vivir en el ejército sabiendo que no te quedaba mucho tiempo de servicio y te aguardaba una fortuna. Gastaba el pequeño sueldo de capitán y aún tenía a su cargo hombres a los que apretar cuando se sentía agobiado.

Disfrutaba de un rincón espacioso en la misma sala que los soldados, separado por un improvisado muro de telas que colgaban de cuerdas, lo que le daba cierta intimidad.

Lo único que le sacaba de sus casillas era tener un superior mucho más joven que él: Tui. Se decía que había comprado su cargo y que era tan rico como cobarde, aunque Memu desconfiaba. Nadie duraba tanto tiempo en el ejército con esas referencias.

Le llamaron para una entrevista. Tui tenía una estancia como tres veces su rincón, donde ejercía su cargo y dormía.

—Capitán Memu.

—Jefe Tui.

—Has pasado un tiempo de adaptación. Me han dicho que servías como detective.

—Para el faraón.

—Ya. El caso es que has pasado mucho tiempo fuera del ambiente marcial.

No sé si ya estás a punto para comandar una misión, pero me voy a arriesgar.

Creo que conoces bien el desierto y te manejas con soltura por la oscuridad.

Memu asintió. Los dos sabían que eso no constaba en ninguna parte.

—Hace unos días luchamos contra los bandidos y los dispersamos, pero su cabecilla y unos cuantos hombres se hallan ocultos en algún lugar al oeste de las minas, entre las montañas y el desierto. Quiero que los localices y acabes con ellos.

—¿Cuántos son?

—No más de un par de docenas, pero son peligrosos y conocen muy bien la zona. Atacan de manera rápida y silenciosa, como las serpientes, y están comenzando a atemorizar a los timoratos.

—¿Cuándo debo partir?

—Debemos. Yo también iré.

Memu no dijo nada, pero sus cejas mostraron su asombro.

—¿No pensarás que llevo toda la vida escondido en esta sala?

—Eso no tiene que ver con que me pongan una nodriza para vigilarme.

Tui sonrió.

—Esto me gusta tan poco como a ti. También yo obedezco, así que intentemos terminar esto de la mejor forma. A los dos nos interesa que nos dejen en paz.

Memu rio.

—Eso está bien. Me caes mejor de lo que había pensado de ti.

Tui ignoró el tratamiento.

—Los dos somos supervivientes, así que nos llevaremos bien. Aún tenemos unos días para prepararnos. Esta noche cenarás conmigo.

Memu cenó con Tui durante varias noches, ganándose su amistad. Los dos gustaban de la espontaneidad del otro. Memu sospechaba que Tui estaba tan asqueado como él del ejército. No aguantaba muy bien la bebida, así que le fue llevando al límite cada noche, observando su comportamiento como el cazador a su presa. No tenía ninguna prisa.

Una noche, Tui acudió más serio que de costumbre, aunque bebió tanto como cualquier otro día.

—Partimos mañana.

—¿Y eso te apena? No irás a temer a esos bandidos.

Tui sonrió.

—No rehúso la acción, pero intento ser cauto.

—¿Qué significa eso?

—¿Y me lo preguntas tú? ¿Tienes una fortuna esperando y te vas a lanzar como un loco temerario a luchar contra tres hombres tú sólo?

Memu rio a carcajadas y pasó más cerveza a Tui. Esto se ponía interesante.

—Pues sí. Tienes razón. Una casa estupenda con servidumbre completa y hasta esclavos, y rentas como para vivir desahogado, incluso con el modo de vida de Menfis.

Tui rechinó los dientes.

—En realidad yo no sé cuánto tengo porque no sé cómo se vive en Menfis.

Me crie en un pequeño pueblo campesino no muy lejos de la capital, pero no he estado allí jamás, y aunque creo tener un buen montón de dinero, no sabría cuánto me duraría allí.

Memu le palmeó la espalda, invitándole a beber más.

—¿Te gustaría vivir en Menfis, eh?

—Y tanto. Era lo que mi madre quería. Mi padre era un hombre humilde.

—¿A qué se dedicaban?

