MERITTEFES

Año 2616 a. C.

Acababa de enterarse de que la princesa Henutsen había vuelto, por orden real.

Era su deber como buena esposa ayudar a hacer que se sintiera de nuevo como en su casa.

Así que la mandó llamar tan pronto como se instaló de nuevo en su cámara privada, la misma que la había acogido durante su niñez, cerca de la de su padre. Irritablemente más cerca que la suya propia. ¡A ver si la niña iba a influir más en el rey que su gran esposa real!

La entrevista que había escuchado en los túneles donde solía escaparse con su amante y guardia nubio Kemet la había asustado como nada antes en su corta vida. ¡Hablaban de eternidad! No había podido dormir bien en muchas noches. No tenía a nadie a quien pedir ayuda ni más información. No sabía bien en qué consistía el secreto. Podía ser desde una insignificante tontería, o algo realmente relevante. Y en boca de los dos interlocutores, sonaba muy, pero que muy importante.

Así que frecuentaba todos los ámbitos cortesanos que hasta ahora había evitado.

Kemet le avisó tras una media hora de espera, un protocolo bien amistoso según las reglas de cortesía. Ella le premió con un beso, delante de la propia princesa.

—¿Qué queréis de mí?

—Pasad.

Se había puesto uno de sus trajes más sensuales, aunque había ahorrado los carísimos aceites que se solían derramar sobre él para pegar el lino a su piel, pues no hacía falta el ornamento por esa vez. Sus encantos era evidentes de todos modos, y la mentalidad de una mujer no era la misma. Se fijaría en ella aunque fuera vestida de lino grueso. Caminó como la gata que era, controlando su territorio y mostrando su clase a la intrusa.

Invitó a la princesa a sentarse en unas cómodas sillas, semejantes a tronos tapizados, que a Henutsen le parecieron un insulto al faraón. Se sentó, pero no se relajó, tensa como un animal en el matadero.

—solo quería hacer más grata vuestra vuelta. Sentí mucho no poder conoceros… conocerte cuando me casé con tu padre. Me hubiera gustado mucho que hubieses bendecido nuestra unión con tus buenos deseos.

—Sabes que deseo lo mejor para mi padre. Si tú estás incluida en su felicidad, no me importa darte la bienvenida.

—Gracias, querida. Mi posición no es fácil. Sentía mucho respeto por la reina, tu madre, y debes saber que entré en el harén cuando ella ya murió, así que no la conocí personalmente… ni le falté al respeto yaciendo con su hombre.

—Tu… respeto me conmueve.

—No me malinterpretes. No pretendo sino llevarme bien contigo.

Peleándonos no ganaremos nada y haremos infeliz a tu padre. Por eso, por el amor que le tengo, he ordenado llamarte.

—Y me has provocado besando a un guardia.

—No es sino un gesto de amistad.

—Uno no hace amistad con un guardia. No cuando el guardia responde ante tu marido, el faraón.

Merittefes se encogió de hombros.

—Cumplirá mejor su tarea si hay un vínculo conmigo más fuerte que la orden de un capitán.

Henutsen miró a su alrededor hasta que sus ojos se posaron en un estante al borde de un altar dedicado a varios dioses en el que se sucedían diversos objetos alargados de diferentes materiales.

—¿Mi padre aprueba que te des placer con esos… cachivaches?

La gran esposa real se acercó y tomó uno entre sus manos. Su preferido.

Largo y cálido, de madera noble, con cabeza de la diosa Bastet, la gata. Lo acercó a Henutsen, que lo rechazó con asco.

—¿Qué pretendes, lanzarme un hechizo o una enfermedad? ¡Esto es un insulto! Mi padre va a saber de esto.

—Para nada, querida. Te confundes. Por supuesto que proporciona placer, pero su principal función es de ofrenda a la diosa. Y no es una práctica que debiera sorprenderte en absoluto. Sabes perfectamente que cuando Isis recuperó los pedazos diseminados de su marido Osiris, uno de los trozos que no encontró, su falo, fue sustituido por uno artificial al que dio vida con un conjuro mágico por medio del cual revivió a su esposo, fue inseminada con él y con él tuvo a sus hijos. Por eso no deberías enfadarte. Me consta que tú misma eres muy devota de Isis… Y eso no es óbice para que encuentres tu propio placer… Y tal vez tu padre querría saber de esto. Haré que mis artesanos hagan uno para ti con la forma de tu diosa, así podrás ofrecerle tu energía, como yo, a veces, ofrendo la mía.

Henutsen tembló de ira. Aquella bruja la había hecho seguir y sabía lo suyo con Mehi.

—¿Qué quieres de mí?

—¡Nada! Ya te lo he dicho. solo llevarme bien contigo. No te preocupes.

No voy a decir nada a tu padre —la tomó de las manos—. Es cierto que tengo mis informadores…

—¡Tus espías!

—Mis informadores dispuestos allá donde la familia de mi rey pueda ser… perjudicada. Cariño, yo he sabido de tu aventura, pero piensa que podrían haber sido los enemigos de tu padre, y tú y tu amante correríais un grave peligro. Es mejor que me haya enterado yo, porque, como verás, tengo buena voluntad, y así podré… podremos ayudarnos mutuamente.

—¿Y qué vas a hacer para ayudarme?

—Por lo pronto, redoblar la guardia sobre tu persona y vigilar a tu novio.

Si yo lo sé, es fácil que ellos también lo sepan.

—Mi novio sabe cuidar de sí mismo.

—Eso esperamos todos.

Henutsen frunció el ceño.

—Espera. Has dicho… ¿Quiénes son ellos?

—¡Cariño! Tu padre tiene enemigos. Por eso te ha hecho llamar. No puede garantizar tu seguridad en el templo, y necesita estar tranquilo ante posibles represalias.

—¿De quién?

—No lo sé. Conozco la consecuencia, no la causa. Y pretendo hacértelo más fácil a ti y a tu padre. Por eso te pido que no le pongas nervioso con preguntas incómodas. Yo tampoco lo haré con revelaciones estériles.

—No me has respondido. ¿Qué quieres de mí?

—solo respeto, mi querida niña. No quiero que me ames como a una madre, y me es indiferente que me odies como la concubina frívola que entretiene a tu padre. solo quiero que me respetes.

—Tendrás algo más que mi respeto.

Henutsen salió con el bello rostro encarnado. Merittefes rio de su encantadora ingenuidad. ¡Vaya con el constructor! No era tan inocente como parecía. Su ambición parecía superar la suya propia.