Año 2609 a. C.
El tiempo pasó rápido. La construcción se llevaba su mayor parte. Por suerte, el increíble número de obreros facilitaba la labor y, con la ayuda del inteligente amigo Harati, la tarea era amena y llevadera.
Repasamos juntos todos los conocimientos antiguos, incluso los que parecían dudosos, como el papiro que describía el sueño del faraón al que se le reveló un nuevo material para la construcción.
Visitamos las minas y las canteras. Examinamos los tipos de piedra apartando bloques de aquella más porosa y fácil de manejar, aunque no menos fuerte, que eran ideales para el interior de las cámaras por su capacidad para aceptar la pintura con una excelente calidad artística. Reservamos la caliza roja de Dahsur para las piedras interiores entre las cámaras, y para el recubrimiento final utilizamos piedra blanca de Tura. Algún día sería finalizada con piedras oblicuas cortadas a medida, con lo que las caras de la pirámide resultarían finalmente lisas, en blanco. Y el brillo de la pirámide se vería desde Nubia… pero aún trabajábamos en los instrumentos que ayudasen a tal fin.
Recordaba cómo se interesó Harati por los materiales de construcción y las formas de extraer la roca y transportarla. Al principio le dejé por capricho y por no faltar a mi amistad con Uni, como a un niño que se interesa por un problema antes de desecharlo por no ser más inteligente que los que lo han planteado, en este caso, los arquitectos a lo largo de generaciones.
Pero Harati no aportaba nada que no hubiera considerado un millar de veces en su cabeza y sus consejos no solían ser vanos, así que me fui admirando y permitiéndole conocer más y más de los secretos de la construcción, y por eso no me importaba explicarle los rudimentos más básicos con cariño, como a un niño del kap, sabiendo que en cualquier momento me sorprendería con un comentario sorprendente de su inteligencia fresca y visionaria.
—Hay dos formas de extraer la roca. Con cuñas de madera mojadas al sol, que cuando se expanden ejercen una fuerza que abre la roca. Las cuñas no suelen ser muy válidas, porque el corte se produce de manera espontánea, y tal vez puede aprovechar una veta de la piedra que no has visto y fácilmente desguazarse por la mitad. No es seguro y demora mucho.
—Y provoca muchos accidentes. Sonreí.
—El corte con sierra sí es seguro, pero muy laborioso. Si cortamos una piedra muy blanda evidentemente es más fácil, pero corremos el riesgo de que no soporte el peso de miles de bloques encima suyo, así que hay que encontrar nuevos sistemas de corte que reduzcan el tiempo de trabajo.
—Los instrumentos son pequeños. Podríamos fabricarlos en una escala superior.
—Se partirían. Son hojas de hierro o madera con dientes de piedras muy duras, que al calentarse se rompen. El papiro sugiere que usemos piedras semipreciosas o algún tipo de piedra extremadamente dura, pero se desgastan con rapidez.
—Veámoslo.
Me encantaba el sentido práctico de Harati. Le gustaba examinar y probar todos y cada uno de los supuestos.
Nos dirigimos a la cantera.
Los maestros canteros tapaban su cuerpo con ropas de fuerte lino a pesar del calor, cubriendo incluso su rostro con un velo para evitar el polvo que entraba en ojos y pulmones.
Observamos cómo el encargado de las medidas trazaba el alto, largo y ancho del bloque —los había distintos dependiendo de su posición, y por supuesto los que constituían las cámaras, que eran cortados a medida para facilitar su ensamblaje— marcando los bordes con una lanza con una diorita en su extremo para que el serrucho no saliera de su línea de corte.
Dos hombres manejaban la herramienta hasta el límite de sus fuerzas. Un tercero se limitaba a observar. Cada muy poco, apartaban a arena y grava resultante del corte y cambiaban los obreros por unos nuevos brazos con renovadas fuerzas.
Harati observó en una de aquellas pausas las herramientas y el hueco creado. Ambos quemaban y las herramientas eran regularmente cambiadas con cada uso. Había un extensísimo taller solo dedicado a repararlas e incrustar nuevas piedras en su filo. El desgaste era rapidísimo. Un maestro cantero dijo, suspirando:
—Es como una mujer seca. La fricción te rompe el miembro y se hace una carga.