—Negocios. Comercio y eso.

Gruñó. A Memu le extrañó que le cortara de esa manera tan tajante, y puso cara de ofendido mientras bebía. Tui se dio cuenta e intentó rebajar la tensión.

—Cuéntame cómo son las mujeres de Menfis.

Memu volvió a reír.

—Estiradas como cuellos de ibis. En los templos de Isis agasajan más a su diosa que a sus maridos. Lo único que me gusta de ellas es cuando se quejan en la cama, debajo de un hombre de verdad. La fama de un buen amante corre entre ellas más rápido que una plaga.

Tui reía hasta llorar. Memu le sirvió más bebida.

—Yo me estoy cansando de las putas de aquí. Las conozco tan bien que me aburren.

Memu achicó los ojos y habló con el tono serio del mentiroso.

—Si quieres te llevaré a Menfis. Podrás vivir en mi casa y verás a mi escriba, que podrá estudiar cuál es tu situación económica. Tengo ganas de verle. El muy cabrón se debe estar forrando a mi costa.

Tui le tomó las manos. Sus ojos estaban empañados por la cerveza y brillaban como si fuera a llorar, pero sonreía estúpidamente.

—Eso es más de lo que nadie me ha ofrecido jamás, te lo agradezco.

No vio los ojos casi cerrados de Memu observándole con ansia.

—Somos muy parecidos. Tenemos que ayudarnos.

—¿Y qué quieres a cambio?

Memu volvió a reír a carcajadas.

—Ya lo sabes. Un informe de buena conducta recomendando la licenciatura por mi edad y mis pobres huesos cansados, no aptos para el servicio militar. —Le guiñó el ojo—. Eso, y un permiso para ti, nos permitiría ir a Menfis a ver a las mujeres sofisticadas que tanto te gustan.

Tui rio como un niño. Siguió bebiendo.

—Dime, ¿cómo lograste tu fortuna?

Memu sonrió, guiñándole un ojo. La sonrisa le costaba más que los ejercicios de entrenamiento, tan tenso como estaba.

—¿Negocios y eso?

Tui cabeceó patéticamente.

—Disculpa si he sido descortés. Comprendo que no quieras decirlo.

—En realidad, también lo sabes. El faraón me encargó una misión imposible. Capturar a un famoso delincuente. Yo no tenía la más mínima pista, así que me las inventaba. Eso me permitió vivir como un noble durante más de diez años. Imagínate: los alojamientos más exclusivos, el tratamiento que se da a un juez, las mejores mujeres, ropas, banquetes… No iba a dejar una vida así, ¿eh? —dijo mientras daba un leve codazo a Tui, entregándole otra jarra.

—Y tanto que no.

—solo que al fin, el faraón se hartó de no tener resultados. El tipo debía llevar años muerto. Y me trajo aquí. —Se encogió de hombros—. Al menos me respetó la fortuna que había ganado con mi sueldo de juez.

Memu hizo un gesto de complicidad burlona a su amigo.

—Espero que no vayas a delatarme… ¿eh? Tendría que matarte.

Los dos rieron hasta doblarse. Memu fingía, esperando su momento.

—¿Y perderme esas mujeres? ¡Jamás!

—¿Y tú como lograste tanto dinero para terminar luego en este agujero?

Tui bebió de nuevo, mirando a los ojos de su nuevo amigo.

—En realidad no hice nada. Era de mi madre. Lo ganó en el divorcio de mi padre. La persona más buena y piadosa en el mundo. —Hizo un gesto de brindis que Memu repitió—. Pero a mi madre la acosaron para compartir el dinero aquellos a los que se había ganado para testificar contra padre. Me envió con los bienes fuera del pueblo. Luego me enteré que la habían matado.

Memu se tensó como un arco, aunque era demasiado rebuscado para que fuese cierto. Casos como ese eran frecuentes. Seguiría escarbando en su mente borracha.

—¿Y tu padre era culpable?

Memu vio lágrimas en el rostro de Tui. Pero no eran de borracho.