Alguien contestó una grosería, mostrándose voluntario para lubricar a la mujer del cantero. Todos rieron y yo tuve que poner orden, pero Harati no calló.
—Tal vez sea esa la solución. Es el calor el que hace que la piedra se desgaste y la herramienta no dure. Tal vez si la lubricamos, dure más y corte mejor.
—Hemos probado con agua, pero no sirve; además, el vapor que se crea no permite ver nada.
Harati miró al cantero con sorna.
—¿Lubricarías a tu mujer con agua?
Las risas se oyeron en toda la cantera. Pero esta vez no le mandé callar.
—¿Qué sugieres?
—Usaremos aceites. Incluso mezclados con el polvillo harán su función, y al ser una amalgama densa no dañará los pulmones de los canteros. Y usaremos herramientas con filo curvo en vez de recto. Habrá más línea de fricción y menos desgaste. Tal vez incluso podamos hacer una sierra circular.
—¿Y cómo la agarramos?
—Igual que funcionan los tornos de los artesanos que tallan madera o de los alfareros.
Así fue como logramos agilizar el corte y, con ello, la cantidad y calidad de los bloques.
Por mi parte, decidí que la avenida de esfinges que comunicaría la pirámide con el templo no tenía por qué hacerse al final, sino todo lo contrario. Serviría para traer las piedras que llegaran desde el río, sobre todo aquellas especiales que venían de otras canteras. Aplicamos el principio que Harati había ideado para el corte y lubricamos la base de la plataforma con barro y aceites, situando entre ellos unos cilindros de madera, sobre los cuales los bloques corrían apenas sin esfuerzo.
Una vez probado con éxito, hicimos construir una vía que uniera la cantera y la pirámide. De ese modo, el transporte de bloques se hacía fácil, y la mayor dificultad consistía en elevarlos por las plataformas inclinadas de arena, lo que requería fuerza bruta y mucha precisión; pero el trabajo físico se había reducido a una décima parte respecto a cómo se construyó la pirámide oblonga de Hemiunu.
Apenas se veían las caras de piedra construidas de la pirámide, tapadas por las rampas de arena sembradas de andamios y gruesos postes de madera. A medida que la altura de la construcción creciera, aumentaría la capa de arena hasta que resultase demasiado costoso elevar el nivel del suelo arenoso. De ese modo, en caso de que un bloque se soltase en plena subida, el daño quedaría limitado al espacio hasta la arena. Una vez que se retirara esta, los postes y las sogas deberían poder contener el bloque a tiempo para ser sujetado, y los obreros podrían agarrarse a ellos para no caer. Aquellos que quedaran abajo tendrían el tiempo suficiente para apartarse.
Se calculaba la posición exacta del bloque. Cómo debía colocarse, de manera que se contasen los medios giros en las esquinas sobre las plataformas de arena que rodeaban la pirámide. Así, cuando el bloque llegaba a una esquina, su peso era contenido por las cuerdas que rodeaban los postes hasta que era encordado de nuevo para tirar de él desde la siguiente posición. Era la operación más delicada, y había una cuadrilla experta en cada movimiento que solo se ocupaba de aquella operación en concreto para, una vez terminada su tarea, dejar el bloque a la siguiente cuadrilla del punto superior y esperar uno nuevo.
Se construía de dentro hacia afuera la parte interior que suponen las cámaras mortuorias, y de fuera hacia dentro las caras de la pirámide, desde la hilera exterior, midiendo la inclinación de la pirámide, hacia el interior, hasta que ambas construcciones se juntaban en una piedra cortada a medida del hueco resultante.
Así pues, el conjunto parecía una montaña de arena y postes salvo en su parte central, donde se estaban rematando las piedras especiales que cubrían las cámaras. Piedras que se habían dispuesto de manera totalmente manual, requiriendo mucho más trabajo que los bloques normales de cubrimiento.
Desde ese momento en adelante, todo iría más rápido, pues nos limitaríamos a cubrir de piedras comunes el interior de la pirámide hasta que se llegase a las de cada hilada exterior, colocadas respetando el ángulo, que era controlado con cada nueva hilada. Si era necesario se recortaban en su posición final, o se cambiaban por otras.
Los bloques más especiales eran los exteriores, que se cortaban a medida, en el ángulo adecuado para que la inclinación de la pirámide fuese siempre la correcta, de manera que cada hilada que avanzaba la pirámide en vertical, se podía ver el resultado final, si se prescindía de las omnipresentes rampas.
Pero el ritmo general era lento. Llevaba mucho tiempo subir un bloque. Y no por el esfuerzo, ya que el sistema de cordajes y contrapesos era increíblemente efectivo, sino por la propia logística. Los bloques debían subirse de uno en uno, y hasta que no se dejaba el espacio libre, no podía subirse otro. Era imposible llevar un ritmo aceptable poniendo un bloque detrás de otro.
Pasamos muchas horas de estudio junto a mi gabinete de constructores, expertos y jefes constructores y canteros. Pero no encontrábamos la solución.
Un día, Harati se acercó y abordó el problema. Dijo:
—A medida que la pirámide crece, tardaremos más en hacer llegar un bloque a la parte superior porque debe recorrer mucho camino en espiral, varias veces el contorno de la pirámide, hasta su destino. Si pudiéramos subir bloques directamente por las caras de la pirámide, y si se pudieran subir muchos bloques a la vez por cada cara, el ritmo de trabajo se multiplicaría por cinco o seis. Tal vez por más.
Los ingenieros le respondieron como si se tratara de una utopía.
—Sí, pero para eso necesitaríamos un sistema por el que los bloques subieran por un ángulo casi recto, lo que requeriría mucha fuerza bruta. No se puede poner tanta mano de obra en lo alto tirando de todos los bloques, y tampoco resultaría seguro. No hay fuerza capaz de eso.
Alguien dijo:
—La seguridad no es problema, ya que podemos poner cuñas de madera adaptadas a la forma de las hileras lisas en cada cara que soporten el bloque, de manera que cada hilera que suba quede reposado sobre la pendiente inclinada, sujeto por las cuñas.
—Sí. El problema es cómo subir el bloque de hilera en hilera. Debería haber un sistema que duplicara la fuerza de los hombres para que fuera viable.
Hace falta alzar el doble del peso que un obrero puede levantar.
Harati se encogió de hombros.
—Eso ya lo hacen los campesinos de las riberas del Nilo.
La reacción no se hizo esperar.
—¿Qué sabrá un pobre campesino de física? ¡Echadle de aquí antes de que pierda los estribos y le golpee con una vara de medir!
—¡Puedo probarlo!
La sencilla seguridad de Harati me llamó la atención.
—Un momento. Calla, Maabu. Dejemos hablar a Harati. Llevamos mucho tiempo con esto y no hemos sacado nada en claro. Tal vez su idea no sea mala.
Harati me miró con el ceño fruncido, lo que resultó casi cómico.
—Los campesinos sacan el agua del Nilo haciendo palanca desde arriba, con un sencillo sistema que se emplea desde siempre, y os aseguro que levantan más del doble de su peso en agua moviendo un resorte del que cuelga una bolsa de papiro trenzado. Dadme un ingeniero, pues no sabría hacer las maquetas, y os lo demostraré.
Al día siguiente nos reunimos todos en mi casa. El ingeniero estaba asombrado y gritaba sin cesar.
—¡El sistema funciona! ¡Por Osiris que Harati lo ha encontrado!
Y así fue. Un ingenioso pero sencillo sistema de palanca por el cual era fácil mover un bloque de una hilada a otra superior con muy poca fuerza.
En verdad el trabajo iba a acortarse, incluso más de ocho veces. Porque se seguirían usando las rampas, pero por ellas subirían cuantos bloques cupiesen y se elevarían directamente desde arriba con esta nueva técnica hasta que quedara el espacio libre en la rampa para volver a subir más. Usando ese nuevo método, en todo momento habría alternativamente una hilera libre con hombres tirando de los bloques de la hilera de debajo.
¡En una sola cara, tal vez podrían subirse más de cien bloques a la vez!
Eso acortaría el trabajo muchos, muchos años.
Aquel día se detuvo el trabajo para celebrar una fiesta en honor de Harati.
El constructor que le había increpado le sirvió durante todo el día de camarero, y tengo que decir que lo hizo muy gustoso.
Se organizaron grupos musicales y los cocineros trabajaron para preparar menús especiales con las mejores viandas. Al fin y al cabo, íbamos a ahorrar muchísimo.