—En absoluto. Pero era muy tacaño. Tenía mucho dinero. El pueblo entero era suyo y se comportaba como un campesino humilde. Todos le adoraban, menos mi madre.

Memu comenzó a sudar. Las manos le temblaban. No podía ser cierto.

«Será una casualidad. Ocurre todos los días».

—¿Y qué le impedía ser más generoso con una mujer tan bella?

Tui enarcó las cejas mientras sonreía.

—¿Y qué te hace pensar que mi madre era guapa o fea?

Memu dio un respingo

«¡Maldita sea! Casi lo estropeo».

—Si era capaz de convencer a un pueblo entero debía serlo. Además, te miro a ti y veo lo jodidamente guapo que eres. En Menfis vas a llevártelas de calle.

Tui estalló de risa, escupiendo la cerveza que acababa de tomar.

—¿No serás…?

—¿Yo? ¡Insolente miserable! —dijo entre risas—. ¡Debería matarte solo por eso!

Le pasó otra jarra, aunque sus manos temblaban. Tui se puso serio.

—Era muy guapa. La mujer más bella que he conocido. Mi padre… No podía hacer alarde de su fortuna porque la había comenzado gracias a un extraño trato con algún noble. Le escondió un arcón con papiros a cambio del dinero, que invirtió con fortuna.

«¡Divino Seth!».

Memu no podía creer en su suerte. Comenzó a temblar y se frotó las manos para evitar que las viera, por muy borracho que estuviese.

—¿Y qué coño había en aquel arcón? Tal vez era valioso.

—¡Qué va! ¡Papiros! Sucios papiros. Nada de valor.

Memu se ofendió de verdad y no se esforzó en disimular su enfado.

—¡Pero qué estúpido eres! ¿Cómo que nada de valor? ¡Podrían ser la escritura del más valioso palacio de Menfis, o letras por valor de una fortuna, y tú aquí perdiendo el tiempo en un agujero, lejos del lugar que te corresponde por derecho!

Tui se sorprendió tanto que el color desapareció de su cara.

—¿De verdad se puede poner eso en un papiro?

Memu puso los ojos en blanco.

—¡Pues claro! Snefru ha creado un ejército de escribas que reflejan las posesiones de todo el mundo para que los nobles no puedan reclamarlas como suyas.

Tui tiró su jarra.

—¡Joder! Y yo pensando que no valían una mierda. ¡Y pensar que las guardaba solo porque me recordaban a mi padre!

—¡Si al final mi fortuna va a quedar en nada con la tuya! Lo difícil será que te dejen salir del ejército si se enteran.

—¡Bah! Eso se compra con dinero, como yo compré mi cargo. Y nadie se va a enterar.

Memu puso su brazo sobre los hombros de su nuevo amigo mientras le pasaba más bebida.

—Hagamos una cosa. Dime dónde tienes el arcón y cuando volvamos de la misión lo abrimos y examinamos el contenido. Ahora no sería prudente y tampoco quiero no saberlo si te pasara algo en la misión.

—¿La misión? ¿Tú te crees que ahora nos vamos a arriesgar? Enviaremos a los hombres en una batida breve y si hace falta volveremos con el rabo entre las piernas.

A Memu le faltaba el aire. Apenas podía respirar. Exclamó con aire dolido.

—Disculpa. No quería forzarte. Me lo puedes decir cuando quieras, o llevarlo a Menfis a alguien que sepa leer y no vaya a engañarte.

De nuevo ocultó su rostro desfigurado por la tensión tras la jarra de cerveza. Tenía mucho miedo a mostrar su cara en un momento así. Contó los segundos mientras bebía de veras para calmar los nervios. Le ardía la garganta.

—No te preocupes. Está justo debajo de mí, en un armario de madera oculto bajo el suelo de tierra pisada. Por cierto… ¿sabes leer?

Memu vació la jarra y arrojó unas gotas al suelo, sobre el lugar donde se suponía que descansaba el arcón, ofreciéndolas al dios que había escuchado sus poco ortodoxas plegarias y dando gracias a Seth al fin. Jamás una cerveza tan mala había tenido mejor sabor.

—Por supuesto, amigo, por supuesto.